domingo, 10 de febrero de 2013

Paseata por los Montes de Toledo



Los Montes de Toledo, para este jubilata, son viejos conocidos. Durante años recorrí el cordal próximo a San Pablo de los Montes, entre el puerto del Marchés y el Risco Vicente, todo a lo largo de la cuerda, pasando por el puerto del Robledillo, la Morrilla, la Morra y el Morro Cerrillón, el puerto del Lanchar, y hasta el Alto Peñafiel. Por eso, regresar al cabo de los años a estos caminos ha sido un poco un ejercicio de añoranza, aparte ese vicio tan arraigado que un servidor tiene por la naturaleza y por los paisajes. Y aquí, en estas sierras de cumbres alomadas y escasa altitud, bastante olvidadas de los montañeros, si de algo se puede disfrutar es de hermosos parajes, incluso en estos días centrales del invierno.

En las zonas de pie de monte domina la encina y el terreno adehesado,  hasta no hace tanto tiempo dedicado a la cría de ganado vacuno. En el montano abundan los bosques de robles melojos, fresnos en los arroyos, y chaparras que tachonan las laderas entre el robledal. Donde el bosque autóctono ha desaparecido, el terreno ha sido colonizado, principalmente, por la jara, cuyo olor se nota en el ambiente, incluso en estos días fríos de invierno.

El grupo Senda Clara, con el que caminamos, sale de las Navillas y seguimos la pista que sube al puerto del Marchés, solo que abandonamos ésta para tirarnos hacia la derecha, internándonos por el robledal, siguiendo una senda que está marcada para senderistas, próxima al arroyo en algunos tramos. Como todo el mundo sabe, las pistas son aburridas y monótonas, mientras que los caminos son como pequeños hilos conductores que se adaptan al terreno sin alterarlo, haciendo que el caminante disfrute del paisaje y se sienta parte del mismo.
Cuando yo pateaba esos caminos, el del Marchés se estrechaba ladera arriba hasta convertirse en una trocha apta para rebaños de cabras y caminantes esforzados. En la actualidad es camino ancho, bien allanado y apto para coches todo terreno de esos de lujo que usan los señorones del consorcio banquero-político-gran empresario, con esa pinta pseudo-agraria de cacería, colonia cara, escopeta repetidora y traje de camuflaje de boutique. O sea, poco que ver con el modesto senderista, con su leve olor a sobaquina por aquello del esfuerzo.

En el alto del Marchés, cuando confluye con la pista que corre paralela al cordal, por la otra vertiente, sopla un aire frío que llega desde las tierras llanas de Ciudad Real. Desde allí puede verse (en apreciaciones a ojo de buen montañero), al Oeste, el parque natural de Cabañeros y una dorsal en la que destaca lo que parece ser el Rocigalgo. Si mira en dirección oeste-noroeste, se aprecian las cumbres de Gredos nevadas. Mirando en dirección este-sureste, se ve el espejo alargado e irregular que forman las aguas del embalse de Torre Abrahán y, por allí cerca, la finca y palacio que fuera del general Prin. (Bueno, eso no se aprecia a simple vista, pero sé que está allí y lo digo para quedar como un experto montañero). Y casi a nuestros pies, los baños de la Guarra o del Robledillo. Lo de la “guarra” merece una pequeña explicación: los baños pertenecen al ayuntamiento de San Pablo y se llaman así no porque los regente una señora poco aseada, sino porque, según la tradición sampableña, descubrió sus propiedades una guarra (que así llaman a las cerdas por esas tierras) que siempre iba a bañarse a una charca de aguas salutíferas. Lo que desmiente el tópico de que los cerdos son guarros; por lo contrario, son muy amigos de bañarse, solo que la mayoría de las veces los medios no son los apropiados.

Tomando la pista en dirección al este, llegamos al puerto del Robledillo. Ante nosotros, las antenas repetidoras de telefonía, un poco más allá, la Morrilla y la Morra, que dan directamente sobre San Pablo de los Montes. Damos la vuelta a la cabeza de las Majadillas y seguimos la pista que desciende entre el robledal y que enlaza con el camino del Marchés unas decenas de metros un poco por debajo de la fuente de la Canaleja. Pero antes de eso hemos parado a comer en el valle de la Majadilla, al pie de unos riscos orientados hacia la solana y que nos protegían de los vientos. Aquí, un alma caritativa, tras el bocata, nos regala un dedalito de ron. Sana costumbre ésta, ya que las veces que he caminado con Senda Clara, un montañero de buen corazón ofrece al personal esas gotitas de ron que levantan el espíritu, alivian el cansancio y dan caña a las botas.

La fuente de la Canaleja dicen que tiene una aguas afamadas en todo el contorno, diuréticas y saludables, donde el caminante puede rellenar la cantimplora, aparte de contemplar el paraje con unos robles añosos de gran porte. Desde aquí a las Navillas no queda más que un paseo.
El resto, lo habitual, calzado cómodo, parada cervecera y regreso a casa... hasta el próximo sábado. 

domingo, 27 de enero de 2013

Sobrecogedor.-

Sobre cogido

Nunca acaba de sorprenderle a este jubilata la capacidad de adaptación que tiene nuestra lengua. Es capaz de expresar, con un mismo término, conceptos entre los que no habría forma de establecer una relación ni causal, ni lógica, ni de afinidad. En este caso se trata del término sobrecoger y su derivado sobrecogedor.  Sobrecoger, según la Academia de la Lengua, es “coger de repente y desprevenido”, y también “sorprenderse”, “intimidarse”; y sobrecogedor, en una segunda acepción anticuada es “recaudador”, y a lo mejor por ahí.... Pero, en estos días, corre una nueva acepción que hace referencia a la literalidad del término si se divide en dos: sobre  y coger; esto es: coger (un) sobre. Y quien realiza la acción es un sobre cogedor, es decir, para entendernos de una vez: el individuo (político de profesión, por lo general) que coge un sobre con la pasta. Lo de la pasta no lo dice el término “sobre”, pero va implícito en ello.

No se puede decir que nos haya sobrecogido la noticia, es historia vieja y recurrente: Llegan cuatro mangantes y se reparten un dinero de dudosa procedencia, como la célebre Caja B del PP (que es espíritu puro y nadie ha visto), o los Gúrteles de vario pelaje; o bien, se reparten dineros llegados  a la institución por cauces legales, como los directivos que arruinaron la Caja del Mediterráneo (Ahí está el informe del Banco de España). Mecanismos ingeniosos para ensobrar dineros y repartirlos entre la muchachada, los hay por doquier y no merece la pena insistir, no sea que demos ideas.

Otra cosa que sorprende mucho a este jubilata, y no tendría por qué, es la reacción de los mandantes del PP ahora que les están sacando los colores con eso del sobre cogido, y es que nadie ha recibido un euro B entre las directivas antiguas y modernas. Sobre todo, esos arranques de dignidad ofendida que les llevan a amenazar a troche y moche a todo aquel que se atreva a señalarles con el dedo.

Dándole vueltas al asunto, la explicación debe ser ésta que sigue. En el núcleo de la Gaviota hay dos mundos paralelos: el que gobierna y el que trinca, mundos que entran en contacto a través de aquellos célebres poltergeits que conocimos en las películas de miedo. Los poltergeits pertenecen al mundo inmaterial y se caracterizan por meter ruido y hacer daño a las personas. Ellos, por desprestigiar la honorabilidad de políticos de intachable trayectoria, les meten sobres con dinero en el bolsillo sin que los interesados se den cuenta y luego empiezan a gritar: ¡Ese, ese ha sido...! En realidad, el sobre cogedor es el poltergeit, no el político. A éste, lo más que se le puede reprochar es que no lo hubiese declarado a la Hacienda Pública; pero como no sabía si el sobre era suyo o de quién, pues tampoco es tan grave.

