lunes, 28 de septiembre de 2009

A propósito de Madrid, sede olímpica, 2.-

A por ella.-
Fue un día memorable. Centenares de miles de personas fueron convocadas en la plaza de Cibeles para postular la candidatura a los juegos olímpicos. Millares y millares de Juan Sinnombre acudieron desde todos los barrios de la ciudad hasta formar una masa controlada, alegre y festiva.
Saltando zanjas, atravesando obras, bordeando escombros, con las tripas de la Villa y Corte al aire, la marea humana fue absorbiendo individuos hasta convertirlos en un descomunal ganglio impersonal que clamaba con una sola voz: ¡Queremos los juegos!
– ¿Pero, quién los va a pagar? – Preguntó alguien.
La prensa dijo que aquella convocatoria fue un modelo de acto cívico y convivencia ciudadana donde, lamentablemente, nunca podía faltar algún provocador.
Pero fue un incidente aislado. Al fin y al cabo, somos europeos…¿No?

domingo, 27 de septiembre de 2009

Sólo son cuentos.- Historias de otoño, 1.

A crédito.-
Ella era menudita, guapita de cara y pizpireta. Llamó a la puerta de G. y sonrió a la mirilla. G. era cincuentón y vivía solo en el cuarto piso de una calle con nombre de virgen en el barrio de la Concepción. Al oír el timbrazo, se sorprendió de que alguien llamase a su puerta. Resultaba insólito que vinieran a visitarle y su primera intención fue seguir leyendo aquel libro que acababa de comprar.
Pero el timbre sonó por segunda vez con un golpe corto, como para no molestar, pero enérgico, como pulsado por alguien que no se arredra ante el primer fracaso. G., parsimoniosamente, cerró el libro, fue al recibidor y aplicó el ojo a la mirilla. Ella, desde el rellano de la escalera, del otro lado de la puerta, sonreía a quienquiera que la estuviese observando. Lo hacía docenas de veces al día y sabía esperar.
La lente de la mirilla le ofrecía a G. la imagen abombada, como dentro de una pecera, de una cara sonriente: Veintitantos años, poco más de metro cincuenta, pelo tirante y sujeto a la nuca con un prendedor, observó G mentalmente.
- Una estudiante que se gana algún euro haciendo encuestas - se dijo G. mientras abría la puerta.
Ella tenía unos ojos risueños y escrutadores. No dejaba de sonreír pero observaba. Tantos meses llamando a puertas extrañas le habían proporcionado más de un sobresalto, así que había aprendido a ser prudente. Abrazada a una carpeta demasiado gruesa, y mientras hablaba, valoró el aspecto de G.: estatura media, más bien flaco, pelo y barba entrecanos, tenía el aspecto de esos hombres que, cuando pasan de la cincuentena, se vuelven inofensivos.
- ¿...Tarjetas de crédito? – preguntó G., incrédulo. Que fuesen casa por casa ofreciendo tarjetas de crédito le pareció divertido, así que invitó a la muchachita a entrar.
- ... Ya, pero estas son gratis, sin cuota anual como las de los bancos –, decía ella mientras descargaba su carpeta voluminosa sobre la mesa que le indicó G. en su estudio.
- Una campaña para fidelizar clientes –, le explicaba Alicia. Porque ella se llamaba Alicia. Le dijo su nombre nada más entrar, y a G. le cayó simpática Alicia, la vendedora menudita, de sonrisa franca y que decía llamarse así.
La verdad es que él ya tenía una tarjetaa bancaria, pero la mocita le había caído muy bien. Una tarjeta más no iba a ninguna parte; nunca iba a gastar más de lo que le permitía su sueldo de maestro... Así que ella rellenó el cuestionario con los datos que G. le proporcionó, le hizo firmar, dio las gracias e hizo intención de irse.
Pero él no quería quedarse solo tan pronto. Se sentía algo así como enamorado de la juventud de aquella chica, con un amor tan fugaz como el tiempo que durase su presencia en aquella casa. Así que la invitó a un té y le hizo pasar a la sala.
Cuando se despidieron, él le propuso: - Ven la semana que viene y te contrato otra tarjeta.
Al cabo de siete días ella volvió, tomaron un té, y él le contrató una mastercard. Y, a la siguiente semana, otro té y una visa; y a la otra, una dinersclub y otra tacita de té. Así, hasta que no hubo más tarjetas de crédito disponibles y él no tuvo justificaciones para hacerla volver. Entonces pensó que, si ella tenía dinero bastante, no necesitaría trabajar y podría venir a visitarle a menudo. Así que, como tenía tantas tarjetas, pidió un crédito de miles de euros y los guardó en una bolsa de deportes. La citó un día y le entregó el dinero.
Ella no preguntó nada: con este trabajo, conocía gente tan rara... Se limitó a coger la bolsa y tomar unas largas vacaciones en las playas del Brasil. Harta después de meses subiendo y bajando escaleras, se pasaba las horas tumbada en la hamaca, su cuerpo menudito al sol, con una caipirinha fresquita al lado y sin acordarse del hombre de las tarjetas.
G., pacientemente, esperó semana tras semana a que sonara el timbre y apareciese la menuda y pizpireta Alicia. Por fin, un día, un timbrazo corto y enérgico le hizo levantar la vista del libro que leía. Fue a la puerta y observó por la mirilla: un hombre grueso y con gafas oscuras estaba esperando. G. abrió y el hombre de las gafas le entregó un sobre.
- Una citación del juzgado –, le dijo.
Ante el gesto de extrañeza de G., añadió el hombre grueso: - una cuestión de tarjetas de crédito sin fondos, según parece...

