domingo, 29 de abril de 2012

Visiones imposibles.-





Una de las pocas alegrías que aún le quedan a ciudadanos como este jubilata es la de disfrutar de exposiciones en salas donde el acceso es libre a cualquiera, interesado o curioso, deseoso de conocer la evolución de artistas como Marc Chagall u Odilon Redon. Es el único vestigio en pie de actividades que, en tiempos más felices y despreocupados, fueron surgiendo como una política de democratización de la cultura

Este jubilata, poco ducho en terrorismo macroeconómico al modo de nuestros políticos y banqueros, siente una enfermiza inclinación a ver en las manifestaciones artísticas mundos de más largo alcance que los vaivenes del IBEX 35 o las calificaciones a la baja de Standard & Poor´s.

Le ve más sentido a ese mundo abigarrado de La guerra, representado por Chagall, donde una cabra blanca, de tamaño desproporcionado al resto de la composición, observa un pueblo ardiendo, mientras sus habitantes huyen en una carreta, una mujer llora junto a su niño en el suelo y un crucificado, desde lo alto de su sufrimiento, es testigo mudo del despropósito. Hay más verdad en este cuadro, cuya composición escapa a la lógica de las convenciones pictóricas, que en el objetivo de déficit cero, que también escapa a la lógica del interés ciudadano.
El enigma que nos plantea Odilon Redon con su visión onírica de una Araña sonriente es menos inquietante que esa amenaza constante de rescatar, con los dineros nuestros, de nuestra sanidad pública, de nuestra educación pública, bancos en riesgo de quiebra porque el chiringuito financiero no deja de temblequear a cada acometida de los facinerosos “mercados”.

Sin darse cuenta, uno se lleva a la sala de exposiciones los temores que atenazan al ciudadano desesperanzado y acaba mezclando dos mundos que viven realidades poco afines: la de los mundos imaginados de Chagall, sin reglas de perspectiva (como tan bien las sabía representar Mantegna), ni equilibrio en la distribución de volúmenes (en el que eran maestros los pintores barrocos), como esos Amantes en el poste en difícil torsión, observados por una cabra de un rojo imposible y un absurdo pájaro de cuerpo blanco y cabeza amarilla, que parecen envolver una casa boca abajo; y, por otro lado, un mundo donde “tranquilizar a los mercados” es un dogma de fe por el que se justifican los atropellos a lo que habíamos dado en llamar estado del bienestar, y que no era más que un mediocre pasar con birra para todos.

Ya ve el improbable lector la confusión mental del responsable de esta bitácora. Éste espera que le sean perdonados los absurdos pensamientos que le vienen a las mientes, cuando, en realidad, queda fascinado por esos verdes alocados, esos azuletes imposibles, esos rojos desproporcionados que dan forma a amantes entrelazados, animales domésticos tocando un violín, aldeas de tejados abigarrados, en un mundo de ensueños distorsionados de Chagall; o esos mundos inquietantes de Redon (una mezcla de lecturas de Poe, darwinismo, misticismo religioso, pintura negra goyesca) de sus litografías, que él llamaba sus Negros.

Pero no todo son mundos de una fantasía inquietante o de difícil desentrañamiento, porque uno queda fascinado ante un Ramo de flores silvestres en un jarrón de cuello largo, donde cada pétalo es una pincelada sabia, luminosa, y Redon nos muestra un puñado de naturaleza aprisionado en un búcaro. Y esos ramos de flores omnipresentes en cada cuadro de Chagall, quizás un símbolo de que la belleza se encuentra en cualquier escena, por incomprensible o incongruenteue nos parezca.
Sale uno de la exposición y se pregunta ¿Las flores que nos ofrece el sistema neoliberal no serán de plástico y fabricadas en China?














