sábado, 24 de diciembre de 2016

Divagaciones de ocioso.-


En esta misma bitácora, un sobrino de mi santa (y, por lo tanto, mío en usufructo) me dejó hace años un comentario que recuperé el otro día por azar. Contaba él, a propósito de la gente que se siente defraudada leyendo cosas como la presente, lo que sigue: Un tipo me reclamó los 38 segundos de su vida que había perdido viendo un dibujo animado mío que colgué en mi página Web. De haber podido, se los habría devuelto, pero, eso sí, convertido en rana. A mí, francamente, me parece excesivo convertir en rana a todos los lectores a quienes la lectura de esta bitácora haya defraudado y lleguen a exigirme resarcimiento. La algarabía de croares iba a ser ensordecedora.

Más bien, si es que no tenían bastante castigo con leer las cosas de aquí, les pondría a desentrañar frases culteranistas del tipo:

De este, pues, formidable de la tierra
bostezo, el melancólico vacío
a Polifemo, horror de aquella sierra,
bárbara choza es, albergue umbrío…

Se iban a enterar de lo que es leerse la fábula de Polifemo y Galatea de un tirón y quedarse ayuno de comprensión y con las entendederas en estado de shock. Seguro que sería un alivio para ellos descubrir que, aquí - dicho a la pata la llana - don Luis de Góngora y Argote nos está diciendo que Polifemo vivía en una gruta. Lo de llamar formidable bostezo de la tierra a la espelunca aquella es un hallazgo que ni el galardonado con el premio de oratoria parlamentaria de este año hubiese  caído en ello.

Y, puesto que, de una forma u otra, siempre salen a relucir las ocurrencias de los políticos en ejercicio del poder, he descubierto que también ellos guardan una cierta relación con otro ilustre barroco: don Francisco de Quevedo y Villegas. Me explico: Don Mariano (hombre de notables ocurrencias) se fue a Nueva York para poder escribir un twit de esos hablándonos del “universo visual de José Luis Borges”, a propósito de una exposición en el Instituto Cervantes. Desliz del que no queda libre nadie que viaje a Nueva York dispuesto a poner twitters. Cosa que es, si bien se mira, una nonada.

El flamante nuevo ministro de Asuntos Exteriores, señor Dastis, fue un poco más allá en respuesta a una interpelación parlamentaria sobre el exilio económico de nuestros jóvenes. Para el gobierno, por lo visto, eso de irse a buscarse la vida por esos mundos es una muestra de inquietud y amplitud de miras, aparte que “irse fuera enriquece”.  Que el país se gaste millones en la preparación de sus jóvenes y que éstos sean explotados en sus conocimientos por países que no gastaron un céntimo en su formación es, por lo visto, amplitud de miras. Siempre pueden volver a casa por Navidad, con una tableta de turrón bajo el brazo. La cosa del ministro ya no sabemos si fue necedad o pura desconexión de la realidad social.

Allá por el S. XII, don Chrétien de Troyes escribió Perceval o la historia del Grial hablando de un caballero galés de nobles sentimientos y gran corazón. Por estos pagos, ese caballero de nobles sentimientos es concejal del PP en el ayuntamiento de Madrid. Con toda su buena intención, en plan cuñado generalmente bien informado, nos advierte de que “el autor del atentado terrorista en Berlín fue un refugiado paquistaní”. Premisa mayor de la que se concluye que todos los refugiados pueden ser terroristas, seguida de la admonición “no hay peores ciegos que los que no quieren ver”. Por lo cual, ACNUR le da una colleja en buen plan recordándole la conveniencia de que los cargos públicos sean prudentes en sus mensajes. Y aquí ya no estamos ante una necedad venial, sino ante pura y dura ideología de cerrojo y alambrada con concertinas.

Es esa contumacia en los despropósitos la que recuerda a este jubilata – aunque sea traído por los pelos – lo que dijo el señor de La Torre de Juan Abad, o sea, Quevedo, en su Origen y definición de la necedad: “El repetir uno en un mismo día y en una misma conversación una misma cosa, por la primera vez se le atribuye a falta de memoria, y a la segunda se declara por necedad venial, y a la tercera reincidencia se confirma por necedad entera con bordón y esclavina y notoria falta de caudal”. No se sabe bien si tanta insistencia en la necedad es por falta de caudal de sentido común o por desbordamiento de torpezas, pero cada día tenemos una perla, sea tuitera, sea parlamentaria, y siempre por exceso de palabras y falta de reflexión.

