miércoles, 26 de febrero de 2014

¿Madre de todos los vicios?


Se dice que la ociosidad es la madre de todos los vicios, pero el refrán no contempla las causas por las cuales uno cae en ella, ni nadie explica por qué el ocio ha de ser forzosamente fuente de comportamientos viciosos.

A este jubilata, que con eso de estar con la pata quebrada y en casa (como las mujeres decentes de antaño, según la visión sexista clásica) dispone de grandes dosis de ociosidad, no le da para caer en vicios. No por lo menos en vicios comunes. Claro que, dándole vueltas al asunto -sobrado de horas para ello- un servidor se da cuenta de que realmente no es un ocioso, sino que está forzosamente ocioso. Lo que introduce un matiz que cambia la relación que pueda haber entre mi ocio y la vida disipada en la que se supondría estoy inmerso a causa de tanta ociosidad . 

Puestos a pensarlo, a un servidor, tan sobrado de tiempo estas semanas, tampoco le desagradaría revolcarse un tiempo en la charca de depravación y gozar de los placeres alcohólicos, las parrandas nocturnas, las niñas de Putifar y todos esos placeres de los que dicen que disfrutan los viciosos profesionales. Pero, con una pierna quebrada, a ver como se dedica uno a la parranda y el regodeo venéreo.

Así que los vicios de este jubilata en dique seco no son los comunes, nacidos de la disipación. Son más bien inocentes entretenimientos, como la lectura, el estudio, la nube internautica (donde encuentra noticias de todo tipo) y la tele; esta última bastante aburrida con sus series americanas y sus interminables tandas de anuncios.

Uno de los entretenimientos últimamente descubiertos es el de entrar en la cuenta Google donde aparecen las estadísticas del blog. Es una fuente de información que, con no ser relevante, sí da datos curiosos, como el saber cuántos lectores han entrado, cuáles son las entradas más leídas y el origen por países de estos sufridos lectores. Así, este jubilata queda sorprendido al enterarse de dónde proceden sus lectores. Digamos, así, a bulto, que casi dos tercios proceden de España, lo que parece normal, y un tercio de EE.UU. Este dato no deja de ser sorprendente. Un servidor no acaba de entender qué interés puede despertar entre los ciudadanos norteamericanos esta bitácora, puro entretenimiento de un jubilata ocioso y tan alejado de la way of life que ellos practican.

Que haya lectores de México, Colombia, Argentina, Ecuador, todavía se entiende por la afinidad lingüística y cultural. Que los haya de Alemania, Francia, Polonia, puede ser por aquello de ser europeos, o porque haya emigrantes españoles que sientan curiosidad. Que los haya procedentes de Rusia, o incluso de China o Indosnesia, como se ha dado el caso alguna vez, es un misterio que no logro desentrañar. Los misterios de Internet, como los designios divinos, son insondables y resulta más cómodo un acto de fe que una averiguación imposible.

Pero hay, dentro del epígrafe “Fuentes de tráfico”, un apartado que me tiene desconcertado; es el referido a “Palabras clave de búsqueda”. Todos sabemos que la técnica documentalista permite acceder a contenidos mediante palabras clave, pero en este caso el criterio que emplean para definir algunas de estas claves le dejan a uno con la mente a cuadros. Y que el improbable lector perdone el tener que recurrir a la vulgaridad, pero me encuentro con términos clave como “culaso empinado” o “culos enormes”, según los cuales, a lo que un servidor entiende, si se introducen estos términos en el buscador debe aparecer alguna entrada de mi bitácora.

Por aquello de contrastar los datos con la realidad, fui al buscador e introduje los términos de referencia y ¿qué salió? No ninguna entrada del blog, sino porno explícito. “¡Hombre! –dirá el improbable lector– es que hay dos entradas que etiquetaste como “Culos (con perdón)””. Ya, ya –apresuro a justificarme– pero no salen en el buscador, aparte que estas entradas tenían una pura intencionalidad burlesca, no nada pornográfica. Si no, léase la escrita bajo el epígrafe “Tinto de verano: un culo 10”. Allí verá la foto de Fraga bañándose en calzones cuando lo de las bombas de Palomares. Si alguien se erotiza con semejante espécimen es que tiene un problema grave de depravación del gusto.

Total, o los de Google no andan finos a la hora de introducir los criterios de búsqueda, o la industria del porno se cuela por cualquier resquicio. Sea lo que fuere, a mí me han dado una buena excusa para escribir esta entrada y lo confieso: para qué nos vamos a poner estrechos por “culaso empinao” de más o menos que aparezca en las estadísticas de mi bitácora. No sabe el improbable lector las vueltas de muletas que uno ha de dar para encontrar un asunto intrascendente sobre el que escribir.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Fuera de la circulación.-


Cuando solo se dispone de la imaginación y de un par de muletas para caminar, el mundo de cada día queda, como se dice en angliparla, en stand by. Aunque, hablando con propiedad, quien está a la espera no es el mundo, que ése rueda a su aire, sino la persona aferrada a sus muletas y a algunas hilachas de la imaginación. Aquéllas (las muletas) proporcionan una escasa movilidad dentro de un espacio muy restringido; ésta (la imaginación), es la única que permite desplazarse por mundos donde la realidad y la ficción se dan la mano y proporcionan al convaleciente materia suficiente para romper su enclaustramiento.

Cuando este jubilata empezó, hace ya tres semanas, a hacer equilibrios sobre unas muletas prestadas, lo primero que le vino a las mientes fue la canción del cautivo, ese poema tan conocido de don Luis de Góngora: Amarrado al duro banco/ de una galera turquesca/ ambas manos en los remos,/ ambos ojos en la tierra… Aquel cautivo cristiano remaba en el bajel turquesco frente a las costas de Marbella, mientras que un servidor, con menos horizontes, rema con esfuerzo y escasa habilidad de la cocina al salón y de éste a aquélla. Él, encadenado al banco de remero, tenía el ancho mar por horizonte, mientras que este perniquebrado iba de las cacerolas al televisor, vuelta y vuelta, de vulgaridad a vulgaridad, sin salirse de la pecera doméstica.

En fin, como muletero torpe que uno es, ampliar los límites de mi propia geografía recurriendo al doble remo ortopédico es cosa que no me entusiasma, aparte de que ata mucho. Así que solo quedaba recurrir a la otra pata, la de la imaginación. A ésta, Teresa de Jesús la llamaba “la loca de la casa” porque es veleidosa y poco amiga de sujetarse a cosas de sustancia. Pero, mira por donde, a este jubilata, provisionalmente pernituerto, disponer de ella le ha permitido navegar por océanos donde cada libro es un puerto al que arribar.

