miércoles, 28 de diciembre de 2011

La liquidez como forma de supervivencia.-

El improbable lector dispensará por el título de marras. Este jubilata reconoce que no es título para tiempos navideños. Menos aún para una bitácora como ésta, modelo cajón-de-sastre, donde no se imparte doctrina ni se hacen sesudos análisis sociológicos, economicos, políticos o cualquier otro, nacidos de mentes más lúcidas. Aquí, más bien, se hacen comentarios personales y se habla de pequeñas experiencias, cuyo valor no va más allá de la pura reflexión, por mi parte, y del interés pasajero que puedan despertar en el improbable lector, pero que este jubilata agradece de antemano.

Dicho lo antedicho, el título no pienso cambiarlo.

Por decirlo de una vez, es que he estado leyendo un artículo sobre "Modernidad líquida y fragilidad humana", esa fórmula con la que don Zygmurt Bauman (premio Príncipe de Asturias, 2010) describe las relaciones sociales actuales. Y, por una incongruente asociación de ideas, me ha venido a las mientes el paseo que dimos el otro día mi santa y yo hasta el centro comercial Arturo Soria.

Un centro comercial, éste, lujoso, lleno de boutiques luciendo ropas de precios estratosféricos, adornos ("complementos", los llaman) vistosos de una obsolescencia evidente, y mil futesas de diseño sin valor intrínseco alguno, pero cuyo alto precio radica en que sólo pueden ser adquiridas por gentes de una solvencia a prueba de crisis económicas o laborales. La exclusividad es un signo de riqueza y única forma de estabilidad, y este centro comercial es un escaparate que muestra la liquidez burbujeante del poderío económico.

En la planta baja, en una vitrina próxima al súper Sánchez Romero (un súper para bolsillos con pedigree), se exhiben productos comestibles y bebestibles de exquisitez contratada, adobados con vistosos envoltorio de regalo. Uno da vueltas en torno a la vitrina, observa con ojos golosos los surtidos de turrones, mira con mirada concupiscente los jamones de pata negra, segrega jugos gástricos que nunca deglutirán los sabrosísimos embutidos y admira lo artificioso de sus envoltorios... hasta que cae en la cuenta. Se fija bien en aquel paraíso gastronómico de gourmandises, en sus celofanes, y descubre unos discretos cartelitos rotulados: "FICTICIO".

¡Coño! -se dice uno- si son de pega...

Tan de pega como los vínculos humanos de los que habla el señor Bauman en esta sociedad que define como "líquida". Líquida por falta de consistencia en las relaciones personales, laborales, sociales. Unas relaciones fluctuantes, transitorias y tan desregularizadas como los mercados, cuyo exlusivo objetivo es alcanzar la máxima liquidez y el provecho inmediato.

Este jubilata que aporrea el teclado del ordenador -mientras piensa que lleva vividos algo más de dos tercios de vida (si la cosa no se jode antes)- y cree haber anudado, durante todo ese tiempo, vínculos duraderos, descubre que las relaciones humanas (de pareja, amistades) duran mientras que no te compliquen la vida; que el compromiso y la lealtad asustan en las relaciones personales; que vivimos una sociedad individualista y privatizada, donde "el otro" sólo nos aporta incertidumbre. Vamos, una sociedad inestable, líquida, sin consistencia; mismamente como los mercados fluctuantes, desvinculados de la economía real.

Dice Bauman que la cultura laboral de la flexibilidad arruina la previsión de futuro de los individuos y acaba con el sentido de la experiencia acumulada. Que los parados son "desechos humanos", excedentes, gente innecesaria para el buen funcionamiento de la economía. "Estado del desperdicio", llama a esta sociedad nuestra.

Y yo, que creía en el valor de lo vivido, en la experiencia vital como acumulación de un caudal humano, descubro, asombrado, que ya no producen "liquidez" y son un lastre para la adaptación al medio licuado en que nos movemos. Así, vista su inutilidad, creo que los voy a envolver en un bonito papel de regalo. Pienso ponerles encima un rotulito discreto que diga: FICTICIO.