Pero no crea el improbable lector que esto de los despropósitos es atributo exclusivo de los hombres públicos, también entre los de a pie suele darse. Estuvimos la otra mañana en la Fundación Juan March visitando Escuchar con los ojos. Arte sonoro en España 1961-2016. Y por especial deferencia, nos acompañaba don José Iges, comisario de la exposición, quien iba desentrañándonos el sentido de la muestra. Visualizar las obras sonoras en una exposición y hacernos comprender sus cualidades más allá de lo puramente sonoro, en relación con las tecnologías, con el medio expositivo, con la memoria colectiva y con el silencio…, era cuestión que nos tenía pendientes de sus explicaciones.

Una señora del grupo se acercó para decirle que acababa de ver dos fotos de mujeres desnudas en la muestra y que a ver qué pintaban allí. Nuestro guía, como discreto, improvisó una disculpa ocasional y siguió con sus explicaciones. Algunos fuimos a ver aquello y resultó ser un desnudo de mujer en pie, que despertaba tanto interés como si estuviera en hábitos de ursulina. ¡Es una indecencia!, dijo la señora. Una compañera y yo nos miramos sorprendidos y los ojos nos hacían chirivitas de perplejidad. Si aquella dama escandalizada – pensé yo – hubiese llegado a ver El origen del mundo, de Coubert, seguro que se cae espatarrada de la impresión. En fin, estoy seguro de que el comisario de la exposición debió anotar este incidente en su anecdotario particular.

Y, por no alargarme más, sepa el improbable lector que no le odiaré si siente que pierde un tiempo precioso leyendo las cosas de este jubilata y me pide resarcimiento. No le desearé que se convierta en rana por tantos minutos cuantos dedicó a la lectura; ni siquiera le desearé que se convierta en sapo de esos que son besados por princesas de cuento y se transforman en príncipes azules. Ya hay demasiados ociosos de sangre azul con cargo al presupuesto.

martes, 13 de diciembre de 2016

Navidades por oficio.-


Si tuviera que elegir una imagen que resumiera esta navidad madrileña que se nos avecina, me quedaría con ésta (manipulada, por supuesto) donde aparece doña Espe retratada en la Gran Vía horra de coches particulares. O sea, un nuevo chou de la inefable señora condesa consorte de Bornos, esta vez en plan: ¡Esto no te lo perdonaré jamás, Manuela, jamás! 

El florón de estas navidades (las pasadas fue lo de los trajes sicodélicos de los Reyes Magos), es una discusión entre ancianas bien bregadas en la vida política – la una, vieja dama destronada que se resiste a caer en el olvido; la otra, con esquinada sonrisa de cordera correosa, disfrazada con piel de lobo soviético – que ha servido para darle vidilla a estas fiestas, siempre semejantes a sí mismas año tras año.

Como la condición de jubilata es tal que el calendario no discrimina entre festivos y laborables (todos son días de ocio), a estas fiestas le quitas las colonias que anuncian por la tele y los rimeros de turrones en el súper, y no sabes si estás en pascua florida o en el black friday ese. Por eso, si se piensa sin pasión política, el hecho de cerrar la Gran Vía al tráfico rodado privado estos días ha sido un acierto. El folclore municipal en forma de lideresa enrabietada está servido para disfrute del público y, lo que es más importante, gracias a ese indignez vous de buena familia, los jubilados de barrio nos acabamos enterando de que esto es navidad.

¡Coño! la Gran Vía sin coches, eso hay que verlo – me dije. 

Ni corto ni perezoso, el otro día cogí mi cámara de fotos y  me fui a inmortalizar el momento. La verdad, no era para tanto; doña Espe se ha alborotado por cosa de poco fuste. Había autobuses y taxis como siempre; había gente por todas partes, como siempre; había comercios triturando tarjetas de crédito como siempre; había indigentes sobreviviendo en territorio hostil, como siempre; había subempleados tipo “Compro oro” o repartidores de propaganda, y vendedores de la ONCE, como siempre. En algo se echaba de ver que sí, que estábamos ya en estas fechas entrañables: en que había, por la Puerta del Sol, muchas loteras en plan de “auténtica lotería de Doña Manolita” y  centenares y más centenares de ilusos haciendo cola ante el establecimiento propiamente dicho de la ya dicha Doña Manolita.

A este jubilata siempre le ha sorprendido la fe que el buen pueblo madrileño le pone a eso del gordo de la lotería. Una fe casi religiosa que les lleva a creer en el misterio de la transustanciación de contratado precario en millonario con cuenta numerada en Islas Caimán. Al final, si bien se mira, todo se reduce a un nuevo episodio de multiplicación de los panes y los peces, en el que algunas centenas de devotos reciben un bocata de pedrea y reintegros, y salen por la tele agitando botellas de champán de oferta.