Esta teoría, cuyo desarrollo va inventándose sobre la marcha, tendría un punto flaco: ¿cómo se ponen en contactos ambos mundos? Pero no hay tal flaqueza, porque el contacto con el inframundo sucede a través del despacho del ex tesorero. Recuérdese el caso Naseiro,  donde los jueces estuvieron a punto de encontrar la puerta de comunicación de ambos mundos paralelos, pero fue sobreseído. Como aquella puerta se cerró en falso, pues por ahí han vuelto a aparecer los poltergeits para sobre coger de nuevo a los honrados prohombres de la cosa pública.

Y como a los poltergeits esos les gusta meter ruido, éste ya ha llegado a la prensa extrajera y está alborotando más de lo que conviene. Eso de que les estén sacando en los papeles extranjeros es ya cosa que pasa de color marrón-mierda, dicho sea por asimilar un color tan feo y maloliente a una actividad en la que nadie parece haber participado con conocimiento de causa.

Ya sé que esta teoría suena a absurda, pero cosas más peregrinas nos dicen los dirigentes PP sin sonrojarse. ¿Por qué iba a sonrojarse este jubilata ocioso al confesar su autoría? Por si el improbable lector lo había olvidado, le traslado la pregunta que le hiciera aquel Fabra de Castellón a su nieto: “¿Te gusta el aeropuerto del abuelo?” Pues a un servidor, la explicación que acaba de inventarse sobre los mundos (sobre cogedores) paralelos, entre Caja B y políticos azules, le parece muy convincente. Si aquel aeropuerto no tiene aviones, ni esta teoría tiene fundamento ¿qué más da? Lo importante es trincar, y este jubilata ya ha trincado la entrada de esta semana.

lunes, 21 de enero de 2013

Por los caminos de Navalagamella.-



Aunque he colgado a primeros de año una humorada sobre la verídica historia de los Reyes Magos, seguida de algunas reflexiones sobre lecturas, ésta era la primera entrada de este año de sustos del 2013 y quise hacerla sobre una marcha que hicimos el Trío de los Tejos por estas tierras madrileñas al suroeste de la provincia, que frecuentamos poco en nuestras andanzas.

Nuestro objetivo era vario. Se trataba de explorar aquellas tierras de pie de monte, ver unas viejas instalaciones militares de cuando la guerra incivil, recorrer parte del curso del río Perales (tributario del Alberche), comprobar qué daba de sí (en cuanto a la posibilidad de hallar tejos en el lugar llamado las Tejoneras), y ver algunos antiguos molinos en las orillas de este río.
A la salida del pueblo tomamos un camino, dirección sur, entre antiguas tapias de piedra, próximo en su inicio a una explanada de material de construcción. Paisaje de dehesas con encinas y enebros, que veremos todo a lo largo de la marcha. Llegados al arroyo Veguillas nos extraviamos un poco hasta dar con la pista de seguimiento del Canal YII, que dejamos a nuestra derecha para llegar a una cantera enorme. 

Desde allí, a la derecha, hay un cerro donde se conservan antiguas casamatas de la guerra civil. Corresponden al cerco que el ejército franquista estableció en torno a Madrid. No se olvide que estamos bastante cerca de Brunete, donde se dio aquella terrible batalla entre las tropas republicanas y franquistas que arrasó la población.
Las casamatas se mantienen en pie – aunque faltas de techumbre –, adoptando una forma escalonada, siguiendo la ladera del cerro. Llama la atención un pequeño edificio semicircular, en forma de ábside abovedado, parcialmente derruido, abierto por uno de sus lados, y con cuatro pequeñas ventanas longitudinales rematadas por un pequeño arco semicircular. Tiene el aspecto de un ábside tosco y la explicación que se nos ocurrió es que se trataba de una capilla. En un lateral tiene una antigua plancha, aglomerado de arena y cal, donde aún pueden distinguirse los vestigios del yugo y las flechas.

Bordeando la zona de seguridad de la cantera, bajamos hasta el río Perales, que recorrimos hasta el embalse. Allí hay un lugar llamado las Tejoneras, donde no se aprecia vestigio de tejos, aunque el lugar es muy umbrío, pero la vegetación predomina la encina y el enebro como plantas de mayor porte, aparte el bosque de rivera, propio de las corrientes de agua. A lo largo del curso del río encontramos un puente de época musulmana, el del  Pasadero. Es de un ojo, en bóveda de medio punto y sillares bien labrados. Por aquí pasaba el camino de Navalagamella a Quijorna y fue, durante el dominio musulmán parte de la vía militar que unía Talamanca del Jarama con el Valle del Tietar y cumplía una función defensiva de la Marca Media contra las incursiones cristianas.

Paramos a comer junto a las tapias de un viejo molino que conserva la tolva por donde se acumulaba el agua para obtener la fuerza motriz que hacía funcionar el ingenio. Es un sistema llamado “de cubo”, que permite acumular agua en ríos de poco caudal. El cubo (un pozo de varios metros de profundidad) está hecho en buenos sillares labrados y se conserva en estupendas condiciones. Del otro lado del río, los restos de otro molino que no nos acercamos a ver.

Seguimos río abajo hasta el embalse del Cerro Alarcón, que también bordeamos hacia la presa. Por aquellos lugares vemos un revolcadero de jabalíes; un par de hoyas, como dos bañeras toscas, de un limo arcilloso. Camino adelante, salimos a la carretera, y, poco antes de entrar en el pueblo, vemos un complejo de varios búnker que fue puesto de mando en el frente de Brunete. De allí, a la iglesia, donde hemos dejado el coche.

Fue una marcha que nos llevó cuatro horas de caminata, sin contar las paradas para la observación del entorno y el preceptivo bocata y rato de conversación y fotos paisajísticas. Una buena forma de comenzar el año, que recomiendo a quienes gusten del senderismo y del disfrute de la naturaleza, así como a quienes quieran aunar el ejercicio físico con el interés por los vestigios históricos.
Ya sabe el improbable lector, hay que activar el músculo y la mente a la par, cosas que no son en absoluto incompatibles.

