sábado, 28 de abril de 2018

Señora, levante su culo de ahí.-


Leído en el parque del barrio-
Eso han debido pensar los dirigentes del Partido en el Poder al ver el empecinamiento de la recién defenestrada, doña Cifuentes, por conservar la presidencia de la Comunidad de Madrid. Para quien observa el navajeo político con los anteojos de la edad provecta, la cosa parece evidente. En las zahúrdas del Poder, alguien ha debido pensar: sacrifiquemos el perro si queremos conservar la finca. Si a los galgos, tras la temporada de caza, los ahorcan sus dueños, a las piezas que han cumplido el juego para el que fueron colocadas en el tablero, se las sacrifica ante el peligro de que una torpeza suya ponga en jaque al rey.

Doña Cifuentes, a la que veíamos tan sonriente, tan segura de sí misma, tan dueña de la situación, resulta que no era la reina en esta partida de ajedrez, sino un simple peón que han dado a comer de una forma ignominiosa. Ni siquiera le han dado opción a una retirada digna, o al menos, discreta. Ha sido paseada desnuda, como lady Godiva, para que todos viésemos sus vergüenzas; sin la posibilidad, como la lady aquella, de cubrirse la desnudez con sus melenas rubias. Ya no importaba que sus títulos masteriles fuesen verdad o apaño – eso ya es pecata minuta –, es que la pillaron llevándose dos botes de crema del súper hace siete años. Y aunque los pagó, supongo que con desgana y por evitar escándalos mayores, alguien guardó una copia del vídeo por si hacía juego, en caso de urgente necesidad.

Y, sí, la necesidad política ha exigido poner en juego aquel vídeo ominoso. Había que echar al perro de la finca so pena de perder la finca por culpa de los ladridos del perro.

Estos días, este jubilata, que siente compasión ante la desgracia ajena, lee por esos andurriales internauticos, por las redes sociales, ve en la tele y escucha a las gentes, cómo la Cifu (ya hasta el “doña” le hurtaremos) mangaba cosas en el colegio mayor que dirigió en tiempos; sus compañeros de máster echaban de menos objetos cuando ella estaba presente y, ya puestos, era una cleptómana empedernida que, seguro, seguro, se llevaba los lápices de su despacho y el papel de la fotocopiadora.

Pero, como no todo es un lodazal, a veces, uno encuentra alguna margarita entre las hozaduras de los puercos. Y eso en los lugares más insospechados. Por si el improbable lector no lo ha oído, el Pablo Iglesias, ese arquetipo del “izquierdismo radical” en cuyas manos no debía caer el gobierno de Madrid, según la defenestrada, dijo que en política hay límites, y destruir a un ser humano es inaceptable. También en un artículo, Juan Torres se pregunta sobre el límite de la maldad en política. Y a este jubilata, que le ha pillado la cosa en fase compasiva, le ha parecido bien que sean los oponentes políticos quienes muestren empatía con la exluchadora neoliberal. Porque la individua, dura ella, no ha caído en la lona noqueada por un contrincante, sino por una zancadilla del palanganero que cobra de la nómina de los fondos de reptiles. Siempre al servicio de los altos intereses de la patria, claro está.

En fin, no se sorprenda el improbable lector de lo leído, este jubilata sigue siendo un progre escorado a la izquierda. No olvida que doña Cifuentes estuvo al frente de la policía cuando fue delegada de gobierno y que reprimió sin contemplaciones los movimientos populares en torno al 15-M. Todavía en casa recordamos su dureza y recibe las pertinentes maldiciones por ello. Pero el sentido de humanidad nos obliga, al menos, a no alancear al moro muerto. Para cleptómanos - piensa este jubilata - los banqueros.

Que, mire usted, apreciado aunque improbable lector, la señora tendrá sus trapacerías, pero lo cortés no quita lo valiente.

lunes, 16 de abril de 2018

Titulitis.-


Mira que uno no quiere meterse en estos asuntos porque son carnaza para dar titulares, vender noticias y afear reputaciones (aunque nadie dice que sin razón o con ella), pero, como este escribidor de cosas no vive en el paraíso, no tiene más remedio que chapotear en la misma charca que el común de los mortales.