La fe que el público pone en ese invento de Carlos III viene a ser, mejorando lo presente, como la que se nos quiere despertar con esas promesas de reforma de la Constitución: la Carta Magna ampara a todo quisque, dicen, pero terminan por colarte un artículo 135 para que pagues los gastos de lo que otros dilapidaron de los recursos nacionales. Y es que, en los bombos de la lotería nacional, los números van lastrados para que todos se hagan ilusión, algunos saquen provecho y  Hacienda seamos los de siempre. Eso sí, con luminarias por las calles, árboles navideños ecológicos, hechos de alambre y bombillas de bajo consumo, mucho espumillón y ese espíritu sentimentaloide de a casa vuelve, vuelve por navidad.

Pero no se vaya a creer el improbable lector que este jubilata es un descreído y cascarrabias con ganas de reporculearle las fiestas. Es que la senectud trae aparejadas esas cosas del escepticismo, sea en asuntos de la cosa pública, sea en los sentimientos de paz y amor a piñón fijo. Lo que no obsta para que, en un acto de desagravio a los dioses del libre mercado y tengamos la fiesta en paz, no tenga pensado comprar una lubina salvaje, los tradicionales langostinos congelados, la botella de sidra el gaitero y un surtido de turrones.

Aparte que, dicho todo lo anterior, del Niño ese nacido en Belén nadie se acuerda. Al fin y al cabo sus padres eran unos desplazados como los sirios, pero sin patera, okupas en una propiedad privada de alguien que pagaba el IBI municipal religiosamente. Claro que eso de que naciera en un establo no es relevante, sino fruto del puro azar. Eso, por lo menos, es lo que dijo don José Mª Carulla en su Biblia en verso:

El Hijo de Dios nació en un pesebre,

Donde menos se espera salta la liebre.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Andanzas por Fuerteventura.-


Fuerteventura es una isla de origen volcánico, árida, ventosa, llena de cabras en el interior y de turistas alemanes en la costa. Todo lo cual, exceptuando la baraúnda de guiris en torno al ambigú con barra libre de la piscina del hotel, la hace muy digna de una visita reposada. Y no debe olvidarse, además, que tuvo un vecino ilustre, aunque forzado: don Miguel de Unamuno, al que el dictador Primo de Rivera desterró  a aquella isla, en 1924, porque don Miguel (el de Bilbao, no el del Directorio) no se callaba ni debajo del agua, y ya se sabe que los dictadores tienen poco aguante para con las críticas de los intelectuales.

En Puerto de Cabras, actualmente Puerto del Rosario, vivió varios meses en una pensión que hoy es su casa-museo. Este jubilata, que dedicó muchas horas de su juventud a la lectura de sus obras, no podía por menos que acudir como peregrino añorante por ver si aquella casa aún estaba impregnada del espíritu atormentado de Unamuno, experto en desentrañar las complejidades del fatum hispano y en la ciencia de la cocotología. El lugar (un dormitorio, un despacho, un pasillo en ángulo, un cuarto de baño, una cocina…) tenía ese aire un poco rancio de los espacios que se han enquistado en el tiempo a la espera del regreso de sus viejos inquilinos. Por las paredes, fotos de época y textos con esa característica dureza como de pedernal que ponía don Miguel en sus reflexiones poéticas: ¡Dime qué dices, mar, qué dices, dime!

Lo primero que observa el viajero curioso que recorre aquellos parajes isleños es el contraste entre la costa, abundante en hoteles y urbanizaciones, y el interior, semidesértico, abrupto, montuoso, con pequeños núcleos de población y hábitat disperso. No puede por menos que detenerse en Betancuria, la primera capital canaria fundada por los castellanos a principios del S. XVI. Es un pueblo de casas construidas en buena piedra volcánica y encaladas, con esas balconadas en madera  labrada que suelen verse en otras islas del archipiélago y cuyo modelo saltó la mar océana para aparecer en las viejas ciudades coloniales de Perú. Sorprende al visitante la escasa visión estratégica y comercial de sus fundadores, ya que está tierra adentro y lejos de los puertos de mar, aunque parece estar enclavada en uno de los lugares más fértiles de la isla.

Si viajar es una forma de conocer, el viajero ha de atravesar el istmo de Jandía, de Costa Calma hacia el pueblo de La Pared, de la costa de sotavento a la de barlovento. Observará que aquellos parajes están cubiertos de unas arenas volcánicas que por allí llaman jable y que dan nombre a la punta más al sur de la isla, Morro Jable. Si viaja en sentido norte, de La Pared hacia Pájara por la FV 605, podrá pararse en el Mirador de Sicasumbre, enclavado en un paraje que es reserva de la biosfera – un hábitat mínimamente modificado por el hombre – donde hay un observatorio astronómico natural con una representación esquemática del sistema solar y un reloj de sol analemático (última aportación  al elenco de este jubilata) con su escala horaria, solsticios y equinoccios, y fechas inscritas en elipses. Es lugar de observación astronómica para los aficionados y, para el viajero que ha subido hasta allí, muy apropiado para sentir la pequeñez del individuo ante una naturaleza inhóspita, bronca e indiferente, donde los vientos recios justifican el nombre de la isla: Fuerte-ventura, tierra de fuertes vientos.

