miércoles, 27 de septiembre de 2017

A resguardo de la bronca política (Si puede ser)


Haga lo que yo: no se meta en política”, me recomienda un comunicante, y por lo que se ve, lector frecuente de mi bitácora. Consejo que, por otra parte, ya le dio el Invicto Bahamonde a uno de sus ministros. Debería haberle hecho caso. A mi comunicante, digo. 

Sepa el improbable lector que se me ocurrió – aparte las anteriores entradas sobre este asunto en mi bitácora – colgar una nota en el Facebook ese preguntando que si los que no estábamos llamados al autoproclamado referéndum catalán éramos ciudadanos de segunda. Respuesta inmediata de un quídam: los fachas sois ciudadanos de tercera. Mi comunicante y el dictador tenían razón: quién coños me mandaba meterme en esos tiberios y turbamultas donde todo se resuelve a pura bronca y navajazo ideológico.

Por eso, como un servidor tiene ya una edad y no está para perder su tiempo intentando razonar con cafres centrífugas o centrípetas, he decidido cerrar las fronteras de la república independiente de mi casa y ver desde la ventana lo que se cuece en el ruedo ibérico. Porque, de lo que sí podemos estar seguros es de que, suceda lo que suceda estos días, saldrá un largo memorial de agravios y un martirologio patriótico a ambos lados del Ebro, de los que podríamos hablar cualquier otro día, si al improbable lector no le aburre darle vueltas a esta noria sin caudal.

Cuando uno no quiere, dos no conviven, así que estamos asistiendo a las broncas previas al divorcio a cara de perro, o al matrimonio sacramentado hasta que la muerte nos separe. Lo que resulta un sinvivir con sus odios soterrados. La segunda opción, la verdad, da repelús; y si la primera se consuma, haga usted el favor de apagar la luz, cerrar la puerta y devolvernos la llave antes de irse, y tanta paz lleve como descanso deja. 

Y no se hable más del asunto, y si se habla, hagamos lo que el inquilino de la Moncloa cuando le preguntan sobre asuntos incómodos: Esa persona de la que usted me habla. Así que no lloraremos ausencias. Pero si alguno se pone sentimental, recuerde la canción de Joan Manuel Serrat: Qué va a ser de ti lejos de casa. Nena, qué va a ser de ti. Lo que sea el futuro, ya lo veremos cuando esté presente. Lo que ha sido el pasado, con no ser actual, pesa y enturbia el presente. Uno y otro son un lastre para vivir el ahora.

Leía el otro día en L´Express una entrevista a Luc Ferry, antiguo ministro de Educación con Jacques Chirac, en la que decía que pesan dos males sobre el ser humano: el pasado y el futuro; la nostalgia y la esperanza, que nos impiden habitar el presente. Un servidor está en el presente abismado en “horas abismáticas”, como decía Unamuno. Esas horas en que uno se separa del trato con sus semejantes, del ruido de las ideologías, y cae en la realidad de sí mismo. A lo mejor no nos vendrían mal a todos disfrutar de algunas “horas abismáticas” para aislarnos del ruido de patrias enfrentadas y de la bronca que se encrespa a cada día y así conocer la realidad de cada cual por dentro. Que cada quisque se palpe la ropa.

Metafísico estás, le dijo Babieca a Rocinante en aquel soneto bastante mediocre de Cervantes. Es que no como, respondió, movido por la gazuza, Rocinante a Babieca: por lo que se ve, no era más que metafísica de pesebre. La necesidad hace de un rocín un filósofo y del pesebre metafísica... o patriotismo. Y de un bloguero provecto, un desengañado que se abisma.

Con permiso del improbable lector, no hablaré más de este asunto, al menos por esta vez, que tengo lecturas pendientes. A lo mejor le parece cosa de ociosos y despreocupados de la urgente realidad que nos agobia, pero este jubilata está muy interesado en Urbs Roma, vida y costumbres de los romanos; La vida privada. 

El lector descubre que no eran tan diferentes a nosotros. Que también seguían las modas de los peinados, los perfumes, las ropas; que también las mujeres se ponían tufos y extensiones en el pelo, y se lo teñían. Y que los niñatos de buena familia se cuidaban mucho de los rizos en la cabeza o los cortes de pelo a la moda. Y que había moralistas que criticaban las costumbres relajadas y la pérdida de las tradiciones. “También los hombres saben hacer sus embustes, saben atusarse la barba, entresacarla, ordenar el cabello, componerlo y dar color a las canas….” Eso decía Tertuliano, un padre de la Iglesia a caballo entre los siglos II y III.

