miércoles, 29 de enero de 2014

Apariciones a 0,25.-

Según el dicho popular, a todos los tontos se les aparece la Virgen. Igualmente podríamos decir que a todos los jubilatas se nos ha aparecido la ministra Báñez. Metafóricamente hablando, claro está; para ser más exactos, se nos ha aparecido en forma de carta. Ya sabemos que la ministra de Empleo y Seguridad Social no tiene el don de la ubicuidad, lo que no deja de ser un alivio para los sufridos pensionistas, si bien se mira.

Según las estadísticas de su ministerio, para diciembre de 2013 éramos  8.315.826 pensionistas. Menudo trabajo para la señora si tuviese que aparecerse a todos y cada uno de nosotros, y menudo susto para nosotros si se nos apareciese su cuerpo astral trayéndonos la buena nueva de que las pensiones han subido un 0,25% en 2014. Un exceso de emoción que llevaría a la tumba a más de uno, descabalando las tablas que con tanto afán elabora su Departamento.

Para los jubilatas, y sobre todo para los parados, la Báñez – según la llamamos familiarmente en casa – es como de la familia. De ella dependen los garbanzos de los primeros y los inalcanzables puestos de trabajo de los segundos. Somos en sus manos estadísticas fluctuantes, agregado de unos 14 millones de individuos que le proporcionamos incontables dolores de cabeza. Uno se hace cargo de que, ni con ayuda de la Virgen del Rocío, le cuadren las cuentas presupuestarias.

Por esa razón, porque uno sabe que la ministra tiene un trabajo complicado, uno no quiere quejarse demasiado, que la pobre ya hace bastante con subirnos ese cuartillo de punto anual, a los del bando jubilata, y pedir el favor divino para mejorar las estadísticas del paro, para los segundos. Por esa razón, también, nos hemos alegrado un montón cuando hemos recibido en casa la carta donde nos notificaba la subida. Un subidón de alegría nos ha producido saber que la Báñez se acordaba de nosotros y, con tantos problemas como tiene, haya sacado un ratito para asegurarnos que “… las pensiones subirán todos los años sea cual sea la situación económica y que nunca podrán ser congeladas”.

La certeza de que “nunca podrán ser congeladas”, por un lado, proporciona tranquilidad a nuestras economías domésticas, pero por otro, a título meramente personal, a este jubilata le inquietan. ¿Ese “nunca” significa que piensa seguir en el puesto indefinidamente? Porque, vamos a ver ¿Cómo va a garantizar que “nunca podrán ser congeladas (las pensiones)” si deja el ministerio de Empleo y Seguridad Social un año de estos? Y si no piensa dejarlo jamás de los jamases y, lo que es peor, no lo hace, al paso que vamos, con subidas de a cuartillo porcentual, van a quedar nuestras cuentas corrientes famélicas, mientras que nuestras dentaduras postizas saldrán a ganarse el sustento por los contenedores de basura.

Total, mientras este jubilata se preguntaba si ese “nunca” era una promesa o una amenaza, se había olvidado de lo más importante: en dineros contantes ¿de cuánta pasta estamos hablando, señora ministra? Nadie se piense que a ella se le ha olvidado decirlo o ha hecho una pirueta para ocultarlo, que no. Tras una resta elemental, claramente lo decía el papel: 3,25 euros mensuales netos. De verdad, amiga Báñez, queda usted invitada a un café.

Sepa que en esta casa, todos los primeros de mes, tendrá encima de la mesa un café calentito, pagado con los 3,25 euros de subida. Eso sí, tendrá que venir sin escoltas ni asesores ni prensa adicta, que para todos no llega. Y no se preocupe por su seguridad personal, el Barrio de la Concepción es, de momento, lugar tranquilo (el efecto contagio Gamonal aún no ha llegado) y nosotros somos jubilatas educados en el sentido de la hospitalidad. 

Una huésped siempre es sagrada, más siendo devota de la Virgen del Rocío, de quien tantos favores esperan los parados de este país. 

martes, 21 de enero de 2014

Una cuestión de vanidad y oportunidad.-

Entre los periodistas corre una conseja que dice “No dejes que la realidad te estropee una buena noticia”, y en esas estaba yo estos días. El incidente entre el inefable Wert y la doña Cospe durante la inauguración de la exposición de El Greco en el Museo del Prado era tan suculento que me he tirado varios días dándole vueltas sobre si escribir sobre él.