Ya, – se preguntará el improbable lector – ¿pero es que este tipo no ha pisado una playa en ocho días? Pues, hombre, sí; arena sí hemos pisado un par de veces. Si uno baja hacia Morro Jable puede caminar por la playa del Matorral, inconfundible por su faro/falo que crece enhiesto en medio de la planicie. 


Todo este lugar es un parque natural que se llama el Saladar de Jandía, cubierto de vegetación halófila adaptada a la alta salinidad producida por las mareas vivas que la cubren en equinoccios y solsticios…, Y, vale, sí, había muchos turistas por allí, por la zona comercial junto a la carretera. En el paseo marítimo, un esqueleto de cachalote que varó allí, elevado sobre un pedestal. A modo de escultura de Gargallo, todo él hueso esquemático, hecho de costillas que peinan el viento con su forma geométrica.

Y también estuvimos una tarde paseando por la orillita del mar – los pies dentro del agua - por Bahía Calma, en uno de cuyos extremos se practica el nudismo. Francamente, ver a aquellos adoradores del sol luciendo flaccideces, carnes macilentas que no han soportado el paso del tiempo, era una invitación perentoria a girarse, darles la espalda y mirar hacia el mar, allí donde las nubes formaban sus celajes y tamizaban la luz a la caída de la tarde. 

Y para que el improbable lector acabe de creerse que sí anduvimos por lugares typical turísticos sin que nos diese corte ni nada, atravesamos las instalaciones de un gran hotel de apartamentos, por cuyos paseos se contoneaban unos gatos capones, cuyas adiposidades casi ocultaban su original condición de felinos. Con aires displicentes de eunuco en el serrallo, se prestaban a las caricias de las turistas, quienes les pasaban las manos por los lomos adiposos y los barbilleaban.

Bajando por la vía rápida – especie de autopista de la isla, a veces de dos carriles – del aeropuerto hacia Morro Jable, pueden visitarse las Salinas del Carmen, de fines del S. XVIII, actualmente museo y explotación salinera. Sus balsas agrupadas geométricamente, como en planta ortogonal, tienen el color rojizo de  su lecho como de tierra arcillosa. Por allí corretean unas ardillas terrestres, especie invasora procedente de Marruecos y sin predador conocido, que son muy del gusto de los turistas. Las fotografían y dan de comer, fomentando su reproducción, perniciosa para la vegetación escasa de la isla. De nada sirven los carteles que lo advierten; el turista es también una especie alóctona, depredadora, masificada y caprichosa, que engorda el producto interior bruto del país y eso es lo que importa. 

Por no cansar al improbable lector, en nuestras andanzas subimos hasta La Oliva, que fue sede de la comandancia militar de la isla del S. XVIII y parte del XIX. Allí la casa-palacio con torres almenadas en los extremos, llamada de los Coroneles. Fue propiedad de la familia Cabrera Bhetancourt que ejerció el poder militar y político (en plan rancio caciquismo Antiguo Régimen) en la isla durante siglo y medio. En el pueblo, una bonita iglesia bajo la advocación de Ntrª Srª de la Candelaria, con tres naves separadas por arcos de medio punto y soportados por columnas toscanas.


Un mercadillo artesanal, un museo privado, Casa Mané, y poco más. Los paisajes dignos de observación, con altos cerros cónicos y otros erosionados, que parece van a asaltar la planicie sobre la que se extiende el pueblo. En el bar de la casa de cultura sirven un pulpo frito y un queso majorero de chuparse los dedos, más si se acompaña con una copa de vino tinerfeño de Tacoronte.

Más lugares de interés visitamos, entre ellos el ecomuseo de la Alcogida y el molino de Tiscamanita, donde en tiempos se hacía buen gofio, pero esto ya se alarga demasiado y para información están las agencias de turismo. Vaya, vaya el improbable lector y vea la isla fortiventosa, pero si viaja en Iberia Express sepa que lo hará como piojo en costura.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Nuestro mundo, un cristal que se hace añicos.-


Quién iba a decirnos que una conjunción astral, fatalidad cósmica provocada por los humanos, nos traería a un mismo tiempo a Trump y a los cristales rotos (metafóricamente) del Palacio de Cristal del Retiro, pero así ha sido: No por casualidad forjamos nuestro destino y luego decimos que es cosa del azar. 

Dicho lo dicho, seguro que el improbable lector quedará perplejo si ve que en el mismo saco de esta bitácora se meten cataclismos cósmicos, azares, cachiza de cristales rotos y políticos reaccionarios recién estrenados. Debe perdonar el desvarío. Poner en orden las ideas es cosa difícil.