sábado, 12 de enero de 2013

Antiguallas.-


Los pasados días navideño-fiesteros andaba este jubilata leyendo una antigualla que había caído en sus manos: el Discurso sobre el origen de la desigualdad de los hombres, y el Contrato Social de J-J Rousseau. Uno de esos libros de quiosco, con letras doradas y que no sirven más que para rellenar espacio en las estanterías. Pero hete aquí que la impertinente curiosidad del jubilado (a falta de obras públicas – culpa de la burbuja y la austeridad – en cuya observación entretener sus ocios) le llevó a abrir el libro y empezar a leerlo. Un capricho de ocioso con mucho tiempo que perder, aunque poco dispuesto a invertirlo en “entretenimiento”. Un día habrá que hablar qué distingue el ocio del entretenimiento, que es tanto como decir: la libertad de emplear el tiempo libre (ocio) en contraposición al entretenimiento manipulado. Pero hoy no toca.
El caso es que don Jean-Jacques cuenta el razonamiento que hacía el emperador Calígula. Más o menos, así: el pastor es de naturaleza superior a su rebaño; así, los pastores de hombres –sus reyes– son de natural superiores a los pueblos que gobiernan. De esta analogía concluía que los reyes son dioses, o que los pueblos son animales. Sustituya el improbable lector “reyes” por gobernantes y deje a los pueblos en su naturaleza de rebaño. Luego párese a pensar si no se siente tratado como un animal de rehala.
La analogía que establecía Calígula sobre pastores de pueblos puede muy bien ampliarse a los mandatarios actuales, quienes llevan la masa del rebaño por viejas cañadas de sacrificio y austeridad que terminan en los ranchos de esquileo. Imagínese el improbable lector – por un momento – al rabadán Wert esquilándole a los sufridos borregos el vellón de la educación pública; al gañan Ignacio González, quien pastorea el hato de la Comunidad de Madrid, malvendiendo los carneros de la sanidad pública, o a la cabrera Cospedal poniéndole tapias a los pastos comunes en Castilla la Mancha, y caerá en la cuenta de que va poco del emperador loco a los políticos neoliberales. Y si quiere más analogías, piense en Mariano, mayoral de los rebaños patrios, sacrificando a la masa borreguil porque así se lo exigen. No nos engañemos;  él, por mucho que parezca mandar en el rebaño, no deja de ser el capataz del gremio pastoril. Otros son los amos de cañadas, apriscos, pastos, ovejas y lanas, y tanto él como nosotros lo sabemos.
Y perdonará el improbable lector que, de una anécdota que cuenta Rousseau al comienzo de su Contrato Social, este jubilata haya hecho una categoría. Es cosa sabida que los desocupados no hacemos pensamiento profundo, sino comentarios banales. Pero una idea sí que le ha quedado clara al desocupado que esto escribe, y es que el pacto social es un acuerdo de voluntades según el cual todos y cada uno de los ciudadanos sin excepción renuncia a su interés particular en aras del interés común, única forma de vivir en una sociedad civil y civilizada. Cuando una parte de esta sociedad se apropia de los bienes comunes (educación, sanidad, trabajo, vivienda…) en su exclusivo provecho, el pacto social se rompe y el común de los ciudadanos tiene el derecho (incluso la necesidad – por pura supervivencia del cuerpo social -) de dar por nulo dicho pacto y establecer uno nuevo que restituya la legitimidad social. Dicho en términos asaz vulgares, pero expeditivos: mandarles a tomar por el culo y empezar de nuevo.
Siguiendo con las antiguallas, un servidor se ha puesto a releer la Constitución española de 1978 y encuentra que, si no antigualla propiamente dicha (pues está en vigor… a trompicones), sí está anticuada por inoperante en muchos de sus mandatos. A ojo de ciudadano no perito en la materia, aunque sí preocupado por ella, tiene bastantes artículos que están furruñosos (con sus engranajes roñosos) por falta de funcionamiento. No hay más que leer el Artº 31, “Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo…” Áteme usted la mosca de la amnistía fiscal (por ejemplo) por el rabo de este artículo y dígame si éste funciona o está gripado.
Lea el Artº 35.1, “Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo… y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia…” Luego, sabiendo que hay ya seis millones de parados y que la patronal propone sueldo de 645,3 euros para los jóvenes, entre otras aberraciones, y vea si este engranaje del artículo 35 no está más oxidado que una falcata celtibérica.
Cuando uno llega al Artº 47, “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias…regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”, y aquí sí que se te suelta la risa floja. Y ya si lees el Artº 128, “Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual sea su titularidad está subordinada al interés general”, puedes estar carcajeando durante una semana. Para qué seguir… Pero lea, lea el improbable lector la Constitución y se enterará de que es un trasto inoperante en lo referido al bien común ciudadano.
Por no marear más la perdiz, mientras este jubilata leía el Título II, De la Corona, se estaba acordando de lo que decía el ínclito Jean-Jacques: “Un rey, lejos de proveer a la subsistencia de sus súbditos, saca de ellos la suya, y según Rabelais, un rey no se contenta con poco”. Nosotros tampoco deberíamos contentarnos con dejarnos esquilar el vellón de los derechos sociales… pero, para los que mandan, somos una manada de borregos.
Pues eso.

viernes, 4 de enero de 2013

Verídica historia de los Reyes Magos



Resultó un buen día que los Reyes Magos no venían de Oriente. Sucedió que, según la tradición popular, no avalada canónicamente, los Reyes Magos de Oriente se pusieron en camino siguiendo una estrella. Desde las llanuras del Ganges, desde los desiertos del Eufrates, desde las lejanas fuentes del Nilo, los tres Magos comenzaron su singladura hacia el Próximo Oriente. Siguiendo la estela de aquel astro luminoso, cada uno por su cuenta, se pusieron en camino, convergiendo en un punto indeterminado del que la religiosidad popular no dice media palabra. Desde allí, donde quiera que fuese aquel lugar, los tres viajaron en la misma caravana hacia una aldehuela de Judea, de nombre Behetlem, donde, según los libros sagrados, había nacido un niño de una virgen.

Así lo venían haciendo desde hace, al menos, dos milenios, hasta el año de gracia de MMXIII. Aquel año, cuando llegaron al Portal con sus ofrendas de oro, incienso y mirra, el Sumo Sacerdote les dijo que no, que tanto la tradición como la devoción popular estaban muy equivocados. Que ellos, realmente, de donde procedían era de la lejana Tartessos, allá donde las columnas de Hércules, donde comienza el mare ignotum.

Perplejos, se retiraron a deliberar y consultar los arcanos escritos. Según los sánscritos libros védicos, de acuerdo con las tablillas cuneiformes conservadas en los zigurats de Uruk, y según las tradiciones orales de allende las fuentes del Nilo, ellos, de toda la vida de dios, de donde venían era del Extremo Oriente. Así se lo hicieron saber al Sumo Sacerdote de blancas vestiduras. Pero éste, que era infalible en sus dictados, insistió en que no; insistió en que, según los libros revelados de la verdadera religión, ellos venían de Tartessos y no había más que hablar y que aquello eran habas contadas. Si no les gustaba, que pidieran el finiquito y se buscaran la vida.

“Pues para este viaje no hacían falta alforjas”, dicen que comentó Baltasar. “Jó”, se limitó a opinar Gaspar. “Y ahora ¿qué puñetas hacemos?”, se preguntó Melchor. Era ésta, puede suponerse, una pregunta retórica, ya que la cosa había quedado bastante clara: De ahora en adelante, y a efectos de la cristiandad toda, ellos procedían de la tierra más occidental, de la lejana Bética; exactamente, donde los linces en extinción llevaban una vida de estricta supervivencia.

“No sé de qué os quejáis”, les dijo la mula, “Lo nuestro sí que es una putada. Dicen que nosotros nunca hemos existo”. Fue entonces cuando los Reyes Magos se dieron cuenta que el buey y la mula ya no estaban junto al pesebre del Portal y calentando con su aliento al niño recién nacido, sino en un corral anejo. La mula, con ese mal carácter que tienen los de su especie, tenía un cabreo como para no dicho y lanzaba cagamentos como coces; el buey, sin embargo, sumiso como todos los castrados, mugía bajito su pena al verse desahuciado de las leyendas piadosas.

En efecto, el buey y la mula habían dejado de existir porque el Sumo Sacerdote de albas vestiduras así lo había dicho. Estaba en conexión directa, vía Wifi, con la divinidad y sus enseñanzas eran, a efectos de controversia doctrinal, incuestionables. Aunque desde el punto de vista doctrinal aquello no tenía vuelta de hoja, desde el punto de vista práctico exigía una estrategia para su solución. Y la estrategia fue, acorde con los tiempos que corrían, de tipo comercial.