A lo mejor, mi santa no está de acuerdo. Es de las que creen que la familia y la amistad son rocas contra las que se estrellan las espumas de la posmodernidad licuante.

domingo, 18 de diciembre de 2011

La Navidad en un cuento: El desalojo.-

La Navidad es un bonito cuento con sabor a turrón, a langostino congelado, taponazo de cava, y que trae ese regalo de paga extra que nos proporciona la felicidad de las compras, las cenas en restaurantes y mucha alegría, alegría y placer. Eso hasta pasado el día de Reyes, cuando la vuelta a la normalidad nos traiga de nuevo las estadísticas de paro, la privatización de hospitales, la rebaja de sueldos, el despido de cuatro perras y otras reformas del calendario mariano que con tanta ilusión estamos esperando.
Lo cierto es que, para felicitar las fiestas al improbable lector de esta modesta bitácora, andaba yo pensando si no sería bueno escribirle un cuento navideño. Pero un cuento sin sabor a villancico. Un cuento que no siguiera la corriente de lo usual en estos días de felicidad de oficio. Para eso están - y lo hacen muy bien- los escaparates, los papásnoeles de los centros comerciales, los belenes de corcho, la iluminación navideña.

Yo quería escribirle un cuento que me vino a la cabeza el otro día, al oír una cancion rap, cuyo estribillo decía: "Sólo los peces muertos siguen la corriente". Así que escribí un cuento contracorriente. Este cuento con sabor navideño, que no habla de navidades, ni de peces, ni sigue la corriente fiestera, dice así:


"Nunca trascendió a los medios de comunicación porque era un caso de tantos, pero aquel 28 de diciembre un oficial judicial, acompañado de dos furgones de la policía antidisturbios, se presentó en el Portal de Belén.
- ¿Es usted José el Carpintero? - preguntó al hombrecito de la vara de nardo.

- Para servirle, sí señor - respondió él.

- Pues traigo una orden judicial para que desalojen el Portal.

- Pero, hombre, es que nos acaba de nacer un niño y no tenemos dónde caernos muertos.

-Pues habérselo pensado cuando se refocilaban, amigo. Las reclamaciones al maestro armero.

-Oiga usted -protestó José tímidamente- que nosotros somos pobres pero honrados.

-Las desgracias nunca vienen solas -ironizó el del juzgado-. Desalojen y tengamos la fiesta en paz.

Unos días antes, el tal José, carpintero en paro de larga duración y sin domicilio conocido, y María, su mujer, habían llegado a la ciudad de Belén. María había salido de cuentas y la pareja no tenía dinero para pagarse una pensión, así que, por pura necesidad, ocuparon aquella cuadra desvencijada. Dieron una patada a la puerta y se instalaron dentro. Todo -debieron pensar José y María- antes que el niño, que estaba a punto de nacer, se les muriera de frío en aquellas noches de crudo invierno.

Como les habían retirado la tarjeta sanitaria porque llevaban dos años sin cotizar a la seguridad social, y el hospital de Belén era de gestión privada, María parió a su niño en la cuadra, sobre un montó de heno. Eso fue la noche del 24 de diciembre y al niño, que llamaron Jesús vaya usted a saber por qué, lo acostaron en el pesebre a falta de cuna. Es cierto que en aquel portal había un buey y una mula, los cuales tuvieron que apretarse un poco para que el recién nacido tuviera cama en su pesebre, pero los rumiantes suelen ser gente de buena índole y no protestaron.

A los pastores que había por aquellos andurriales tampoco les pareció mal. Trabajaban a jornal y sabían lo que era pasar necesidad, así que les echaron una mano en lo que podían. Alguno les llevó un cuenco de leche de cabra; otros les dieron un trozo de queso o un tasajo de carne para que fueran matando las hambres. En general, a los vecinos de la zona aquella pareja de okupas, con su recién nacido, les cayó bien y la cosa no parecía que ofreciese mayores poblemas, ni la paz social se vio alterada.

Pero, como dice el refrán, "una cosa piensa la mula, y otra quien la albarda". Y ocurrió que el dueño del portal se enteró de que unos indocumentados se habían metido allí y vivían tan ricamente, sin pagar el IBI, ni las tasas de basura, ni el contrato de arrendamiento, ni todas esas obligaciones fiscales que el Estado voraz carga a los honrados propietarios. Así que fue al juzgado y puso una demanda por desahucio.

Cuando los pastores supieron que iban a echar a aquella pareja, hicieron asambleas en el barrio y decidieron movilizarse. En vez del cartel ese de "Gloria a dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad", que puede verse en los belenes de corcho, llenaron el Portal de pancartas: "El Portal es un bien social", "Ni una familia sin hogar", "Navidad = Igualdad", y otras cosas por el estilo. Hicieron una barrera humana delante del chamizo y ofrecieron resistencia pasiva al desalojo.