domingo, 22 de abril de 2012

Las Tetas de Viana

A quien no conozca estos parajes, hablar de las Tetas de Viana le hará suponer que estamos ante una caminata de connotaciones eróticas, cosa que está bastante lejos de las intenciones de este jubilata caminero. Se trata, más bien de dos cerros testigo, de una altitud máxima de 1133 m, que aparecen enhiestos en tierras de la Alcarria, en el sureste de Guadalajara, bastante próximos a la provincia de Cuenca; corresponden a tierras por donde discurre el alto Tajo y actualmente son Patrimonio Natural.
Este río y sus afluentes fueron labrando, durante milenios, la orografía de estos lugares hasta dejarlos en la situación que actualmente conocemos. Son tierras calizas que corresponden al terciario, cuando un gran lago interior en la Península Ibérica dejó los depósitos sedimentarios, cuyos únicos testigos son estos dos cerros.
De hecho estos dos cerros están formados por rocas calizas de unos 30 m de potencia, asentadas sobre un sustrato arcilloso que se ha ido desmoronando en forma de glacis, que cubren las laderas en suave pendiente, y que permite una rica vegetación. Este jubilata caminante siente una inclinación especial por estas tierras del interior, tradicionalmente abandonadas a un escaso desarrollo económico, lo que ha permitido conservar su naturaleza en estado puro.
Como caminar es disfrutar de la naturaleza y observar la variedad de su vegetación, hemos tenido ocasión de ver una gran variedad de Quercus como chaparras, quejigos; plantas aromáticas como romero y tomillos, aliaga en flor;  arbustos como el boj, enebros, sabinas, y tantas otras variedades que este caminante ignora, pero que allí están a disposición de ojos más expertos.
Dice por ahí un refrán de estos lugares que “las Tetas de Viana muchos las ven, pero pocos las mamam”. Lo que alude a su inaccesibilidad una vez llegados a su base. En efecto, esa boina caliza de unos 30 m de altura hace muy difícil su acceso, debido a sus paredes verticales. En nuestro grupo, tres compañeros arriscados optaron por subir a huevo por una resquebrajadura, mientras que otros tres optamos por el acceso más fácil: existe un caminito que trepa por entre las rocas, enmarcado por sendas cadenas que hacen el efecto de pasamanos, y al extremo, una escalerilla metálica que salva los últimos cuatro o cinco metros de pared vertical.
Es una lástima que este jubilata ya no esté para trepar por la roca viva; la edad, aparte endurecer las articulaciones y restar flexibilidad a los músculos, es una consejera prudente y recomienda medir esfuerzos. Entre una trepa y un ascenso con peldaños, no había duda, y el caso era disfrutar de las vistas sobre el entorno.
Lo que también resulta poco conocido es que por aquí transcurre la Ruta de la Lana. Son caminos por donde transitó el comercio de las lanas de la Alcarria y los paños de Cuenca hasta las ferias de Medina y el Consulado de Burgos, según puede leerse en un librito La Ruta de la Lana. Guía del peregrino a Santiago de Compostela, 1999.
En efecto, por estos paraje hay trazado un poco conocido “camino de Santiago” que sigue estos antiguos caminos desde Cuenca hasta enlazar en Burgos con el camino francés, y estos parajes corresponden a la etapa octava del trazado, entre Valdeolivas y Trillo. Ésta pudiera ser muy bien una ruta a explorar por algún intrépido jacobípeta.
Un servidor pasó por allí, subió a una de las Tetas (con lo que puede decir que sí mamó de ella) disfrutó de los parajes y de buenos compañeros de caminos, y bajó hasta Viana de Mondéjar. Desde allí nos fuimos a recorrer un barranco que desemboca en el Tajo, de nombre La Rambla, y terminamos en Valtablada del Río, donde el respetable acabó con las existencias de cerveza de único bar del pueblo.

sábado, 14 de abril de 2012

Boludos en la Red.-

La otra noche, mientras zapeaba, me tropecé con un programa de TV2 en el que hablaba un filósofo argentino muy crítico con los internautas. No llegué a tiempo de enterarme bien de todo el contenido, pero, en los dos minutos escasos que pude verlo, saqué en claro lo siguiente: este señor opinaba que la Red era un maremagnum de "boludos". Gente que abre un blog personal para decir en él cualquier cosa sin sustancia, y expresada de cualquier manera y sin mayor consideración por el lenguaje. Decía, referiéndose específicamente a Argentina, que estaba llena de boludos escribiendo en blogs que eran auténtica basura (no lo dijo con esos términos, pero el sentido iba por ahí); boludos que escribían sin la mínima corrección idiomática y que no tenían derecho a hacer perder el tiempo a sus lectores.

Fue una lástica que llegase yo tan tarde a aquella entrevista, pero saqué en claro su menosprecio por la boludez sin fronteras que contamina la Red. Por supuesto, después de oírle, me sentí aludido. No en vano, desde que transito por la jubilatería, me abrí un blog para impartir doctrina urbi et orbe; para que el mundo mundial sepa de mi ingeniosa concepción del universo, a modo de contertuliano free lance de la internáutica. Ya digo, me sentí aludido, pero, eso no, no me sentí ofendido.

Sé que el señor filósofo no me llamaba a mí boludo a título personal, sino en cuanto miembro anónimo de la "boludez" universal que contamina las comunicaciones internáuticas. Porque este jubilata es uno de tantos y se considera "gente corriente", como en ocasiones ha dicho don Mariano, el chico de la Merkel; y uno, como "gente corriente" que es, se sabe adocenado y justamente reprendido por quienes tienen miras y capacidades intelectuales de más altos vuelos.

A un servidor ya le gustaría, ya, sere un filósofo postmoderno y mediático como Bernard-Henry Lévy, que encima goza del refinado savoir-faire francés; o tener un intelecto reposado como el discreto y difunto José Saramago; o, ya puestos, haber tenido la facundia y mala baba de un Francisco de Quevedo y Villegas para ciscarme, mediante un soneto burlesco, en todo lo que se mueve. Pero, no, sólo soy un jubilata que se ha hecho un hueco en la Red abriendo una bitácora para ir colgando en ella sus modestas impresiones y andanzas.