Es cosa sabida que el Portal era un chamizo de cuatro adobes mal ensamblados y una techumbre de ramas y barro. Tras dos milenios de uso, comenzaba a amenazar ruina y existía el problema de que las autoridades civiles le retiraran el permiso de habitabilidad, mandasen derruir el lugar sacro y, por consiguiente, diesen al traste con el santo negocio.

Por ello, para recabar fondos con que rehabilitarlo, una comisión de teólogos, siguiendo las rectas doctrinas neoliberales,  dictaminaron que no era contrario al dogma convertir al buey y la mula en picadillo. Su carne, debidamente sazonada, y con los controles sanitarios pertinentes, abastecería todos los burger de la Tierra, No en vano se llevaba veinte siglos representando los dichosos animalitos por doquier, así que los había por millares. Había suficiente como para inundar de carne todos los Fats food de la cristiandad durante una larga temporada. Las gentes que acudían en peregrinación a estos comederos no tendrían la menor duda de que las hamburguesas estaban divinas.

Visto que aquellos eran tiempos de reajustes económicos e ideológicos, los Reyes Magos prescindieron de sus coronas, de sus mantos y oropeles y optaron por instalarse en las playas de Huelva, donde montaron un chiringuito de lo más cutre – estética portal de belén – para guiris nórdicos. Allí van capeando la crisis. Eso sí, fieles a la tradición, cada navidad toman un vuelo low cost y se presentan en Belén. Y en vez de incienso, oro y mirra, le llevan unos pescaítos fritos y cervecita bien fría, que el bolsillo no permite más alegrías.

domingo, 30 de diciembre de 2012

El consuelo de la estética.-




Sufrido lector que sueles leer esta bitácora, no te sorprenda un título tan cultureta. Mientras escribía esta entrada no he encontrado otro, así que sabrás perdonar las debilidades de este jubilata. No hacen daño a nadie, el lector puede esbozar una sonrisa comprensiva mientras ojea el texto, y a un servidor le sacan de un mal paso.


En estos tiempos desolados en los que la evidencia del desmantelamiento social a manos de ideólogos a sueldo no impide su ejecución, este jubilata, harto de sufrir en silencio la desfachatez de los lacayos neoliberales como quien sufre de almorranas, ha decidido refugiarse, siquiera en algunas ocasiones, en el placer que proporciona el disfrute de la belleza. Deja, de vez en cuando, las noticias sobre sanidad pública en derribo, educación clasista, fraudes y corrupciones múltiples, represión político-policial, desahucios, hambres a granel y otros apocalipsis presentes y venideros, y se regala con pequeños disfrutes estéticos.


Mientras le da a la tecla, este jubilata escucha los conciertos para chelo de Antón Dvorák (en Si menor, Op. 104) y de Schumann (en La menor. Op. 129), interpretados por Jacqueline Du Pré (Les introuvables de Jacqueline Du Pré, regalo de una amiga). Encerrado en su estudio, no le llega el vómito de decibelios de los villancicos comerciales que incitan a la felicidad del consumo y se dedica a sus cosas, o sea, a dar forma escrita a una experiencia estética de jubilata cultureta irredento.


Porque el caso es que, el otro día, la santa y yo nos acercamos al Prado y estuvimos viendo la exposición El joven Van Dick. Y esta visita me confirmó en mi preferencia por la pintura barroca, que hube de reconocer ya hace años, cuando andaba interesado en el constructivismo de la revolución rusa y me notaba yo más vanguardista que Duchamp. Y eso que la Gioconda duchampiana con su bigotito y perilla y su L.H.O.O.C. (Elle a chaud au cul, cosa muy fea que dicen los franceses), me parecía lo más rompedor con el arte burgués. Sin embargo –pequeño burgués que es uno en el fondo de sus tripas – siempre volvía a la querencia de los velázquez, los rubens, los caravaggio, los rembrand, los giordano, los tiziano. Siempre a uno le ha gustado la visión contradictoria y dinámica del barroco, con sus energías concentradas o en puro estallido, su arte sacro, mítico, de representación, o sus humildes naturalezas muertas como las de Sánchez Cotán, o las Vanitates de Pereda… En fin, que uno se disfraza de vanguardista y se lo cree, pero sigue fascinado por la visión del mundo barroco y envuelto en las luces y sombras de los tenebristas.


Ya se sabe que Van Dick no es tenebrista, pero sí es un maestro a la hora de componer escenas. Siendo estudiante, un profesor de arte nos enseño a ver las líneas dinámicas que aparecen en toda composición barroca. Ahí el observador puede apreciar la fuerza compositiva de los pintores de esta época. Escenas de aparente sosiego, pero donde sus personajes están sujetos a un dinamismo interno que amenaza con convertirlos en una explosión de movimientos agitados, de fuerzas centrífugas sometidas al freno de una escena central que atrae las miradas y los movimientos de los cuerpos allí representados.


Si uno observa despacio, por ejemplo, La Lamentación, la primera impresión que se recibe es la de una escena en reposo, con un cuerpo muerto como asunto central. Sin embargo llega a sorprenderse si observa con detenimiento la cantidad de energías concentradas que hay allí: aquel cuerpo pesa y se nota su pesantez en el brazo derecho que cae inerte, en las piernas que se desploman. La diagonal que marca el cuerpo, desde el torso hasta los pies, produce la sensación de que aquél se va a deslizar hacia el suelo, si no fuera porque la Virgen lo sujeta en su regazo. La mano derecha de la Virgen, sujetando la cabeza del Cristo produce una sensación de tensión y de esfuerzo contenido, que se nota en la línea del manto que marca el brazo y el hombro, hasta llegar al cuello, tensado en un escorzo de la cabeza girada hacia lo alto.


El improbable lector sabrá perdonar la andanada. Ya queda dicho que este jubilata tiene una vena cultureta que acostumbra a cultivar con mucha dedicación y que le libera de muchas frustraciones. En un mundo tan aburrido como el nuestro, donde sólo importa lo relacionado con el dinero y su acumulación, incluso en el urinario de Marcel Duchamp, ese ready-made (me gusta más: objet trouvé) al que llamó “La Fuente”, hay más ingenio que en las especulaciones bursátiles. Y es doblemente más útil, porque sirve de obra de arte y para mear, en caso de apuro.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Desmontando el belén.-


Ya sé que no es muy original lo que voy a decir y, encima, lo hago con retraso, pero lo cierto es que hasta hace unos días no me enteré de que el papa Ratzinger ha publicado un libro sobre la vida de Jesús de Nazaret. No lo he leído, para qué engañar al improbable lector, así que hablo de oídas y cualquiera puede corregirme si escuché campanadas sin saber bien dónde y tuve el atrevimiento de opinar a humo de pajas. Un servidor no está ya para esas teologías, ni por desconocimiento de la materia, ni por curiosidad sobre el particular.

Pero sí llamó mi atención la afirmación del inquilino vaticano cuando aseguraba que en el portal de Belén no había ni buey, ni mula. No es que sea muy importante - a la hora de las creencias de los adeptos - el hecho de que allí hubiese un par de animalitos ungulados o no. Lo que sí es cierto es que lo de los rumiantes en el pesebre nos lo llevan contando desde la fundación de la religión cristiana y jode bastante enterarse tan tarde de que no hay tal: veintiún siglos después.

