martes, 26 de junio de 2012

En la punta de la nariz.-


Huyendo de este calor madrileño insoportable que nos cuece en nuestro propio jugo; huyendo de esas flamantes  autopistas radiales,  también madrileñas, llenas de baches económicos por falta de usuarios que paguen peajes, y que tendremos que rescatar de nuestro bolsillo; huyendo de las habituales consignas oficiales (ça va très bien, madame la Marquise…) según las cuales el gobierno está haciendo lo que hay que hacer y los rescates los pagamos a escote y no hay más que hablar, este jubilata en fuga de una realidad inhóspita, se ha refugiado en la lectura.
Ni que decir tiene a quienes practican este viejo vicio solitario, la lectura es la última Tule donde un ciudadano, desarmado de toda ilusión sobre las bondades del sistema, encuentra refugio y tranquilidad de ánimo, mientras en el mundo exterior - al otro lado de la ventana, sin ir más lejos – se atropellan los derechos sociales y se manipulan verdades que hoy son ciertas y mañana su contrario.
Total, y para no andarle con monsergas al improbable lector, todo esto para decirle que estoy leyendo un libro asaz curioso y entretenido: Le Moyen Âge sur le bout du nez (La Edad Media en la punta de la nariz). La autora, que es italiana, aunque me ha llegado la versión francesa de su obra, encara con buen humor uno de los tópicos más corrientes a propósito de la Edad Media: la que nos transmitieron los humanistas, quienes la despreciaron como “los siglos oscuros”.

Esa época sin lustre, transcurrida entre el esplendor del Imperio Romano y el Renacimiento italiano; ese puñado de siglos iniciados por las invasiones bárbaras y terminados, de forma imprecisa, entre la conquista de Bizancio por los turcos otomanos en 1453 y el descubrimiento de América. Poco más o menos, que uno no es historiador y no sabría decirlo con seguridad. Lo que sí está claro es que hasta su propio nombre, medio-aevo, media tempestas, se refiere a un tiempo sin sustancia propia, transcurrido entre dos hitos históricos.
Pues eso, que doña Chiara Frugoni demuestra con datos, textos y buenas ilustraciones de época (pinturas, miniaturas…) que en la Edad Media también se inventaron cosas de mucha utilidad para las gentes de aquella época y para la nuestra, porque seguimos usándolas y siguen siendo imprescindibles en el uso cotidiano.

Entre otras, las gafas que se colocan en la punta de la nariz; esas que los franceses llaman pince-nez y nosotros quevedos, aunque el nombre español resulte anacrónico por lo que va desde finales del S. XIII (cuando se inventaron), hasta el S. XVII, cuando se retrató con ellas don Francisco.

Nadie usaría actualmente unas gafas Gucci si no fuese porque fray Alessandro Della Spina, pisano él, no hubiese divulgado la técnica para pulir las lentes. Ni este jubilata vería un carajo sobre la pantalla del ordenador si no fuese porque a un artesano desconocido, a quien copió el fray, se le ocurrió ponerse a pulir cristales de aumento.

…O los botones, o los calzoncillos ¿Quién puede imaginarse un mundo sin botones para abrocharse la camisa? ¿O andar por esos mundos sin gallumbos, o sin bragas, según del cuál o la cuála se trate?

Parece que eso de andar con las vergüenzas colganderas venía de antiguo, pues los romanos consideraban una prenda propia de bárbaros eso de usar calzón, y en la Edad Media la gente común las mostraba (sus vergüenzas) sin mayor rubor cuando se levantaba los sayos para que les llegara mejor el calor del fuego en invierno. Pero parece que ya en el S. VIII era de buen tono usarlos porque el Duque de Trento, a un emisario del obispo de Pavía le preguntó si munda femoralia habet (o sea, si traía los calzoncillos limpios).
Por no entretener más al improbable lector, sepa éste que mil artilugios de uso habitual empezaron a usarse en la Edad Media sin que se tenga una idea clara de quién los pudo inventar. La necesidad es madre del ingenio y sus consecuencias me dan motivo de grata lectura en estos días de canícula y barbarie economicista.

martes, 19 de junio de 2012

Caminando...


