martes, 21 de enero de 2014

Una cuestión de vanidad y oportunidad.-

Entre los periodistas corre una conseja que dice “No dejes que la realidad te estropee una buena noticia”, y en esas estaba yo estos días. El incidente entre el inefable Wert y la doña Cospe durante la inauguración de la exposición de El Greco en el Museo del Prado era tan suculento que me he tirado varios días dándole vueltas sobre si escribir sobre él.

No se extrañe el improbable lector que haya tardado tanto en decidirme. En mi descargo diré que no soy periodista – es evidente –, con lo que no estoy sometido a la premura de las noticias, que sirven hoy y son ceniza informativa pasado mañana. Añadiré que la rumia de estas cosas de la actualidad me lleva siembre bastante tiempo. Soy como esos viejos desdentados que le dan mil vueltas en la boca a un trozo de pan duro hasta que lo pueden deglutir. Mis neuronas de jubilata, un tanto descabaladas y melladas, necesitan de un buen tiempo de maceración hasta que asimilan el asunto y le sacan algún provecho; solo que para entonces el asunto de marras ya no tiene ninguna sustancia.

Y esto es lo que me ha sucedido, que para cuando he querido sacarle chispas al incidente, sale el ministro y dice que de celos y malos rollos por la notoriedad, nada de nada. Que él se adelantó por pura caballerosidad a hacer de telonero; que la "prota" era doña Cospe y por eso le cedió el final del acto, ya que la máxima autoridad intervine, en estos asuntos protocolarios, al final; es como cederle el puesto para que ponga la guinda encima del pastel y se lleve los aplausos.

No sé si será cierto, pero a mí me ha jodido el programa. Aparte que el enfado de doña Dolores no lo parecía por sentirse abrumada por tanta deferencia, sino porque le robaban el protagonismo que le correspondía; porque, no nos engañemos, la obra pictórica de Domenico Teotokopuli, tan toledano él, es un bien de su competencia por ser ella baranda con supremo mando en la Ciudad Imperial.

Nada más ver las imágenes, que parecen desmentir la hábil explicación del ministro, me vinieron a las mientes aquellas célebres “vanitates” del barroco y Antonio de Pereda con su Sueño del caballero y su desengaño del mundo, como uno de los representantes del tenebrismo. No es que don Wert sea hombre tenebroso, dios lo guarde, sino que las vanidades de este mundo, para un barroco, eran polvo del camino, veleidades de un momento que han de ser desdeñadas. Si no, recuérdese In ictu oculi de Juan de Valdés, para quien las pompas de este mundo son pura nonada y sinsustancia, cosa de un ¡clic!. Y por abundar más - a pesar de que el Excmo. Sr. Ministro de la Cosa me han chafado esta entrada de la bitácora – ahí está el proverbio del  Eclesiastés: Vanitas vanitatum, omnia vanitas.

Pues, señor, hombre tan leído y tertuliado como es su excelencia, parece que los lucimientos, protagonismos y chupeteos de cámara le colman de tanta satisfacción y engordan su ego hasta tal punto que debería ponerse a régimen con los cardos que pintaba el cartujo Sánchez Cotán. En cuanto a doña Cospe, no es extraño su enfado que la cámara jura ser auténtico, aunque el ministro - y él sabrá mejor que nadie por qué lo dice - sostenga lo contrario. Eso de que le llegaran los aplausos del respetable en diferido, aunque fuese por extrema cortería del ministro, tiene que escocerle el amor propio a persona tan conspicua.

Pero en la modesta opinión de este jubilata, la señora debería aprender de las fuentes donde el Greco mamó su estilo pictórico: de los iconos bizantinos con su hieratismo, que les aleja de las contingencias y sinsabores del Siglo. Un poco de  sobriedad en el ademán le hubiese hecho quedar como una señora, y no ese gesto desabrido como de persona a la que pisan el callo de su dignidad. Aunque, ya digo, y, además, me lo creo, el ministro jura por sus muertos más queridos que fue un acto de cortesía, de pura caballerosidad, el adelantarse a ocupar el escenario a fin de cederle la apoteosis a doña Dolores.


Sospecho que el improbable lector se maliciará, como un servidor, cuál podía ser la traca final si la señora llevaba el discurso  sobre Doménico tan bien pergeñado como cuando lo del finiquito simulado de Bárcenas. Una pieza de oratoria digna de cerrar el acto.

Un servidor, a pesar de todo lo dicho, está convencido de que el ministro Wert lo que quiso hacer e hizo fue echarle un capotillo (como San Fermín al mocerío en los encierros) a la presidenta de Castilla-La Mancha para que no se liara. Un caballero, oiga. Nadie lo ponga en duda, que la palabra de un ministro vale su peso en oro.

Ya digo, con sus puntualizaciones el ministro me ha chafado la entrada  de esta semana. Para la próxima andaré más listo, que la actualidad es evanescente, una “vánitas” efímera, coño.

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