Pero, al menos, espero del señor filósofo argentino, que salió por La Dos la otra noche, me haga la gracia de reconcerme que, cuando escribo, no voy dándole patadas a la gramática española, mis escritos no carecen de coherencia, ni mis pobres ideas de alguna ilación lógica. Hágalo o no, lo que sí siento es ese despectivo "boludos" que dedicó por junto a sus paisanos blogueros. Sobre todo porque sigo habitualmente el blog de un amigo argentino, quien suele escribir micro relatos con sabor a ultratumba y mundos de las sombras.

Aun y con todo lo dicho, prefiero que me llamen boludo a gilipollas. Lo de boludo tiene un no sé qué de conmiseración; como si te dijeran que eres un corto de entendederas, un tanto faltuco, pero que la culpa no es tuya si la vida te hizo así. Sin embargo, que te llamen gilipollas es cosa más seria. Suena a algo rotundo, definitivo, despectivo hasta el escupitajo. Porque la gilipollez es la necedad humana llevada a un grado supino y sin posible regeneración. El gilipollas lo es por gracia divina y por sus propios méritos (p.e. el señor Beteta con sus cafelitos), y suele tener muy mala leche. Ya digo, el boludo lo es un poco porque le tocó serlo, pero en el fondo tampoco molesta demasiado si no abres su blog.

Porque, puede creerme el improbable lector, si en vez de la boludez universal en que me veo inmerso por culpa de mi bitácora, el señor filósofo argentino nos hubiera llamado gilipollas, me sentiría muy, pero que muy triste. Menos mal que en Suramérica parece como si hablasen un lenguaje más aterciopelado, mientras que aquí lo usamos como una navaja cabritera, para tirar a degüello.

sábado, 7 de abril de 2012

Matar un árbol.-

A pesar de haber escrito un pequeño relato, a modo de elegía funeraria, por la muerte del olmo de nuestro patio (que envié a todos mis contactos pero sin su consentimiento, como suele ser habitual) no me resisto a hablar de él, nuevamente, en esta bitácora. Y es que estos días atrás han talado el negrillo que creció espontáneamente hace ya una decena de años en el patio comunal.
A saber de dónde vino, en alas de su númen vegetal, la simiente que allí arraigó y fructificó. Lo cierto es que brotó en el suelo árido de nuestro patio. Un patio compartido por cuatro comunidades, que ha sido un secarral debido a la incuria de los vecinos durante decenios, desde que en los años cincuenta del siglo pasado, el constructor José Banús levantó el barrio de la Concepción y con él los bloques de casas, en uno de los cuales vivimos desde hace ya catorce años.

Ante la indiferencia del vecindario, el negrillo creció hasta alcanzar la altura de tres pisos y era la única mancha verde que daba un poco de alegría a este secarral donde mira la ventana de mi cuarto de estudio. Año tras año lo hemos visto florecer en primavera y cubrirse de follaje. Era un árbol de buen porte, pero modesto. No tenía pretensiones de árbol de jardin y era, como los perros mil leches, de origen desconocido, por lo que nunca alardeó de su buena planta. Simplemente, la simiente cayó por azar en nuestro patio; allí creció y, en mi opinión, sólo aspiraba a vivir, dar un poco de sombra y servir de cobijo a los gorriones que dormían entre sus ramas.

Pero se ve que su destino estaba escrito desde el momento que cometió la torpeza de brotar demasiado cerca de la fachada de uno de los bloques. Creció con tanta pujanza y ramaje que, para poder desarrollarse, empezó a inclinarse hacia el espacio abierto del patio y la calle, lanzando sus ramás más fuertes al lado contrario al edificio. Así inclinado, con toda su frondosidad, parecía como si quisiera proteger con su sombra tupida a quienes esperaban en la marquesina del bus los días de calor.

Un ventarrón, acompañado de fuerte lluvia, desgajó la copa del negrillo el año pasado. Pero, a pesar del desgarro que se llevó la parte superior del árbol, éste ha sobrevivido con esa herida y ha acudido puntualmente a la floración de esta primavera hasta que, hace pocos días, los presidente de las comunidades de vecinos decidieron condenarle a ser talado. Él, ignorante de su destino, ya apuntaba nuevos brotes y se estaba cubriendo de una capa de verde follaje que prometía ser un alivio de los calores que nos esperan este verano y refugio habitual de los gorriones.

Si en vez de un árbol desgajado, al que una poda cuidadosa le hubiese devuelto su lozanía, se hubiese tratado de un banco o caja de ahorros arruinada por la adminstración dolosa de sus gestores, hubiesen gastado dinero suficiente para salvarlo y que siguiera viviendo. Pero, en esta ciudad de asfalto y prisas ¿A quién coños le importa un árbol roto? Creo que sólo a mí, pues siento su pérdida más que el hundimiento de cualquier entidad financiera.