Ya perdonará el improbable lector mi ausencia de este sitio durante tantos días. Perdonará, espero, mi desconocimiento del valor actual de la prima de riesgo; perdonará también mi actual ignorancia en lo referente al rescate bancario que no puede llamarse así sin molestar a las altas instancias; mirará con benevolencia, en fin, mi ignorancia de las cosas que mueven actualmente el mundo, pero es que he estado en el Camino.
Durante días he caminado por los caminos de Castilla sin más preocupación que saber cuándo te saldrá la primera ampolla, cuándo se te amoratará la uña que llevas tocada desde que hiciste una etapa doble porque no encontrabas albergue. Minucias. No importan las uñas rotas o los pies remendados cada madrugada antes de calzar las botas. Lo que importa es ver la amanecida en mitad de los llanos; tener ante ti un camino que serpentea entre campos de mies que van tornando del verde al amarillo, o esos chopos que van jalonándolo en la distancia. Importa sentirse vivo y libre, aunque pese la mochila y tengas los pies jodidos. Lo que algunos llaman la mística del Camino y no es más que un tiempo para andar a solas, cada quisque con sus pensamientos.
Esta vez he comenzado en tierras burgalesas, he recorrido toda la provincia de Palencia y he terminado en León capital. He pasado por viejos pueblos castellanos donde se desmoronan casas palaciegas por falta de habitantes que las hagan vivir, y antiguas casas de adobe y tapial con sus ventanas y puertas cerradas, como negándose a aceptar su propia decrepitud. Me he lavado los pies en viejas fuentes donde bebían los caminantes o abrevaban los ganados y he descansado al pie de algún chopo que es el único referente vertical que uno encuentra en kilómetros y kilómetros de tierras que llegan a ser monótonas por su horizontalidad. Y aún así, estas tierras castellanas de pan llevar son hermosas de una hermosura elemental, donde los trigos cabecean al compás de las brisas y asemejan un mar de leve oleaje.
Los refugios de peregrinos son una babel de nacionalidades y lenguas. Puedes encontrarte, como me ha ocurrido este año, una tropilla dispersa de coreanos, tan sonrientes y disciplinados ellos. Vienen, según he oído, porque tradujeron a su idioma la obra de Paulo Coehlho O diário de um Mago, publicado aquí como El Peregrino de Compostela. Lo leí en su momento y me pareció un manual para místicos principiantes. También he leído otras vivencias del Camino de gente más o menos conocida, pero ansiosa de relatar sus experiencias espirituales y siempre me han parecido una amable trampa para ingenuos, quienes esperan ser tocados por la gracia divina simplemente por hacer 25 kilómetros diarios camino de Jacobsland.
Uno, que conoce sus propias limitaciones y sabe que nunca levitará ni encontrará coros de ángeles que le lleven la mochila, se conforma con pequeñas experiencias estéticas, como observar a un jilguero, en lo alto de un arbolillo seco, trinando. O el croar de las ranas en un riachuelo, que es ruido poco armonioso, pero que resulta el contrapunto áspero en un jolgorio de pájaros piando en la enramada de los álamos. Uno, que descree de tantas cosas, agradece la experiencia estética, por mínima que sea, y desconfía de la mística; se arroba ante una puesta de sol que enrojece los tapiales medio desmoronados, y agradece una charla pausada en el patio del refugio peregrinil. Aunque, a veces ocurre - como cuando vi los lirios floreciendo en las riberas del Canal de Castilla – el esteta y el místico se daban la mano y se olvidaban del mochilero que los llevaba a cuestas.
Lástima que, nada más llegar a casa, la puta realidad me ha dado en toda la cara en cuanto he encendido la tele. Habrá que esperar al próximo año para tomarle el pulso a la vida del caminante sin agobios. Cuestión de años y leguas.

domingo, 10 de junio de 2012

No es lo que parece (aunque nos parece lo que es)


Este sábado pasado hemos ido un amigo y yo a hacer una marcha por los montes próximos a Cercedilla. Subimos a Marichiva y, desde allí, por la senda que lleva a los ojos del río Moros y al collado de Tiro Barra, subimos al Minguete. Los piornales estaban en plena floración y las laderas de los montes alfombradas de un intenso amarillo contrastando con los verdes jugosos del matorral y los verdes oscuros del pinar, como si nos moviéramos en un inmenso cuadro impresionista.