Y en la mar océana de la literatura, este servidor –que se confiesa  un poco cultureta, antes que el improbable lector se lo eche en cara– encuentra muchos puertos en los que recalar y mundos que explorar. Con la ventaja de que uno no ha de limitarse a un espacio y tiempo previamente delimitados, sino que hace recorridos diacrónicos (si puede llamárselos así), de forma que lo mismo se cuela de rondón en los viejos caladeros clásicos latinos que en los autores de nuestro Siglo de Oro, sin desdeñar otros mundos literarios que le salen al paso.

El caso es que, entre los libros al retortero que hay encima de mi mesa, tanto De viris illustribus o Diario de Cicerón, como las Novelas Ejemplares, o esa literatura preciosista de féminas cultas de La Princesse de Clèves, forman un totum revolutum que me tiene el magín brincando sin orden ni concierto. 

Razón tenía Teresa de Cepeda cuando, en sus Moradas, ponía sobre aviso a sus monjas sobre lo inestable y poca formalidad de la imaginación. Pero, como este jubilata no tiene que dedicarse a la vida contemplativa y la oración, que ande como puta por rastrojo de La española inglesa cervantina a Quinto Cincinato (que dejó el arado para tomar las armas en defensa de Roma y regresó al arado, una vez victorioso), hasta las amistades de las refinadas madame de La Fayette y madame de Sévigné, tampoco es para tomárselo en cuenta.

Y, hablando de mundos fantásticos, quizás nunca el improbable lector haya caído en la cuenta de que historias de piratas berberiscos, corsarios ingleses, cautivos cristianos, amoríos y raptos de doncellas no sólo se encuentran en las películas de Hollywood, sino en las propias novelas ejemplares de Cervantes. Si no, lea El amante liberal o la ya dicha La española… y verá allí todos los ingredientes de una historia de aventuras, sazonadas con abordajes, botines, huidas de las mazmorras del turco, pasiones amorosas, envenenamientos, insidias cortesanas y mil historias sorprendentes. No tiene más que recordar la historia del cautivo cristiano, su huida de los baños de Argel y sus tiernos amores con la mora Zoraida, en El Quijote. 


Por no cansar al improbable, aunque sufrido lector de esta bitácora, aquí termino. Creo que me voy a dar un paseo (sin necesidad de muletas) por el patio de  Monipodio, para oír a la coima Cariharta, molida a palos por el  rufián Repolido a causa de unos dineros, cómo, por llamarle hombre cruel y sin entrañas, le dice “marinero de Tarpeya” y “tigre de Ocaña”.  Y a lo mejor echamos una partida de la sola, de las cuatro o de las ocho  con las cargas marcadas de Rinconete. Todo sea por pasar el tiempo.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Notoriedad.-


Fue una cuestión de mala pata. Resbaló en el bordillo de la acera y el pie se le coló por la rejilla de un sumidero. Una caída tonta, una visita a urgencias hospitalarias, una escayola hasta la rodilla y un diagnóstico médico que decía: fractura oblicua suprasindesmal tobillo izquierdo. Lo que en términos corrientes significaba que estaba jodido por tres meses.

Pero no todo fue tan malo como se imaginaba. De repente, con la caída, cobró una popularidad que nunca antes hubiera sospechado. La familia se volcó en él; le llevaban a la consulta del médico, le traían a casa, le hacían la compra y hasta le regalaron un par de muletas con una pequeña bocina (igualito que al Rey) por aquello de la velocidad en los desplazamientos. Lo de la bocina en las muletas fue el detalle que más agradeció, por lo simpático del gesto; un poco de cachondeo ayudaba a sobrellevar tantas semanas de inactividad.

No solo la familia, también los amigos aparecieron en tropel. Primero en la habitación del hospital, donde se pasó un par de días. Aquello era una juerga de gente que venía a charlar un rato y a hacer bromas. Se traían tanto cachondeo a costa de los malos pasos que había dado que hasta les llamaron la atención las enfermeras, con tantas risas  y alboroto. El camarote de los hermanos Marx era un convento de ursulinas a su lado. Nunca hubiera creído que una estancia en el hospital diera para tanta juerga.

Cuando le dieron de alta y lo mandaron a casa, no paraba de recibir llamadas por el móvil, whatsapps, mensajes de twitter, correos electrónicos… Parecía como si todas las redes sociales se hubiesen puesto de acuerdo para entretener las largas horas de ocio y aburrimiento que tenía por delante. Eso de estar perniquebrado, después de todo, no era tan malo como parecía. De repente, todo el mundo quería visitarle, se ofrecía para hacerle favores, le telefoneaba, y él se sentía como los famosos a los que la gente reconoce por la calle y firma autógrafos; solo que a él se los firmaban en la escayola, hasta que ésta terminó pareciendo una pared asaltada por grafiteros.

Y una vez que estuvo en casa, los compañeros del trabajo venían a visitarle y le preguntaban cómo había sido la caída, cuántos clavos le habían puesto en la fractura, cómo se las arreglaba con las muletas, y todas esas cuestiones convencionales que se le suelen preguntar a un accidentado. Él, que se sentía el centro de atención de tanta gente, contaba hasta los mínimos detalles de su accidente: cómo resbaló del bordillo, cómo se coló el pie izquierdo por entre las rejillas del sumidero, cómo perdió el equilibrio, cómo el hueso hizo “¡CRAC!”… Eso del “Crac” lo contaba con todo lujo de detalles, con un verismo tal que a los oyentes se les ponía piel de gallina y hacían gestos como si aquel hueso se les estuviera partido dentro de su propia cabeza.

Como lo había contado ya docenas de veces, llegó a desarrollar una gran habilidad en el relato de la caída, añadiendo pequeños detalles que enriquecían el dramatismo del momento culminante en que su tobillo hizo “¡¡Krrrakk!!”; así, con “krrk”. Porque, a fuerza de echarle vis dramática, se dio cuenta que el relato llegaba al cenit de su verismo si, en lugar del prosaico ¡Crac!, soltaba un repentino  ¡¡KRRRAKK!!, con reduplicación de kas y arrastrando mucho las erres, como si el hueso se partiese a cámara lenta y las astillas saltaran ante la mirada atónita y angustiada de sus oyentes. Un éxito que se repitió varias veces al día y a lo largo de los primeros días de convalecencia.

