domingo, 30 de mayo de 2010

Caminata por el barranco de Yuba.-

La primavera es una época apropiada para caminar por estas tierras sorianas próximas a Medinaceli. Es una comarca donde sus pueblos se fueron deshabitando de cincuenta años a esta parte hasta caer en el total abandono. Sus despoblados, apenas un puñado de casas en cada núcleo, se van desmoronando con el paso de los años. Entrar en aquellas antiguas viviendas ruinosas y ver sus viejas cocinas con sus alacenas, sus hornos, sus habitaciones, produce esa sensación que debieron sentir los románticos decimonónicos ante los viejos castillos derruidos. Una sensación de fugacidad y de provisionalidad de todo proyecto humano. Pero nosotros no hemos venido a llorar añoranzas de tiempos periclitados, sino a disfrutar de la naturaleza y el paisaje.
Comenzamos la caminata en Jubera, pueblo cercano a Medinaceli, próximo a la autovía de Zaragoza. Está en la orilla izquierda del Jalón y pasa a su lado la línea férrea. Llama la atención este pueblo, apenas 20 habitantes en la actualidad, por su unidad urbanística, que responde a la decisión de su señor, en 1782, el obispo de Sigüenza don Juan Díez de la Guerra, de levantarlo de nueva planta. Un hermoso escudo nobiliario con capelo y cordones, sobre un gran edificio con aspecto entre palacial y monástico, recuerda quién enseñoreaba estas tierras.
Un repecho nos lleva hasta el pie de la autovía, que cruzamos por un acceso subterráneo. Bajamos hacia los campos cultivados de cebada, que forman manchas como lagunas de un verde vivo y luminoso. Nuestro camino nos lleva hasta el despoblado de Las Llanas, un pueblecillo con sus casas semiderruidas, que la vegetación va cubriendo. Hay un gran nogal y a su pie una charca. Situados en el llano, kilómetros adelante, tenemos frente a nosotros una muela formada por estratos yeso-calizos y arcillosos, sobre la que hay un parque eólico todo a lo largo de kilómetros. Hemos llegado a una carreterilla con firme de grava, que une Arcos de Jalón con Yuba. Este camino de concentración lo abandonamos por la izquierda y tomamos un llamado “camino del romeral”, que nos lleva a la entrada del barranco de Yuba. Este barrando lo recorre un arroyo, a tramos seco, que se junta unos kilómetros más adelante con el río Cárcel. El barranco está limitado por grandes farallones de calizas y arcillas y rocas sedimentarias formadas por una amalgama de piedras de aluvión y arcillas. Vemos buitreras. La vegetación ha crecido desmesuradamente y la hierba alcanza casi un metro de altura en aquellas zonas húmedas más próximas al cauce del riachuelo.
La vegetación en esta zona tiene especies propias de estepa: tomillo que está en flor, romero, aliaga (con algunas matas también en flor), un poco de torvisco y gamones con sus varas florecidas como nardos. En las paredes del barranco, a veces aparecen colgados en lugares inverosímiles, hay enebros arbustivos y chaparros en los cerros colindantes. Junto al río, buenos chopos, y todo a lo largo de la garganta, majuelos en flor que son como grandes pinceladas de un blanco luminoso sobre estos parajes hechos de ocres rojizos y verdes oscuros de la vegetación.
Entramos en el despoblado de Yuba, donde parece que la única casa en pie es una antigua ermita bien retejada. Las casas, con su aspecto ruinoso, dan una imagen romántica de lugar abandonado donde las antiguas viviendas van mostrando la intimidad de sus habitaciones según se derrumban las paredes que las sustentan. Comemos aquí, junto a una gran alberca, a la sombra de chopos y frutales abandonados. De aquí nos acercamos a Corvesín, anejo de Blocona, otro lugar despoblado, con apenas 10 casas ruinodas, que tiene un aspecto idílico en su soledad y la abundancia de vegetación. Por el camino corre un arroyo que debe de venir de los cerros próximos.
Terminamos cerca de Lodares, en una estación de autobuses próxima a la autovía. El contacto con la civilización nos recuerda que la caminata es sólo un paréntesis en nuestras vidas de urbanitas. No nos lamentamos, ya que pronto volveremos a calzarnos las botas y haremos, no sólo siete leguas, sino todas las que aguanten nuestras rodillas artríticas pero marchosas.