En los nacederos del río Moros nos paramos a disfrutar del silencio sonoro de la naturaleza. El rumor de los arroyos, las llamadas del pájaro carbonero y la brisa serrana que corría entre los pinos nos han hecho olvidar, durante un corto espacio de tiempo, este mundo desabrido de engaños ý desinformaciones interesadas a los que nos someten nuestros gobernantes, lacayos indignos y voluntariosos de un sistema socioeconómico que no nos da respiro.

De vuelta a casa, estaba yo tan a gusto cenando cuando, en el telediario aparece el ministro Del Guindo para decirnos que aquí no pasa ná. Que los que mandan en nuestras vidas y haciendas (FMI, BCE, CEE) nos habían concedido 100.000 millones de euros para sanear la banca española. Hacía apenas un día, con estas orejas que se han de comer la tierra, este jubilata oyó al Mariano afirmar que la banca española no necesitaba un rescate. Por supuesto, cuando lo oí supe que era cosa hecha, y mi único interés era saber cómo iba a atar por el rabo la mosca del rescate bancario con las declaraciones que, en ese momento, estaba haciendo. Pero no ha tenido que hacerlo, para eso tiene a un propio: el ministro Del Guindo que, aunque se le da mal mentir, no le importa.

Y Del Guindo, desde el púlpito del guindo televisivo, va y nos dice que lo de los cien mil millones de euros para la banca española no es “un rescate”, que es “una ayuda”. Hombre, se me ocurre pensar, qué más nos da cómo lo llamen, si acaban de endeudarnos en esos miles de millones que producen mareo. Y añade el Del Guindo que la ayuda se concede en las mejores condiciones posibles; que es asunto que sólo afecta a los bancos, pero que no afectará a los ciudadanos. A continuación, un corresponsal dice que el estado español se hace cargo de la deuda y de los intereses. ¿Y quién es el Estado, los banqueros defraudadores o el común de los ciudadanos? Informaciones y contra informaciones se suceden, mezclan y contradicen en el mismo telediario.

A un servidor, como a cualquier ciudadano medianamente avisado, le molesta la impunidad con la que manipulan mentiras, medias verdades y desinformaciones interesadas. Pero hay algo que este jubilata lleva como un contradiós, y es que toda esta gente haya leído (¿lo han leído?) con tan poco provecho a Orwell y su 1984. Esa burda neolengua que utilizan para no llamar a las cosas por su nombre, ese tosco Ministerio de la Verdad que se han inventado para deconstruir el poso de la historia en función de sus torpes intenciones, ese Gran Hermano televisivo chapucero para embrutecer conciencias, no tienen la categoría, ni por asomo, de la premonición histórica que nos cuenta Orwell en su novela.


Así ve Eneko el rescate
Ya sé que, aunque parezcan y lo sean –torpes- su torpeza tiene una finalidad no confesada: desorientar al ciudadano, volverle temeroso de los males futuros y sumiso ante los presentes – todos ellos presentados como irremediables –, hacerle sentir como un ignorante, incapaz de reconocer y afrontar sus propios problemas y dejar en manos de “los que saben” la responsabilidad.

Ya nos lo advirtió Noam Chomsky en su artículo 10 estrategias de manipulación. También Naomi Klein en su Doctrina del Shock nos dice que todo responde a una estrategia programada. Y sí, nos mantienen en estado de schok permanente: un día estalla el ladrillo en mil pedazos, otro día son las Cajas de Ahorros agusanadas que dejan a sus cuentacorrentistas en un ¡Ay! Un día sí, otro también, son las variopintas corrupciones de políticos y afines; otro día es Bankia que se va al carajo, o la prima de riesgo disparándose. Hoy, penúltima patada en nuestro culo colectivo, un rescate de 100 mil millones de euros que, según el ministro Del Guindo de la Cosa, no es rescate sino ayuda. Mientras, la gente que saca a sus viejos de los asilos para poder vivir con la pensión; los que se quedan sin vivienda pero mantienen la deuda con banco que los expropió, o los niños cuyos padres no pueden pagar el comedor escolar.

La cuestión no está en si los mercados se quedarán o no tranquilos tras esta inyección de dinero en los bancos españoles. Está en saber, por fin, si seguiremos practicando la moral del esclavo y sometiéndonos, o levantaremos la voz.