Pero ya se sabe cómo es la gente. Con la novedad todo el mundo quiere saber de primera mano y con todo lujo hasta los detalles más morbosos. Se emboban oyéndote cómo repites la misma historia, con pequeñas variaciones que son como el aderezo que alegra los sabores de un plato recién servido. No hay nada como oí al protagonista contar su desgracia con minuciosidad; es tan emocionante que hasta te gustaría ser tú el accidentado para disfrutar del protagonismo y le escuchas con una envidia sorda que casi no puedes disimular. Pero eso dura cuatro días.

La familia, los amigos, los compañeros de trabajo acabaron por cansarse. El ¡Krrak! del tobillo que salta hecho añicos impresiona las dos primeras veces, entretiene oírlo las seis siguientes, pero cuando se convierte en asunto monotemático, aburre. En resumidas cuentas, en las siguientes semanas a la del accidente, la familia llamaba de vez en cuando, y en cuanto él les empezaba a contar lo de la alcantarilla y el tropezón, colgaban pretextando mil excusas. Los amigos dejaron de ir por casa y le twiteaban de tarde en tarde. Los compañeros de trabajo murmuraban lo pesadito que se estaba poniendo Fulano con lo del tobillo, como si fuese el único con derecho a romperse los huesos.

A los quince días del accidente estaba aburrido como una ostra. Le quedaban por delante casi tres meses de inactividad, esclavo de sus muletas y de las monótonas horas que parecían renquear con la misma lentitud que él. Los días felices en los que era el centro de atención de familia, amigos y conocidos ya no volverían. Mantener el protagonismo gracias a un tobillo hecho migas no era posible sin nuevos alicientes, así que tomó una decisión heroica.

Vivía en un tercero. Salió al descansillo pegando saltitos sobre sus muletas, se acercó al borde, soltó las muletas y se dejó caer escaleras abajo: catorce escalones dando trompicones y crujiéndole un hueso aquí, otro allá hasta el rellano del segundo piso. Fue un éxito total.

Aquella misma noche, en el hospital, la gente que había ido a visitarle no cabía en la sala de urgencias. Verle escayolado hasta las uñas produjo una emoción enorme y todos se desvivían por ayudarle y querían saber qué fatalidad le había puesto en tal estado. Vamos, querían morbo recién horneado. Él, con una voz que no le salía del cuerpo, relataba una y otra vez cómo, abandonado de todos, tuvo que salir de casa a dejar la bolsa de basura, se hizo un lío con las muletas y cayó rodando escaleras abajo. Además del tobillo, otra vez roto, el fémur en tres cachos, cinco costillas astilladas, el cúbito en fricasé y un chirlo enorme en la cabeza, con seis puntos de sutura.


“Para haberme matado”, repetía con voz lastimera mientras familiares, amigos, conocidos y compañeros de trabajo pululaban alrededor de su cama. Es el precio de la fama, pensaba para sus adentros, mientras hacía planes para caerse en la bañera en cuanto se olvidaran de él.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Cuando la siesta es un mediterráneo por descubrir.-

Esclavo de una escayola durante unos meses, este jubilata se pasa el día leyendo. Esta misma mañana el cartero ponía en nuestro buzón  Le Monde diplomatique de febrero, así que dejo los libros que tengo al retortero y echo un vistazo. Extensión del ámbito de la siesta, es el artículo de su última página.  Vaya – pienso con desdén hispano –, estos gabachos acaban de descubrir el Mediterráneo…, y me pongo a leerlo.

Eso de ponerse castizos y españolar en cuanto los guiris nos tocan nuestras más sagradas esencias suele ser una torpeza y un prejuicio de difícil justificación. Más que nada porque, una vez conocidas las cosas en su justo valor, te das cuenta que son muy distintas a como las imaginabas. 

Resulta que en la Francia no se trata de que hayan descubierto la vulgar siesta de sobaquina agosteña con pijama y orinal, sino de un concepto mucho más refinado. Se trata de dar conciertos durante los cuales los asistentes pueden relajarse y descabezar un sueñecito que no es grosería, sino algo muy comme il faut; no como lo hacemos nosotros, por puro aburrimiento, mientras la sección de cuerdas, con pesantez wagneriana, nos describe melódicamente los avatares del Anillo de los Nibelungos, o Mahler (supremo referente intelectual de los que presumimos de melómanos) nos deja sopas con su Kindertotenlieder.

Le Théâtre de la Criée, dice Le Mond diplomatique., propone al espectador incluso que se traiga su propia almohada para adormecerse sin complejos. Mientras los artistas interpretan, el espectador se deja ganar por el sopor; lo que dicho en francés suena más sutil y refinado: certains se laissent emporter par un certain endormissement. Vamos, alcanzan un adormecimiento melódico, muy alejado de los ronquidos que el vecino de al lado suelta en el Auditorio Nacional. Lo que, es forzoso admitirlo, significa que nosotros tendremos el orgullo de haber inventado la siesta, pero los franceses la han elevado a obra de arte tan refinada como, pongamos por caso, las sutilezas eróticas de Fragonard en su El Columpio.

Pero no sólo Le Théâtre de la Criée propone siestas musicales, también el festival de Manosque propone siestas literarias. En Toulousse, en 2002, nacieron las siestes électroniques; así, en su Théâtre Garonne se organizan nappenings (un híbrido de nap (sueñecito) y happening). Vamos, que eso de la siesta en el sofá es cosa burda que debería avergonzarnos por su primitivismo.

No vaya a pensar el improbable lector que Le Monde diplomatique se entretiene en estas futesas de arte decadente por nada; lo hace para ilustrarnos sobre la actual tendencia de la sociedad neoliberal a desdibujar las fronteras entre la vida privada y la profesional mediante lo que llama “el vampirismo del reposo”: no hay límite de horas al trabajo, pero un sueñecito en un calm space disminuye la pérdida de atención, limita el absentismo y previene los accidentes laborales. Es, para dejar las cosas claras, una cuestión de rentabilidad: un individuo descansado trabaja mejor y produce más. La siesta, nuestra modesta y hasta ahora denostada siesta, se ha convertido en un factor más de productividad en un mundo altamente competitivo.

Un servidor lee estas cosas y se hace de cruces. Nunca hubiera imaginado que sestear se convirtiese en un bien altamente cotizado en el mercado laboral. Casi, casi, lamenta formar parte de la grey de los jubilatas sin haber experimentado eso de los calm space en un sillón anatómico, con luces suavemente graduadas y una música relajante. Pero ese sentimiento de frustración apenas le dura unos segundos porque es consciente de que el sueñecito en el trabajo no es más que una trampa saducea.