lunes, 24 de mayo de 2010

Mira qué te cuento, 3: El mundo es injusto.-

Pues, sí, hombre. Yo creía que ya te lo había dicho: aquí donde me ves, soy un incomprendido. Pero no le echo la culpa a nadie ¿eh? Que yo ya sé que tengo un carácter un poco raro, aunque el en fondo soy una malva y un sentimental.
Yo creo que lo que me pierde es esta sensibilidad tan grande que yo tengo. En cuanto me gusta una persona, es que me devora el cariño. Porque, vamos a ver ¿te has fijado en la gente? Siente como vergüenza de expresar sus sentimientos y anda por ahí con cara de estreñido. Yo, al contrario, en cuanto quiero a alguien, no me puedo aguantar, es que me lo comería...
Fíjate tú cómo será que yo tenía una novia de pueblo. De esas mozas de mejillas coloradotas, carnes prietas y más blancas que la leche... y unas tetas; cosa más sabrosa no había probado en mi vida. Fíjate si la quería, que me la comí a bocados. Pero, no te vayas a creer... civilizadamente, eso sí; que en España tenemos una tradición culinaria muy depurada y yo casi, casi, soy un cordon bleu en eso del arte culinario. Si me apuras, ni Arguiñano... Lo que pasa es que me inclino más por la cocina tradicional. Además, aquella novia tan maciza se había criado en la montaña y no era cuestión de emplear una fórmula de esas amariconadas de la cocina francesa, que todas las salsas las hacen con mantequilla. Yo, buen aceite de oliva y siempre, siempre, productos naturales.
El caso es que me preparé con ella un chilindrón de chuparse los dedos. Aunque te parezca mentira, es fundamental el pimiento seco. Ha de ser de muy buena calidad: si es de Lodosa, mejor. Antes de guisar la carne ...¡ Por cierto!, Encarnación se llamaba esa novia de la que te estoy hablando... Pues, eso te decía, que hay que preparar un sofrito de cebollas picadas, tomates previamente escaldados y pimientos rojos asados al horno, cortados en tiras, y sin piel. ¡Joér...! Todavía me pongo cachondo cuando me acuerdo de sus muslos en la cazuela dorándose al fuego con su buen aceite de oliva y sus ajitos cortados en láminas... Nunca he vuelto a experimentar un placer erótico tan intenso. Creo que aquel día me comí un pan entero mojando el chilindrón...!Huuumm!
Y ahora que me acuerdo, no acabo de entender por qué me sacaron en los periódicos, si el guiso era perfecto. Yo creo que la culpa fue de su madre, que era una envidiosa y una nulidad en la cocina.
Pero volviendo a lo que te decía, pues sí, siempre he sido un hombre necesitado de cariño y, cuando alguien me quiere, es que me lo como a mordisquitos... Como no conocí a mis padres, me crió una tía mía; una viejecita muy cariñosa. Tanto, tanto me quería, que me nombró su heredero. Cuando me enteré, yo, de puro contento, le di un abrazo tan fuerte que se le rompieron algunos huesecillos... Oye, tú, la viejecilla se quedó que parecía un pajarito con un ala rota. Lo que pasa es que la pobrecita tenía la carne un tanto correosa y tuve que hacerla en pepitoria... Pero la quería más que a mi madre, a la que no conocí, así que me la comí toda, toda.
Menudo disgusto el que me llevé aquella vez, tú, que cogí una indigestión tremenda y la policía empezó: que a ver donde estaba la vieja; que si yo era un pervertido y un antropófago de esos de Africa... Sí, hombre, sí, tienes que acordarte, que hasta me sacaron en los telediarios... Pero eso de la fama es duro de llevar, que desde entonces la gente me mira mal. Fíjate que, con lo que a mí me gustan los niños, en mi escalera las madres se ponen histéricas nada más verme y los esconden. Y los vecinos ni me hablan. Con lo necesitado de cariño que yo estoy, y lo solo que me veo...
Ya, ni novias formales he vuelto a tener. Solo algún ligue de tarde en tarde y, si es extranjera, mejor. Me acuerdo de una italiana que se alojaba en el Palas, riquísima, con la que apenas intimé un par de día: pero yo me lancé y le pedí la mano. No veas qué dedos mas finos... Con un chorrito de jerez me salió un caldo sabrosísimo. Se fue a su país sin despedirse de mi...¡mujer ingrata!
Por cierto, macho, contigo se puede hablar ¿Sabes que me estás cayendo bien? Si quieres, te invito a comer... Sí, hombre, sí, no se hable, hoy como contigo. Pero..., ¡Eh! ¡¡Túúú...!! ¿Dónde vas, hombre? Pero, no seas loco, que el semáforo está en rojo y pasan coches... !! Ay, ay, que se la pega...!!!
¡Joder! Otra vez solo... Si es que soy un incomprendido...