Hágase cargo el lector, que aunque improbable, paciente: llega el cronista, entra en el Palacio de Cristal y se lo encuentra deshabitado de objetos que tengan intencionalidad artística; sólo la escueta estructura de metal y cristal que hace de recipiente. Un vacío por dentro donde el espacio está ocupado por sonidos como de cristales rotos que despuntan entre las voces. Una intención de que la propia estructura del edificio sea parte de la escultura sonora que ha ideado un señor de nombre… (A ver, un momento, que lo vea en el folleto...) Un tal Lotahr Baumgarten que este jubilata no tiene el gusto de conocer, pero de quien espera que le sorprenda con una visión original del mundo confuso que vivimos.

¿Qué se puede hacer en una bombonera decimonónica acristalada y vacía? ¿Qué opinión formarse respecto al título de la muestra: El barco se hunde, el hielo se resquebraja? El visitante, ante la nada material con que han vestido el lugar, opta por sentarse en una silla a ver de qué va. Observa con la vista y con el oído – no sabe nada del artista y su obra, pero tiene mucha veteranía en estos avatares y sabe esperar –, recorre el lugar con la mirada y aguza el oído para discriminar sonidos porque, según sospecha, ahí está el busilis. Sabe que el sonido ocupa un espacio y es cuestión de localizarlo mientras sus ojos hacen un paseo sonoro por el recinto.

Hay gente que charla y niños que corretean y chillan. Hay ruidos aleatorios, espontáneos, de origen humano y otros – algo así como chasquidos – hechos con intencionalidad. Hay montones de selfis autocomplacidos, hay un deambular sin objeto y una aparente despreocupación respecto a esa “escultura sonora” que es la intención  última de esta instalación artística.

Entre el barullo de los visitantes, si uno presta atención, empieza a discriminar, cada vez con más nitidez, esos chasquidos como de cristales rotos; mira al acristalamiento del techo, y nada, éste sigue en su lugar. El título de la exposición da la pista: …el hielo se resquebraja. No es ruido de vidrios hechos añicos, estamos ante una escultura sonora inspirada en el deshielo del río Hudson, grabado en audio entre 2001 y 2005. ¿Con qué intención? Hacer que ese romperse de los hielos, en una trasposición de imágenes acústicas, sea un romperse del edificio acristalado. Provocar la sensación de que ese desmoronamiento simbolice la destrucción del propio mundo que hemos construido. Descubrir que nuestro mundo es frágil y que bastan unos bonos basura y un quebrar de Lheman Bhothers para que nuestro barco se hunda; ese Titanic de la economía mundial que choca contra un glaciar de la ambición a la deriva y naufraga entre hielos que se resquebrajan.

¡Ah! El autor se ha puesto trascendente y nos da un toque de atención respecto a nuestra fragilidad como sociedad. Pero los niños siguen correteando y los visitantes adultos “autoselfiseándose” para dejar constancia de que la instalación sonora de Lothar Baumgarten ha existido alguna vez porque ellos estuvieron allí y se autorretrataron sonrientes y olvidadizos de que, de entre los hielos resquebrajados y sobre el barco que hace agua, ha aparecido un Donald Trump, especie de Moisés bíblico con mucha pasta, que llevará a las clases medias americanas, y a nosotros tras ellas, al cruce del Mar Rojo que se abrirá a su paso gracias al cambio climático debidamente negado. Esta es una fatalidad cósmica – como se decía al principio – de nuestra propia cosecha.

Pero no todos los paisajes sonoros de este cronista transcurren entre cristales rotos. También existe el optimismo de la técnica aplicada al sonido. Basta visitar la Fundación Telefónica y oír/ver su 1, 2, 3… ¡Grabando! Desde el fonoautógrafo hasta el mundo digital hay todo un camino de progreso que nos habla del ingenio humano para registrar, cada vez con más perfección, el sonido. Un encuentro amoroso entre la música y la tecnología que ha producido vástagos cada vez más perfectos, pasando por los fonógrafos, los gramófonos, los discos, los magnetofones, hasta los CDs y los MP3.

Pero no es sólo cuestión de perfección técnica, sino de percepción, porque nuestra relación con la música ha cambiado. Hasta la invención de estos aparatos, el sonido era algo efímero, pura fugacidad que se agotaba en su propia ejecución. Estas máquinas lo que hicieron fue aprisionar lo fugaz y obligarlo a un eterno retorno de reproducciones, como en la Invención de Morel, esa novela de Bioy Casares. El Fugitivo enamorado de Faustine, hace que su amor perdure indefinidamente más allá de la muerte, gracias a la máquina que reproduce sus vivencias que una vez fueron grabadas. Nosotros nunca pudimos asistir a la grabación de Así habló Zaratustra por Von Karajan (hecho irrepetible), pero su reproducción por Decca nos permitió oírlo las veces que quisimos en Una odisea del espacio, de Kubric.