Aquel patrón manchesteriano sin entrañas de los tiempos de Dickens deja paso a un señor de paddel los fines de semana y botox en los pómulos que exprime igual tu tiempo, pero con estilo. Reduce tu vida privada al mínimo pero a cambio te instala una sala relax donde puedes descabezar un sueñecito mientras oyes los tenues compases del Verano de Vivaldi,  te instala una máquina gratuita para el cup coffee relaxing y, con una sonrisa amistosa y palmadita en la espalda, te dice: “Hay que ser más productivo, Fulano”. Y tú, agradecido por las deferencias, te pones a trabajar como un cabrón desbridado.

Y de la lucha de clases del abuelo Marx ya nadie se acuerda. O tempora, o mores!

miércoles, 29 de enero de 2014

Apariciones a 0,25.-

Según el dicho popular, a todos los tontos se les aparece la Virgen. Igualmente podríamos decir que a todos los jubilatas se nos ha aparecido la ministra Báñez. Metafóricamente hablando, claro está; para ser más exactos, se nos ha aparecido en forma de carta. Ya sabemos que la ministra de Empleo y Seguridad Social no tiene el don de la ubicuidad, lo que no deja de ser un alivio para los sufridos pensionistas, si bien se mira.

Según las estadísticas de su ministerio, para diciembre de 2013 éramos  8.315.826 pensionistas. Menudo trabajo para la señora si tuviese que aparecerse a todos y cada uno de nosotros, y menudo susto para nosotros si se nos apareciese su cuerpo astral trayéndonos la buena nueva de que las pensiones han subido un 0,25% en 2014. Un exceso de emoción que llevaría a la tumba a más de uno, descabalando las tablas que con tanto afán elabora su Departamento.

Para los jubilatas, y sobre todo para los parados, la Báñez – según la llamamos familiarmente en casa – es como de la familia. De ella dependen los garbanzos de los primeros y los inalcanzables puestos de trabajo de los segundos. Somos en sus manos estadísticas fluctuantes, agregado de unos 14 millones de individuos que le proporcionamos incontables dolores de cabeza. Uno se hace cargo de que, ni con ayuda de la Virgen del Rocío, le cuadren las cuentas presupuestarias.

Por esa razón, porque uno sabe que la ministra tiene un trabajo complicado, uno no quiere quejarse demasiado, que la pobre ya hace bastante con subirnos ese cuartillo de punto anual, a los del bando jubilata, y pedir el favor divino para mejorar las estadísticas del paro, para los segundos. Por esa razón, también, nos hemos alegrado un montón cuando hemos recibido en casa la carta donde nos notificaba la subida. Un subidón de alegría nos ha producido saber que la Báñez se acordaba de nosotros y, con tantos problemas como tiene, haya sacado un ratito para asegurarnos que “… las pensiones subirán todos los años sea cual sea la situación económica y que nunca podrán ser congeladas”.

La certeza de que “nunca podrán ser congeladas”, por un lado, proporciona tranquilidad a nuestras economías domésticas, pero por otro, a título meramente personal, a este jubilata le inquietan. ¿Ese “nunca” significa que piensa seguir en el puesto indefinidamente? Porque, vamos a ver ¿Cómo va a garantizar que “nunca podrán ser congeladas (las pensiones)” si deja el ministerio de Empleo y Seguridad Social un año de estos? Y si no piensa dejarlo jamás de los jamases y, lo que es peor, no lo hace, al paso que vamos, con subidas de a cuartillo porcentual, van a quedar nuestras cuentas corrientes famélicas, mientras que nuestras dentaduras postizas saldrán a ganarse el sustento por los contenedores de basura.

Total, mientras este jubilata se preguntaba si ese “nunca” era una promesa o una amenaza, se había olvidado de lo más importante: en dineros contantes ¿de cuánta pasta estamos hablando, señora ministra? Nadie se piense que a ella se le ha olvidado decirlo o ha hecho una pirueta para ocultarlo, que no. Tras una resta elemental, claramente lo decía el papel: 3,25 euros mensuales netos. De verdad, amiga Báñez, queda usted invitada a un café.

Sepa que en esta casa, todos los primeros de mes, tendrá encima de la mesa un café calentito, pagado con los 3,25 euros de subida. Eso sí, tendrá que venir sin escoltas ni asesores ni prensa adicta, que para todos no llega. Y no se preocupe por su seguridad personal, el Barrio de la Concepción es, de momento, lugar tranquilo (el efecto contagio Gamonal aún no ha llegado) y nosotros somos jubilatas educados en el sentido de la hospitalidad. 

Una huésped siempre es sagrada, más siendo devota de la Virgen del Rocío, de quien tantos favores esperan los parados de este país. 

martes, 21 de enero de 2014

Una cuestión de vanidad y oportunidad.-

Entre los periodistas corre una conseja que dice “No dejes que la realidad te estropee una buena noticia”, y en esas estaba yo estos días. El incidente entre el inefable Wert y la doña Cospe durante la inauguración de la exposición de El Greco en el Museo del Prado era tan suculento que me he tirado varios días dándole vueltas sobre si escribir sobre él.

No se extrañe el improbable lector que haya tardado tanto en decidirme. En mi descargo diré que no soy periodista – es evidente –, con lo que no estoy sometido a la premura de las noticias, que sirven hoy y son ceniza informativa pasado mañana. Añadiré que la rumia de estas cosas de la actualidad me lleva siembre bastante tiempo. Soy como esos viejos desdentados que le dan mil vueltas en la boca a un trozo de pan duro hasta que lo pueden deglutir. Mis neuronas de jubilata, un tanto descabaladas y melladas, necesitan de un buen tiempo de maceración hasta que asimilan el asunto y le sacan algún provecho; solo que para entonces el asunto de marras ya no tiene ninguna sustancia.

Y esto es lo que me ha sucedido, que para cuando he querido sacarle chispas al incidente, sale el ministro y dice que de celos y malos rollos por la notoriedad, nada de nada. Que él se adelantó por pura caballerosidad a hacer de telonero; que la "prota" era doña Cospe y por eso le cedió el final del acto, ya que la máxima autoridad intervine, en estos asuntos protocolarios, al final; es como cederle el puesto para que ponga la guinda encima del pastel y se lleve los aplausos.