En lo que a un servidor se refiere, como quien dice, le han roto uno de sus más caros mitos de infancia. En el imaginario popular está presente el portalito de corcho con su pesebre, su buey y su mula, y mi niñez rural se identificaba más con aquella cuadra donde convivían humanos y cuadrúpedos que con la deslumbrante basílica de San Pedro, por ejemplo. Sin ir más lejos, en casa del abuelo de Navarra, las cuadras estaban debajo de la vivienda, con dos parejas de bueyes, una vaca para leche y una yegua. Mula no había, pero la yegua hacía el avío.

Alguna vez, siendo muy crío, me tumbé en uno de los pesebres y, la verdad, daba gusto con su lecho mullido de heno y ese calorcito animal que desprende el ganado. Verlo rumiar y sacudirse, acompasadamente, las moscas con el rabo producía una gran sensación de sosiego. Es ésta una escena bucólica que me acompaña desde entonces. Ya sé que es cosas de críos, pero durante años asimilé la casa del abuelo con el portal de Belén porque ambos tenían en común animales y personas en pacífica convivencia. Y ahora resulta que no, que no había buey, que no había mula. Y va el prócer vaticano y nos lo suelta así, con toda la crudeza de la racionalidad teutónica.

Por si acaso se equivocara –que no es el caso, porque es infalible – he ido a ver qué dicen los evangelios y resulta que debe tener razón el señor Ratzinger. Ni Mateo, ni Marcos, ni Lucas, ni Juan dicen media palabra al respecto. Quizás la historieta esta de esos dos rumiantes empesebrados venga de los evangelios apócrifos, pero de eso no gastamos en casa; quiero decir, que no hay ningún ejemplar de ellos en la biblioteca doméstica, para contrastar.

El problema, a mi parecer, es el siguiente: ¿Qué hacemos ahora con toda la iconografía belenística, desde los capiteles románicos hasta los crismas horteras que circulan cada navidad? Fieles a la realidad histórica, deberíamos suprimirlos ex ovo. No estaría de más que L´Observatore Romano, siendo consecuente con las doctrinas de su jefe, iniciase una campaña iconoclasta para borrar todo vestigio de aquella creencia popular en los animalitos del pesebre.

Claro que la cosa se complicaría bastante si empezáramos a cuestionar la parafernalia que rodea al belén, comenzando por la estrella-GPS, siguiendo por los reyes magos (andaluces, por más señas) y la matanza de los inocentes, y terminando por la misma fecha del natalicio. Es cosa sabida que Dionisus Exiguus (forma latina de llamarle “Dionisio el Canijo”), fue quien fijó la fecha del nacimiento de Cristo, equivocándose entre 4 y 7 años al fechar el reinado de Herodes I el Grande, bajo el cual se supone que nació. Y dicen, además, que no tuvo la ocurrencia de poner un año Cero a nuestra Era, con lo que hay un nuevo desfase temporal. Claro que el Exiguo era del S. VI y por aquel entonces en la cristiandad se desconocía este guarismo. En cuanto al natalicio el 24 de diciembre, por esas fechas los romanos celebraban las Saturnales y el comienzo del nuevo ciclo solar tras el solsticio de invierno. Ya es casual la coincidencia entre el sol naciente y el niño del pesebre.

Si uno ve la cosa con desapasionamiento, llega a la conclusión de que todo lo que rodea al portal es bastante azaroso y con pocos visos históricos, empezando por una virgen que pare un niño sin concurso de varón, y eso no habiéndose inventado aún la fertilización in vitro. Debe ser el signo de los tiempos: se empieza desmontando los derechos sociales y se termina deconstruyendo el mito del portal. A este paso, la gloria eterna va a ser cosa de cuatro privilegiados y el común de los creyentes no se va a comer un rosco.

En casa, siguiendo las enseñanzas de quien de esto sabe, este año hemos hecho une ERE en nuestro portal de Belén, así que el buey y la mula se comerán el turrón en las colas del INEM. Así, de paso, ayudaremos a la austeridad que tanto gusta a don Mariano. Es una putada de tamaño natural – lo reconozco –, pero si no lo hacemos, los amos de don Mariano se le ponen como basiliscos.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Doña Austeridad.-

Doña Austeridad se lía

Quién iba a decirnos que doña Austeridad se instalaría un día en nuestras vidas. Hasta no hace tanto tiempo, y como cualquier españolito despreocupado, en casa vivíamos un poco a lo viva-la-virgen, que son cuatro días. Y fueron cuatro días mal contados.

Una tarde había que ir al cine, pues al cine que nos íbamos. Un fin de semana nos apetecía cenar fuera, pues nada, a un restaurante. Llegaban las vacaciones y nos íbamos al extranjero, a ver cómo era el mundo exterior ("como España, ná", decíamos arrebatados de casticismo). Éramos así de irresponsables porque, encima, no íbamos a emigrar en busca de trabajo, como los jóvenes de ahora. Total, vivíamos despreocupadamente y disfrutábamos la vida por encima de nuestras posibilidades de felicidad.

No queríamos acordarnos -según enseña la santa madre Iglesia- que venimos a este valle de lágrimas a sufrir por ser pecadores, a jodernos la vida expiando un pecado original que otros cometieron. (Haciendo un inciso, lo del pecado original bíblico es como lo del desfalco financiero que sufrimos: los bancos especuladores hundieron el chiringo financiero y los ciudadanos pagamos los destrozos). Nosotros hacíamos como si no supiéramos que siempre hay quien pague la culpa primigenia cuando llega el desahucio del Paraíso prometido y no cumplido. Llegó el ángel flamígero y nos echó del paraíso capitalista a patadas en el culo.

Pues, eso, que nos acostumbramos a vivir en el paraíso capitalista, a comer de la fruta prohibida hasta que el árbol primordial dio sus frutos más agraces; hasta ese momento, nos lo habíamos pasado lo mejor posible. Fue entonces cuando doña Austeridad llamó a nuestra puerta. Venía muy recomendada, según nos dijo, por un tal don Mariano de quien teníamos las mejores referencias. Registrador de la Propiedad, era persona de orden, como se decía de las personas de bien, cuando los adictos a la Cosa del Régimen aquél. Régimen supuestamente periclitado y ahora redivivo

Hacerse cargo de la situación doméstica y malbaratar nuestras vidas fue todo uno. Doña Austeridad entró en nuestras vidas y las organizó de acuerdo con criterios de economía, rentabilidad y eficacia. Como el ama de llaves de Rebeca, como la señorita Rotenmeyer de Heidi, como el médico Pedro Recio Agüero con Sancho en la Ínsula Barataria, siempre con gesto adusto y agrio ademán, dice cómo debemos comportarnos. Nos dicta normas, nos exige sacrificios, nos amonesta si ponemos un pie fuera del recto camino de la recuperación económica.

Bendito sea el dinero
Doña Austeridad es un raro híbrido de exigencia calvinista, sentido de culpa judeo-cristiano y agiotismo made in Wall Street. “Hay que trabajar más y ganar menos” porque en el esfuerzo está la salvación – nos amonesta la Doña –. Hay que acumular poder y dinero, señal cierta de que dios nos predestina para la gloria eterna. Qué importa sufrir privaciones en ésta si tendremos la recompensa en la otra vida. Y cuando no, tenemos que asumir el sufrimiento en cuanto castigo purificador.