jueves, 20 de mayo de 2010

Hacienda somos casi todos...-


Estamos los españolitos, al menos los que vivimos de un sueldo o una jubilación, en época de confesarnos con la Agencia Tributaria y rendir cuentas de nuestros magros ingresos. No hablo de los dichosos y privilegiados poseedores de una SICAV o de altísimas rentas, que esos disponen de asesores fiscales y de medios acreditados para evadir una gran parte de sus ingresos. Eso sin contar el temor de nuestros lamentables políticos a meterles mano en los bolsillos, no sea que les encuentren no sólo la caderilla, como al común de los mortales, sino los billetes de 500 euros. Como nos tienen dicho que el dinero es asustadizo y puede salir huyendo hacia paraísos fiscales si alborotamos su apacible existencia, prefieren esos políticos no insistir demasiado a la hora de buscarlo por los rincones, en la confianza de que aflore por propia voluntad y ayude desinteresadamente a sacarnos del bache; rincones donde, quienes nos han empobrecido, lo tienen a buen recaudo.
Lo digo porque, esta semana, he cogido el certificado de renta y todo el papelorio que me envían los bancos con las cuentas corrientes y las imposiciones a plazo (ya se sabe, ese suculento 0,5 ó 1,50 %, – por decir unas cantidades – que te pagan por manipular nuestro dinero en su propio provecho), y he ido a la Agencia Tributaria de San Blas a que me hicieran examen de conciencia. Y, si se me permite un inciso, diré que eso de los funcionarios de Hacienda ya no es lo que era: aquel individuo con cara de perro que disfrutaba sádicamente exprimiéndote hasta el último céntimo de tu renta de trabajo, y te miraba con la misma desconfiada inquina con que el señor inquisidor aterrorizaba a los judaizantes. El que me ha tocado a mí tenía el pelo pintado de amarillo, con ajorcas en las orejas y una cadena gorda de okupa, con una herradura plateada, colgándole de la trabilla del pantalón. Con funcionarios así, te entran ganas de firmar la declaración sin rechistar y, encima, invitarles a un café.
Ya sé, ya sé que la mía ha sido una experiencia personal y no extensible al común de los contribuyentes, pero cada cual cuenta la feria según le va en ella; y a mí no me ha ido mal, que hasta me han devuelto unos euritos, aparte lo de tratarme como a un ciudadano y no como a un delincuente en potencia.
Un servidor, que tiene las ideas anticuadas, iba pensando, mientras el bus le llevaba al ajuste de cuentas, que, quizás y precisamente por estar anticuado, sigue creyendo en un Estado garante de la justicia social y redistribuidor de riquezas. La lástima del caso es que, quienes están en el poder político por mandato de los ciudadanos, son incapaces de aplicar principios tan elementales y exigir a cada cual según sus posibilidades. He creído entender en estos últimos días – se lo tengo que consultar al barrendero de mi calle, que de esto sabe bastante – que el gobierno no quiere aumentar, de momento, la imposición a las rentas más altas por ese miedo a que los grandes dineros salgan despavoridos allende nuestras fronteras. En su lugar, nos aumentará a todos los ciudadanos los impuestos indirectos porque dicen que ahí es donde el Estado recauda y no la minucia de las grandes fortunas.
Pero es que a mí, desde jovencito, me enseñaron que los impuestos directos –directamente proporcionales a los capitales – son síntoma de estricta justicia distributiva, mientras que los impuestos indirectos – que gravan por igual a todo hijo de vecino – son una forma más injusta de repartir los costes entre la ciudadanía. Vamos, que yo pago la misma cantidad de impuesto por el papel de retrete que las Koplovich esas, por poner un ejemplo pedestre. Y, francamente, no es lo mismo un culo proletario que otros de masaje y liposucción.
Espero que mis improbables lectores no se me cabreen por todo lo dicho, pues ya se sabe el sentir popular: “A la Hacienda Pública, ni agua”. Pero deben comprender que, a estas alturas de la vida, uno no está para desprogramar sus neuronas y reconvertirlas en fervientes partidarias del espíritu neocon. Uno sigue siendo, en cuestiones sociales, partidario de un socialismo asaz utópico; ese pensamiento iluso según el cual el colectivo humano de un país es más importante que las riquezas que produce y que éstas han de estar al servicio de aquel. Aunque también piensa – además de iluso, uno es un saco de contradicciones – que el enriquecimiento es un estímulo para los emprendedores. Pero es razonable poner límites: a la extrema riqueza y a la extrema pobreza. ¿O estoy tan equivocado…?