No sé si será cierto, pero a mí me ha jodido el programa. Aparte que el enfado de doña Dolores no lo parecía por sentirse abrumada por tanta deferencia, sino porque le robaban el protagonismo que le correspondía; porque, no nos engañemos, la obra pictórica de Domenico Teotokopuli, tan toledano él, es un bien de su competencia por ser ella baranda con supremo mando en la Ciudad Imperial.

Nada más ver las imágenes, que parecen desmentir la hábil explicación del ministro, me vinieron a las mientes aquellas célebres “vanitates” del barroco y Antonio de Pereda con su Sueño del caballero y su desengaño del mundo, como uno de los representantes del tenebrismo. No es que don Wert sea hombre tenebroso, dios lo guarde, sino que las vanidades de este mundo, para un barroco, eran polvo del camino, veleidades de un momento que han de ser desdeñadas. Si no, recuérdese In ictu oculi de Juan de Valdés, para quien las pompas de este mundo son pura nonada y sinsustancia, cosa de un ¡clic!. Y por abundar más - a pesar de que el Excmo. Sr. Ministro de la Cosa me han chafado esta entrada de la bitácora – ahí está el proverbio del  Eclesiastés: Vanitas vanitatum, omnia vanitas.

Pues, señor, hombre tan leído y tertuliado como es su excelencia, parece que los lucimientos, protagonismos y chupeteos de cámara le colman de tanta satisfacción y engordan su ego hasta tal punto que debería ponerse a régimen con los cardos que pintaba el cartujo Sánchez Cotán. En cuanto a doña Cospe, no es extraño su enfado que la cámara jura ser auténtico, aunque el ministro - y él sabrá mejor que nadie por qué lo dice - sostenga lo contrario. Eso de que le llegaran los aplausos del respetable en diferido, aunque fuese por extrema cortería del ministro, tiene que escocerle el amor propio a persona tan conspicua.

Pero en la modesta opinión de este jubilata, la señora debería aprender de las fuentes donde el Greco mamó su estilo pictórico: de los iconos bizantinos con su hieratismo, que les aleja de las contingencias y sinsabores del Siglo. Un poco de  sobriedad en el ademán le hubiese hecho quedar como una señora, y no ese gesto desabrido como de persona a la que pisan el callo de su dignidad. Aunque, ya digo, y, además, me lo creo, el ministro jura por sus muertos más queridos que fue un acto de cortesía, de pura caballerosidad, el adelantarse a ocupar el escenario a fin de cederle la apoteosis a doña Dolores.


Sospecho que el improbable lector se maliciará, como un servidor, cuál podía ser la traca final si la señora llevaba el discurso  sobre Doménico tan bien pergeñado como cuando lo del finiquito simulado de Bárcenas. Una pieza de oratoria digna de cerrar el acto.

Un servidor, a pesar de todo lo dicho, está convencido de que el ministro Wert lo que quiso hacer e hizo fue echarle un capotillo (como San Fermín al mocerío en los encierros) a la presidenta de Castilla-La Mancha para que no se liara. Un caballero, oiga. Nadie lo ponga en duda, que la palabra de un ministro vale su peso en oro.

Ya digo, con sus puntualizaciones el ministro me ha chafado la entrada  de esta semana. Para la próxima andaré más listo, que la actualidad es evanescente, una “vánitas” efímera, coño.

martes, 14 de enero de 2014

Huyendo de la mediocridad.-

Seguro que el improbable lector de esta bitácora habrá deseado más de una vez huir de la mediocridad que le abruma. Y no hablo de su vida personal, porque la sociedad nuestra – de su natural – no da para grandes heroicidades; apenas para ir sobreviviendo en un medio tan saturado de vulgaridad y cachivaches que, fuera de la tele, el IPhon, la compra de ropa de confección y un trabajo en equilibrio inestable, no hay más vías de escape que la resignación o la indiferencia, dos formas de embrutecimiento muy acreditadas.

Este jubilata, cuando dice huida de la abrumadora mediocridad, está pensado en esa hija de Mnemosine que hemos dado en llamar Imaginación, una deidad menor, casquivana y de poca sustancia que suele imitar a la inestable diosa Fortuna. Como ella, te sonríe, te insinúa maravillosas historias, sueñas con tenerla entre tus brazos y, cuando la creías rendida a tus encantos y abierta de piernas, te hace unos dengues, te lanza una sonrisa de conmiseración y te da la espalda, dejándote con la historia más maravillosa que pensabas escribir prendida con cuatro alfileres.

Ese fue el caso, uno de tantos, cuando este jubilata quiso escribir una novela gótica inspirada en el “manuscrito encontrado”. Honrosos antecedentes sobre este asunto los había, como aquel de don Miguel de Cervantes, quien encontró en el Alcaná de Toledo un cartapacio de papeles escritos en arábigo por un tal Cide Hamete Benengeli. En ellos se hablaba de la vida y hazañas de quien había sido Alonso Quijano, apodado El Bueno, hasta que las sinrazones de las andanzas caballerescas lo molieron a palos por esos caminos, como el sagaz lector ya sabe.

Un servidor, más modesto, no pensaba en Cervantes y su descomunal Caballero de la Triste Figura, sino que – consciente de sus limitaciones – se conformaba con que lo suyo se pareciera más a lo de Jan Potocki y El manuscrito encontrado en Zaragoza. 

El personaje ya lo tenía, Otxande u Ochando, oscuro individuo de tierras vasconas, dipsómano, marinero de fortuna, músico de cierta fama en París, espía al servicio de los alemanes en la Gran Guerra; en fin, un desecho social que arrastraba su miserable vida entre gentes marginales y sobreviviendo en extraños vericuetos, llegándose a enfrentar con su propio creador, o sea, el autor del relato.

Ya sé que el improbable lector dirá que ya don Miguel de Unamuno se peleó con un personaje de una de sus novelas y, para demostrar que quien mandaba en el relato era él, lo condenó a muerte literaria. Pero lo original de esta historia estaba en que el personaje ochandiano doblega al autor y le obliga a reescribir la historia a su conveniencia, de lo cual se derivaban un cúmulo de desgracias; no sólo para el autor, herido en su autoestima al verse forzado por un personaje miserable, sino para el propio protagonista, incapaz de poner orden en su vida, ni siquiera controlando sádicamente al autor-narrador omnisciente.