Si somos pobres es porque hemos vivido por encima de nuestras posibilidades; si nos encarecen los préstamos internacionales es por culpa de nuestros pasados derroches. Pero si sufrimos con paciencia la adversidad, si sufrimos los despojos con la resignación del santo Job, día llegará – posiblemente en el día del Juicio Final – en que nos será dicho: ven y siéntate a la diestra del Padre. Entonces, y sólo entonces – añade, ya en trance místico doña Austeridad – seréis dignos del paraíso donde los banqueros conservan sus capitales.

La verdad, a mi santa y a un servidor, las admoniciones de doña Austeridad por boca de su profeta el Registrador de la Propiedad, nos tienen en un sinvivir. Como somos gente de pocas teologías y pensiones en cuarto menguante, nuestra inmediata preocupación es decidir dónde compraremos el turrón para estas navidades: en Dia, en HiperUsera, en AhorraMás… No dejamos de estudiar con aplicación las ofertas en los súper del barrio. Si acaso no nos llegase para mazapán, nos queda el consuelo de saber que comiendo azúcar se caen los dientes, como nos decían de niños. Ya que jubilados y expoliados, al menos no quedemos desdentados.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Liquidación por derribo.-


Quizás el improbable lector experimente, en estos últimos tiempos, la sensación de que vivimos en un país en proceso de liquidación por derribo. No se extrañe, un servidor tiene la misma impresión, lo mismo que la mayoría de las personas que le rodean.

“Que se hunda España, que ya la levantaremos nosotros”, dijo Montoro antes de ser ministro de la Cosa del desbarajuste económico. Tal genialidad, propia de un estadista avispado, la soltó un tiempo antes de que el pueblo soberano - por castigar en las urnas al inútil que escondía los platos rotos debajo de la alfombra de Moncloa -, se entregara atado de pies y manos a los desnortados que gobiernan actualmente esta nave en proceso de desguace. Hablo de Expaña, claro está.

Quizás, una de las cosas que más joda al ciudadano de a pie sea el soportar a políticos ineptos y lenguaraces. Pero es infinitamente más jodiente que éstos sean catastrofistas por puro interés, que se aprovechen de las desgracias colectivas, que se metan a profetas necios y, para acabar de desgraciar la cosa, como salvadores de la patria naufragante, sean una perfecta nulidad. Aunque, más que naufragar el barco, parece que están barrenándolo para que se vaya a pique más rápidamente. A lo mejor es porque están esperando a que se hunda del todo para reflotarlo, que eso no lo explicó el Montoro en su momento. Será por eso que nos piden paciencia.

A lo mejor, el término “canivalización” no existe en español, pero lo usará este jubilata para explicar la sensación que le produce ver el desmantelamiento de los logros sociales. Siguiendo un plan calculado, según nos dice Naomi Klein, el capitalismo del desastre impone sus principios neoliberales tras una grave crisis cualquiera (guerra, desastre natural, debacle social…) que ha dejado en estado de shock a la sociedad. En nuestro caso, el hundimiento del tinglado financiero y, especialmente en España, la burbuja inmobiliaria. De ser un encofrador en una obra, con más de 2000 euros al mes, a terminar en la cola del paro y sin ladrillo que echarse a la boca; de tener un piso a plazos, a verse desahuciado por el banco y con los muebles y la familia en la puñetera calle, es algo como para traumar a cualquiera y dejarle sin capacidad de reacción. Es como el toro dando vueltas en mitad de la plaza después que lo han trabajado los de los trajes de luces.

El símil vale porque somos muy taurinos por aquello del interés cultural. Cuando tienen al toro bien molido, con unas cuantas pullas en lo alto del espinazo, con dos o tres pares de banderillas desangrándole y agotado de dar cornadas al aire y mareado de tantos capotazos del matador, no hay más que centrarlo, esperar que doble la testuz y meterle la estocada hasta la cruz.

A partir de aquí comienza la canivalización, el despiece de la res y el provecho de los carniceros. Un día desmembramos del sistema de salud pública los hospitales y nos los merendamos entre cuatro amiguetes de la peña taurina Capio; otro día desmantelamos la enseñanza pública y aprovechamos los dineros públicos para fomentar el negocio en la privada. Como queda mucho toro para destazar, otro día ponemos tasas judiciales para que la gente no sea tan levantisca y se pase el día de juzgado en juzgado poniendo denuncias; además, subimos IVAs, IRPFs, tasas municipales, que el bicho todo lo aguanta. Como los bancos son bulímicos insaciables, gran parte del bicho se lo echamos directamente a las fauces, para que vayan satisfaciendo su apetito. Y así, hasta que del toro no quede más que la piel, que nos servirá de alfombra.

Y, como después de cornudo, apaleado, la joven gaviota Pilar Sol, del muy honorable PP valenciano, anda diciendo que familias necesitadas se gastan la renta garantizada de las ayudas oficiales en televisores de plasma. En la modesta opinión de este jubilata, la culpa es de los pobres que se gastan el dinero en chucherías. Si se lo hubiesen gastado en kalasnikovs, otra gaviota les cantara…

Pero, tranquilos, ésta no es la primera vez en nuestra historia que gobernantes indignos llevan a España como puta por rastrojo. Ya el agrio de don Francisco de Quevedo nos lo dejó escrito:

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía…

De verdad, no hay PP que cien años dure..., ni cuerpo que lo resista.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Otsando existe (colofón apócrifo)


Sabe el improbable lector que en esta bitácora caben escritos de todo pelaje, así que dejo estas notas que descubrí de forma azarosa, por si alguno tiene interés en conocer al personaje al que se refieren:

"Nunca me he sentido tan a disgusto como el día que cayó en mis manos aquel manuscrito. Sobre todo, porque eso del manuscrito hallado, o traído a la luz, es un recurso ya muy manido. Es cierto que el genial don Miguel lo empleó para dar vida a su Alonso Quijano, caballero asténico y locoide, y que se utilizó con acierto en la novela gótica, como es el caso del Manuscrito hallado en Zaragoza; pero, tras honrosas excepciones literarias, también es cierto que cualquier escritor sin recursos lo emplea para justificar el comienzo de una historia la mayoría de las veces infumable.

"Por eso, precisamente, me produjo un enorme disgusto encontrar el manuscrito del que hablo; porque aun siendo cierto que lo encontré, no es menos cierto que, como recurso literario manoseado hasta la saciedad, pone en entredicho mi honorabilidad de escritor concienzudo, polifacético, ingenioso y otras virtudes personales que me callo por modestia.

"Y, en fin, aún resignándome a la mofa de los plumíferos pseudoliteratos que admiran en privado mi valía y maldicen en público mis éxitos, y en aras de mi amor a la literatura, contaré la extraña forma en que llegó a mí el dicho manuscrito... Aunque, por ser veraz y consecuente con la autenticidad de este suceso (esto es: fabulador de mundos imaginarios con marchamo de realidad onírica), debo decir que el término “manuscrito” debiera sustituirse por un neologismo (infoscripto) tal que expresase -en un solo termino semántico- una conjunción de casualidades tales como haber estado oculto en el abigarrado, complejo e inextricable inframundo de la Red; el haber sido escrito fragmentariamente por gentes inconexas entre sí; el ser una unidad sin coherencia temática, fruto de unos extravagantes enlaces informáticos; y, por no cansar más al personal, por haberlo descubierto yo durante una azarosa navegación por ese complejo universo que hemos dado en llamar Internet.