Parece, amigo lector (improbable o no) que a este jubilata los paseos sonoros de este otoño le llevan por mundos extraños. Pero no hay por qué alarmarse por el temor a los extravíos: estos paseos son, sobre todo, dentro de su cabeza y absolutamente inofensivos.


sábado, 12 de noviembre de 2016

Cuando todo es normal.-

Estas semanas atrás pensábamos que el mundo sería inhabitable y se nos abrirían las carnes si salía elegido Donald Trump. Pues ya está hecho, las clases medias americanas se han cabreado y nos han parido este híbrido capitalista/antisistema, ¿y ahora, qué? ¿Nos echamos a temblar o nos quedamos a ver el espectáculo que promete? Un servidor se ha palpado sus viejas carnes bajo la ropa por ver si las tenía muy laceradas tras el nombramiento del susodicho, y descubre con incredulidad que ni un rasguño, ni una magulladura, aparte las naturales flaccideces propias de la edad.

Por reducir la cuestión a magnitudes domésticas, nada como buscar un parangón del Trump ese con un personaje similar, pero de cosecha propia, que lo sitúe dentro de límites mentales abarcables por un beneficiario de clases pasivas. Y casi sin pensárselo, surge el paralelismo entre Jesús Gil y Donald Trump: ambos enriquecidos con la especulación mobiliaria, ambos deslenguados y ostentóteos, ambos populacheros y vulgares, ambos elegidos por el pueblo soberano (sí, sí, por ese pueblo dotado de raciocinio) para cargo público: el uno alcalde de Marbella, el otro presidente de los EEUUAA. Cada cual en su esfera, pero de similares hechuras. Lástima que por este camino de las vidas paralelas no pueda uno seguir porque ya lo han explotando los de la prensa.

Lo que sí admira a este jubilata es que los bienpensantes del sistema se echen las manos a la cabeza y canten jeremiadas, amenazándonos con los terrores del milenio porque un ricachón yanqui que va de tremebundo vocifere enormidades.  A este jubilata, sentado en su rincón de observar el mundo, le parece, para empezar a poner las cosas en su sitio, que lo de Trump – una vez silenciada la trompetería - no será tan diferente para la supervivencia del sistema tal como lo conocemos, porque no es cuestión de calidad sino de cantidad; él no será peor que lo que nos toca vivir, sino más bruto.

Antes hubo otros como él. Así, como ejemplo fácil, el susodicho Jesús Gil en estos pagos y Berlusconi en Italia. Ambos habrían pasado por personajes antisistema si la palabra hubiese estado de moda en aquellos entonces. Pero todos sabemos que aquel campechanote Y tal y tal, no era más que el subproducto de una España del ladrillo y el pelotazo, como el sátiro Berlusconi lo fue de la corrupción política y financiera italiana y de la podredumbre y agotamiento de la democracia cristiana. Ambos, en la medida de sus posibilidades, hicieron de su vida un espectáculo gratuito y dieron mucho juego a la prensa, tan necesitada de aumentar su audiencia, creando un caldo de cultivo donde germinaran, como infusorios, legiones de  papanatas que aplaudieran las ocurrencias de uno y otro. Solo se asustaban los timoratos, se escandalizaban los bobos, mientras que la gente del común admiraba los huevos que le echaban a la vida aquellos fantoches. Trump, por el estilo, dice a las gentes desencantadas lo que quieren oír y exhibe riquezas horteras, fama televisera y una colección de tías buenas: el ideal al que aspira cualquier parado en la cuneta laboral.

Entre calificarlo como “antisistema”, como dice por boca de ganso algún político español, o “subproducto del sistema”, creo que lo segundo le conviene más. Dicen los que saben de estas cosas que estamos asistiendo a algunos síntomas de agotamiento del sistema: el Brexit, los nacionalismos tipo Le Pen o los neofascismos de algunos países europeos, sin contar la desesperanza de las clases medias (que se enrabietan y votan lo que votan). Si partimos del supuesto que la hidra capitalista regenera y multiplica sus cabezas cada vez que le cortan una, el míster Donald es un producto típico del Todo a 100 del capitalismo populista. Alguien que por poco precio desvía la indignación contra el sistema y encauza las frustraciones de las masas hacia objetivos que no son la causa de sus males sino su consecuencia. Lo del muro contra México es de manual.