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Desorganizados, pero melómanos.-

En la España rural y preurbana había un dicho: Cuando a un tonto le da por una linde, la linde se acaba y el tonto sigue. Algo parecido me pasa a mí, porque hablar del Auditorio Nacional se me convierte en algo reiterativo a temporadas, como si de una obsesión cíclica se tratase: de vez en cuando se me escapa el pío de los incordios sufridos en el Auditorio. Pero no, no hay obsesión que valga; es que, simplemente, uno es un modesto melómano y, si quiere asistir a los conciertos, tiene que someterse a la burocracia que regula la forma en que uno ha de hacer para conseguir las entradas de la temporada.
Y conseguir las dichosas entradas se convierte en una carrera de obstáculos burocráticamente planificados en aras de la eficacia. Eficacia emanada de las instancias administrativas que rigen tan culta institución, y que, a veces, choca con la más elemental experiencia de los sufridos melómanos que hacen colas interminables para llevarse su puñado de entradas. (La foto no da idea de la aglomeración, pero sí de lo formales que estábamos).
Si uno quiere comprar entradas de venta libre, una vez vendidos los abonos, ha de armarse de paciencia. Ante todo, conviene que esté un par de horas antes de abrir (abren a las 10), le dan un número de orden y espera el tiempo que haga falta hasta que le toque. Horas de espera a pie quieto, con cerca de trescientas personas formando cola dentro del vestíbulo. Con los retretes cerrados al público, para que éste no deje aquéllos perdido de orines y tenga que salir a hacer gasto en los bares del entorno. Un único día habilitado para la compra de las entradas libres de abono: 24 conciertos la temporada, tres días cada concierto, centenares de entradas a la venta, oiga usted. Pago anticipado de toda la temporada, puedas o no asistir luego a los conciertos: dinero líquido al momento, la cultura bajo el prisma del negociete…
Como cada cual lleva confeccionada una lista con sus preferencias, tiene que ir desgranándolas en el confesionario de la taquilla: La taquillera comprueba en el ordenador si sí o si no hay localidades. Si es que sí, vale, pero si es que no, uno tiene que decidir sobre la marcha – rapidito, rapidito – qué hacer: si cambiar la fecha, la ubicación, calcular cuanto más le va a costar… y esto mientras el resto del público mira ansioso el reloj y le lanza miradas asesinas por la tardanza y por temor a que se lleve todo el lote y deje al resto en ayunas.
Aunque esté mal señalar, sirva de ejemplo mi experiencia: a las 09:45 estaba en el Auditorio, un cuarto de hora antes de abrir las taquillas. Una eficiente conserja me ha dado el número 163 ¡El 163, quince minutos antes de la hora de apertura! A las 15:35 me han despachado (apenas 5 minutos he tardado, que yo llevaba muy bien organizadas mis preferencias para esta temporada) En total, cinco horas y cincuenta minutos de espera, más el tiempo de transporte de casa al Auditorio y regreso. Casi siete horas de jubilado invertidas en el empeño.
Antes de abandonar el lugar, abrazado a mi puñadito de entradas como al hijo de mis entrañas, paso por el mostrador, pido una hoja de reclamaciones y reclamo. Pues claro, es algo que hago habitualmente. Gruñir, protestar a gritos en el coso público para que todos vean lo cabreado que está uno, es una tonta costumbre ibérica molesta, ruidosa e ineficaz. Yo reclamo siempre. Sirve lo mismo, porque los “responsables” se lo pasan por ahí, pero es más civilizado y queda como muy europeo.
Que a estas alturas tengan a tanto sufrido melómano haciendo interminables colas durante horas suena a desorganización, a chapuza, y a falta de respeto hacia el ciudadano. Que hayan sido incapaces los responsables del Auditorio de encontrar un sistema eficaz de venta de entradas, que cada año organicen el mismo desbarajuste de esperas y molestias, dice mucho de su ineptitud como gestores o de su indiferencia ante un público entregado y paciente. O a lo mejor resulta que la llamada “música culta” es una especie de espumilla cervecera que sólo sirve para dar un barniz cultural a los políticos responsables y por eso se le dedica una atención somera, como para quedar bien con los coleguitas europeos. Y encima, sin poder mear durante todas esas horas. Nadie sabe lo que sufrimos los prostáticos por culpa de la ineficacia burocrática. ¡Hombre! Por lo menos, abran los retretes…

