jueves, 16 de febrero de 2017

Músicas nocturnas.-

No sé si el improbable lector sabrá que hace unos pocos días (exactamente el día ocho de febrero), murió José Luis Pérez de Arteaga. Creo que nunca le entrevistaron en El Hormiguero, ni era un famosillo de famoseo cutre, sino más bien hombre discreto y de palabra culta. Su voz sonaba en las noches de Radio Clásica. Guiaba a insomnes como este jubilata por las largas horas nocturnas, mostrándonos los caminos melódicos de “El Mundo de la Fonografía”, que era su programa. Y eso no se debe a que algunos anduviésemos sobrados de cultura musical sino a que, por fuerza, nos hemos hecho acusmáticos y melómanos con nocturnidad, porque nuestro reloj biológico – cosa de la edad, según parece –  decidió descompasarse y convertir en vela las horas de sueño, y allá te las apañes.

Cuando las noches son una pelea entre el intentar dormir y la incapacidad de hacerlo, el remedio más socorrido – aquí se habla de una experiencia personal; luego cada cual hace lo que le peta – es enroscarse los pinganillos a las orejas y conectarse a Radio Clásica, a ver qué echan esos frikis del pentagrama. Y como el geniecillo ese que produce el insomnio no entiende de horarios a plazo fijo, lo mismo se te abre la pestaña a las 01:45 que a las 04:27, o las 05:11.

Resignado, te columpias de los auriculares, buscas en el dial el 98.8 de FM y, a lo mejor, te sale un profesor impostado que diserta sobre órganos, organería y organeros en la Península Ibérica, y aprendes que en el monasterio de Mafra (nuestros vecinos portugueses) hay instalados, y en uso, seis órganos. El año pasado, coincidiendo con el tricentenario de la fundación, hubo un concierto en el que funcionaron al unísono todos ellos, y tú los escuchas tan ricamente arrebujado entre tus sábanas.

El insomne en algo ha de entretener la mente y se dedica a sus ensoñaciones. Mientras,de los cientos de tubos borbotan raudales de notas que rebotan por las bóvedas de ese escorial a mayor gloria de Joᾶo V el Magnánimo. Por eso, por estar entretenido, trae a la memoria a Baltasar Sietesoles y Blimunda Sietelunas, esos personajes del pueblo llano, de Memorial del Convento, que escribió nuestro Saramago, escritor, comunista y panibérico (cualquiera que sea el orden de sus cualidades). Y el insomne hasta se permite flotar en la passarola, esa extraña máquina levitadora de aquel cura fantasioso, Bartolomeu Lourenço de Gusmᾶo, del que también nos habla Saramago en su novela. 

Todo lo cual se dice aquí porque las horas nocturnas de vigilia y con los ojos como platos, pasan lentamente y dan de sí como para discurrir sobre músicas celestiales y literaturas; incluso para aprender que al desvelo los griegos lo llamaban agripnia, aunque no estoy muy seguro de que el insomne sea un agripnioso, cosa que suena fatal, como que da grima. Pero de un tipo que no duerme y elucubra mientras los demás se desconectan, se puede esperar cualquier cosa.

O sea que, durante esas agripnias a horas intempestivas, en cualquier momento de la noche te podías encontrar con el señor Pérez de Arteaga, una especie de musa Euterpe que te iba guiando por el complejo mundo de las grabaciones fonográficas. De su mano, por ejemplo, podías disfrutar del allegretto de la 7ª sinfonía“Stalingrado”, de Shostakovich, con sus obstinados redobles de la caja (ese crescendo imparable que nos remite a Ravel y su “Bolero”) y esos pizzicatos reiterativos de las cuerdas, simbolizando el avance de las tropas alemanas sobre Leningrado, hasta llegar a las disonancias finales, que suenan como el choque de la maquinaria bélica nazi contra la resistencia del pueblo ruso. La habitación, a oscuras, silenciosa, se convierte en un campo de batalla donde el ejército soviético resiste a las tropas nazis y Shostakovich está allí para dejar un testimonio imperecedero. Tú sabes que no pegarás ojo entre tanto fragor, pero casi no te importa.

Y como la noche (fría, lluviosa y desapacible) está como boca de lobo, para conjurar los terrores nocturnos, este jubilata pasa las horas de vela entre insomnios, músicas y ensoñaciones, hasta que suenan las primeras notas de Sinfonía de la mañana a las ocho en punto. Entonces, Martín Llade nos cuenta la historieta de cuando Khachaturian fue a visitar a Dalí, quien le tuvo esperando un par de horas encerrado en una habitación. El pobre músico, a lo mejor por cosa de la próstata, no pudo aguantarse las ganas y se meó en un jarrón etrusco que se le cayó de las manos cuando el pintor, en pelota picada, entró de repente en la habitación bailando la danza del sable.