No se extrañe el improbable lector que haya tardado tanto en decidirme. En mi descargo diré que no soy periodista – es evidente –, con lo que no estoy sometido a la premura de las noticias, que sirven hoy y son ceniza informativa pasado mañana. Añadiré que la rumia de estas cosas de la actualidad me lleva siembre bastante tiempo. Soy como esos viejos desdentados que le dan mil vueltas en la boca a un trozo de pan duro hasta que lo pueden deglutir. Mis neuronas de jubilata, un tanto descabaladas y melladas, necesitan de un buen tiempo de maceración hasta que asimilan el asunto y le sacan algún provecho; solo que para entonces el asunto de marras ya no tiene ninguna sustancia.

Y esto es lo que me ha sucedido, que para cuando he querido sacarle chispas al incidente, sale el ministro y dice que de celos y malos rollos por la notoriedad, nada de nada. Que él se adelantó por pura caballerosidad a hacer de telonero; que la "prota" era doña Cospe y por eso le cedió el final del acto, ya que la máxima autoridad intervine, en estos asuntos protocolarios, al final; es como cederle el puesto para que ponga la guinda encima del pastel y se lleve los aplausos.

No sé si será cierto, pero a mí me ha jodido el programa. Aparte que el enfado de doña Dolores no lo parecía por sentirse abrumada por tanta deferencia, sino porque le robaban el protagonismo que le correspondía; porque, no nos engañemos, la obra pictórica de Domenico Teotokopuli, tan toledano él, es un bien de su competencia por ser ella baranda con supremo mando en la Ciudad Imperial.

Nada más ver las imágenes, que parecen desmentir la hábil explicación del ministro, me vinieron a las mientes aquellas célebres “vanitates” del barroco y Antonio de Pereda con su Sueño del caballero y su desengaño del mundo, como uno de los representantes del tenebrismo. No es que don Wert sea hombre tenebroso, dios lo guarde, sino que las vanidades de este mundo, para un barroco, eran polvo del camino, veleidades de un momento que han de ser desdeñadas. Si no, recuérdese In ictu oculi de Juan de Valdés, para quien las pompas de este mundo son pura nonada y sinsustancia, cosa de un ¡clic!. Y por abundar más - a pesar de que el Excmo. Sr. Ministro de la Cosa me han chafado esta entrada de la bitácora – ahí está el proverbio del  Eclesiastés: Vanitas vanitatum, omnia vanitas.

Pues, señor, hombre tan leído y tertuliado como es su excelencia, parece que los lucimientos, protagonismos y chupeteos de cámara le colman de tanta satisfacción y engordan su ego hasta tal punto que debería ponerse a régimen con los cardos que pintaba el cartujo Sánchez Cotán. En cuanto a doña Cospe, no es extraño su enfado que la cámara jura ser auténtico, aunque el ministro - y él sabrá mejor que nadie por qué lo dice - sostenga lo contrario. Eso de que le llegaran los aplausos del respetable en diferido, aunque fuese por extrema cortería del ministro, tiene que escocerle el amor propio a persona tan conspicua.

Pero en la modesta opinión de este jubilata, la señora debería aprender de las fuentes donde el Greco mamó su estilo pictórico: de los iconos bizantinos con su hieratismo, que les aleja de las contingencias y sinsabores del Siglo. Un poco de  sobriedad en el ademán le hubiese hecho quedar como una señora, y no ese gesto desabrido como de persona a la que pisan el callo de su dignidad. Aunque, ya digo, y, además, me lo creo, el ministro jura por sus muertos más queridos que fue un acto de cortesía, de pura caballerosidad, el adelantarse a ocupar el escenario a fin de cederle la apoteosis a doña Dolores.


Sospecho que el improbable lector se maliciará, como un servidor, cuál podía ser la traca final si la señora llevaba el discurso  sobre Doménico tan bien pergeñado como cuando lo del finiquito simulado de Bárcenas. Una pieza de oratoria digna de cerrar el acto.