sábado, 15 de mayo de 2010

Eso de la economía global.-


Cuando estaba en quinto de carrera en la UNED, tuve que estudiarme la Introducción a la Economía para Historiadores, de Gabriel Tortella. Creo que llegué a entender un poco eso de la Microeconomía, pero lo de la Macroeconomía nunca logré desentrañarlo. Por eso, sigo con interés las entrevistas, leo los artículos y escucho las tertulias de los que dicen que saben de esto. Pero noto que me lían.
El caso es que, este viernes pasado, en Radio Nacional, han entrevistado a Cristóbal Montoro, que es algo así como el coordinador de economía del PP. El tal dijo (textualmente, que corrí a apuntarlo en un papel): “… señalan a España como uno de los causantes de la crisis…” Yo, la verdad, me sentí responsable y acepté mi parte alícuota de culpabilidad por el hundimiento de la economía mundial. Pero, como dos opiniones contrastadas son mejor que una, salí a la calle y le pregunté al barrendero de mi barrio. Se trata de un señor que no sólo maneja el escobón con profesionalidad, sino que se lee toda la prensa que encuentra en las papeleras y está muy bien informado.
El hombre me tranquilizó. Me dijo que lo de las head found, o “bonos de alto riesgo emitidos por una entidad de baja solvencia y con rendimientos muy superiores a la media del mercado” – fulminante de la crisis económica mundial –, no eran culpa del gobierno español. Que eran los bancos americanos los que las habían puesto en circulación. Que nadie en este país participó, en 2008, en la quiebra de Lheman Brothers o de Merrill Lynch, y que, cuando se referían a las hipotecas basura, no se estaba hablando del ladrillazo nacional, que no era más que una chapuza económica estrictamente local. Que las afamadas teorías sobre “el capitalismo del desastre” (Puede leerse “La estrategia de choque”, de Noami Klein) tenían más que ver con el neoliberalismo propugnado por Milton Friedman que con la “cocina” de la Moncloa. En fin, que, posiblemente, el señor Montoro estuviese mal informado…
En mi opinión (que sobre macroeconomía no opino, pero sobre personas sí) suponer mal informado al Sr. Montoro era tanto como considerarlo un inepto; no sólo a él, sino a quien le había nombrado para el puesto y a la cúpula de su partido, por no poner remedio a tanta incompetencia. Con lo que me asaltó la sospecha de si el experto ecónomo del PP no trataría, más bien, de confundir (dicho suavemente) al personal, a ver si colaba, y que ruede la bola. Sea como fuere, subí a casa más tranquilo.
Pero de esta entrevista también recuerdo que el Sr. Montoro dijo que el PP no colaboraría con el gobierno por tres razones, de las que sólo recuerdo dos: Una: porque los remedios llegaban tarde; a lo que el locutor le pregunto sí, como de cualquier forma, el gobierno, aunque sus recetas resultasen eficaces, llegaba tarde, esto suponía que el PP no iba a ayudar a sacar al país de la crisis. A esto, don Cristóbal dio la callada por respuesta y cambió de tercio. Otra: porque las reformas venían impuestas de fuera. O sea, el telefonazo de Obama a ZP y las presiones de los socios comunitarios.
Uno, que tiene enquistados resquemores antiguos, recordó inmediatamente las llamadas de Bush II el Nefasto al señor Aznar para que participase en la Cruzada contra el Eje del Mal y las Armas de Destrucción Masiva, y la inmediata puesta a disposición de nuestro país para una guerra de latrocinio, injusta, cruel e ilegal, de la que todavía sufrimos las consecuencias en el mundo mundial. Lo que me recuerda (uno empieza a tirar del hilo, y es lo que pasa) que el actual conflicto irakí está semi privatizado desde los tiempos del susodicho Bush II el Nefasto. Hay tantos mercenarios, de empresas tal que la Blackwater, como soldados en Irak. En Afganistán, por ejemplo, hay 104.000 mercenarios frente a 68.000 soldados (Le Nouvel Observateur, nº 2374).
O sea, política económica neoliberal pura y dura, como la que el FMI ha impuesto a los españolitos. A lo mejor, siguiendo los preceptos de la Escuela de Chicago, ZP privatiza los ministerios y los pone en manos de Díaz Ferrán, el irreductible presidente de la patronal patria, y que Alá nos coja confesados.
Cosas veredes, Mío Çid, que farán fablar las piedras…
Lo que sí tengo claro es lo siguiente: cuando necesite saber algo sobre macroeconomía, voy a consultar al barrendero de mi calle. Él, al menos, no estará obnubilado ideológicamente y será más objetivo que don Cristóbal Montoro, quien nos ha hecho responsables de la crisis económica del mundo mundial. Piensa don Cristóbal – a lo que imagino – que no hay nada como tener claras las propias ideas y enturbiar las ajenas.

