domingo, 31 de agosto de 2014

"Pedía para comer".-

Ponerse estupendo y decir que “pedía para comer” es una forma verbal del imperfecto de indicativo, primera o tercera persona del singular, según, es mear fuera del tiesto. Sobre todo, si la frase se la oyes a un indigente mientras viajas en un bus de la Línea 146.

Imagínese el improbable lector que este jubilata, sin haber hecho la descompresión tras varias semanas de vacaciones serranas, viajaba en el 146 cuando un individuo de aspecto un tanto desastrado y gesto más bien humilde, le mira y le dice en voz bajita y como temiendo molestar: Pedía para comer… Lo inmediato que se me ocurrió pensar fue: Por favor, use mejor el presente de indicativo. Puesto que ahora mismo esta pidiendo… Pero era pasarse de listo ¿A quién cojonia le importa el uso correcto de los tiempos verbales cuando se pasa hambre? Lo que importa es ir sacando un dinerillo con el que sobrevivir. Con que el mensaje quede claro, ya vale; y claro sí estaba el mensaje: el hombre, en ese momento, estaba pidiendo una ayuda para poder comer, y lo entendí perfectamente.

Al cabo de un minuto, se dirigió a una muchacha suramericana que estaba un poco a mi izquierda, y le dijo bajito: Pedía para comer… La chica se sintió violenta, como si todo el mundo estuviese pendiente de ella a ver qué hacía; giró la cabeza para otro lado e hizo como si no le hubiera oído. Pasó otro ratito y, esta vez, el pobre se dirigió a una  joven que estaba teléfono en mano: Pedía para comer… La chavala metió la nariz en su wassapp ese, aparentando tener fija toda su atención en la maquinita de los mensajes. El pobre no existía. Quizás, si éste le hubiese “wasapeado” el mensaje, hubiese obtenido contestación. Desde lejos, claro está.

Llegué a casa y le conté el incidente a mi santa. Ella me reconvino: “haberle dado un euro”. Yo le había dado veinte céntimos. ¡Casi nada, darle un euro a un pobre! La mi santa, a veces, es que se pasa tres pueblos. Más de cien mil millones de euros hemos puesto los españolitos sobre la mesa, sin pestañear, para remendar el roto económico que ha causado la estafa bancaria. Pero, ¿un euro a un pobre? Eso son palabras mayores, joder: ¡Para que luego se lo gaste en vicios! Está mejor aceptado socialmente rescatar un banco hundido por la codicia de los banqueros  que soltarle un euro de vellón a un indigente.

En esta bitácora, alguna otra vez ya se ha hablado de los pobres de pedir que abundan por nuestras calles y, aunque sea recurso de mal escribidor citarse a sí mismo, no puedo dejar de hacerlo. Y no porque un servidor vaya por la vida restañando hambrunas ajenas, sino porque la injusticia va más allá de la carpanta de esos desheredados del sistema. Otras veces ya lo he dicho, y lo repito de nuevo: los ignoramos.

Porque la mayor injusticia que todos practicamos es la de ignorar su existencia. La pobreza conviene que sea invisible, así que todos nos atenemos a este principio tranquilizador: Si no la ves, la pobreza no existe. Así que no mires. Además, si te pilla cerca, puede ser hasta contagiosa, como la sarna o los piojos. Los pobres huelen a exclusión social y la exclusión social es la mayor desgracia que puede sobrevenirle a cualquier ciudadano del montón que un día se queda sin trabajo, y los banqueros, los jueces y la policía se confabulan para echarle de su casa, mientras los biempensantes amachambrados en el sistema se indignan porque los chavistas-castristas-antisistema radicales de Podemos han sacado un puñadito de eurodiputados.

Los pobres callejeros, aunque parezca raro, son tan ciudadanos y sujeto de derecho como  nosotros, aunque les huela la ropa a cochambre y el aliento a vino del tío de la bota. Lo menos que uno puede hacer, si le dirigen la palabra para pedirle unas monedas, es mirarles de frente a la hora de decirles “No” y verles la cara que ponen de “Si yo ya lo sabía…” Seguirán sin comer aquel día, pero tú serás consciente de que el pobre existe y de que es mucho más barato que un empresario: el pobre de pedir se alimenta del aire y no de los recortes sociales.

Un servidor tuvo una breve conversación con el indigente de “Pedía para comer” y, como además le había dado 20 céntimos, tranquilizó su conciencia pequeñoburguesa (concepto y palabreja en desuso), y por eso lo cuenta. 

domingo, 10 de agosto de 2014

Crónicas serranas, IV: Cochambre y medio ambiente.-

Peñalara visto desde las Presillas.
Los humanos somos la única especie predadora del planeta que hace daño en su entorno sin una causa ni necesaria, ni aparente, ni comprensible. Con más frecuencia de la deseada, este jubilata encuentra por los caminos del monte desechos urbanos, puras excrecencias de la sociedad de consumo, arrojadas por algún congénere para el que la naturaleza es un gran depósito de residuos, un vertedero incontrolado que se traga no importa qué desperdicios.


Dentro de los parajes del Parque Natural que un servidor pueda conocer, uno de los lugares más castigados por las hordas - ¿o habrá que decir: piaras? – de urbanitas portadores de detritus es el camino que lleva a la cascada del Purgatorio. Ésta está  en el  Aguilón, tributario del río Lozoya; nace este arroyo  por los altos de la Morcuera, se encaja entre paredes rocosas  y da origen a varias chorreras de una belleza singular. Para su desgracia y la de los amantes de la naturaleza, su cascada del Purgatorio se ha popularizado tanto entre la masa urbanícola que, cada fin de semana, desde las Presillas, es visitada por docenas y docenas de gente en busca de un espectáculo en plan tele, una curiosidad que no puede dejarse de ver ya que está tan cerca. El camino, desde la pasarela a la cascada, está totalmente degradado y polvoriento, erosionado por miles de pies que por allí han pasado en los últimos años, con raíces de árboles al aire porque falta la cobertura vegetal que las protegía.