Un servidor, a pesar de todo lo dicho, está convencido de que el ministro Wert lo que quiso hacer e hizo fue echarle un capotillo (como San Fermín al mocerío en los encierros) a la presidenta de Castilla-La Mancha para que no se liara. Un caballero, oiga. Nadie lo ponga en duda, que la palabra de un ministro vale su peso en oro.

Ya digo, con sus puntualizaciones el ministro me ha chafado la entrada  de esta semana. Para la próxima andaré más listo, que la actualidad es evanescente, una “vánitas” efímera, coño.

martes, 14 de enero de 2014

Huyendo de la mediocridad.-

Seguro que el improbable lector de esta bitácora habrá deseado más de una vez huir de la mediocridad que le abruma. Y no hablo de su vida personal, porque la sociedad nuestra – de su natural – no da para grandes heroicidades; apenas para ir sobreviviendo en un medio tan saturado de vulgaridad y cachivaches que, fuera de la tele, el IPhon, la compra de ropa de confección y un trabajo en equilibrio inestable, no hay más vías de escape que la resignación o la indiferencia, dos formas de embrutecimiento muy acreditadas.

Este jubilata, cuando dice huida de la abrumadora mediocridad, está pensado en esa hija de Mnemosine que hemos dado en llamar Imaginación, una deidad menor, casquivana y de poca sustancia que suele imitar a la inestable diosa Fortuna. Como ella, te sonríe, te insinúa maravillosas historias, sueñas con tenerla entre tus brazos y, cuando la creías rendida a tus encantos y abierta de piernas, te hace unos dengues, te lanza una sonrisa de conmiseración y te da la espalda, dejándote con la historia más maravillosa que pensabas escribir prendida con cuatro alfileres.

Ese fue el caso, uno de tantos, cuando este jubilata quiso escribir una novela gótica inspirada en el “manuscrito encontrado”. Honrosos antecedentes sobre este asunto los había, como aquel de don Miguel de Cervantes, quien encontró en el Alcaná de Toledo un cartapacio de papeles escritos en arábigo por un tal Cide Hamete Benengeli. En ellos se hablaba de la vida y hazañas de quien había sido Alonso Quijano, apodado El Bueno, hasta que las sinrazones de las andanzas caballerescas lo molieron a palos por esos caminos, como el sagaz lector ya sabe.

Un servidor, más modesto, no pensaba en Cervantes y su descomunal Caballero de la Triste Figura, sino que – consciente de sus limitaciones – se conformaba con que lo suyo se pareciera más a lo de Jan Potocki y El manuscrito encontrado en Zaragoza. 

El personaje ya lo tenía, Otxande u Ochando, oscuro individuo de tierras vasconas, dipsómano, marinero de fortuna, músico de cierta fama en París, espía al servicio de los alemanes en la Gran Guerra; en fin, un desecho social que arrastraba su miserable vida entre gentes marginales y sobreviviendo en extraños vericuetos, llegándose a enfrentar con su propio creador, o sea, el autor del relato.

Ya sé que el improbable lector dirá que ya don Miguel de Unamuno se peleó con un personaje de una de sus novelas y, para demostrar que quien mandaba en el relato era él, lo condenó a muerte literaria. Pero lo original de esta historia estaba en que el personaje ochandiano doblega al autor y le obliga a reescribir la historia a su conveniencia, de lo cual se derivaban un cúmulo de desgracias; no sólo para el autor, herido en su autoestima al verse forzado por un personaje miserable, sino para el propio protagonista, incapaz de poner orden en su vida, ni siquiera controlando sádicamente al autor-narrador omnisciente.

Y, para que al relato no le faltara detalle, resulta que Otxando es un plagio descarado de un personaje inventado por Fede, antiguo amigo al que he perdido la pista, con el que nos pusimos – él, un grupo de amigos y yo – a escribir un relato coral al modo del cadavre exquis de Marcel Duhamel, Jacques Prévert e Yves Tanguy. Como aún conservo, en algún lugar de la memoria de este ordenador, el resultado de aquel experimento colectivo, decidí apropiarme de él y mostrar mi originalidad, ya que sus legítimos autores ni se acordarán de aquello. No sería este jubilata el primero que alcanzase la gloria literaria (o, por lo menos, fama editorial) basándose en el abuso de confianza de viejos compañeros que ya ni se acuerdan de aquellos pecados de juventud.

