lunes, 28 de diciembre de 2009

Inocente, inocente.-


A mí, como a tantos otros, se me había ocurrido celebrar este día de los Inocentes escribiendo alguna de esas noticias inverosímiles, como suele ser habitual en los medios de prensa en esta fecha, y como lo ha hecho mi amiga Rosa María en su blog http://rosamariaartal.wordpress.com/
Antes de ponerme a la tarea, tuve la curiosidad de ver qué decían los evangelios respecto a los santos inocentes y me encuentro que sólo el evangelista Mateo habla de tal suceso. Dice: Tunc Herodes videns quoniam illusus esset a Magis, iratus est valde, et mittens occidit omnes pueros, qui erant in Bethlehem, et in omnibus finibus eius a bimatu et infra secundum tempus, quod exquisierat a Magis. (Mateo, II, 16). No traduzco el párrafo porque el episodio es de todos conocido. Ya se sabe, Herodes iratus est valde, se cabreó mogollón por el engaño de los Magos, que se volvieron a su tierra sin decirle dónde había nacido el niño-rey, así que mandó dar matarile a todos los niños de Belén y sus alrededores. La leyenda hagiográfica quiere que los sicarios del rey pasaron a cuchillo a millares de ellos (entre 3.000 y 15.000), lo que demostraría, en primer lugar, que el rey era bastante estúpido y un negado como estadista al aniquilar a tantos miles de potenciales contribuyentes y llevar a la ruina – por toda una generación – a toda una comarca que le proporcionaba ingresos en sus arcas y mano de obra barata.
Herodes I el Grande tenía mala prensa entre los judíos. No era judío, su educación era griega, propia de las elites de la época en Oriente y, dicho llanamente, era un mandado y un ejecutor de la política de los invasores romanos en la zona. Fue nombrado procurador de Judea por Julio César el 47 antes de nuestra era. Se hizo con el poder derrocando a la casa reinante de los Asmodeos, estos sí de estirpe judía, y consiguió de Marco Antonio el título de rey de Judea.
Si le dieron el título de “El Grande” no fue por casualidad. Mandó reconstruir el templo de Jerusalén el 21 a.n.e (para congraciarse con los judíos); construyó la ciudad portuaria de Cesarea, entre Tel Aviv y Haifa; y el año 25 (eran tiempos de hambruna) invirtió gran parte de su tesoro para comprar trigo a Egipto con el que alimentar a la población. Pero, eso sí, era un gentil y factotum de la política romana, razones más que suficientes para que los judíos le odiasen a muerte. Quizás por ahí habría que rastrear ese odio cerval hacia el personaje que el propio evangelio nos ha transmitido hasta el día de hoy.
Según el censo ordenado por el gobernador romano Quirino - motivo por el que José y María se trasladaron a Belén - en este pueblo no habría más allá de 800 habitantes, lo que daba un natalicio de unos 20 niños por año. Habida cuenta que la mortalidad infantil estaba en torno al 50 %, una cosa – burra, eso sí – es matar entre 10 y 20 niños y otra exterminar a 15.000, que a ojo de buen cubero, podría ser la natalidad de casi toda Judea en un año. Item más, Flavio Josefo, historiador judío que nació el 37 d.n.e., no dice nada de este episodio sangriento en su Antigüedades Judías, donde hace una mención de Jesús.
Pues eso, que la historia desmiente o, como poco, no corrobora lo que el evangelio de Mateo pretende. De ahí el sentido profano de las bromas de este día. Si una imputación calumniosa ha sobrevivido ya veinte siglos entre las gentes de Occidente, es una buena razón para que el personal se lo tome a cuchufleta y se ría en buen plan de sus semejantes, siquiera un día al año.
Pensándolo bien, para inocentada, la que los propietarios de Air Comet nos han hecho a los españoles. Montan una compañía aérea para ganar dinero, como manda la ortodoxia capitalista; como el negocio no funciona, dejan en tierra a unos miles de viajeros que ya han pagado sus billetes y el Estado español (todos nosotros, no se olvide) tiene que fletar aviones para que la gente viaje allí donde su billete les daba derecho. Y para que la broma sea más pesada, ningún responsable del latrocinio va a la cárcel.
Ya se sabe cómo funciona el invento: se capitalizan ganancias y se socializan pérdidas. Que “el pueblo cabrón” (como decía don Santos Banderas – el Tirano Banderas de Valle Inclán) pague la inocentada.