Y, para que al relato no le faltara detalle, resulta que Otxando es un plagio descarado de un personaje inventado por Fede, antiguo amigo al que he perdido la pista, con el que nos pusimos – él, un grupo de amigos y yo – a escribir un relato coral al modo del cadavre exquis de Marcel Duhamel, Jacques Prévert e Yves Tanguy. Como aún conservo, en algún lugar de la memoria de este ordenador, el resultado de aquel experimento colectivo, decidí apropiarme de él y mostrar mi originalidad, ya que sus legítimos autores ni se acordarán de aquello. No sería este jubilata el primero que alcanzase la gloria literaria (o, por lo menos, fama editorial) basándose en el abuso de confianza de viejos compañeros que ya ni se acuerdan de aquellos pecados de juventud.

Lo malo es que no funcionó. La casquivana Imaginación, un día cualquiera, se aburrió de mis borrones, reescrituras y dudas, y me abandonó sin mayores explicaciones. Quedan una docena de páginas y una última idea literaria colgando al borde del precipicio de mi propia incapacidad como aprendiz de escritor. Y, para que el improbable lector sepa que, al menos, mi confesión es sincera, aquí quedan algunos párrafos de aquel aborto literario:

“Otxando existe (colofón apócrifo)

"Nunca me he sentido tan a disgusto como el día que cayó en mis manos aquel manuscrito. Sobre todo, porque eso del manuscrito hallado, o traído a la luz, es un recurso ya muy manido. Es cierto que el genial don Miguel lo empleó para dar vida a su caballero asténico y locoide, y que se utilizó con acierto en la novela gótica, como es el caso del Manuscrito hallado en Zaragoza; pero, tras honrosas excepciones literarias, también es cierto que cualquier escritor sin recursos lo emplea para justificar el comienzo de una historia la mayoría de las veces infumable.

"Por eso, precisamente, me produjo un enorme disgusto encontrar el manuscrito del que hablo; porque aun siendo cierto que lo encontré, no es menos cierto que, como recurso literario manoseado hasta la saciedad, pone en entredicho mi honorabilidad de escritor concienzudo, polifacético, ingenioso y otras virtudes personales que me callo por modestia.

"Y, en fin, aún resignándome a la mofa de los plumíferos pseudoliteratos que admiran en privado mi valía y maldicen en público mis éxitos, y en aras de mi amor a la literatura, contaré la extraña forma en que llegó a mí el dicho manuscrito... Aunque, por ser veraz y consecuente con la autenticidad de este suceso (esto es: fabulador de mundos imaginarios con marchamo de realidad onírica), debo decir que el término “manuscrito” debiera sustituirse por un neologismo ("Infoscripto") tal que expresase -en un solo concepto semántico- una conjunción de casualidades tales como haber estado oculto en el abigarrado, complejo e inextricable inframundo de la Red; el haber sido escrito fragmentariamente por gentes inconexas entre sí; el ser una unidad sin coherencia temática, fruto de unos extravagantes enlaces informáticos; y, por no cansar más al personal, por haberlo descubierto yo durante una azarosa navegación por ese complejo universo que hemos dado en llamar Internet.

"Imagínese el sorprendido lector mi fascinación ante tal conjunción de factores aleatorios que daban como consecuencia la verídica historia de Ochando, D’Ochande, Otsando u Otxando. Personaje cuyos antecedentes genealógicos se remontan a la Edad Media, y son fruto de un ancestral rito mágico-genésico practicado en lo más profundo de la espelunca de Zugarramurdi, pero ocultos a la luz por la despiadada actuación del Inquisidor Torquemada, quien, conocedor de las cópulas contra natura de las sorguiñas con el Gran Cabrón, decidió borrar todo vestigio de la estirpe ochandiana...”
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lunes, 6 de enero de 2014

Rememoración en torno a una botella.-

Me viene una imagen de hace 31 años cuando, paseando por el Moscú soviético, veíamos a los hombres a la salida del trabajo que hacían cola en tiendas estatales donde despachaban alcohol. Entre dos o tres compraban una botella de vodka, la guardaban disimuladamente debajo de la chaqueta (beber en público estaba prohibido), se ocultaban discretamente en algún parque y se la bebían a grandes tragos. Según nos dijeron, el alcoholismo era una lacra de aquella sociedad. Y una vía de escape…, pensábamos los turistas que veníamos del feliz mundo husleyano, capitalista pre-voracidad neoliberal, pre-austeridad para todos menos algunos, pre-mano de obra a precio de saldo.

Recordar que tenía guardada por algún armario, desde 1982, una botella de vodka moscovita me vino a la memoria junto con la imagen de aquel proletariado disciplinado que trabajaba por la Madre Rusia a lo largo del día y terminaba la jornada con una cogorza de alcohol socializado. Posiblemente, esta botella del fondo del armario era el único bien fungible que quedaba con vida desde los tiempos de Leónidas Brézhnev (quien, por cierto, tenía las cejas clavadas al Gallardón y bastante menos hipocresía), y decidí darle pasaporte: entiéndase, a la botella de vodka, lo otro se queda en buenos deseos irrealizables.

 También (entre chupito y chupito de vodka soviet) me acordé de que tenía por ahí un cuaderno de notas donde recogía mis impresiones de aquel viaje. Con el destilado alcohólico corriéndome por las venas como una carga de cosacos, empecé a desorganizar papeles que dormían la paz del olvido, hasta que encontré un rimero de libretas con notas manuscritas y allí estaba: Cuaderno de viajes nº 3, del 6 de agosto 1982 al 1 noviembre 1983.

Allí estaban las memorias viajeras de  la visita a Moscú y Leningrado, pasando por Sofía (del 6 al 17 de agosto): El 7 de agosto, paseando por Moscú tras la cena… “encontramos un montón de gente joven que entraba en un antiguo almacén acomodado como discoteca, luces de flases, música yanqui un tanto pasada de moda y un ambiente realmente indescriptible; quiero decir, impensable en la capital del socialismo comunista. El antro está a rebosar de jovencitos –ellos y ellas– que más que divertirse ponían su afán en imitar los ademanes y el comportamiento de lo que suponen es la forma de vida USA. Nos abordan dos chavales de no más de 16 años, uno de ellos con una sombrerete de los del mundial de futbol con el horrible Naranjito, que pretenden comprarnos los vaqueros, las camisetas, las zapatillas deportivas y cualquier prenda de nuestro atuendo que se aleje del formalismo soviético en el vestir. 

"Regatean, piden, ofrecen… He de confesar que me ha producido una gran impresión el deseo incontenible que muestran por todo aquello que les acerque a la sociedad de consumo. Están dispuestos a comprar o aceptar el regalo de cualquier objeto: mechero, bolígrafo, goma de mascar, que son una pequeña muestra de la gran cantidad de objetos inútiles que se han convertido en necesarios en la sociedad de consumo. Está visto que para la nueva generación de soviéticos la basura capitalista es su desiderátum.