domingo, 20 de septiembre de 2009

Avisos y noticias.-

Si tratara de explicar a los nietos de mi cuñada –pongo por caso– que, cuando yo tenía su edad no existía la tele, estoy seguro de que me mirarían como a un Cro-Magnón en traje de lagarterana: un absurdo anacrónico. Es imposible concebir, para las últimas generaciones, un mundo donde alguna vez no hubo tele.
Pero, si a la gente de mi edad le preguntásemos desde cuándo existe el periodismo, más de uno respondería que desde siempre. A ver, es lo que hemos vist
o desde que hacíamos las primeras letras en la escuela pública. La prensa escrita llegaba a los pueblos, aunque a veces con algún día de retraso. Aún conservo el recuerdo de niño, con mi padre leyendo La Vanguardia, no sé bien por qué, ya que en aquellos entonces vivíamos en Navarra y resultaba más próximo el carcunda El Pensamiento Navarro, o el omnipresente Arriba.
Me explico. Estos días estoy leyendo Los Avisos del Madrid de los Austria y otras noticias, editado por José Mª Díez Borque. En él se hace un estudio preliminar de la época del autor de los Avisos, Jerónimo de Barrionuevo, y se recoge la colección de avisos o noticias que éste envió a un deán de Zaragoza entre 1654-1658 (finales del reinado de Felipe IV).
Prensa periódica, propiamente hablando, en aquellos tiempos no había. Existían modalidades de prosa informativa bajo la forma de avisos, relatos de viajeros, cartas, gacetas; un conjunto de noticias y comentarios personales que no iban destinado a un público extenso, como el actual periodismo. Los Avisos eran noticias cotidianas que daban personas enteradas de los negocios de la Corte, por lo que, para estar al tanto de los asuntos que se cocían en ella, un personaje adinerado que viviera alejado de la Corte, alquilaba un corresponsal en Madrid y le pagaba en especies (vestidos, alimentos…) o en dineros. Así, con puntualidad, recibía información por la posta de los asuntos que se trataban en los círculos de poder y en los mentideros de la Villa.
Por lo que se conoce de Jerónimo de Barrionuevo se echa de ver enseguida que era hijo de su tiempo, como Góngora o Lope (escritor de comedias, clérigo y un tantico faldero). Fue granadino que estudió latines en Belmonte. Luego fue estudiante en Alcalá y en Salamanca, donde le encarcelaron unos días por unas cuchilladas que dio por cuestión de amores. Hizo carrera militar en Italia y vivió en Roma, de donde regresó a España para ejercer la carrera eclesiástica, como tesorero de la catedral de Sigüenza. Y, por lo que se ve, durante los años que envía los avisos desde la Corte, fue canónigo absentista (no ejercía, pero cobraba sus canonjías), un poco al modo de los parlamentarios actuales. Ya digo que su condición de canónigo – aparte de corresponsal en Corte – no le impidió su afición por las mujeres, por lo menos así lo declara en verso:
Las blancas y las morenas
Todas me parecen buenas,
Y en rigor
Ninguna mujer mejor
Que las mujeres ajenas.
La temática de sus avisos es muy variada: política, guerra, economía, religión, teatro y literatura, delincuencia y castigos, hechos portentosos, noticias de la vida corriente… Son cinco años anotando los sucesos de la Corte para informar a su patrocinador el deán de Zaragoza.
Y como estas notas que escribo no son más que comentarios de lector ocioso, copio aquí alguno de sus avisos. Por ejemplo, este de la preñez real (25-11-1654): Dícese tiene la Reina sospechas de preñada. Dios lo haga, y si ha de ser hija ¿para qué la queremos? Mejor será que no lo esté, que mujeres hay hartas. Eran otros tiempos.
Sorprende que estos Austrias, dueños de medio mundo, sufrieran penurias económicas en palacio hasta el punto de faltarles la comida en la mesa. Este Aviso de 25-10-1656 es muy ilustrativo al respecto: Dícese que gusta la Reina de acabar de comer con confites, y que habiéndole faltado dos o tres días, salió la dama que tiene cuidado de esto y dijo que cómo no los llevaban como solían. Respondiéronle que el confitero no los quería dar porque le debían mucho y no le pagaban nada. Quitóse entonces una sortija del dedo y dijo: “Vayan volando por ellos con esta prenda a cualquiera parte”. Hallóse Manuelillo de Gante, el bufón, presente, y dijo: “Torne vuestra merced a envainar en el dedo su prenda”, y sacó un real de a cuatro y diolo, diciendo: “Traigan luego los confites aprisa para que esta buena señora acabe con ellos de comer”. La pobre reina comió sus confites gracias al rumboso del bufón, al cual le faltaría talla, pero le sobraba caballerosidad.
Y puestos a comadrear, ahí va este aviso de 19-06-1655:
Ayer prendieron un fraile carmelita descalzo, sacerdote de misa, junto al Noviciado, en la calle de San Bernardo, que vivía casado, en hábito de seglar, con una mujer hermosa de Getafe. Lo que no hiciera un fraile no lo hará el diablo.
Por si alguien está interesado en conocer el ambiente de la Villa y Corte a mediados del S. XVII, la lectura de este libro resulta muy interesante y amena. Dejo aquí los datos: Jerónimo de Barrionuevo. Avisos del Madrid de los Austrias y otras noticias. Edición de José Mª Díez Borque. Comunidad de Madrid, Editorial Castalia. Madrid: 1996.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