martes, 11 de mayo de 2010

Un cierto olor a cadaverina narrativa.-


Hace años bastantes, cuando creía que mi capacidad de escribidor serviría para algo y me vería en letras de molde, propuse a un grupo de amigos/as escribir entre todos un cadáver exquisito, una especie de monstruo de Frankenstein, hecho de retazos literarios, de recortes de maternidad alumbrados por cacúmenes estrujados al efecto, y a ver qué pasaba. Aquello se inició con entusiasmo, recogimos fragmentos escritos, los zurcimos como buenamente pudimos… y jamás conseguimos insuflar vida al cadáver, que nunca llegó a exquisito y sí quedó fosilizado entre los archivos de mi ordenador.
En un ejercicio de añoranza – aunque la añoranza es un error que aburre muchísimo – he decidido colgar en esta bitácora el comienzo de aquella aventura de “juntacadáveres” ilusionados; aventura frustrada, aparte de por nuestra escasa capacidad literaria, por la puñetera vida estresada de sus componentes, que no lograban sacar tiempo para perder en un inútil trabajo de desenterradores de historias imaginarias.
Dicho lo que antecede, la historia comenzaba así:

““Propósito.- Dicen los que saben de esas cosas que la causalidad no existe sino que se corresponde con leyes que le son propias, cuya lógica ignoramos aún. Esto viene a cuento porque, según oí en mi juventud a un profesor de Antropología Filosófica, si un mono teclease sin solución de continuidad sobre una máquina de escribir, terminaría por escribir el Quijote, pongamos por caso. Supongamos que nuestro colectivo es el mono ideal que aporrea durante una eternidad el teclado del ordenador. Así, es muy posible que entre todos, muy monamente, logremos escribir una de las grandes joyas de la Literatura Universal.
Verbigracia: yo empiezo con un párrafo incoherente, o plagiado – que también sirve al caso –, y vosotros seguís con lo que se os pase por la cabeza: aquellas pesadillas amorfas de vuestros más angustiosos sueños; aquellas chorradas que os pueblan la mente, pero que no dejáis aflorar porque sois personas responsables y os da vergüenza; aquellos agujeros llenos de una nada imprecisa que gobierna vuestras vidas... En fin, cualquier cosa incóngrua, irracional, irreal, imposible, intolerable, indigesta o inviable... Yo empiezo, ¿eh?"

Plagiario Obvio. I:
"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho que vivía un hidalgo, de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor..."

Plagiario Rencoroso. II:
"En un lugar de la Mancha del que no puedo olvidarme vive este viejo borracho de mierda, vive el mancillador de los escenarios, vive este ruin envidioso y todas las putas que a coro me alaban y aplauden mi plagio. No seré yo el que haga la luz a mi mentira, pero sí el que clave un puñal en mi corazón de escribiente. No se lo diré a nadie y tomaré cada aplauso, cada halago, como míos y los regurgitaré por la noche entre trago y trago para revivir la puta mentira una y mil veces.”

