martes, 21 de febrero de 2012

El enemigo.-



Los bachilleres lo son ¿Los jubilatas también somos "el enemigo"?






Estas son las armas antisistema que manejo.


Señor comisario, si me muelen a palos, como a los estudiantes, al menos hagan el favor de regalarme un frasco de betadine. La jubilación no da para muchas alegrías.

sábado, 18 de febrero de 2012

Patriotismo de garrafón.-

En estos tiempos de depresión psico-socio-económica generalizada y anonadamiento ciudadano, me han llamado mucho la atención dos noticias de rancio sabor folclórico-patriótico: lo de la vindicación de Gibraltar español, por parte del embajador nuestro, y lo de la muy patriótica queja del gobierno español por lo de los guiñoles del Cajal Plus francés.

Yo allí no estuve, pero me imagino la escena. Llega el señor embajador español a la sucursal comunitaria europea de la Plutocracia Financiera, coge en un aparte al representante inglés, le tira de la manga para llamar su atención y le suelta eso de ¡Gibraltar Español! Me imagino la cara del representante de Su Graciosa Majestad Británica, quien debió mirarle como pensando: ¡Joér, cómo está el patio en Spainkigistán!, para decirle a continuación -ya digo que yo no estuve allí, pero me lo imagino - que verdes las habían segado y que allí estaban a lo que había que estar; o sea, a meter tijera en recortes sociales y a rescatar países previamente empobrecidos por los mismos mercados a los que había que tranquilizar.

Hay que ver lo que es la diferente idiosincrasia de los pueblos, me dije: La flema británica frente al trémolo patriótico hispano.

Oída la noticia, y con muchísimo esfuerzo, hice un ejercicio de empatía y me puse en lugar de un giraltareño. Sólo de pensar que la Roca podía pasar a soberanía española y que aquello se iba a llenar de Camps, de CAM múltiples, de Fabras, de Gúrteles, de Iñakiurdangarines y políticos tipo Esperazaguirres con sus campos de golf en páramos sedientos, se me pusieron los pelos como escarpias.

Uno, de siempre, ha sentido nula simpatía por el despropósito histórico gibraltarño, pero pensé que, ni aún así, los habitantes de la Roca -apretujados entre el meño, los monos y el mar- merecían tan aciago destino como el de los españoles de este lado de la verja.

La otra noticia, la de los guiñoles, también me ha dado que pensar. Llegan los gabachos y empiezan a burlarse de nuestros más sacrosantos valores raciales, nuestros heroicos atletas tipo Nadal o Contador, que tan alto dejan el pabellón hispano allá donde compiten. Con volteriana desvergüenza -cochina envidia, en el fondo- empiezan a decir que si se drogan y todas esas maledicencias que manchar el honor de España toda.

Con justa queja, henchido el pecho de sacrosanta indignación, el gobierno español hace una reclamación vía diplomática. No es bastante que nos tiren los tomates, las fresas y las lechugas en la frontera, es que, encima, mancillan la honorabilidad de nuestros deportistas, esos que representan a nuestro noble macho ibérico; ese noble heredero del Antecesor Ibéricus que, ante el televisor, compite bravamente repanchingado en el tresillo doméstico; o que, desde las gradas de un estadio, vocifera defendiendo los colores de su club y forma una masa compacta en la que no penetra ni un gramo de inquietud ante recortes de sueldo, abaratamiento de despidos, empobrecimiento de la enseñanza, negocios con la salud pública y otras minucias parejas.

Y es que este jubilata tiene una idea equivocada del patriotismo, a lo que se ve. La patria la forman -piensa ingenuamente- el conjunto de los ciudadanos de un país sobre un determinado territorio soberano. Quítele usted los ciudadanos y de la patria sólo le queda un solar urbanizable. Patria es -sigue uno pensando en su ignorancia de estas cosas- que los ciudadanos que la conforman tengan un trabajo digno ("Como Dios manda", diría don MarianoTijeras), unos derechos sociales que les dignifiquen, una enseñanza de calidad para sus hijos, una sanidad pública universal y gratuita, y unas expectativas de futuro. Pero se ve que estas son palabras vanas.

Aquí y ahora, por lo que alcanzo a entender, para nuestros gobernantes patria no son los ciudadanos empobrecidos en sus derechos sociales, sino el viejo recurso a enfervorizar multitudes para ocultar problemas. Es el manido recurso de azuzar al pueblo cabrón (así lo llamaba Tirano Banderas) contra la pérfida Albión y el librepensador gabacho. Si es tal como lo supongo, a mí que no me llamen a filas, esa patria no es la mía. Es la suya y allá ellos con sus intereses inconfesados.