En fin, he titulado esta entrada “A resguardo de la bronca política” porque quería quedarme al margen, pero no estoy tan seguro de que se me consienta, después de haberlo sacado otra vez a colación. Pero no importa. Siempre habrá un roto identitario para un zurcido nacionalista y una palabra desabrida para una opinión no compartida. Como dijo José Antonio Labordeta - con perdón -, en memorable ocasión en el Congreso de los Diputados: ¡A la mierda!

lunes, 18 de septiembre de 2017

Refrendos autocumplidos.-

A la espera de que escampe ese referendo contra don Mariano el Inflexible, que quieren celebrar los catalanes estelados el día 1 de octubre, y habida cuenta que cuarenta mil millones de euros irrecuperables del rescate bancario son una minucia para el pueblo soberano frente a las papeletas fotocopiadas del Oc cataloccitano, este jubilata había decidido ocuparse de asuntos más serios. Claro que no siempre lo consigue. Sin ir más lejos, un amigo que se ha ido a vivir a Colombia, preguntaba ayer por el wasap ese: ¿Qué tal vais? Y un servidor, que a veces no logra controlar el subconsciente, el inconsciente y la oportunidad de estar callado, va y responde: Aquí, con la joda del referéndum catalanista, que parece que no haya cosa de más interés.

Mal, muy mal - dirá algún improbable lector -, un error. Y no le faltará razón; más teniendo en cuenta que de los escasos lectores de esta bitácora, unos opinarán que sí, otro que no, como la canción de la Tarara, y los quejosos se borrarán de leer opiniones más viscerales que meditadas. Aunque, en descargo de un servidor, diré que no se me deberían tomar en cuenta, ya que en estos asuntos de política el apasionamiento es lo habitual, o el hastío, como es el caso de este jubilata. Aparte que, opine lo que opine desde esta bitácora, cada uno tiene ya su idea formada. Y una opinión más, por mucho que esté en letra de molde, no va a cambiar un ápice el sentir de cada cual.

Tal como la canción de la Tarara sí, la Tarara no: y tiene la Tarara un higo en el culo, acudid muchachos que ya está maduro. El higo del referéndum parece que va madurando, manoseado por constitucionalistas, nacionalistas (españolistas / catalanistas), tertulianos, debatidores de asuntos de rabiosa actualidad, insultones y matones anónimos en redes sociales, se dicentes defensores de la libertad a decidir, doctorales intérpretes de los recovecos de la legalidad, líricos cantores de la libertad de los pueblos con trémolos patrióticos de vario signo, opinadores de barra de bar y blogueros mal informados y peor expresados… Y otros muchos especímenes que ahora no logro recordar, pero todos pendientes del higo refrendario que en salva parte va madurando la Tarara.

Que sea para bien, es lo que hace falta.

Aquí otro equidistante.
Y de verdad, no nos preocupemos más de esos irrecuperables cuarenta y pico mil millones de euros que nuestro gobierno se ha gastado en el rescate, no de los bancos sino de sus dueños, como he leído por ahí. Que haya sido a costa de la sanidad pública, de la educación pública, de la estabilidad de los pensionistas, de las ayudas a nuestros más desfavorecidos socialmente, de eso que llamábamos en tiempos “justicia social”, qué más da. En fin, tampoco es asunto para preocupar ante la urgencia de la apuesta del todo o nada de los independentistas. Ya se sabe: Oigo, Patria, tu aflicción…, aflicción que no deja oír la voz queda de los derrotados del sistema, que tampoco deben ser tantos, coño. Quien no tenga un trabajo estacional de 700 euros y 10 horas diarias que se deje de milongas lastimeras y acuda a la ministra Báñez a que le explique eso de la primavera del empleo. Entre ella y la virgen del Rocío, seguro que harán milagros.

A quién puede importarle semejante minucia ante cuestiones de lesa patria a golpe de papelas fotocopiadas y movimientos de masas disciplinadas, embanderadas, gritando consignas e ideológicamente uniformadas, que hacen recordar los años treinta del siglo pasado. Solo que ahora - eso que hemos ganado en el espectáculo – no con camisas grises o pardas o azules, sino de colorines festivos, que parece que van de verbena y no de secesión.

Pero, lo dicho: que sea para bien. Y a quien Dios se la dé, san Pedro se la Bendiga.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Sancta simplicitas.


De verdad se lo digo al improbable lector: los de mi generación, contra Franco vivíamos mejor. Eran tiempos en que no había matices que confundieran el campo en el que militábamos: todo era o blanco anifranquista o gris antidisturbios. Hasta aquel aciago día en que al Invicto, como decía Francisco Umbral, lo matamos de muerte natural. Entonces, desde el otro lado de los Pirineos nos llegó la Democracia, esa tía estupenda, con las tetas al aire, como la Marianne de Delacroix, que nos prometía libertad y birra para todos.

