jueves, 23 de enero de 2020

Un año como cualquier otro.-

Extracción de la piedra de la locura.  Van Hemessen

Quizás, el improbable lector de esta longeva bitácora participe de la condición precavidamente desconfiada de este jubilata; o sea, es de aquellos que no ponen un pie en el nuevo año sin antes consultar a los arúspices a ver qué nos depara. Y aunque con semanas de retraso, un servidor ha cumplido con el ritual. Previamente, ya cumplió con otro, con el de hacerse propósitos anuales irrealizables. Pero de eso ya se habló en la entrada anterior.

Arúspices hurgadores en entrañas aviares, escudriñadores del Sino, intérpretes de la palabra divina de no importa qué dioses, echadores de cartas con fortuna pronosticada a medida del estipendio recibido, quirománticos que trafican con las rayas de la mano, trileros con trampantojos del dudoso mañana y demás pécora con licencia para marear la perdiz ante los temores del porvenir, haylos en abundancia. La cuestión es dar con el apropiado a tus necesidades.

Un servidor, que es de esos a los que el mañana se les desgrana en fragmentos de tiempo fuera de todo control, acostumbra a consultar a algún profeta de su confianza, a ver cómo puede transitar el año sin graves tropiezos en su andadura. 

Solo que a los de mi quinta, con la costra de años vividos y las meninges en desbandada, no es cuestión de entrar en el oráculo de Google a ver qué milagrosa respuesta encontramos en su Nube, sino que preferimos recurrir a viejos maestros. Siguiendo el proverbio, desacreditado por pretecnológico: Del viejo el consejo, un servidor ha ido a las estanterías de su siempre incompleta biblioteca, donde dormita tanta palabra escrita, y he rescatado el primer tomo de El Criticón. Abierto al azar, como hacen los hombres con fe de carbonero, y leído, recomienda:

Abre los ojos primero, los interiores digo, y porque adviertas donde entras, mira… Nota, le dijo, dónde y cómo entras, considera a cada paso que dieres dónde pones el pie y procura asentarlo… Nada creas de cuanto te dijeren, nada concedas de cuanto te pidieren, nada hagas de cuanto te mandaren. Y en fe de esta lección, echemos por esta calle, que es la del callar y ver para vivir.

Barrocos estamos, dirá el improbable lector. Pues sí. Privilegios de la edad y lenta digestión de viejas lecturas. Después de todo, somos lo que leemos. Los que leemos, claro está. Los que no, están mejor adaptados al medio y maldita la necesidad que tienen de conocer al viejo jesuita Baltasar Gracián, inventor de paradojas que no hay Wikipedia que las desentrañe.

Decía, pues, que he consultado al adivino de mi elección, quien me ha recomendado que tire por la calle de en medio, que es la de callar y ver para así poder vivir. El consejo es fácil de seguir porque este jubilata, aparte la incontinencia verbal de su bitácora – conocida solo por algunos, y por lo tanto poco contagiosa – acostumbra a hablar no mucho (primum taceas), a ver mirando cuando tiene ocasión, y a vivir el día a día, confiando que el mañana llegue a ser hoy y el hoy sea el ayer de mañana. 

Para no marear al cada vez más improbable lector: que vamos viviendo sin prisas, como la tortuga a la que jamás alcanzará Aquiles, el de los pies veloces. Con lo cual nos vamos moviendo entre las alegorías del Criticón y las paradojas de Zenón.

En el caso que nos ocupa, paradojas de andar por casa. Sin otra pretensión que salpimentar la vida de pensionista, tan mediocre de por sí. Bien que nos gustaría crearnos un mundo a la medida, donde las alegorías fuesen certezas y donde las paradojas lo usual. Pero no nos llega ni el peculio ni la imaginación para forjarnos el mundo de Tlön, pongamos por caso. Porque, si estuviera en nuestras manos, escribiríamos los cuarenta volúmenes de La Primera Enciclopedia de Tlön, aquel planeta inexistente al que la descripción enciclopédica en el Orbis Tertium da tantos visos de realidad como la contaminación sobre la capital del reino.

Y si el improbable lector no me cree, crea al menos a Borges, quien lo habla con absoluta congruencia en su relato Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. De todo el mundo es sabido que Borges era fabulador, pero no mentiroso. Un servidor aspira a no ser lo segundo, ya que no alcanza lo primero.

Por ir concluyendo. Transitaremos todo este año reciente, del que hemos gastado cuatro semanas, por la calle del callar, ver y observar con los ojos interiores, como recomienda Gracián. Aunque, la verdad, nos gustaría romper la rutina con algún hecho memorable, o al menos original. Como, por ejemplo, escribir el Quijote al modo de Pierre Menard, quien lo escribió - así lo asegura el maestro Borges -, no copiando a Cervantes, sino coincidiendo con él palabra a palabra, coma a coma.

Y, si no lo logramos, al menos, con la imaginación transitaremos por los avatares de Gracián, Borges, Cervantes y cualquier otro plumífero que se nos ponga a tiro. Todo menos estar mano sobre mano.