"Imagínese el sorprendido lector mi fascinación ante tal conjunción de factores aleatorios que daban como consecuencia la verídica historia de Ochando, D’Ochande, Otsando u Otxando, que por todos esos nombres fue conocido en su azarosa existencia. Personaje cuyos antecedentes genealógicos se remontan a la Edad Media, y son fruto de un ancestral rito mágico-genésico practicado en lo más profundo de la espelunca de Zugarramurdi, pero ocultos a la luz por la despiadada actuación del Inquisidor Torquemada, quien, conocedor de las cópulas contra natura de las sorguiñas con el Gran Cabrón, decidió borrar todo vestigio de la estirpe ochandiana.

"¿Cómo es posible que, tras tantos siglos de olvido, varios autores sin vinculación conocida, geográficamente distantes y poco dignos de crédito, fuesen capaces de rastrear su existencia hasta descubrir la existencia del Maestro Ochando, o D’Ochande –en horrible locución afrancesada- a comienzos del Siglo XX?

"Pues bien, yo lo descubrí. Y no fue fruto de azar, como el hecho de encontrar el “infoscripto” – que así lo denominaré de ahora en adelante –, sino fruto de un concienzudo trabajo de investigación que es tan característico en mi, y del que me siento justamente orgulloso.
"Cuando el infoscripto llegó a mi pantalla, lo leí con detenimiento y descubrí algunas cosas que me pusieron sobre la pista, no sólo del personaje, sino de sus misteriosos fabuladores. Por pura deducción, llegué a relacionar el término Otsando (lobezno) con Zugarramurdi, ya que no en vano sólo por aquellas anfractuosidades podía ocultarse aquel ejemplar de cánido carnicero. Evidentemente, si se hubiese referido a “lobo” en su acepción castellana, hubiese sido no Otxando, sino “Lupus”, “Lupes” o López, lo que geográficamente limitaba mi área de investigación, y me ponía, como quien dice (y permítaseme esta broma ingeniosa), en la boca del lobo.

"Otro dato, aparentemente incóngruo, que me llevó a rastrear la estirpe Ochando ya castellanizada, fue un trabajo de campo que hice en mi juventud, cuando visité las cuevas de Zugarramuridi y recogí muestras del folklore local. Los naturales del lugar me dijeron que, en las primeras décadas del Siglo XX, cuando los vehículos a motor, popularmente conocidos como "autos", sustituyeron el transporte de humanos a lomos de semoviente, empezó a circular (obsérvese que he dicho “circular”, otra broma ingeniosa de las mías) la siguiente coplilla:
“Venimos de Zugarramurdi
En el auto de Garraus
Y traimos malo el hipurdi (el culo)
De tanto venir sentaus

"En efecto, la popularización del transporte motorizado, unida a la mejora de la red de carreteras bajo la dictadura de Primo de Rivera, hizo que la familia Ochando emigrase a Donosti o San Sebastián, donde el joven y futuro maestro, conocido más tarde como el “Maestro Maduro del Sena”, o como “D’Ochande el Traidor”, estudió sus primeras solfas, compuso sus primeras piezas para el Orfeón Donostiarra y brilló con luz propia.

"Aunque la estrella del Maestro se eclipsó a consecuencia de los avatares políticos y militares de la Gran Guerra, lo cierto es que sus más de 2.000 composiciones pueden rastrearse en el archivo histórico del Orfeón Donostiarra –para su primera época- y en el del Conservatoire National de Paris –en lo referente a su madurez artística-. Lo cual muestra el escaso mérito investigador de los infonavegantes que colgaron irresponsablemente sus hallazgos en la Red, pues no había más que recurrir a dichos archivos sin necesidad de andarse con tantas alharacas.

"Y esto me lleva a la génesis del infoscripto de plurar y extravagante factura..."

(Aquí se interrumpe bruscamente el colofón apócrifo que yo, internauta anónimo, encontré colgado del más fabuloso relato que he leído jamás).
Y por si alguien está interesado, aquí dejo la dirección donde pude leerlo:

domingo, 18 de noviembre de 2012

Pornografía sin hilos.-

Comentario el de hoy absolutamente prescindible, pero queda a modo de protesta.
Más de una vez este jubilata ha confesado su ignorancia sobre cómo funcionan las tripas de Internet. Como cualquier ignorante, es atrevido y bucea sin descanso en ese maremagnum de la Red porque piensa que le pone en comunicación con el mundo. Recibe noticias que, por los cauces habituales (prensa escrita, televisión, radio), muchas veces, le son escamoteadas, ya que los media responden a intereses y consignas de quienes ejercen su propiedad o control. Lo que a ellos les interesa que yo sepa, a mí no me interesa; lo que a mí me importa, ellos no tienen interés en que yo lo conozca. Un desencuentro del que me zafo brujuleando por ese cosmos internáutico. Siempre con la precaución de no decir amén a todo lo que flota como plancton en el océano. Casi no hay ni que decirlo, porque no todo lo que pulula en este mundo virtual alimenta; gran parte intoxica, es falso, inexacto o inocuo, en el mejor de los casos (como la bitácora de quien esto escribe).

Hago esta declaración de principios, que nadie ha pedido, para que se sepa que este jubilata bloguero se toma la papilla virtual a pequeñas dosis y tiene una queja que hacer. La queja ni siquiera la hace al improbable lector que pasa por aquí, la lanza al aire de esta Nube donde dicen que flota toda la barahúnda de textos, imágenes, músicas que la humanidad cuelga a millones diariamente.

La cosa va de que uno está hasta las gónadas de ver cómo en su bitácora aparecen anuncios de contactos sexuales, de incitaciones a relaciones intranscendentes, de polvo para hoy y olvido para mañana, de invitaciones a chatear con hembras de culo turgente o tetas ubérrimas. Sin uno pretenderlo, se ha convertido en un terminal de la pornografía sin hilos. Cierto que se trata de un porno, digamos, suave, no explícito ni procaz. También es cierto que esos anuncios aparecen en algunas bitácoras donde entro para conocer opiniones que pueden enriquecer las mías, o informan sobre asuntos que me interesan. Se ve que muchos pagamos el peaje sin ser consultados.

Es la permanente invasión del sexo como mercancía u objeto de consumo, de mirar, usar y tirar, sin consentimiento del intermediario. Una expresión más del todo vale para hacer negocio, incluso las páginas de un jubilata bloguero e ignorante en tecnología. Uno se pregunta por qué ha de ser agente involuntario de un mercado indigno, por qué ha de ejercer de proxeneta pasivo. No todo vale, y este jubilata no vale para rufián. Por eso se queja.

Intentado que desconectaran de mi bitácora el programa que se instaló allí un día cualquiera, escribí un correo en plan bruto a una dirección que encontré, siguiendo el procedimiento habitual en estos casos. La contestación no acabé de entenderla, pero al parecer la cosa tenía que ver con el contador de visitas. Contador que se ofrecía gratuitamente, y así fue durante un par de años, pero resultó ser una trampa para introducir propaganda subrepticia: un día sale una tía sugerente incitándote a chatear con ella, otro día sale un tío que primero es gordo y después cachas por no sé qué milagrosa dieta, pero necesaria para eso del ligue a tiro hecho.

Lo cierto es que no sé cómo se desconecta esa basurilla que aparece en esta bitácora. El improbable lector sabrá disimular mi ignorancia. De haber tenido la pericia suficiente, no sólo hubiese desmontado esos troyanos de calzón quitado, sino que me hubiese gustado terminar esta entrada enlazando con el Youtube ese para dejar aquí una canción de Georges Brassens, Le pornographe, que al menos es divertida, o Pornographie, de Moustakys. No todo va a ser casquería en la Red, hombre.

sábado, 10 de noviembre de 2012

¿Dónde va el asno?


