Ya que uno tiene tiempo para tantas cosas, ha montado en la ventana de la cocina un pequeño comedero para los gorriones: una de esas tazas planas de porcelana que se usan, o se usaban en tiempos para beber el vino de ribeiro en las tascas. Cada mañana, lo llena de migas de pan, trocitos de galletas, restos de bollería del desayuno, o lo que tenga a mano y a lo que los gorriones no le hagan ascos. Lo pone en el alfeizar y se queda un rato observando.
Al poco, aparecen uno o dos gorriones y empiezan a comer como desaforados. Escarban con sus picos y, este trozo quiero, este no quiero, van expurgando lo que supongo son para ellos los bocados más suculentos. Pero el banquete en exclusiva les dura poco. Empiezan a aparecer otros hasta formar una pequeña bandada (hasta diez, he llegado a contar). Entonces, aquello es un guirigay de aleteos, picotazos, empujones, modelo “quítate tú, que me pongo yo”. Los machos, grisáceos y como encorbatados con su mancha negra en la garganta y el pecho, se ponen agresivos. Los más fuertes –enseguida se nota que hay una jerarquía– agreden a los más débiles, les picotean en la cabeza para expulsarlos y ocupan el mejor lugar en el banquete. Los más tímidos, dan vueltas alrededor, atrapan algún trozo que los dominantes han tirado en su afán con quedarse con los mejores bocados, y lo van desmenuzando en un rincón. A veces, algún espabilado le quita el bocado de la boca al vecino y sale volando por temor a la represalia.
A pesar de su agresividad, de que son desconfiados y de que suelen hacer gala de bastante mala leche, a mí me caen simpáticos y les sigo alimentando.
El comportamiento social de estos pájaros (passer domesticus, es su nombre genérico) tiene sus paralelismos si se compara con el de alguna categoría de humanos. Me refiero, por si no lo sabíais, a nuestros políticos (digamos: passer politicus). También ellos, encorbatados y con sus trajes grises, se alimentan en un gran comedero, el de la Cosa Pública, donde se reúnen según un orden jerárquico y pían con gran algarabía. Cuando la jerarquía entre ellos no parece estar tan clara, hay un aleteo nervioso, se ponen agresivos, se picotean unos a otros y terminan organizando un guirigay mayúsculo.
Pero también hay diferencias de comportamiento que, en mi modesto parecer, favorecen a los gorriones frente a los políticos: no se espían entre los pájaros de la misma bandada ni “judicializan” (¡joder con la palabreja!) sus querellas. A veces, los individuos de la especie passer politicus se embellecen con plumaje ajeno y asemejan aves del paraíso, pero al verlos hozar en el comedero, enseguida se echa de ver que son gurriatos. A pesar de todo, también les alimento con mi voto cada cuatro años. El resto del tiempo, les observo.
Los gorriones son bastante más simples en su comportamiento: llegan al comedero, se pelean a ver quién come más y más deprisa, de paso, se dan algún picotazo y, cuando no queda una miga, se van con aire fresco.
Por lo demás, unos y otros producen suciedad y ruidos y, de vez en cuando, hacen saltar las alarmas. Como dice el refrán popular: son iguales pájaros que pardales.
Al poco, aparecen uno o dos gorriones y empiezan a comer como desaforados. Escarban con sus picos y, este trozo quiero, este no quiero, van expurgando lo que supongo son para ellos los bocados más suculentos. Pero el banquete en exclusiva les dura poco. Empiezan a aparecer otros hasta formar una pequeña bandada (hasta diez, he llegado a contar). Entonces, aquello es un guirigay de aleteos, picotazos, empujones, modelo “quítate tú, que me pongo yo”. Los machos, grisáceos y como encorbatados con su mancha negra en la garganta y el pecho, se ponen agresivos. Los más fuertes –enseguida se nota que hay una jerarquía– agreden a los más débiles, les picotean en la cabeza para expulsarlos y ocupan el mejor lugar en el banquete. Los más tímidos, dan vueltas alrededor, atrapan algún trozo que los dominantes han tirado en su afán con quedarse con los mejores bocados, y lo van desmenuzando en un rincón. A veces, algún espabilado le quita el bocado de la boca al vecino y sale volando por temor a la represalia.
A pesar de su agresividad, de que son desconfiados y de que suelen hacer gala de bastante mala leche, a mí me caen simpáticos y les sigo alimentando.
El comportamiento social de estos pájaros (passer domesticus, es su nombre genérico) tiene sus paralelismos si se compara con el de alguna categoría de humanos. Me refiero, por si no lo sabíais, a nuestros políticos (digamos: passer politicus). También ellos, encorbatados y con sus trajes grises, se alimentan en un gran comedero, el de la Cosa Pública, donde se reúnen según un orden jerárquico y pían con gran algarabía. Cuando la jerarquía entre ellos no parece estar tan clara, hay un aleteo nervioso, se ponen agresivos, se picotean unos a otros y terminan organizando un guirigay mayúsculo.
Pero también hay diferencias de comportamiento que, en mi modesto parecer, favorecen a los gorriones frente a los políticos: no se espían entre los pájaros de la misma bandada ni “judicializan” (¡joder con la palabreja!) sus querellas. A veces, los individuos de la especie passer politicus se embellecen con plumaje ajeno y asemejan aves del paraíso, pero al verlos hozar en el comedero, enseguida se echa de ver que son gurriatos. A pesar de todo, también les alimento con mi voto cada cuatro años. El resto del tiempo, les observo.
Los gorriones son bastante más simples en su comportamiento: llegan al comedero, se pelean a ver quién come más y más deprisa, de paso, se dan algún picotazo y, cuando no queda una miga, se van con aire fresco.
Por lo demás, unos y otros producen suciedad y ruidos y, de vez en cuando, hacen saltar las alarmas. Como dice el refrán popular: son iguales pájaros que pardales.
Muy bueno este "post". Digno de ser más extendido.
ResponderEliminar