miércoles, 20 de enero de 2021

Filomena.-

 


Citarizat cantico dulcis Filomena: Ameniza con su cántico el dulce ruiseñor… Pero mira por dónde, fueron a darle tan hermoso nombre de Filomena a una borrasca que nos ha dejado la capital mesetaria como las estepas rusas, cuando el General Invierno – como decía el general Kutúzov – derrotó a las tropas napoleónicas. Aquí no ha derrotado al más victorioso ejército europeo con su manto de nieve/hielo, sino que ha puesto en evidencia las vergüenzas municipales con su desidia e inoperancia.

Mientras escribo esta entrada a la bitácora, la borrasca/macho Gaetán (por aquello de la equidad de género, las hay hembra, una, y macho la siguiente, en armoniosa alternancia alfabética) se está instalando sobre nuestras cabezas y promete trombas de agua. Grandes aguaceros que lloverán sobre lo helado, cegarán los imbornales de las calles, arrastrarán las ramas arrancadas por la precedente y, con suerte, se llevarán calle abajo todas las basuras acumuladas en torno a los contenedores.


No hay mal que por bien no venga. Lo que la ineptitud municipal no alcanza, Gaetán lo resolverá por las bravas. Eso, aparte de las horas de emisión que va a ocupar en todas las cadenas televisivas, un poco saturadas ya de tanta estadística del Coronavirus que nos asalta por oleadas. Y mientras Filomena se va entre suaves temperaturas y Gaetán nos entra como un oleaje arrebatador, nosotros, parapetados tras las por fin bien surtidas estanterías del súper del barrio, no entendemos por qué nos toca vivir estos tiempos tan sin sosiego.


Es la economía, estúpido
, creo que dijo Bill Clinton: Es el cambio climático, cuñao, que no te enteras, podríamos decir. Pero vaya usted y cuéntele eso al personal, harto de confinamientos. 
Después de casi doce meses de encierros domiciliarios, o por barrios, o perimetrales; aparte los teletrabajos, los ERTES, los toques de queda, las consignas contradictorias, las estadísticas fluctuantes; amén las perpetuas descalificaciones entre políticos, no está la Magdalena para tafetanes. La gente lo que quiere es terracita al aire libre y parranda, si puede ser. Un carpe diem de ir tirando, de comamos y bebamos que mañana ya veremos cómo nos las apañamos... Y lo que adelante va atrás no queda.

Este jubilata, que se está tomando la edad provecta y las circunstancias adversas con un cierto estoicismo, dentro de lo que su temperamento le permite, disipa su vida y su tiempo en faenas domésticas (al alimón con la santa) que dan como resultado una casa aseada y provista con suficiencia, una cocina simple y sabrosa. Eso en cuanto al sustento del vivir diario.

En cuanto al ocio (entre otros más actuales), existe un pequeño invento que ya los romanos cultivaban: la lectura. Perdone el improbable lector: luce lucernae operam dare, decían aquellos impenitentes lectores que se pasaban la noche leyendo y estudiando a la luz de la lamparilla de aceite. Nosotros somos unos privilegiados con eso de las luminarias. Es cierto que, desde que el ministro Soria se inventó eso de subastar la energía eléctrica por horas – a cambio de suculenta puerta giratoria –, nos cuesta los ojos de la cara. Pero nadie negará que las lámparas led no son descanso para la vista.

Otra cosa es a qué lecturas se dedique uno, a veces no confesables. No por nefandas, sino por la rareza y anacronía que entrañan en sí. No diré cualas, pero sí que, de tarde en tarde, alimentan mi pequeño glosario de palabras regaladas y son una fuente de diversión modesta. 

A modo de ejemplo vaya ésta: melcocha, que es un dulce hecho con miel espesada por cocimiento. Venía en este texto: … y que la gente que ahora se hace para el cielo es de a pie, gente menuda, gente afeminada y de melcocha, que ni un papirote sufre por Dios. Y esta otra: sacomano, que es tanto como pillaje, saqueo. Y en su contexto: ¡Como meteremos sacomano al mundo, y cómo meteremos a cuchillo toda esa gente adúltera y fornicaria, y usurera, y logrera, y tramposa, y homicida, y rebelde, y cruel, y hazañadora, y bellaca!  Y es que aquellos frailes predicadores eran de lo más truculento.