La "romería" del Peñalara.-


Hacía casi tres meses que no salía a la Sierra y ya andaba yo sintiendo esa carencia. Como quien dice, tenía “mono” de patear la montaña. Eso de cargar la mochila al hombro, sudar la gota gorda monte arriba y castigar las botas es un vicio como cualquier otro. Es lo que tiene vivir en Madrid y tener tan cerca la montaña, que si durante unas semanas te castigas los pulmones y la paciencia con la contaminación y el tráfago de esta ciudad, terminas por necesitar un “chute” de aire libre y naturaleza en estado puro. Bueno… Naturaleza en estado relativamente puro. Porque ¡joder! caminar por la sierra madrileña, por según por qué zonas, es como apuntarse a una romería como la del Rocio, donde la naturaleza tiene tantos devotos que los caminos se convierten en una peregrinación de procesionarias de calzón corto, mochileo y barritas energéticas.
Salimos este sábado del Puerto de Cotos, subimos por el camino que lleva a Peña Citores y, desde el collado entre Dos Hermanas y Peña Citores, alcanzamos la cuerda. Gentes mil subíamos. Llegamos a la cima de Peñalara y ¡Oh, cosas del gregarismo humano! allí había tropecientos montañeros repartidos por los riscos, en grupos o aislados, platicando, viendo el paisaje, fotografiando, tomando la preceptiva pieza de fruta o picoteando la bolsita de frutos secos. Claro que –se consuela uno– mejor esta aglomeración de deportívoros que de consumidores de gasolina.
Hacía por lo menos tres años que no recorría el risco de los Claveles. Y esta vez el día estaba propicio para trotar por las agujas rocosas sin peligro: hacía un día soleado, había buena visibilidad, las rocas estaban secas. Las botas se agarraban bien a las piedras y uno puede hacer el cabra de risco en risco, con la ilusión de que la sesentena no es una limitación grave para trepar como un gamo saltarín por los pedregales.
Bajamos hasta casi la laguna de los Pájaros y, desde allí, giramos hacia la izquierda, buscando tierras de Valsaín. Por el Raso del Pino fuimos hacia el arroyo de la Chorranca. Este arroyo recibe su nombre de una impresionante chorrera en caía libre de al menos veinte metros. Lástima que llevamos un verano tan seco y el caudal de agua era escaso. Aún así, ver cómo cae el chorro de agua labrando su cauce en la roca viva es un espectáculo sólo al alcance de los esforzados que han caminado durante varias horas. Un premio que bien merece el esfuerzo. Y pasamos por la cueva del Monje, esa especie de gran dolmen natural, con una enorme roca que hace de abrigo, en una explanada cubierta de centenares de pinos talados y amontonados que esperan –con el aire desangelado de cadáveres de árbol– su reencarnación en muebles de Ikea. De aquí al CENEAM (Centro Nacional de Educación Ambiental), fin de etapa, y de allí a la terraza de un bar de Valsaín a tomar la cervecita bien ganada, y a la charla distendida con los compis de la marcha.
No hay nada como una inmersión en la naturaleza, aunque sea multitudinaria, tipo Benidorm
.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Visitamos tierras de Soria.-