Antes de que el improbable lector me lo eche en cara, confesaré que el título no es mío. Es de Le Monde diplomatique: Où va cet âne?, y lo he tomado prestado porque hasta de un burro se puede sacar una enseñanza.

¿Qué hace un asno sobre una barca, en medio del mar? No hay más que mirarle la cara al animalito: no tiene ni puñetera idea. Lo han puesto allí, han soltado el barquichuelo en mitad de ninguna parte y el pobre jumento asiste perplejo y pasivo a su destino. ¿Podría ser ésta una imagen de nuestra sociedad? Este jubilata, también perplejo, no sabe la respuesta, pero se teme que sí, que somos un burro a la deriva.

A veces, la lectura de un artículo, si es enjundioso, a uno le obliga a hacerse preguntas que escapan a la vulgar lógica del pensamiento postmoderno y desestructurado que nos domina. Uno, que querría ser aprendiz de filósofo, ya que el caletre no le da para ser economista, se cuestiona ideas que no cotizan en bolsa. ¿Qué hace un burro, un país, un pueblo, en medio de una nada fluctuante, sin tomar una decisión sobre su propio destino? ¿Por qué coños se deja llevar mientras le desguazan logros como la educación pública y gratuita, o le roban para vender de saldo los hospitales públicos?

Uno mira la foto del burro embarcado y llega a la conclusión que éste no tiene más preocupación que mantenerse en pie sobre sus cuatro patas, mientras va a la deriva, dondequiera que le lleven las corrientes. Que esta sociedad no sea más que un asno en equilibrio provisional da que pensar. Preocupada por seguir de pie, no sabe hacia dónde va, ni quién la arrastra, ni por qué. Sobrevive y va tirando.

El artículo al que me he referido hace una contraposición de esta imagen de pasividad asnal con otra bien conocida: La balsa de la Medusa, de Géricault. Los náufragos, hacinados en la balsa, ya al borde de la inanición, tienen un atisbo de esperanza: acaban de divisar en lontananza a un barco que viene al rescate. La tragedia de estos náufragos derrocha energía y dinamismo y, lo que es más importante, esperanza. Van a alguna parte, su viaje tiene un objetivo: salvar la vida, llegar a puerto y pisar tierra firme.

Así que uno vuelve a preguntarse por qué el asno, la sociedad, no tiene una dirección hacia la que ir. Su destino es tan inseguro como las fluctuaciones de la prima de riesgo, el trabajo precario o las relaciones personales. Debe de ser por eso que Zygmunt Bauman dice que somos una sociedad líquida. Una sociedad sin asideros que nos den certezas en el mundo de las relaciones afectivas, en el mundo laboral, en la marcha de la economía o la política. Somos una sociedad a cuatro patas que deriva en un mar de inestabilidades, incapaz siquiera de rebuznar, no sea que con el esfuerzo el barquichuelo zozobre.

Si la imagen sirviese como paradigma de nuestra sociedad, casi, casi, aquélla le cuadraría mejor al gobierno que se supone dirigirla. Un gobierno que, afianzado sobre sus cuatro pezuñas, es incapaz de llevar a buen puerto la barquichuela de este país. Un borrico que, ni siquiera como el de la fábula de Samaniego, acierta a tocar la flauta, aunque sea por casualidad. Lo que sí hace, y muy bien, es rebuznar por sus muchas bocas. Sirvan de ejemplo las declaraciones de la ministra de Empleo, cuando dice –con ya más de 5 millones de parados– que la economía empieza a ir bien. O esas vacuidades ingeniosas de tertuliano avezado con que nos regala el ministro de Educación en cuanto le ponen un micrófono al alcance de la boca. Si al menos se pusieran un ronzal…

Quién sabe. A lo mejor, el burro termina tirándose al agua, alcanzando la orilla a nado y coceando a quienes lo embarcaron en semejante malaventura. Sería como la aventura asnil del Quijote: No en balde rebuznaron uno y otro alcalde…

sábado, 3 de noviembre de 2012

Identidad.-

“... reparo de repente en las espaldas del hombre que va delante de mí. Eran las espaldas vulgares de un hombre cualquiera, la chaqueta de un traje modesto en una espalda de transeúnte ocasional. Llevaba una cartera vieja debajo del brazo izquierdo, y apoyaba en el suelo, al ritmo de sus pasos, un paraguas enrollado que sujetaba con la mano derecha por el mango.” (Fernando Pessoa: Libro del Desasosiego)
Su aire me resultaba vagamente conocido. Alguien de mi barrio, lo más seguro. Alguien con quien me cruzo con frecuencia pero a quien nunca he prestado atención. Por eso, esta vez, esta mañana lluviosa, le observo un poco a escondidas y ajusto mis pasos a los suyos.
Esa forma de caminar, ese andar apresurado, me resultan familiares. Doy unas zancadas rápidas y me pongo apenas a dos metros detrás suyo. Pues sí, definitivamente, el tipo de la cartera me suena mucho. Lleva el pelo corto y tiene una calvicie incipiente. Se para en un semáforo y me pongo un poco detrás de él, a su izquierda, y observo su perfil. Tiene una barba entrecana, un tanto descuidada, orejas grandes y, por lo que puedo observar de refilón, los ojos hundidos y la nariz afilada.
Juraría que le conozco, y mucho. Pero en esos momentos soy incapaz de recordar quién es. Muchas veces me lo han dicho en casa, soy un despistado y no reconocería ni a mi sombra. Pero esta vez la curiosidad me puede y le sigo discretamente, observando todos sus movimientos.
Sube por la acera como si no existiese la gente. De eso me doy cuenta enseguida. Con su caminar apresurado va sorteando al jubilado que anda despacio, con los deberes ya hechos; luego, a la señora gruesa que ocupa media acera con las bolsas de la compra; más allá al niño que corretea sin una dirección previsible. Él va abstraído y, aparentemente, no ve personas sino obstáculos que entorpecen su caminar. Les dedica una atención momentánea, suficiente para adelantarlos sin rozarse con ellos, y sigue su camino.
Yo, detrás suyo, observándole, me pregunto por qué pierdo el tiempo siguiendo a un tipo sin interés. Además, el hombre de la cartera empieza a dar muestras de sentirse observado. Empuña el paraguas como si fuera un garrote y aprieta el paso.
Pero no me importa, un sentimiento de inquietud y urgencia me empujan a identificar a aquel individuo. Le sigo los pasos, ya sin disimulo, y me repito con insistencia: lo conozco, sé que lo conozco, pero no sé de qué...
Él hace rato que se ha dado cuenta. Por un momento, ha tenido un gesto de duda y a continuación, de forma casi imperceptible, se ha distendido. Ya no empuña el paraguas con agresividad, incluso afloja el paso y se demora ojeando los escaparates al pasar. Observo su juego; está claro que quiere descubrir, a través del reflejo de las vitrinas, al extraño que le sigue. De observador anónimo paso a observado, e imagino lo que piensa el otro de mí, que soy un tipo vulgar. Igual que él.
Casi a la par, terminamos de subir la calle. En la esquina con Alcalá, junto a la boca del metro, se vuelve hacia mí y, con un gesto, me indica un bar. Entramos y nos sentamos en un extremo de la barra. Él no está sorprendido, me conoce, y por decirlo de alguna forma, me usurpa.
Entonces caigo en la cuenta... Ese tipo vulgar que me invita a un café son yo mismo. Soy un desconocido de mí mismo, como tanta gente corriente.