El primer sábado de agosto, tempranito, antes de que el rosario de procesionarias humanas se pusiera en marcha para invadir aquellos parajes, un servidor estaba ya en la plataforma que da vistas a la cascada. Cuál no sería mi sorpresa cuando vi que gran parte de la plataforma estaba cubierta por residuos desparramados: bolsas, envases de bebidas, latas de refrescos, platos y cubiertos de plástico, restos de comida, todo ello esparcido sobre el suelo de tablones y, parte, sobre el propio lecho del arroyo.

Cinco minutos duró mi visita al lugar, los suficientes para hacer varias fotos testimoniales y regresar, asqueado, hasta la pasarela: allí donde se juntan los dos caminos, y suele sestear una vacada. Por lo menos, pude disfrutar de un paraje bucólico entre prados, aunque agostados, y bosque de rebollos.


Huyendo de los caminos habituales, por no encontrar a los grupos de gente que ya empezaban a menudear, me eché hasta la orilla del arroyo y bajé disfrutando de parajes que conservan su sabor natural. Mientras me ocultaba por aquellos vericuetos de la vista de mis congéneres, iba pensando que tendría que llamar a Medio Ambiente para ver si hacían limpieza del lugar y, de paso, reparaban la valla de madera que está medio desprendida.


Dependencias del parque natural, junto al puente del Perdón
Denunciar esta agresión al medio ambiente y pedir que se hiciera limpieza  fue tarea que me ha tenido un par de días yendo de Caifás a Pilatos. En el ayuntamiento de Rascafría, el funcionario de Atención al Ciudadano al que se lo conté  -  por hablar en términos taurinos -  hizo una faena de aliño, me dio información equivocada y me remitió al centro de acogida de visitantes del parque natural, junto al puente del Perdón. Dos kilómetros de ida y otros tantos de vuelta para encontrarme el lugar cerrado porque los lunes y martes no funciona.

Menos mal que en el centro de acogida de visitantes Puente del Perdón me atendieron con amabilidad, les mostré las fotos y me dieron un correo electrónico donde manifestar el desaguisado que había visto. No sé qué podrán hacer respecto a la limpieza del lugar, ya que hay que desplazarse kilómetro y medio caminando desde la pasarela donde sí puede llegar un todo-terreno, llevando a mano los utensilios de limpieza y trayendo la basura.

Pero no es un caso único el de esa falta de respeto por el medio ambiente. El parque natural es un reclamo para cualquier tipo de evento que tenga un cariz más o menos deportivo. Es ocasión para congregar a centenares de personas y montar infraestructuras que, luego, no se desmontan con el mismo cuidado con que se hicieron. Como pequeño ejemplo, ahí queda la foto de dos carteles en el suelo de una prueba deportiva que ningún organizador se molestó en mandar recoger una vez terminada.


Cuando el arroyo es un albañal
O, muestra de la barbarie más absurda, lo ocurrido en Rascafría el pasado 6 de julio, durante la prueba deportivo-solidaria Oxfam Intermon Traiwalker. En la calle Ibáñez Marín, calle de tierra a espaldas del ayuntamiento, muy utilizada por los dueños de perros como defecatorio canino, la organización puso tres retretes químicos. Como la prueba duraba día y medio, por amenizar la noche, montaron un escenario desde el que estuvieron agrediéndonos con ruidos supuestamente musicales hasta las cuatro de la madrugada. 

Ya tenemos experiencia de otras veces: músicas a todo decibelio y alcohol sin control. Como consecuencia, embrutecimiento de algunos especímenes humanos que, esta vez, hicieron exhibición de su irracionalidad arrojando uno de los retretes al Artiñuelo. Al sufrido arroyo fueron a parar los productos químicos que contenía su depósito, junto con el enjuague de orines y heces humanas. Menos mal que el responsable del evento hizo caso de mi advertencia y sacaron la cabina del lecho del arroyo a media mañana.
Divertido ¿A que sí?


Excuso decirle al improbable lector la pobre impresión que este jubilata saca de sus conciudadanos cuando, en las calles del pueblo, en el arroyo que lo cruza, por los caminos, al borde de la carretera del valle, por las pistas entre pinares, va encontrando envoltorios de plástico de todo tipo que los desaprensivos arrojan en plena naturaleza. Ya se lo dijo a nuestra casera una abuela que con dos nietos estaban tirando las cáscaras de pipas al suelo, sentados cerca de una papelera: “Para eso está el ayuntamiento, para que limpie”. Se ve que ensuciar lugares públicos y la propia naturaleza cumple una función social: crear plazas de barrendero.

Cuando me lo contaron, pensaba: ¿No sería mejor formar educadores que enseñasen civismo y  a respetar el medio ambiente? A lo mejor, con este convencimiento, tendríamos menos necesidad de basureros y en su lugar podríamos tener maestros que eduquen bestezuelas humanas y las conviertan en ciudadanos.
Mientras nuestra sociedad esté trufada de irresponsables consumidores, el civismo será nuestra asignatura pendiente. Pero, por favor, que el improbable lector no se preocupe demasiado, son cosas de un jubilata cascarrabias.