Lo malo es que no funcionó. La casquivana Imaginación, un día cualquiera, se aburrió de mis borrones, reescrituras y dudas, y me abandonó sin mayores explicaciones. Quedan una docena de páginas y una última idea literaria colgando al borde del precipicio de mi propia incapacidad como aprendiz de escritor. Y, para que el improbable lector sepa que, al menos, mi confesión es sincera, aquí quedan algunos párrafos de aquel aborto literario:

“Otxando existe (colofón apócrifo)

"Nunca me he sentido tan a disgusto como el día que cayó en mis manos aquel manuscrito. Sobre todo, porque eso del manuscrito hallado, o traído a la luz, es un recurso ya muy manido. Es cierto que el genial don Miguel lo empleó para dar vida a su caballero asténico y locoide, y que se utilizó con acierto en la novela gótica, como es el caso del Manuscrito hallado en Zaragoza; pero, tras honrosas excepciones literarias, también es cierto que cualquier escritor sin recursos lo emplea para justificar el comienzo de una historia la mayoría de las veces infumable.

"Por eso, precisamente, me produjo un enorme disgusto encontrar el manuscrito del que hablo; porque aun siendo cierto que lo encontré, no es menos cierto que, como recurso literario manoseado hasta la saciedad, pone en entredicho mi honorabilidad de escritor concienzudo, polifacético, ingenioso y otras virtudes personales que me callo por modestia.

"Y, en fin, aún resignándome a la mofa de los plumíferos pseudoliteratos que admiran en privado mi valía y maldicen en público mis éxitos, y en aras de mi amor a la literatura, contaré la extraña forma en que llegó a mí el dicho manuscrito... Aunque, por ser veraz y consecuente con la autenticidad de este suceso (esto es: fabulador de mundos imaginarios con marchamo de realidad onírica), debo decir que el término “manuscrito” debiera sustituirse por un neologismo ("Infoscripto") tal que expresase -en un solo concepto semántico- una conjunción de casualidades tales como haber estado oculto en el abigarrado, complejo e inextricable inframundo de la Red; el haber sido escrito fragmentariamente por gentes inconexas entre sí; el ser una unidad sin coherencia temática, fruto de unos extravagantes enlaces informáticos; y, por no cansar más al personal, por haberlo descubierto yo durante una azarosa navegación por ese complejo universo que hemos dado en llamar Internet.

"Imagínese el sorprendido lector mi fascinación ante tal conjunción de factores aleatorios que daban como consecuencia la verídica historia de Ochando, D’Ochande, Otsando u Otxando. Personaje cuyos antecedentes genealógicos se remontan a la Edad Media, y son fruto de un ancestral rito mágico-genésico practicado en lo más profundo de la espelunca de Zugarramurdi, pero ocultos a la luz por la despiadada actuación del Inquisidor Torquemada, quien, conocedor de las cópulas contra natura de las sorguiñas con el Gran Cabrón, decidió borrar todo vestigio de la estirpe ochandiana...”
Tela...


lunes, 6 de enero de 2014

Rememoración en torno a una botella.-

Me viene una imagen de hace 31 años cuando, paseando por el Moscú soviético, veíamos a los hombres a la salida del trabajo que hacían cola en tiendas estatales donde despachaban alcohol. Entre dos o tres compraban una botella de vodka, la guardaban disimuladamente debajo de la chaqueta (beber en público estaba prohibido), se ocultaban discretamente en algún parque y se la bebían a grandes tragos. Según nos dijeron, el alcoholismo era una lacra de aquella sociedad. Y una vía de escape…, pensábamos los turistas que veníamos del feliz mundo husleyano, capitalista pre-voracidad neoliberal, pre-austeridad para todos menos algunos, pre-mano de obra a precio de saldo.