Fue como lo del destape, que ya no había que ir a Biarritz o a Perpiñán a ver carne fresca. Fue como traernos L´Histoire d´O al salón de casa. La democracia nos trajo la libertad, el libertinaje (según los timoratos), la gosadera de entrepierna sin pasar después por el confesionario…, y muchas complicaciones añadidas. La cosa dejó de ser simple. Ahora resultaba que tan demócratas eran los viejos franquistas, recauchutados en Alianza Popular gracias a Fraga, como los rojos del PCE,vendidos al oro de Moscú y dirigidos por un Santiago Carrillo ya sin peluca. Nosotros, jóvenes doctrinos, aprendíamos a ser demócratas con más fe que ciencia, y todo el campo nos parecía orégano.

Ahora que uno anda por las últimas revueltas del camino, descubre que democracia es un término – dicho sin ánimo de ofender al gremio de las respetuosas – más manoseado que una puta barata e indocumentada. Descubre que se reclaman de democracia tanto el gobierno español, que exige el cumplimiento de la legalidad vigente, como el de la generalidad catalana, que exige su santo derecho a convocar referendos independentistas en nombre del Volksgeist payés. Y el jubilata ejerce (a la fuerza) de espectador perplejo, sin saber dónde posar su cansado escepticismo; observa, lee aquí y allá, se hace preguntas que no sabe responder, y se pierde en un mar bronco de acusaciones, bravatas patrióticas, descalificaciones, sobradas de insultos y menguadas de sensatez.

Sancta simplicitas! Dichosa simpleza de espíritu: eso decía aquel teólogo al que la Santa Inquisición quemaba en la hoguera, por herético, al ver cómo una viejecita iba echando ramitas a la pira para redimirle con el fuego purificador. Sancta simplicitas!, pensaba este jubilata, al ver en los youtubes esos, cómo una viejecita de pelos entrecanos, renqueando por entre los escaños del parlamento catalán, iba a la rebatiña de las nefandas enseñas rojigualdas, abandonadas allí por las huestes del PePé en su retirada patriótica. También ella, según parece, en su feliz simplicidad, quería purificar de españolidad tan noble institución.

Pero, eso, al jubilata perplejo le deja lánguido y como desmadejado cuando se entera que la viejecita tiene nombre, y que ese nombre es Angels Martínez Castells, a quien conoció a través de alguna conferencia y de los libros colectivos Reacciona  y Actúa, y a la que, desde entonces, tuvo en  un alto concepto por su valía intelectual y su compromiso social. Verla militando en una nueva guerra de banderas me ha producido desazón y lástima. Uno, una persona de su valía, no debería culminar un currículo como el suyo desautorizando una trayectoria intelectual con esa vulgaridad de atropar unos trapos de colorines, en plan venganza de don Mendo.

Pero cuando uno tiene un currículo vital tan longevo como el mío, debe contar con la acumulación de desengaños. Solo que se me están acumulando en estos últimos meses, y casi no me da tiempo a digerirlos. Desengaños que, en bucle, comienzan por la pubertad y terminan en la vejez (bien llevada, eso sí). 

Ante la decepción de ver a la señora Martínez Castells en plena rebatiña de rojigualdas en vez de razonando argumentos, me ha venido a la memoria otra gran decepción que he sufrido este verano. Y fue que el herrero de Alameda me contó que, siendo él joven, el padre Beda preñó a una maestra de la Sección Femenina, que ejercía en el colegio San Benito. Que un monje empreñe a una maestra de falange en pleno franquismo es de esperpento. Pero la cosa, en lo que al niño que fui atañe, no tiene maldita la gracia. El padre Beda fue profesor mío de latín, o de literatura, creo recordar. 

Y entre los musa-musae, la cosa incipiente del sexo adolescente era un tabú que se castigaba con las penas del infierno, y los monjes nos acojonaban con las calderas de Pedro Botero. Y el niño-adolescente era inocente, y se lo creía, y pasaba las de Caín para ser más casto que un San Luis. Y ahora, con los setenta más que cumplidos, va y se entera que los mismos que te mandaban al infierno por un meneillo al firindulillo, se refocilaban con maestras del Régimen a sotana alzada. Preferían la gloria del sexo a la gloria eterna.

De verdad, mire el improbable lector, no hay derecho a que a un adolescente le embriden su desarrollo sexual con amenazas de eternidad, y a un jubilata septuagenario le saquen en los yutubes una señora a la que admiraba, arrugando banderas. Banderas que, si bien se mira, a lo peor han salido de una fábrica de textiles de Badalona, y entonces la señora Martínez se ha columpiado a modo. O, a lo mejor, son made in China, y entonces la cosa tiene un pasar.

Como quiera que sea, ¡¡Qué país, Miquelarena!!