Aunque, después de darle vueltas a la cosa, pienso que a nuestros gobernantes se les ha olvidado un ancestral enemigo: el moro traicionero. Ya que lo tienen tan a mano, no sé a qué esperan para gritar con orgulloso ademán, ahora que a Trillo lo nombran embajador de no sé qué: ¡¡Perejil es Español, coño!!

domingo, 12 de febrero de 2012

Cabos sueltos (confidencias a un lector que nunca existió).-

... En un mundo donde lo único que importa son los logros materiales, la posesión de objetos, la lectura temprana de ¿Tener o Ser? de Erich Fromm, me inclinó por lo segundo. Y así, cuando oigo a la gente importanciosa preguntar: Y tú ¿qué eres?, me acuerdo de mi profesor de Antropología Filosófica, quien comentaba irónicamente: Yo siempre respondo: no soy nada, pero existo mucho. De igual forma, yo he optado por existir lo más posible y no ser socialmente nada, apenas funcionario y, ahora, jubilata.

Me recuerdo como lector desde la infancia, cuando en las casas no había libros (un lujo innecesario para la supervivencia). Deboraba tebeos y los escasos libros que llegaban a mis manos. Sin querer ser pretencioso, te diré que era bien niño cuando leí por primera vez El Quijote. Era un ejemplar editado en 1916 que trajo mi madre de su casa y que había pertenecido a su padre, hombre sin instrucción, pero gran lector. Por supuesto, me saltaba esas historias tan aburridas de la Pastora Dorotea o del Curioso Impertinente.

Lecturas como esa, a tan temprana edad, resultan, forzosamente, perniciosas. Que un hidalgo pueblerino, con un mediano pasar, se hiciese caballero andante para traer la justicia al mundo era una ambición perfectamente inútil y, si me apuras, peligrosa para la buena marcha de la sociedad. Por eso le volvieron cuerdo, a la fuerza, en su lecho de muerte. Yo, por aquellos años, lo ignoraba y me parecía una locura excelsa. Luego, de mayor, la cosa ya no tenía remedio. Y la cosa se complicó al leer, años más tarde, Vida de Don Quijote y Sancho, de aquel cascarrabias de don Miguel de Unamuno. Descubrí lo que tenía de sublime renunciar a la cordura.

Pero ¿para qué hablarte de mis lecturas? He leído de todo y con poco provecho porque he olvidado la mayoría de lo leído. Allá en el fondo, apenas quedan unos posos, semejantes a capas sedimentarias; testimonios geológicos de tantos tiempos perdidos. Estratos calcificados por el tiempo que han formado una costra que, por desgracia, ha enterrado definitivamente esa inocencia con la que veía el mundo durante la niñez. Ahora, sin inocencia para observar el mundo con los ojos del niño que fui, y sin madurez suficiente para afrontarlo con la sagacidad del hombre que debería ser, nado entre dos aguas: la imaginación y la realidad.

Y aún así, no hace tantos años que empecé a dar forma literaria a mis fantasmas particulares. Recuerdo bien mi primer cuento. Tiene fecha de septiembre de 1995 y se llama La Piedra del Peregrino. Lo escribí para una amiga belga con la que hicimos el Camino de Santiago aquel verano. Se llamaba Françoise, estaba recién divorciada y había venido al Camino para tomarse un tiempo de reflexión y poner en orden su vida...

domingo, 5 de febrero de 2012

Ladrones de tiempo.-

No me refiero a la TDT. Lo que allí se ve, en general, nos hace perder el tiempo, pero no nos lo roba. Basta darle al off del mando a distancia para que no nos moleste y podamos dedicar nuestro tiempo a cualquier otra actividad. Últimamente es lo que hago: por las noches, un rato de tele entre 10 y 11,30 para que me sirva de adormidera y para sentirme hombre-masa, no sea que pierda el sentido de la realidad de tanto aislarme de las pequeñas miserias sociales; el resto del tiempo lo ocupan actividades que suponen, de forma modesta, un enriquecimiento cultural en minúsculas.