Recordar que tenía guardada por algún armario, desde 1982, una botella de vodka moscovita me vino a la memoria junto con la imagen de aquel proletariado disciplinado que trabajaba por la Madre Rusia a lo largo del día y terminaba la jornada con una cogorza de alcohol socializado. Posiblemente, esta botella del fondo del armario era el único bien fungible que quedaba con vida desde los tiempos de Leónidas Brézhnev (quien, por cierto, tenía las cejas clavadas al Gallardón y bastante menos hipocresía), y decidí darle pasaporte: entiéndase, a la botella de vodka, lo otro se queda en buenos deseos irrealizables.

 También (entre chupito y chupito de vodka soviet) me acordé de que tenía por ahí un cuaderno de notas donde recogía mis impresiones de aquel viaje. Con el destilado alcohólico corriéndome por las venas como una carga de cosacos, empecé a desorganizar papeles que dormían la paz del olvido, hasta que encontré un rimero de libretas con notas manuscritas y allí estaba: Cuaderno de viajes nº 3, del 6 de agosto 1982 al 1 noviembre 1983.

Allí estaban las memorias viajeras de  la visita a Moscú y Leningrado, pasando por Sofía (del 6 al 17 de agosto): El 7 de agosto, paseando por Moscú tras la cena… “encontramos un montón de gente joven que entraba en un antiguo almacén acomodado como discoteca, luces de flases, música yanqui un tanto pasada de moda y un ambiente realmente indescriptible; quiero decir, impensable en la capital del socialismo comunista. El antro está a rebosar de jovencitos –ellos y ellas– que más que divertirse ponían su afán en imitar los ademanes y el comportamiento de lo que suponen es la forma de vida USA. Nos abordan dos chavales de no más de 16 años, uno de ellos con una sombrerete de los del mundial de futbol con el horrible Naranjito, que pretenden comprarnos los vaqueros, las camisetas, las zapatillas deportivas y cualquier prenda de nuestro atuendo que se aleje del formalismo soviético en el vestir. 

"Regatean, piden, ofrecen… He de confesar que me ha producido una gran impresión el deseo incontenible que muestran por todo aquello que les acerque a la sociedad de consumo. Están dispuestos a comprar o aceptar el regalo de cualquier objeto: mechero, bolígrafo, goma de mascar, que son una pequeña muestra de la gran cantidad de objetos inútiles que se han convertido en necesarios en la sociedad de consumo. Está visto que para la nueva generación de soviéticos la basura capitalista es su desiderátum.

“¡Qué contraste entre la URSS oficial, burocratizada, reglamentada, disciplinada y mediocre, y el deseo de vivir sin trabas y poseer cosas  que significan una cierta forma de libertad! ¡Pobres infelices que quieren sacudirse el yugo de la dictadura del proletariado para someterse gustosos al yugo de la sociedad libre! Libre para comprar  y venderse; libre para consumir todo aquello que nos ofrece una campaña bien montada por especialistas en marketing. Libres para vivir en una sociedad donde el materialismo práctico es religión. Libres para poseer vaqueros, zapatillas deportivas, coches, neveras, detergentes que lavan más blanco… Libres para nada ¡¡Mierda!!

“A pesar de que todo lo anterior lo he escrito con un poso de amargura, encuentro humano que los nuevos rusos aspiren a gozar de la vida y poseer cosas.  Pero es que tengo el convencimiento profundo de que persiguen un espejismo que no les hará más felices ni mejores, sino más ricos, o en todo caso, más ávidos. Están padeciendo la misma fiebre que en España hace algo menos de 30 años. Y para qué…” Son parte de mis notas de aquel viaje tan interesante.

Mientras releía mis notas, le iba dando meneos a la botella y crecían las añoranzas de viejos tiempos en los que su mayor valor era la juventud que tuvimos y ya no.  Pero como la añoranza es un error y, de acuerdo con Simone Signoret, La nostalgie n´es plus ce qu´elle était, decido guardar media botella de vodka que aun sobrevive a la peste nostálgica. Le daré el último tiento el día que pueda brindar por el viejo sueño socialista, ya convertido en pesadilla de gris plomo, y por el final de la pesadilla neoliberal, cuando ésta sólo sea el recuerdo de un mal sueño. A lo mejor dentro de otros 31 años.

¡Y a ver si, de una puñetera vez, se terminan estas fiestas!