No puede este jubilata ponerse docto en material tan compleja, pero le resulta claro que Trump está ahí, dispuesto a alborotar un rato el cotarro internacional y desviar atenciones, mientras esa máquina de acumular riquezas que llamamos el sistema, inventa un bálsamo de Fierabrás que sirva para bizmar las magulladuras de una sociedad que ya no cree en instituciones, idearios políticos ni nobles ideales, porque todo ha sido arrasado por la apisonadora neoliberal y convertido en bonos convertibles o fluctuaciones de Bolsa.

Quien esto escribe, pasado el primer susto, mantiene su habitual pesimismo de plantilla. Las masas medias americanas vociferarán contra inmigrantes o musulmanes bajo la mirada complacida del nuevo presidente, pero sus empresas seguirán deslocalizándose para terminar en Monterrey o cualquier otro estado mexicano, a pesar del muro que el antisistema Trump dice querer levantar. El TTIP seguirá su camino porque a los que han puesto los dineros para la campaña antisistema de Trump así les interesa. En el futuro gobierno de Trump entrarán como en tromba destacados antisistema ultraconservadores, banqueros, empresarios y negacionistas del cambio climático. El sistema, por no darle más vueltas, se disfraza un ratito de antisistema para seguir su imparable camino hacia un mundo globalizado en forma de paraíso fiscal exclusivo.


Pasados estos alborotos, las cosas volverán a su cauce, aunque con otra vuelta de tuerca que nos acogote un poco más. Todo seguirá su plácido discurrir hacia el control de las masas/ganglio amorfo. Y no lo digo por ser adivino, sino porque esa misma mañana del triunfo de Trump, mientras digería lo de las angustias antisistema, una empresa de las de venta por teléfono ha llamado a casa para ofrecernos calcetines relajantes. No los hemos comprado, pero saber que los mercados siguen a lo suyo nos ha dado mucha tranquilidad.

domingo, 6 de noviembre de 2016

La Prensa doméstica.-

Leer periódicos en estos últimos tiempos, en cuanto se refiere a la política y sus aledaños, es cosa bastante deprimente. Más desde que forman causa común políticos del turno de alternancia en el poder, financieros de los medios de comunicación, periodistas domesticados y demás interesados en la continuación del estado de cosas actual.

Dándole vueltas al asunto, he recordado que en el fondo del cajón de la memoria del disco duro, conservaba un relato que vendría al pelo. El improbable lector caerá enseguida en la cuenta de que la originalidad de esta historia - si no verdadera, sí verosímil - no es mucha, ya que suena a parodia de la novela de Orwell, titulada 1984, y su célebre Ministerio de la Verdad. Pero uno lee la prensa escrita y parece como si toda ella estuviese sometida a las directrices de ese Departamento que, a lo mejor, en el nuevo gobierno de don Mariano tiene otro nombre, pero similares funciones.

El improbable lector, si sabe disculpar la escasa imaginación con que fue escrito el relato, podrá entretenerse un rato, que no es poco…