Es sabido que la legalidad está para cumplirse, a menos que tengas buenos abogados, así que la cosa se resolvió por estricta aplicación del Artículo 14: al tercer aviso, cargaron los antidisturbios. A porrazos se abrieron paso dentro del portal y pusieron a Jesús, María y José en la puta calle sin más contemplaciones. Como no tenían muebles, el desalojo fue coser y cartar. Cosa de cinco minutos.

Los pastores, eficazmente molidos, volvieron a su aprisco a darse friegas de betadine en los moratones. Los antidisturbios -con la satisfacción del deber cumplido- se fueron a imponer la ley y el orden donde les madasen los amos. Y el agente judicial, ya ejecutado el desahucio, se fue corriendo a la maternidad porque le acababa de nacer un nieto. ¡Ah! Y el propietario del Portal trancó bien la puerta y le puso una cadena bien gorda.

-Cabrones perroflautas, no dan más que disgustos - dicen que dijo.

Nunca más se supo de Jesús, María y José. La Sagrada Familia, esa de que nos hablan cada Navidad, debe ser otra distinta".

martes, 13 de diciembre de 2011

RSTU-23-AX001, enamorado.-

Todos estaban de acuerdo en que aquello no era normal. El androide RSTU-23-AX001 estaba enamorado. En aquel asteroide de nombre Ubicuo, todo el mundo sabía que los androides de la serie RSTU, aparte no sentir emociones -como cualquier utensilio cibernético- cumplían una función social degradada: asistir a los mítines electorales.
En una sociedad evolucionada como aquella de Ubicuo, los políticos eran una casta desconectada de cualquier actividad productiva, social, económica y culturalmente hablando. Eran vestigios de un estadio de civilización inferior que habían sido declarados "Curiosidad Ancestral", lo que les había librado de su extinción.

Dicha casta, cerrada sobre sí misma y desconectada de la vida real del asteroide, mantenía pautas de comportamiento ancestrales que requerían un público entregado que se apasionase por sus discursos y promesas. Y como los asteroidanos de Ubicuo tenían cosas más importantes que hacer antes que ocuparse de las monsergas políticas (grandes promesas, grandes corrupciones, grandes palabras, grandes escándalos...), decidieron crear una masa de androides de raza inferior que clasificaron como de serie RSTU. Estos androides no tenían más cometido que jalear políticos, llenar estadios en época electoral, aplaudir discursos, reponder encuentas sobre preferencias políticas y todas las nimiedades que vienen al caso.

Razón por la cual se fabricaban con materiales de baja calidad y se utilizaba personal no cualificado en su ensamblaje, ya que suponían un costo considerable al erario público de Ubicuo. Por eso sorprendió que el androide 23-AX001 andubiese enamorado como gato en febrero, aunque esta y no otra fue la razón del anormal comportamiento del individuo en cuestión, a saber: la baja calidad de sus materiales.

En efecto, analizados los componentes de 23-AX001, se descubrió que, junto a circuitos no homologados, cableado recuperado de viejos edificios, chapas de hojalata Litoral y antiguas bombillas incandescentes, le habían ensamblado el corazón defectuoso de un cardiaco al que habían implantado otro de óptima calidad. Dada su condición de semi-humano, los Ubicuos se encontraron ante un problema ético que no sabían cómo resolver, así que al androide 23-AX001 le pusieron un bypass en el músculo cardiaco y unos remaches de urgencia en el revestimiento corporal de lata y le dejaron ir.
Pronto se supo que el androide semi-humano no asistía más que a los mítines de una tal Urania D´Khôspedall, por quien sentía una pasión sin limites. El viejo corazón infartado le latía con desacompasado fervor dentro de su revestimiento de hojalata Litoral y atronaba con sus aplausos cualquier intervención de su amada.

Fue una situación inusitada, ya que el resto de los androides filopolíticos (que así los conocían comúnmente los asteroidanos) se limitaban a los gritos de apoyo estandarizados y a los aplausos de manual, de acuerdo con la programación impresa en su memoria RAM. Por un tiempo, en el asteroide Ubicuo fue motivo de distracción ver los debates políticos donde participaba Urania D´Khôspedall y escuchar los gritos de entusiasmo de su enamorado 23-AX001, que producían mucho regocijo entre los televidentes.