No es que la necesitásemos, pero tener una excusa para ponerse en viaje le confiere a éste la seriedad de las cosas bien planificadas y hechas con cabeza. ¿Y qué mejor excusa en estos días que visitar la exposición de Las Edades del Hombre? Soria es una hermosa ciudad castellana que, sin necesidad de mayores justificaciones, es digna de una visita reposada. Apenas a tres horas de Madrid, en cuanto terminen la autovía que están abriendo desde Medinaceli, llegar a ella será un paseo.
Y, sí, visitamos las Edades del Hombre en la concatedral de S. Pedro. También fuimos a ver San Baudelio de Berlanga y la ermita de San Miguel en Gormaz, que forman parte de la exposición, con sus frescos románicos. Como no se trata aquí de marcar una guía turística, baste con dejar constancia de que aprovechamos unos días para recorrer estas tierras y recomendar vivamente una excursión a quien le gusten los áridos paisajes mesetarios, con sus vergeles en torno a los cursos de agua del Duero y sus afluentes, las enormes pinaradas por tierras de Urbión, los bosques de sabinas de Calatañazor, y las agrestes Tierras Altas.
Tierras Altas es una zona soriana que mira hacia tierras de Rioja y llega hasta la comarca de Cameros. Llegar allí es fácil, basta tomar la comarcal SO 615, que nace en Garray, al pie de la antigua Numancia, y seguir hacia el norte. Aquí la meseta se encrespa con un ramal montañoso del Sistema Ibérico, por encima de los 1000 m de altitud (el puerto de Oncala está a 1452 m.); una orografía muy trabajada por la erosión, de perfiles alomados y tierras calcáreas ayunas de bosques y vegetación frondosa. A los pies de la sierra de Cameros y junto al río Cidacos, Yanguas, una villa con historia.
Como único vestigio de su muralla, conserva una puerta medieval – la Puerta del Río – donde se cobraba el portazgo de las mercancías que entraban a la villa. Un privilegio de Alfonso XI, de 1347, eximía de pagar portazgos a comerciantes y arrieros yangüeses en casi toda Castilla y, quizás eso hizo que los habitantes del pueblo hiciesen oficio de la arriería durante siglos. Mientras subíamos por su calle mayor empinada, entre sólidos caserones construidos en mampostería, me vino a las mientes la desventurada aventura de don Quijote con unos desalmados arrieros yangüeses, quienes le apalearon a modo. Y todo porque al bueno de Rocinante se le alegraron las pajaritas al ver una manada de “hacas galicianas” y se puso un tantico rijoso. Aquellas hembras estaban más por pacer la hierba que por atender los requerimientos del rocín y le recibieron a coces y dentelladas. Los yangüeses, que veían peligrar la honra de sus yeguas, le dieron una somanta de palos y, a don Quijote y Sancho, por salir en defensa de Rocinante, también los molieron sin contemplaciones. –A lo que yo veo, amigo Sancho, éstos no son caballeros, sino gente soez y de baja ralea…– Gente dura y bronca, estos yangüeses, como correspondía a quienes se pasaban la vida trashumando.
En el arrabal del pueblo, aún sigue en pie un hermoso templo: la iglesia de Santa María, que parece abandonada a su suerte, con un precioso retablo barroco y, en el coro, un órgano que duerme el silencio del olvido. En el recinto de acceso, un guarda sestea en una hamaca con la oreja pegada a una radio de transistores y, atado a la verja de entrada, un trozo de cartón escrito a mano con letra desigual con una advertencia: “entrada 1 euro”. Nosotros entramos en la iglesia, admiramos su hechura, sus pasados esplendores, curioseamos, lamentamos el abandono en que se encuentra esta joya gótico renacentista y, al salir, el guarda adormilado sacude un poco la cabeza y nos mira somnoliento.
El euro no se lo dimos, no se lo había ganado.