La Habitación 101.-

Los amigos se lo decían. La familia también. Los conocidos, los compañeros de trabajo, todos. Todo el mundo se lo venía diciendo desde hacía ya tiempo. Incluso en la junta de vecinos, el administrador le advirtió:
 – Mire usted, Fulano, esas cosas que escribe en el periódico no están bien.
Pero Fulano no hacía caso a nadie. Era un crítico del sistema. Según decían, tenía una pluma brillante y mordaz, y, además, una columna diaria en un periódico de prestigio. Allí, con ironía e ingenio, ponía en evidencia a los poderes públicos. Ridiculizaba sus discursos, era mordiente con sus corruptelas e incongruencias y no había Ministerio donde, de Subdirector General para arriba, no se echaran a temblar cada vez que Fulano les sacaba en su columna.
Se sentía tan seguro que ni siquiera se mordía la lengua a la hora de criticar al Ministerio de la Verdad. El Ministerio de la Verdad había nacido en la última remodelación ministerial, cuando un escándalo político-financiero de magnitudes hasta entonces nunca conocidas, había hecho caer al gobierno.
Con el pragmatismo que caracteriza a la clase política, el nuevo gobierno, al adjudicar las nuevas Carteras, decidió crear el Ministerio de la Verdad.  Dado que la corrupción es una característica inherente a todo tipo de Poder (democrático, oligárquico, autocrático),  este ministerio tendría por misión velar por el buen nombre del Poder. Las noticias sobre cualquier escándalo: cohechos, tráfico de influencias, negocio de armas, transfuguismo por imperativo crematístico, licitaciones amañadas, sobres bajo cuerda, cajas B, y un interminable etcétera, serían filtradas a través suyo.
Cada noticia, siguiendo los cauces marcados por la veracidad informativa oficial, debería darse de forma que no alterase el normal transcurrir de la ciudadanía. La paz social, basada en la desinformación, debía quedar garantizada ante cualquier escándalo, desde el simple cohecho de un concejal pueblerino hasta el braguetazo extramatrimonial del Subsecretario del Ministerio de la Familia y Asuntos Religiosos. Y el Ministerio de la Verdad tenía esa alta responsabilidad.
– Don Fulano –, le decía cada noche el becario que repartía la correspondencia en la redacción –, aquí le dejo los papeles del ministerio. Y soltaba en la cesta de la correspondencia varios sobres con membrete ministerial.
Y es que en la mesa de Fulano se acumulaban las citaciones, oficios admonitorios, amistosas notas extraoficiales, requerimientos y todo tipo de comunicaciones administrativas producidas por las oficinas del Ministerio de la Verdad. Se decía, incluso, que en las dependencias ministeriales existía un Negociado especializado en la interpretación y exégesis de los textos que Fulano publicaba a diario.  Dichos textos eran cotejados con el manual de estilo redactado por el ministerio. Cuando a la verdad oficial no se le correspondía la interpretación periodística de Fulano, se cursaba el correspondiente documento oficial, siguiendo el trámite que marca el procedimiento administrativo.
– Oye, Fulano – le aconsejaba un colega bienintencionado – ándate con ojo, no vayas a terminar en la Habitación 101.
Y es que en los medios periodísticos existía la creencia en la Habitación 101. Nadie, a ciencia cierta, sabía de su existencia. Eran rumores que se propagaban por las redacciones de los periódicos, por las cátedras de las universidades, por los platós de las televisiones, por las empresas editoriales y, en general, por cualquier lugar donde se pudiera generar y difundir  una opinión que disintiese de la del Ministerio de la Verdad.
Por si acaso, todo el mundo consultaba el manual de estilo, que el Ministerio de la Verdad repartía con profusión, siempre acompañado con un “Saluda” del Director Gral. de la Recta Opinión. También Fulano tenía uno en un cajón de su mesa de despacho, encuadernado en piel y con cantos dorados, regalo especial del propio Ministro.  Era un privilegio exclusivo. Su verba ácida y la incisiva mordacidad de sus artículos le habían hecho acreedor a esta atención tan personal. Incluso, en ocasión memorable, recibió la llamada personal del Sr. Ministro:
– Fulano – le dijo entre otras cosas – con lo bien que usted escribe, se iba a aburrir mucho en la Habitación 101. 
Pero el Sr. Ministro era un político campechano y todos sabían que nadie le ganaba a bromista en el Hemiciclo, así que Fulano no se sintió amenazado.
Y Fulano seguía escribiendo sus crónicas de la corrupción urbanística, política, financiera. Por su culpa, un día tenía que cesar el alcalde que había adjudicado a dedo una obra a su yerno. Otro día, una inmobiliaria del Gerente de Urbanismo se declaraba en quiebra. Fulano había averiguado que no existía el terreno donde, supuestamente, se iban a construir tres mil viviendas, cuyos adjudicatarios llevaban ya dos años pagando letras.
El día que destapó el asunto de los coches de lujo, se organizó una trifulca monumental en el Congreso de los Diputados. El cuñado de un primo de la mujer del Jefe de la Oposición llevaba años vendiendo coches oficiales -robados en los emiratos árabes- a los presidentes autonómicos, a los alcaldes de las capitales y a los delegados del gobierno. Además la fina nariz periodística de Fulano había descubierto que un sobrino de la ex mujer del Presidente del Supremo Tribunal para el Control de la Pureza en la Aplicación de las Leyes, tenía una empresa donde se blindaban todos los coches que aquel cuñado de un primo de la mujer del Jefe de la Oposición vendía a la clase política.
Nada más salir la crónica de Fulano, el Ministro de la Verdad tuvo que sufrir la interpelación parlamentaria más dura de su vida. Con razón, el Portavoz de la Oposición se preguntaba desde la tribuna del Congreso qué utilidad tenía despilfarrar el dinero del contribuyente en tal Ministerio de la Verdad, si el susodicho sufrido contribuyente, encima, se veía obligado a soportar en toda su crudeza la realidad de la corrupción política.
Aquella misma noche, Fulano no apareció por la redacción. De su casa había salido, a la redacción no había llegado. Según decían, se había encontrado con dos amigos y se lo habían llevado de copas…
Cuando a Fulano lo introdujeron en la Habitación 101, vio ante sí un encerado de cinco metros de largo por uno y medio de alto. Al lado, un palé con paquetes llenos de barritas de tiza. En el ángulo superior izquierdo de la pizarra, esta frase: Nunca diré la verdad sin permiso, que ya lleva escrita un millón cuatrocientas ochenta y tres mil doscientas veintiocho veces. Cada vez que completa el encerado, éste se borra automáticamente y él empieza de nuevo a escribir a partir del ángulo superior izquierdo: Nunca diré la verdad….

Según parece, todavía tiene para tres años más.