¡Ah! Los anteriores son textos citados por don Julio Caro Baroja. Para mí que es el único erudito que se ha leído los tratados teológicos, morales, devocionales y sermonarios de cuando los Austria eran tan devotos como fornicadores. Tal Felipe IV, que lo mismo andaba de pingos por los pasadizos del convento de San Plácido, buscando beneficiarse de la novicia Margarita, como tenía correspondencia mística con sor María de Ágreda, ante quien se confesaba pecador y responsable de los males del reyno como justo castigo divino. 

Sin tantos escrúpulos morales, ahora tenemos por ahí un Borbón emérito ya ex fornicario a fuerza de edad, pero como no nos lo cuente un influencer/youtuber de esos que se van a Andorra para no pagar impuestos, casi no nos enteramos.

viernes, 1 de enero de 2021

Estrenando año, a ver qué pasa.-

 Anda este jubilata últimamente preocupado por la sequía de esta bitácora. Y con razón, porque pasan las semanas y no se encuentra material de provecho que llevarse al teclado del ordenador. No porque estos tiempos de confinamiento a ratos y según conveniencia comercial no den asunto a tratar; es porque los asuntos con que nos forrajean el pesebre mediático son tan repetitivos y previsibles que no hay por donde exprimirles un poco de originalidad. 

Lo más original que ha ocurrido estas pasadas fiestas navideñas ha sido que al Raphael le han montado un espectáculo de lucimiento ante cinco mil añorantes y se ha armado la de dios es cristo por si aquella multitud era potencialmente propagadora del Covif-19 (o alguna de sus mutaciones). La discusión sobre si sí era contaminante o, al contrario, la multitud estaba bajo control y era más inocua que una reunión familiar de seis miembros, ha ocupado horas y días de pantalla. Mayor provecho no se le podía haber sacado al recital raphaelino.

Además de los sesudos análisis médicos en los medios afines y adversos al evento, y el habitual guirigay en Twitter y demás rebaño de redes sociales, todos ellos han cumplido su función sobradamente: hacer olvidar al personal sus auténticos problemas: el diario vivir de cada día sin tomar conciencia de que somos manipulados como cobayas de neurona moldeable. 

Pero desde esta bitácora no nos pondremos transcendentes, menos aún a primeros de año. Antes bien, el pesimismo antropológico que aquí se practica – siempre en defensa propia – nos lleva a mirar estas pequeñeces con una cierta condescendencia: el material humano no da más de sí y los de clases pasivas ya no estamos en edad de elucubrar sobre cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler, como hacían los teólogos bizantinos. Aparte que nos da un poco lo mismo.

Aquí, en esta bitácora, practicamos la intranscendencia para no complicarle la existencia al improbable lector. Y, de tarde en tarde, y si está en nuestras manos, nos vamos burlando de las pequeñas realidades que nos toca vivir mientras el tiempo se toma su tiempo. Si, por equivocación, nos ponemos pensadores – que a veces sí, aunque sólo un ratito –, es filosofía de mesa camilla fácilmente digerible. Basta con cambiar de canal.

Claro que, tras esta confesión de intranscendencia, los que llevamos impresa la fecha de caducidad no podemos dejar de reflexionar sobre el paso del tiempo (acabamos de cambiar de año) y los acontecimientos consiguientes. Éstos sepultados por aquél, “…Al igual que las dunas al amontonarse unas sobre otras ocultan las primeras, así también en la vida los sucesos anteriores son rapidísimamente encubiertos por los posteriores”. Un servidor lo atestigua por simple observación.  Nihil enim semper floret. Aetas succedit aetati, porque nada es vigoroso para siempre y a un día sucede otro día. Y es que nuestros clásicos (en este caso Marco Aurelio y Marco T. Cicerón) son una fuente de sabiduría para nosotros…, con la ventaja de estar al alcance de la mano gracias al


Google ese que ha convertido en innecesarias las enciclopedias. 

Y, por ir dándole fin a estas notas, con esto se ha terminado el año. Lo hemos vivido como hemos podido y, a lo que parece, le sobrevivimos, con la esperanza de que el que está comenzando sea un algo más benigno. Despedimos el anterior sin pena y recordando eso que repite la mi santa tantas veces: Año bisiesto, año siniestro

Y aquí en casa, por dispersar nuestra atención de tanta fatiga Coronavirus como nos invade a través de los medios de comunicación, le dijimos adiós al 2020 escuchando L’ infedeltà delusa, de Haydn. Una burla, un juguete musical. 

Vamos a ver si termina, de una vez, esta broma pesada de la pandemia. ¡Coño!