jueves, 10 de septiembre de 2009

A propósito de Madrid, sede olímpica, 1.-

Marca olímpica.-
Todos los meses corría el maratón de la subsistencia: con un subsidio de 337 euros siempre lograba llegar a finales de mes. Comía, se vestía, pagaba la habitación de realquilado y le sobraban unos céntimos. Sin embargo, el Comité Olímpico se negó a registrar sus marcas.
- En Asia son más rápidos: con 1 euro diario llegan igual a la meta –, le dijeron a modo de excusa.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Un "book crossing" de barrio.-

Antes que nada, que el improbable lector me perdone esta aberración de título; esta especie de jerigonza (Voyez, Mme. Pétardette: cette fois-ci j´ai écri “jerigonza”) fruto del maridaje contra natura de nuestro idioma y la corriente angliparla. Esta frasecita que encabeza requiere una explicación para que no se vaya a creer el personal que el calor agosteño me ha derretido las meninges.
El book crossing es un invento cultureta por el que uno, después de leer un libro, lo registra en
http://www.bookcrossing-spain.com/spain/ y lo “libera” en la calle (el parque, el metro, una cafetería…) para que otros lo encuentren y repitan el proceso. O sea, las "3 erres" (Read: Lee; Register: Regístralo; Release: Libéralo), pero todo en la lengua del imperio neocom. Un invento muy anglosajón que no sé si funcionará por estos pagos, aunque es algo que ni me he planteado. Si algún vecino encuentra el libro, se lo lleva a casa y ya no lo pone en circulación, pues me importa un carajo. Si hay suerte, lo leerá, que no es poco y, por lo menos, tendrá un libro en su casa además del televisor. Aunque el libro lo haya “distraído” de un banco del parque del Calero.
Y ahora explico lo del raro maridaje entre el parque de barrio y el book crossing ese: Como cada semana me toca expurgar centenares de libros antes de clasificarlos, se me ocurrió que podía ir sembrando el parque de mi barrio con libros (novela sobre todo, para no complicar la vida al personal). Sólo que yo, chapuceramente, me he saltado las normas del registro y la matrícula que lleva cada libro. Me limito a poner una nota: “Léelo y pásalo. Gracias” y soltarlo a que viva sus aventuras sin el pasaporte BookCrossing que tanto prestigio internacional da.
Si uno se da una vuelta por el Calero y observa al personal, verá montones de mamases con sus criaturitas en el parque infantil; también verá montones de jubilatas (de uno u otro sexos –no de “ambos sexos”, de lo que no hay constatación empírica a simple vista–), sentados en los bancos; verá montones de personas que pasean perros y gente que entretiene sus ocios sentada en las terrazas. Incluso, cerca del auditorio en obras interminables, puede ver algún colgao cofrade del trapicheo de droga.
Pues toda, toda esta gente es susceptible de convertirse en lector si alguien le pone un libro en las manos. Yo comprendo que pagar 20 € por una novela le escuece a cualquiera y la economía de escala dice que es más provechoso gastárselos en unas cervecitas con gambas. Más con estos calores.
Por no cansar al improbable lector, dejo aquí los títulos y autores de los libros que, de momento, he soltado por ahí a vivir su vida:
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Algunos Muchachos y otros cuentos, de Ana Mª Matute.
- Cuentos de Verano, de Italo Clavino (y otros).
- Mal de Amores, de Ángeles Mastreta.
- Maestro de Esgrima, de Arturo Pérez Reverte.
- Leyendas y Narraciones, de Gustavo Adolfo Bécquer.
- Primera Memoria, de Ana Mª Matute.
- Son de Mar, de Manuel Vicent.
- Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino, de Julio Verne
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Y pienso seguir perpetrando abandonos de libros… Que se note que por estos barrios somos gente leída.