Y ya con otro ánimo, uno se levanta, va y se mete en la ducha.

domingo, 5 de febrero de 2017

Hablaremos hoy.-


Estos días de lluvia es lo que traen. Uno se enmorriña, se repliega sobre sí mismo y se pone filosófico. En la calle, la lluvia barre ese chapapote inmundo, formado por los detritos que el incivismo de los bípedos consumistas ha ido abandonando por los suelos a la espera del barrendero, que nunca llega. El jubilata, encerrado en su estudio, no quiere dejarse ganar por ese ambiente gris climatológico que se ve a través de los cristales y se respira en las noticias que se cuelan a través de la pantalla de su ordenador, los papeles de prensa, la tele o la radio… 

Por si acaso, para vacunarse contra la grisalla ambiental, escucha a Mahler. Esa marcha fúnebre de su quinta sinfonía sobresalta con el clamor inicial de sus trompetas, y produce un regusto como de tristeza ese tono menor que emplea para que imaginemos un cortejo fúnebre que, a lo mejor – imagina el escuchante –  era un entierro premonitorio de las ilusiones que se nos van muriendo según vemos la deriva del mundo… El adagietto que el músico dedica a Alma, a modo de declaración amorosa, no hace más que envolvernos en un sentimiento de melancolía, a modo de celaje que nos anubla el espíritu. A lo mejor, si escuchásemos La ritirata de Madrid  de Boccherini, alegraríamos un poco ese cuerpo serrano tan depre que tenemos hoy, pero da tanta pereza ir a buscar el CD…

Y el jubilata, que tiene un empacho melancólico a juego con el atrezo medioambiental, escarba en sus meninges a ver si de sus elucubraciones plomizas sale un pensamiento que merezca ser tomado por una reflexión profunda. Pero, ¡qué va! Por más que quisiera deslumbrar al improbable lector con una idea brillante, sus profundidades mentales no llegan más allá de aquella copla murciana: …me puse a considerar las vueltas que da el mundo y las que tiene que dar.

El mundo de las reflexiones profundas no da juego hoy, así que, ¿por qué no ser liviano de pensamiento y hablar de nonadas? Por ejemplo: “Hablemos de Trump, que es como un oso enfurecido, dando zarpazos al aguijón de sus prejuicios, y es cosa que da mucho yuyu al personal”, me digo. A la gente le gustan mucho estos monstruos de parque jurásico, se me ocurre pensar. “No, no. Hablemos de lo del precio del megavatio y la pertinaz sequía”: eso siempre produce recochineo entre el respetable, me digo. Pero, tampoco, porque – ya es casualidad – estos día llueve y nos van a poner el megavatio regalao. 

“Seamos serios” – con tantos problemas que tenemos – “Mejor hablamos de los datos fiscales esos que atropa a escondidas la Generalidad, de los que habla el Santi Vidal, y de la Catalunya Una, Grande y Libre, quintaesencia del wolksgeist hegeliano. Pero, ya que queda en entredicho la integridad nacional, alguien piensa: “Pues yo prefiero que se hable de cuando lo de Trillo, de cuando arrebató la isla Perejil a la morisma”, eso trae un regusto añorante de las viejas glorias patrias; o cuando gritó lo de “¡¡Viva Honduras!!” que la gente siempre se descojona de risa y libera muchas tensiones...

Pero uno sigue tan decaído y melancólico…

Además, hasta empieza a dudar de a qué género deba adscribirse. Dicen que el género es una construcción social al margen de la condición biológica de los sujetos de una sociedad. Pero, según parece, en el uso del lenguaje cotidiano, “género” y “sexo” se equiparan y el genérico “vosotros” se convierte en una impolitesse (micromachismo, creo que lo llaman) cuando se dirige a un colectivo en el que abundan las féminas por goleada. 

Por eso, el otro día, en una charla de los responsables de radio Museo Reina Sofía para los alumnos de un curso Senior, el perorante, hombre joven y de progresía acreditada, decidió que nos trataría de “vosotras” sin menoscabo de nuestro gonadario. No me pareció mal, siquiera por economía de lenguaje. Así el perorante se ahorraba ese reiterativo “vosotros y vosotras”, “amigos y amigas”  (o viceversa, por el delicado equilibrio entre géneros/sexos), “escuchantes y escuchantas”. El “vosotras, amigas escuchantas…” nos lo podría haber dicho tranquilamente, pero no lo hizo, que era persona de recursos oratorios, aunque sometido a las modas sociales. Lo cierto es que este jubilata, al verse envuelto en aquel “vosotras” se sintió liviano y como rejuvenecido.

Y bastante más joven era cuando asistía a los cursos que el Institut Français impartía para funcionarios del Ministerio de Cultura, siempre rodeado de archiveras, restauradoras y bibliotecarias. En aquel grupo, que se consolidó en los varios cursos que hicimos, un servidor no pasó a ser uno más del “vosotras” entre tanta mujer, sino “el chico” por antonomasia entre aquellas mujeres con un nivel profesional y cultural envidiables. Lo cual tenía la ventaja de sentirme como una minoría protegida por aquel matriarcado de intelecto firme y educadas maneras femeniles, aunque, a veces, sometido a un amistoso trato irónico. No se puede ser “el chico” entre tanto mujerío sin pagar ese pequeño peaje, que yo lo pagara con gusto ahora si me viese tratado de igual manera por mujeres de tanto fundamento como aquellas.

Y, ahora que lo pienso, las telarañas de la murria se han ido entre aquellos recuerdos. Pues eso.