“¡Qué contraste entre la URSS oficial, burocratizada, reglamentada, disciplinada y mediocre, y el deseo de vivir sin trabas y poseer cosas  que significan una cierta forma de libertad! ¡Pobres infelices que quieren sacudirse el yugo de la dictadura del proletariado para someterse gustosos al yugo de la sociedad libre! Libre para comprar  y venderse; libre para consumir todo aquello que nos ofrece una campaña bien montada por especialistas en marketing. Libres para vivir en una sociedad donde el materialismo práctico es religión. Libres para poseer vaqueros, zapatillas deportivas, coches, neveras, detergentes que lavan más blanco… Libres para nada ¡¡Mierda!!

“A pesar de que todo lo anterior lo he escrito con un poso de amargura, encuentro humano que los nuevos rusos aspiren a gozar de la vida y poseer cosas.  Pero es que tengo el convencimiento profundo de que persiguen un espejismo que no les hará más felices ni mejores, sino más ricos, o en todo caso, más ávidos. Están padeciendo la misma fiebre que en España hace algo menos de 30 años. Y para qué…” Son parte de mis notas de aquel viaje tan interesante.

Mientras releía mis notas, le iba dando meneos a la botella y crecían las añoranzas de viejos tiempos en los que su mayor valor era la juventud que tuvimos y ya no.  Pero como la añoranza es un error y, de acuerdo con Simone Signoret, La nostalgie n´es plus ce qu´elle était, decido guardar media botella de vodka que aun sobrevive a la peste nostálgica. Le daré el último tiento el día que pueda brindar por el viejo sueño socialista, ya convertido en pesadilla de gris plomo, y por el final de la pesadilla neoliberal, cuando ésta sólo sea el recuerdo de un mal sueño. A lo mejor dentro de otros 31 años.

¡Y a ver si, de una puñetera vez, se terminan estas fiestas!

lunes, 30 de diciembre de 2013

Recapitulación.-

Ahora que aún estamos en navidades y casi terminando el año, le propongo al improbable lector hacer un ejercicio de memoria.  Un registro escrito que a este jubilata le resulta, si no útil porque no remediará los hechos pasados, al menos interesante. Se trata de animarle a llevar un  diario donde refleje las vicisitudes de su vida cotidiana, los comentarios que le provoquen los sucesos que más llamen su atención, y algunas reflexiones sobre cómo va encarando la vida paso a paso. 

Visto con la perspectiva del tiempo transcurrido, uno se descubre en sus escritos intimistas – no escribe para ser leído, sino para darse cuenta de que está viviendo – bajo una luz cambiante, según esté cabreado por la sociedad que le toca sufrir, esperanzado por pequeñas logros que no sobrepasan la esfera privada, indiferente ante las grandes palabras de políticos y otros maniobreros del negocio público, ilusionado por proyectos cuyo valor no va más allá de mantener vivas las ganas de no caer en la desesperanza, o, simplemente, vivo. Porque, eso sí, uno se lee a sí mismo en la distancia del tiempo transcurrido, y descubre que, aunque sea a empujones, ha vivido.

La cosa va, cómo no, de que estamos terminando un año que a muchos no nos hubiera gustado para nuestro país vivirlo así; por eso no está de más echar la mirada atrás para ver cómo ha ido el asunto este del  manubrio del ludibrio del bodrio que es la supervivencia en un país sometido a deterioro programado. Ya este jubilata se sospechaba algo cuando, en el encabezamiento del “Diario 2013”, añadió una coletilla que decía “La tiranía del mediocre”.

Jode ser profeta, pero lo clavé. Hemos pasado este año sometidos a la tiranía de un mediocre cuya misión histórica ha sido (está siendo) reducir al mínimo vital los logros sociales de los últimos años, aniquilar la sanidad pública, deteriorar y encarecer la enseñanza pública, empobrecer las clases medias  y convertir a los trabajadores en mano de obra paquistaní, de bajo coste, asustada y sumisa. Y a fe que lo está logrando. Si alguien me pidiera que, de un solo trazo, representara gráficamente este echo de la sumisión de todo un pueblo, le mostraría esta foto que publicó la Agencia Efe y que vale por todas las palabras. Un puro síndrome de Estocolmo, la humillación hecha carne.


Pero no se vaya a creer el improbable lector que uno cultiva la depresión porque es un masoquista inconfeso, porque también, en el encabezamiento del diario, dejé escrita una frase esperanzadora de la Eneida: Dī maris et terrae tempestātumque potentēs, ferte viam ventō facilem et spīrāte secundī (Poderosos dioses del mar, de la tierra y de las tempestades, dadnos un camino fácil y soplad con viento propicio). Lo dijo Anquises, padre de Eneas, cuando dio la orden de zarpar a la flotilla que formaron los troyanos que huían de su patria aniquilada. Lo malo es que estos viejos dioses han hecho oídos sordos a la súplica -más bien deseo- que quise manifestar con estos versos virgilianos.

Claro que estos pobres viejos dioses paganos también fueron barridos por las religiones monoteístas, quienes se alzaron con el santo y la limosna, relegándolos al aburrimiento de los museos y la curiosidad superficial de los turistas. Y aunque sea regar fuera del tiesto, el recuerdo polvoriento de estos dioses paganos, tan humanos ellos, siempre me recuerda el relato de Torrente Ballester  El Hostal de los Dioses Amables. Arrojados del Olimpo por el cristianismo, se refugiaron en aquel hostal, donde iban disolviéndose en la nada a medida que sus devotos se iban olvidando de ellos. Al final, ellos y nosotros somos la memoria que los demás conservan de nuestra existencia, y, cuando  aquéllos se desmemorian, acabamos en el olvido.

Pero, revenons à nos moutons, que dicen nuestros vecinos de más allá. Algo especialmente humillante, que quedó reflejado en el diario, fue cuando el señor ese Rajoy fue a Japón a venderle de saldo a sus capitalistas la mano de obra tirada de precio que ha logrado fabricar aquí. Que todo un Presidente de Gobierno de un país ofrezca por cuatro perras gordas la fuerza de trabajo de sus conciudadanos produce tanta humillación que debió abochornar a los propios japoneses a quienes se les ofrecía la ganga. Y lo hizo sin mover una pestaña, como cuando, frente a Fukushima, les dijo que eso de las radiaciones era cosa de poco, como los hilillos de plastilina del Pretige lo fueron en su momento.