Fue una lástima que al androide, en plenas elecciones autonómicas, le diera un zamacuco cardiado al depositar su voto en la urna donde votaban los filopolíticos de la serie RSTU, de acuerdo, no con el programa político, sino con el impreso en sus circuitos. Se le inutilizó el corazón y hubo que someterlo a un nuevo proceso de reciclado. Esta vez, para que no hubiese errores, se le sustitúyó el viejo corazón infartado por una bomba aspirante-impelente de un pozo y se le asignó la denominación RSTU-23-AX001subB.

Y es que en el asteroide Ubicuo se reciclaba todo. Todo menos los políticos, que creían por generación espontánea gracias a su estatuto de "Curiosidad Ancestral".

miércoles, 7 de diciembre de 2011

¿Qué piensan los poetas?

Me permitirá el improbable lector que le cuente una anécdota que achacan a André Malraux. De forma sucinta, le recordaré que Malraux fue un escritor francés antifascista comprometido. Participó en la guerra civil española con una escuradrilla de aviación que tenía su base en Albacete, hasta que perdió su último aparato en acciones de guerra. Consecuencia de esta experiencia en España, fue la publicación de su novela L´Espoir. Sierra de Teruel, que quiso llevar al cine. Todas las copias de la película se perdieron durante la segunda guerra mundial, excepto una, que se estrenó en 1945. En España no se pudo ver hasta 1975.


Fue, siendo De Gaulle presidente de la República francesa, ministro de cultura (1958-1969) y es aquí donde se sitúa la anécdota: Debía visitar un país extranjero y sus asesores le prepararon un completísimo dossier. Allí había información sobre economía y producción industrial, recursos energéticos, estadísticas, PIB... Los tecnócratas del ministerio hicieron un estudio exahustivo sobre el potencial económico del país en cuestión, pero se olvidadron de un pequeño detalle...


A la vista de aquel expediente cargado de cifras y datos económicos, un poco mosqueado, Malreux les pregunto: Mais que dissent les poètes? Debió pensar algo así como: "Ya, vale, esto está muy bien; pero, para que yo entienda un poco ese país ¿qué dicen sus poetas?


¿A qué ministro actual se le hubiese ocurrido hacer semejante pregunta, suponiendo que le diese el caletre para eso? Porque ¿Qué opinan los poetas de los mercados de futuro? ¿Y de la deuda soberana? ¿Y (por emplear un barbarismo) de las agencias de rating? A los poetas que yo haya leído se les da un ardite la obsesión enfermiza por acumular riquezas. Pero son sensibles a los estragos que este comportamiento causa. Ya don Francisco de Quevedo lo decía en su letrilla satírica sobre don Dinero: ... y pues doblón o sencillo, hace cuanto quiero, poderoso caballero es don Dinero. Y hasta Juvenal, allá por el S. II, lo dijo: Omnia Romae cum pretio. Algo así como: todo tiene un precio en Roma.


Los tecnócratas-políticos (ese pastiche mi chou-mi chèvre, dirían los franceses) que nos van a salvar de la crisis aplicando las mismas fórmulas que nos llevaron a ella, se reirían si algún asesor les dijera que pulsasen la opinión de los poetas. Quizás, al tecno-político deberían haberle pasado, junto con las últimas in-calificaciones de Standard & Poor´s, una nota con El Beneficio, de Rafael Soto Vergés: No ven la vía láctea los mercaderes,/ llevan sus bolsas,traficando, entre los matorrales/ ... Eh, tú ¿Por qué comercias con la necesidad...?


Los tecnócratas de las finanzas, a tavés de sus oráculos mass-media, nos reprenden en nombre del dios voraz Mercado; nos preciden desgracias día a día y nos pregonan austeridad. Confeccionan estadísticas adversas y defienden la recta ortodoxia del ajuste presupuestario. Dicen que vivimos por encima de nuestras posibilidades, que debemos purgarlo trabajando más y más barato. Nos acojonan con debacles económicas para que doblemos la cerviz y emponzoñan nuestras vidas. Y nadie se acuerda de los poetas...


Por eso, dejo estos versos de Gabriel Celaya en su Actividad del Ocio:


Trabajar es divetido,


puede serlo y si no lo es, déjelo usted ahora mismo.


Si de verdad es usted hombre,


debe de comprender que está de vacaciones.


No, nada de obligaciones,


pero sea usted activo en el no de lo inconforme...


Si el trabajo es un juego,


juéguelo; pero nunca se lo tome usted en serio...


No olvide que vive usted


en plena gratuidad. No crea que es quien cree.


No se estire. No se esfuerce.


Y déjese vivir, y extinguir, feliz, leve.


¡Qué alegría, ser mortal


y saber que si nacemos fue sólo para pasar!