¿Y si empezamos a movernos un día de estos?

domingo, 3 de junio de 2012

Con la conciencia tranquila


Yo no se al improbable lector, pero a este jubilata, cada vez que oye decir “Mi conciencia está muy tranquila”, le entran ganas de mover la susodicha conciencia a palos, a ver si con cuatro meneos bien dados aquélla sale de su atonía y empieza a servir para algo, aparte de para justificar los enjuagues de su propietario.

No hay en esta Expaña nuestra un prohombre (o una promujer, por aquello de la equiparación de géneros o sexos) que no recurra a la frasecita de marras cada vez que les pillan con los dedos hurgando dentro del cajón de los dineros públicos.

Esta jubilata lleva perdida la cuenta de cuántos políticos o representantes de instituciones públicas se han atrincherado en el argumento de "tengo la conciencia tranquila" para justificar lo injustificable: que los recursos públicos, cuando son administrados más a favor del interesado que del bien común, no son cuestión de conciencia individual, sino de malversación pura y dura. Eso como poco, cuando no se trata de un simple latrocinio ejercido sobre los recursos de la ciudadanía.

Creo que debería quedar absolutamente claro lo siguiente: la conciencia individual, tranquila o no,  no es un resorte de precisión que nos advierte de la inmoralidad de un acto en la esfera de lo público. Los actos de un personaje público, en cuanto ejerce como tal, no se deben regir por una conciencia personal y acomodaticia, sino por el respeto a la legalidad, a la norma establecida y al bien común. Como quien dice, use usted de su conciencia en la esfera privada, le diga lo que le diga ésta, que a nadie le importa, pero en cuanto individuo con responsabilidades públicas, son otras las voces las que dirán si usted obró bien o mal.

A estas reflexiones andaba yo dándole vueltas cuando le oí decir al Presidente del Consejo General de Poder Judicial que tenía la conciencia muy tranquila, tras airearse en los medios eso de que se gastó ciertos dineros del erario en viajes a Marbella, que se alojó en hoteles de categoría y que llevó a un acompañante, todo a cargo de dineros que no salieron de su bolsillo. Mira qué bonito ejemplo en tiempos de escasez y recortes económicos en las instituciones del Estado. Quizás el hecho de ocupar la cúspide de la magistratura estatal le haga creer que tiene privilegios de los que no goza el pueblo mezquino, pero ha olvidado aquella máxima de que la mujer del César no sólo ha de ser honrada, sino parecerlo.

Y aquí la impresión general es que las castas privilegiadas, instaladas en el poder en supuesta representación del pueblo, ni son decentes ni se molestan en parecerlo. ¿Usted vacía de recursos una Caja de Ahorros, como la CAM que se quedó con parte de mis ahorros, para construir aeropuertos inservibles, para montar Fórmulas 1, para enladrillar la costa? Lo hizo con la mejor de las intenciones y su conciencia está muy tranquila. ¿Que por el camino han aparecido unos Gúrteles para desviar dineros públicos en favor de amiguetes? Nada, debilidades humanas. Usted, en mi lugar, hubiese hecho lo mismo. Lo primero es la familia.

¿Qué usted subvencionó ONG´s urdanganirescas? ¿A quién mejor que a un yerno del rey le vamos a confiar nuestros dineros, más cuando lleva el título de duque de Palma? Mi conciencia está tranquila porque el nombre de la ciudad se lo merece.

Y así desde el alcalde de Villatordillos de los Eriales hasta el magistrado supremo de la nación. Que el improbable lector vaya añadiendo los casos que recuerde; a mí se me escapan de tantos como son.

La conciencia privada es la medida de valor universal, aplicada a los intereses del país cuando éstos colisionan con mis intereses particulares. Ésta podría ser la norma que éstos siguen para hacernos creer que "mi dios y mi conciencia" están por encima de los ciudadanos. ¡¡Y una mierda!! se nos ocurre pensar a los que tenemos que aguantar los dictados de su conciencia y sufrir sus consecuencias.

Este jubilata propondría, no por ética o moral, sino por estética, que dejaran de echar mano a la conciencia cada vez que tengan que justificar lo que, a los ojos del más elemental sentido común, no es más que una tropelía en mayor o menor grado.

Ténganlo claro de una puñetera vez, su conciencia nos importa un carajo. Nos conformamos con que no metan mano al cajón ¿Vale?