domingo, 18 de enero de 2009

Sólo son cuentos.- Oficios raros, 1

El cuenta mierdas.-
Eran los años del desarrollismo franquista cuando apareció la convocatoria en el boletín oficial del ayuntamiento. El nombre de la ciudad no viene al caso, porque fue un puesto de funcionario municipal de efímera existencia, aunque de recuerdo perdurable entre los niños de mi generación que vivíamos allí. Se trataba de cubrir una plaza de “Contador de heces caninas”, según rezaba la convocatoria. La reindustrialización, el turismo y la liberalización de costumbres trajeron al consistorio una amplitud de miras que nadie hubiera sospechado pocos años antes y que se tradujo en nuevas preocupaciones por el bienestar ciudadano.
El “cuenta cacas” según se le llamaba entre los miembros de aquella burguesía provinciana, era un funcionario de bajo rango que tenía como misión ir por las calles anotando las heces de los perritos domésticos que, por entonces, empezaron a ponerse de moda entre las damas de las mejores familias. Tener un caniche, o un chihuahua, o un perro de aguas comenzaba a ser muy bien visto entre los miembros de la burguesía acomodada, y era un signo de prestigio social, de buen nivel económico y de refinamiento. Y la aritmética decía que, cuantos más perritos, más heces caninas en las calles, y una elemental observación sociológica concluía que, cuantas más mierdas de perro, mayor nivel económico y más se acercaba la ciudad al nivel europeo.
El “Contador de heces caninas”, según se denominaba en el escalafón municipal; o “cuenta cacas” según la pudorosa clase media, o bien el “caca can”, término acuñado por las señoritas de buena familia; o, por fin, el “cuenta cagadas” o “cuenta mierdas” para los chavales de la calle y el pueblo llano, como ya he dicho, era un funcionario de bajo rango pero muy imbuido de sus obligaciones oficiales y que hacía su trabajo con profesionalidad y eficacia administrativa. Recorría las calles céntricas de la ciudad y, con ayuda de una vara de mimbre, iba señalando las heces perrunas mientras las contaba. Al llegar al final de la acera, sacaba una libreta de tapas de hule y, con números gordos y trazo inseguro, anotaba, por ejemplo: Avenida del Generalísimo, acera izquierda, 27 mierdas. Luego se pasaba a la acera de la derecha e iniciaba otro recuento. Las competencias de su cargo se limitaban a la zona centro, donde vivía la gente acomodada.
Pero ya se sabe que la gente corriente nunca está satisfecha y se pasa la vida protestando. En los barrios obreros y de clase modesta también querían tener su contador de heces caninas porque, si bien se trata de perros callejeros y mil-leches, allí todo el mundo pagaba tasas municipales, decían los vecinos, muy puestos en razón. Como el municipio no tenía dotación presupuestaria para otra plaza, y además la gente de orden no quería que la horda roja tuviera los mismos privilegios, se llegó a un consenso que convenía a todos. Y fue que cada 19 de marzo, día de San José Obrero, el funcionario contador bajaba a los barrios periféricos. Precedido del alguacil que tocaba la turura para avisar que se procedía al recuento, el cuenta mierdas aparecía ante la expectación popular. Con su chaquetilla de dril, su gorra de plato y su vara de mimbre, y con gran prosopopeya, procedía al recuento. Los críos, que éramos multitud, nos apiñábamos detrás de él. Él oficiaba el recuento con empaque de burgomaestre: empezaba a puntear con la vara y a contar mierdas en voz alta; luego, las anotaba en su libreta de tapas de hule, mientras que la chavalería se desgañitaba cantando:

“El cuenta mierdas / ya viene, madre,
por la calle arriba / y “pué” que no tarde.
Saque “usté” al perro / para que cague.”

Porque, para no ser menos que los barrios elegantes, teníamos a gala cuantas más mierdas, mejor; que incluso había vecinas que robaban las mierdas de otra calle y las ponían delante de casa para presumir.
Todavía ahora, cuando paseo por el parque del Calero y veo las cacas de los perros, me acuerdo del contador de heces caninas de mi infancia y me pongo a tararear bajito lo de “El cuenta mierdas ya viene, madre...”

1 comentario:

  1. Esto me recuerda a un tío mío que contaba nubes. Nunca supe por qué.

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