Plagiaria de Arcanos. III:
"No puedo decir que no dejé de sorprenderme, pero supongo que si a mí me gustó y me entusiasmó, a la gente de mi tiempo no era de extrañar que también le gustara. Todo empezó el día en que la TDO, (Talentos Designados Oficialmente) me requirió para estudiar una obra que se estaba resistiendo a los más brillantes arqueólogos. Es en ese momento cuando las más Altas Esferas se rinden y recurren a nuestra organización. En mi caso, fue más duro porque yo había perdido mi prestigio profesional a base de ir robando 'cápsulas de tinta' donde otros escritores más talentosos que yo guardaban su inspiración. Pero al fin y al cabo, yo era la única que tenía en mi cabeza el conocimiento de las lenguas perdidas de la antigua 'Parla', continente llamado así por la continua inclinación de sus habitantes a enviar a sus descendientes a Parla, o lo que es lo mismo, a hablar o aprender una lengua y referido en otros escritos como 'Uropayiruro' y que no sé si se corresponde con Mancha…””
Para qué seguir disecando el cadáver, no sea que, con el tufo, se despierte en el personal un irrefrenable deseo de partirme la cara, como al fulano de la foto…

miércoles, 5 de mayo de 2010

Libros libres.-

Con la vuelta del buen tiempo vuelven las viejas manías que uno cultiva con mimo. Entre éstas, la de ir soltando libros por el parque del Calero y paradas de los buses municipales que pasan por el barrio. Dejo aquí la lista de las criaturas de papel abandonadas a su incierto destino en las últimas semanas:
Cuentos eróticos de navidad, Varios Autores
Ejecución, de Sven Hassel.
El médico de Toledo, de Matt Cohen.
Historias de Posguerra, de Luís Garrido.
Historias Marginales, de Luis Sepúlveda.
La piel del tambor, de Arturo Pérez Reverte.
Los niños tontos, de Ana María Matute.
Persecución fatal, de William Garner.
Príncipe y mendigo, de Mark Twain.
Tres camaradas, de Erich Mª Remarque.
Un metro de trescientas cincuenta palabras, Varios Autores.

Como puede verse, sigo a lo mío. Hay tantos libros solitarios en busca de un lector, que me estoy convirtiendo en una especie de pequeña agencia de contactos. Una especie de tercería literaria. Y es que da no sé qué ver el rimero de libros ociosos que esperan quien los lleve de la mano, los hojee y de sentido a su existencia. Porque un libro no tiene razón de ser si no encuentra a su lector.
El problema está en que los libros son tímidos por naturaleza y poco dados a salir de las estanterías para buscar su propio lector por esos mundos. Hay que tener en cuenta que se trata de criaturas – me refiero a los libros de ficción literaria – poco dotados para buscarse la vida en el mundo real, incapaces de acercarse a un paseante ocioso (pongo por caso) y decidirse: “Ese va a ser mi lector”, plantarse delante de él y decirle: “Tómame y léeme”.
La ficción y la realidad son dos mundos paralelos que se entrecruzan y, aunque la primera se alimenta de la segunda, no se mezclan. La ficción es una realidad virtual, donde los elementos que conforman su mundo se nutren de retazos que han sido extrapolados, sacados del contexto de la vida real y reelaborados para ser otra historia distinta; una historia que se mantiene presa dentro de ese objeto que llamamos libro. Como quien dice, el libro es un ser vivo – con la vitalidad que da la ficción –en cuanto a su contenido, ya que entre sus páginas, y prendida de sus letras, hay una historia dispuesta a desplegarse en cuanto alguien lo abra; pero es inerte en cuanto tal objeto físico dotado de peso y volumen. En su interior hay un mundo por descubrir, pero en su condición de cosa física no tiene voluntad ni iniciativa para mostrar lo que contiene. Por eso conviene darle un empujoncito.
Esa condición de objeto inerte desaparece en el momento en que alguien, que llamamos lector, lo coge en sus manos, lo abre y empieza a leer. En ese momento se opera el milagro. El libro deja de ser un objeto inanimado para cobrar vida y desplegar ante el lector, fascinado, todo un mundo imaginario y seductor que le atrapa y le zambulle entre sus hojas, ocupando esas horas que transcurrían sin objeto definido antes de que uno y otro se encontrasen.
Por eso, porque el mundo de la realidad y el de la ficción necesitan quien los ponga en contacto y no se ignoren mutuamente, sigo con mi empeño de dejar libros al azar en los bancos del parque, en las paradas del bus o en un vagón del metro. Es como si oficiase de presentador entre ambos: “Aquí un lector, aquí un libro”.
Puede ser el comienzo de una larga amistad…