Y, como cerrando el ciclo anual, aunque sea pura coincidencia, o solo lo parezca, el año se termina con la manifestación llamada "misa de la familia", en los aledaños de Colón, orquestada por la jerarquía católica, donde el dinero de la limosna de sus fieles se acaba guardando, en bolsas de plástico, en el maletero de un BMW estacionado cerca de la sede del PP; ciclo que se abría un 18 de enero con la noticia de que Bárcenas tenía 20 millones de euros escondidos en Suiza. Ciertamente, parece pura coincidencia, pero los dineros y el poder tienen sus querencias afines: Génova y Suiza son patrias de prestamistas y banqueros.

Pero no hay por qué cabrearse por estas cosas, que leídas en un diario personal al cabo de un tiempo, tienen el triste consuelo de lo inevitable. “Es lo que hay”, dice la gente y se resigna. Este jubilata odia la frasecita de marras y propone un deseo bien modesto: que el próximo 2014 no sea peor que el año que nos abandona a nuestra suerte. 

Y como hay que afrontar el porvenir con gallardía, gritemos con fuerza las vibrantes palabras de aquel inefable ministro Trillo: 
¡¡ Viva Honduras!! 

lunes, 23 de diciembre de 2013

Un paseo por la Villa de los Papiros y algunos comentarios más.-




El visitante que camine por la exposición puede ver un letrero que representa el grafiti que un espontáneo dejó escrito en una pared de Pompeya antes de la erupción del Vesubio el año 79 d.n.e.: admiror te, pariete, non cecidisse ruina qui tali scriptorium taedia sustines; lo que en román paladino viene a significar que el grafitero se sorprendía de que se mantuviese aún en pie una pared que soportaba tantas tonterías escritas en su superficie.

Uno, que es muy sentido, se lo tomó como una alusión personal (aunque el fulano lo escribió hace ya más de 20 siglos) y se puso a pensar la cantidad de previsibles tonterías que lleva ya escritas en esta bitácora desde que, hace ya cuatro años, se encontró con semejante juguete internautico. Pero, como uno es, además de poco lucido mentalmente, bastante terco, decide seguir llenando su pared virtual de borrones. Quizás los arqueólogos del futuro encuentren materia para sus investigaciones, aunque saquen una idea sesgada del bajo nivel intelectual de estos tiempos.

Mientras, disfrutamos del trabajo de aquellos primeros arqueólogos quienes, con más entusiasmo que técnica, empezaron a excavar Herculano en el S. XVIII y sacaron a la luz la villa de los Papiros. Quizás el improbable lector haya visitado Pompeya y/o Herculano (este jubilata visitó aquélla hace tres años) y se sienta fascinado por el modo de vida de  aquellas gentes a las que se les paró el reloj abruptamente un 24 de agosto. Un parón tan repentino que les pilló en mitad de sus quehaceres o huyendo con lo puesto.

Para hacerse una idea de cómo puede quedar una ciudad a la que le sobreviene una muerte súbita, podríamos imaginar un mundo distópico, pero en todo semejante a la capital del reino. Imaginemos (a los que vivimos en Madrid nos resultaría fácil) que un día cualquiera la contaminación formase una capa tan espesa y pesada que cubriese la ciudad y ahogase a sus habitantes en mitad de sus tareas: los parados en la cola del INEM, la M30 atascada de coches, Preciados abarrotada de peatones, la alcaldesa en la peluquería… y, en pocas horas, los materiales contaminantes en suspensión (miles y miles de toneladas), empezasen a posarse y solidificarse sobre los edificios y las gentes, hasta borrar todo vestigio de vida. Los arqueólogos, de aquí a diecisiete siglos se harían una idea bastante exacta de cómo habíamos vivido bajo la merdulencia contaminante antes de solidificarse.

Claro que la Villa de los Papiros no nos habla del modo de vida de la gente corriente, sino de la clase privilegiada. Su dueño, al parecer, era Lucio Calpurnio Pisón, suegro de Julio César. Se trata de una residencia junto al mar con un gran peristilo ajardinado, rodeando a un gran estanque y unas dependencias lujosísimas adornadas con pinturas pompeyanas cubriendo sus paredes. 

En su biblioteca, 1800 volúmenes de papiro, donde se conservaban los escritos de la escuela epicúrea. 

Ya puede imaginarse el improbable lector de quién hablo, de aquel denostado Epiculo por sus doctrinas materialistas y la búsqueda del placer de vivir. Solo que el epicureísmo no es la búsqueda del placer grosero, sino del equilibrio para ausentar el sufrimiento: “El placer es el principio y fin del vivir feliz, pero no nos referimos a los placeres que residen en la disipación sino al no sufrir dolores en el cuerpo ni estar perturbados en el alma”, dice Epicuro quien, por otro lado, era un hombre frugal. Por eso – dando un salto en el tiempo – decía Baroja que él se consideraba un cerdo de la piara de Epicuro.

Y, por ponerse en situación, si uno visita esta muestra y ha visitado las antiguas ciudades cubiertas por la lava del Vesubio, debería haber leído la carta que Plinio el Joven le dirigió a Tácito contándole cómo su tío Plinio el Viejo, comandante de la flota, murió en la costa, cerca de Pompeya, tras ir a observar de cerca el fenómeno de la erupción y en socorro de la dama Rectina, quien le había mandado una petición de auxilio,  y otros veraneantes de la costa. Y lo de veraneantes no es un anacronismo, pues en la carta se dice “erat enim frequens amoenitas orae”, ya que el lugar era muy frecuentado por lo agradable de la costa. Piénsese que era el ferragosto y en Roma se torraban hasta los pájaros, así que la gente pudiente veraneaba en las villas suburbanas. Como las costas del Levante español, pero sin las moles de ladrillo.

Cuenta Plino el Joven que por muchos lugares del monte Vesubio salían enormes llamas y relucían los incendios, los cuales alumbraban las tinieblas de la noche con su resplandor. Y la nube producida por la erupción era semejante a un gran pino con un tronco larguísimo en cuya parte superior, debido a la explosión, se abrían a modo de ramas que poco a poco se iban disolviendo y cayendo por su peso, posándose las materias ardientes y las cenizas sobre el suelo.

Y antes de terminar, releído lo que antecede, y visto el revoltillo resultante, este jubilata no puede por menos que darle la razón al grafitero de hace veinte siglos: admiror te, pariete, non cecidisse ruina qui talia… sustines.