Viene al caso por el asunto de doña Cifuentes y su inexistente – al parecer – titulo de máster en Algo por la Universidad Juan Carlos I. Y no sólo por la señora citada, sino por todos los políticos que, a la vista de lo que truena, han ido borrando discretamente títulos en Esto o Aquello de sus currículos vitae.

Alguien debería decirles, a estos políticos que hacen de la política un oficio de relumbrón y no un servicio, que estar súpermasterizados o pluritititulados no ayuda demasiado al recto funcionamiento de la cosa pública, aunque sí al engorde de sus egos. Que la buena gestión de los asuntos públicos se puede sacar adelante con algunos títulos menos en la cartera y con mayor compromiso con el bien común de los ciudadanos.

Pero, no habiendo más remedio que aceptar como inevitable la vanidad de los hombres públicos (ellos y ellas), este jubilata cree haber encontrado un remedio, hasta donde llegue, para dotar de títulos a algunas Señorías que padecen de escasez curricular y gustarían disponer de alguno que les de brillo y esplendor ante sus pares.

Y el remedio consiste en transferirles todos mis títulos académicos y de formación que he ido acumulando a lo largo de mi vida. Títulos que me comprometo a cedérselos gratuitamente, con la sola condición de que sean ellos quienes paguen los gastos de notaría, si los hubiese, para legalizar su transferencia.

Después de registrar las zahúrdas donde el naufragio de la vida vivida ha ido depositando los diplomas: armarios, cajones, altillos y otros recovecos, un servidor tiene el gusto de poner en almoneda sus títulos. Tales como: Títulos de Bachiller Elemental y Superior; Licenciatura en Fª y Letras por la Complu, de 1975; Diplomado Documentalista por la extinta Escuela Nnal. de Documentalistas, de 1977; Diplomatura de la Escuela Supr. de Conservación y Restauración de BB. Culturales, de 1998. Aunque todos ellos son del siglo pasado, su valor académico y legal siguen operativos. Eso sin olvidar un titulito de la Aliance Française de París, de 1980, y un DELF A2 del Institut Français de Madrid.

Del siglo corriente: Licenciatura en Geografía e Historia por la UNED, del 2002; CUID Francés unos tres años después (creo); más un par de títulos de la Academia Vivae Latinitatis Matritensis; más una docena larga de certificados de la UNED Senior en materias varias (a consultar en caso de estar interesados).

A todo lo cual habría que añadir una veintena (así, a bulto y como poco) de certificados de la Escuela Nnal. de Administración Pública, del Ministerio de Educación, de la Biblioteca Nacional y de otras instituciones de la Administración Central; y entre ellos, el muy curioso, por lo arcaico, de “Introducción al MS2”, pura arqueología de los sistemas operativos para computadoras personales, cuyo poseedor podrá presumir de ser descubridor de la escritura lineal B micénica, como lo fue Michael Ventris, pero en los rudimentos del lenguaje numérico.

Créame el improbable lector, este jubilata saca a la plaza pública sus titulanda no por presumir como un político del montón, sino para ofrecerles la posibilidad de lucir un título que no se han currado, pero legítimo. A las alturas de la vida por las que va transitando, un servidor no necesita más título que el de Pensionista de la Seguridad Social, con derecho a subida del 0,25 % anual, si la ministra Báñez y la Virgen del Rocío (patrona de supervivencia de currantes y jubilatería en general) lo tienen a bien.

Lo dicho, señores políticos de casta y currículo fláccido, pueden disponer a placer de todos los diplomas de este jubilata, quien se los ofrece sin contra prestación. Solo para que no nos avergüencen a los ciudadanos con su vacuidad y falsa presunción, ni destrocen la honorabilidad académica de las universidades públicas españolas.

No lo dejen para mañana, que me los quitan de las manos.