Lo de ladrones del tiempo va por otros derroteros que luego diré. Si uno sustituye los ratos de tele por lectura, es lo que pasa, que uno deja de recibir información superflua, embarullada y a granel. En su lugar, la lectura proporciona información necesitada de una asimilación pausada para digerirla. A medida que uno lee (es un ejercicio que se hace, necesariamente, con cierta lentitud para comprender lo leído) se van depositando algo así como estratos de información libre de polvo y paja. Éstos van formando un depósito de conocimientos que resultan muy útiles para, antes que nada, ser consciente de que el saber produce inquietud.

Un amigo mío dice que el conocimiento es libertad; yo digo que produce inquietud y hasta infelicidad. Y si no, no hay más que echar un vistazo alrededor para darse cuenta de que los más felices son quienes practican la moral del esclavo: no tienen más obligación que creer, mirar para otro lado y callar. Lo demás se lo dan todo hecho, porque quien manda es quien tiene la responsabilidad y quien se equivoca.

Por eso, leyendo un artículo de don Maurizio Lazzarato (de quien no tengo el gusto), La deuda o el robo del tiempo, me han venido a las mientes antiguas lecturas de textos -él tembién los menciona- del medievalista francés Le Goff sobre la usura y el tiempo. Resumo: según la lógica medieval, el prestamista no te vende sólo el dinero prestado, sino el tiempo que necesitas para pagárselo con intereses. Y el hombre medieval se pregunta: ¿Con qué derecho el prestamista se hace dueño del tiempo que el deudor necesita para devolver la deuda? Si el tiempo es patrimonio de Dios, el prestamista se apodera de algo divino. El prestamista no sólo roba al deudor, roba a Dios.

Hoy, con nuestra mentalidad racionalista y laica, sabemos que el tiempo de una vida pertenece a cada cual y debe disponer de él libremente; también, en cierto modo, a la colectividad en la medida que somos seres sociales. Pero la pregunta subsiste: ¿Con qué derecho el banquero, el financiero, el sistema neoliberal se apoderan de nuestro tiempo? Porque -un ejemplo corriente-, si tenemos que endeudarnos durante 30 años para pagar un piso, nuestro tiempo le pertenece a quien nos prestó el dinero. Nuestra vida se ve abocada a esa gran preocupación: devolver dinero e intereses en los palzos fijados, durante una vida hipotecada. ¿Quién le dio derecho al banquero para apoderarse de nuestro tiempo, el que necesitamos para pagarle la deuda contraída?

Ya ni la vida ni el tiempo nos pertenecen. Como indiviuos y como colectividad nos han hipotecado nuestro tiempo al empobrecernos individual y socialmente. La deuda de los Estados nos roba el derecho a la democracia porque nuestros políticos están al servicio de quieres controlan los flujos económcios y amputan los derechos sociales conquistados por generaciones anteriores. Pero, sobre todo, nos roban el porvenir, el tiempo futuro como portador de expectativas, de posibilidades de mejora y perfeccionamiento. Nosotros (y al menos la próxima generación, como poco) y nuestro tiempo pertenecemos a quienes nos empobrecieron, primero, para luego prestarnos los dineros que necesitamos para sobrevivir como sociedad y como individuos supuestamente libres. Tenemos hipotecado el presente y el futuro. Nuestro tiempo se ha convertido en una herramienta útil para producir beneficios a los prestamistas (especuladores, bancos, financieros...). Nuestro tiempo, nuestra vida, nuestro futuro, ya no tienen un sentido sagrado, como en el medioevo, sino utilitario en manos de nuestros acreedores. Es un útil que produce intereses.

Como la tele no me va a resolver las preguntas que la lectura me sugiere, prefiero asomarme a la ventana de la cocina y observar a los pajaritos que vienen a comer. En estos días tan crudos de invierno les pongo en un cuenco migas de pan y restos de comida.

Puede decirse que los gorriones son estómagos agradecidos; comen cualquier cosa con tal de sobrevivir: trocitos de espaguetis, lentejas y patata cocida, crema de calabacín, arroz requemado, cortezas de queso... Vienen a tropel y pugnan a ver quién picotea más deprisa y come más. Se roban unos a otros la comida de la boca y siempre hay algún abusón que espanta, a picotazos en la cabeza, a los otros y quiere él sólo comerse lo que he puesto para todos. No tienen sentido de la solidaridad.

Les observo y sospecho que tienen comportamientos demasiado humanos: son egoístas, acaparadores y violentos. Parecen, diría un hombre medieval, hijos de Adán. A mí me parecen, a veces, unos hijos de puta fogueados en Walt Street.