martes, 22 de diciembre de 2009

Historia verídica (esta vez, sí) de navidad.-

Esta tarde, día del sorteo navideño y la consabida felicidad aneja, Teresa y yo hemos salido a dar una vuelta por el Madrid borbónico. Paseamos la plaza de Oriente y aledaños. Llueve con fuerza, así que nos acercamos al mercado de San Miguel, junto a la plaza Mayor. Una hermosa muestra de la llamada arquitectura de hierro con crestería de cerámica en sus cubiertas, construido a principios del S. XX. Con la última remodelación en mayo pasado dejó de ser un mercado popular para convertirse en un centro comercial elitista, con tiendas de gourmet y exquisiteces. Un lugar de lujo y refinamiento, digno de ser visitado.
Ya digo, llueve como no suele llover en esta ciudad. Deambulamos por entre los puestos, observando las instalaciones, los productos, los precios… Hay mucha gente, turistas con cartera generosa y clase media con la paga extra recién estrenada y con ganas de darse algún capricho. Todo perfecto, hasta que vemos junto a uno de los accesos a un empleado del mercado que forcejea con un tipo desarrapado. El desarrapado blande una muleta y se empeña en que le dejen entrar. El empleado, joven, le sujeta los brazos y le empuja hacia la salida. El desarrapado se resiste a los empujones del hombre joven, hasta que llega corriendo otro empleado y entre ambos lo tiran a la calle. Lo tiran, no lo sacan. El pobre de pedir sale volando sin tocar los cuatro o cinco escalones que hay desde el mercado a las baldosas de la calle, y cae al suelo agarrado a su muleta. Cuando todavía no hemos sido capaces de reaccionar, sale corriendo otro empleado, éste además de joven es fuerte, salta los escalones y le propina dos patadas en la espalda al desarrapado de la muleta que está tirado sobre el pavimento. Este ni grita ni se queja; se levanta y se va renqueando a un portal donde hay dos pobres más guareciéndose de la lluvia.
Algunas de las personas que estamos allí, por fin, somos capaces de reaccionar y le gritamos al héroe que le está dando las patadas al mendigo. Le amenazamos con llamar a la policía y denunciarle, y de algo sirve: sólo han sido dos patadas. Le grito mi protesta al individuo de las patadas: a ver si, porque el otro es pobre y mísero, él tiene algún derecho a darle una paliza. El héroe de los patadones en la espalda del mendigo se pierde entre el remolino de gente y dice al pasar junto a mí: “pues llame a la policía”. La impunidad está asegurada.
Nos acercamos al portal donde los mendigos. El que ha recibido la paliza se ha dejado caer sobre unas bolsas, junto a sus dos compañeros. Observo que tiene varios dedos de la mano derecha vendados; una de tantas heridas en la lucha por sobrevivir. Ahora, posiblemente, tenga además, alguna costilla astillada o rota. Teresa le pregunta, él ni responde; apenas se lamenta un poco, tirado sobre las bolsas. Intentamos un diálogo con los otros dos, pero nos observan con indiferencia. Ante la insistencia de Teresa, uno de ellos responde que ya le había advertido a su compañero que no intentase entrar. El otro saca un par de cigarrillos y le tiende uno al que se ha molestado en hablarnos.
Y ahora, un poco de demagogia, que para eso es navidad. Recuerdo el incidente de estos días pasados, en el que a un periodista de Telemadrid le dieron una patada y le rompieron unas costillas. La Presidenta de la Comunidad salió en defensa de “su” periodista, dijo lo que le salió de las meninges, alborotó el cotarro político y perdió una ocasión estupenda para estar callada. Según parece, lo de la agresión fue en un bar de copas, de madrugada, y con los ingredientes usuales en estos casos: alcohol, machada y mujeres. Pero, eso sí, era un incondicional de su ideología y trabajaba en “su” cadena televisiva. Pero el incidente de hoy, un mendigo pateado por atreverse a entrar en un lugar público –pero elegante, eso también–, no es más que un burdo suceso donde los ingredientes no son más que la miseria, la suciedad, la pérdida de dignidad humana. Al mendigo le está bien empleado, por miserable y por desecho social. Seguro que no volverá a intentar entrar en el mercado de San Miguel que no olvidemos es un lugar público. Yo tampoco.
Y, como todos los cuentos tienen moraleja, éste, a pesar de ser verdadero, también: Feliz miembro (o “miembra”) de la clase media, ojala no te quedes sin trabajo y con una hipoteca royéndote los calcañales, porque corres el riesgo de terminar como el mendigo que hoy he visto moler a patadas. Reza conmigo ¡Virgencita, que me quede como estoy!

domingo, 20 de diciembre de 2009

Cuento de Navidad.-

Corría el 2009, segundo año de recesión tras la primera gran crisis financiera del siglo. Era un 22 de diciembre y en la radio los niños de San Ildefonso desgranaban la cantinela del sorteo navideño. Jonathan, comercial en una financiera, fue al departamento de recursos humanos a por el paquete de navidad.
A Jonathan, sus padres le pusieron ese nombre tras chutarse una sobredosis de posmodernidad hacía ya treinta años. Jonathan veía su porvenir laboral con cierto optimismo no exento de preocupación: acababan de despedir a compañeros suyos que habían pasado de la cincuentena, y los cuarentones estaban pendientes de una nueva regulación de empleo. A él, según le dijeron, no. La mera casualidad biológica hacía que él no estuviese en el grupo de riesgo. De cualquier forma, el turrón de estas navidades iba a tener un sabor amargo para sus compañeros de más edad.
A pesar de todo, el aspecto del paquete de navidad no dejaba traslucir los problemas por los que atravesaba la financiera: en su envoltorio, de un plateado brillante, corrían un sinnúmero de trineos arrastrados por un tiro de renos modelo waldisney, volteaban alegres campanitas doradas y las ramitas de acebo mostraban sus racimos de rojas bolitas brillantes. Un papá Noel de repetición mostraba, con su figura diseminada aquí y allá por el envoltorio, su sonrisa estereotipada. Pero la tópica alegría navideña, serigrafiada en el papel de regalo, era una mueca burlona que a Jonathan le producía un desasosiego del que no sabía cómo librarse.
Desde media mañana, la caja con sus botellas, sus turrones variados, latas de conserva y sus barras de embutido, estaba depositada a los pies de su mesa. Cada vez que se movía en su asiento, sus piernas tropezaban con ella y, cada vez que le echaba un vistazo, se tropezaba con la mueca sonriente del papá Noel. Era una sonrisa parecida a la del director de recursos humanos: profesional y de conveniencia. Aquella misma sonrisa con la que le había recibido en su despacho a primeras horas de la mañana.
En aquella entrevista le había comunicado la satisfacción de la empresa por su eficacia laboral, le tranquilizó respecto a la volatilidad de su puesto de trabajo y le sugirió que, para el próximo año, el reajuste de costes obligaba a rebajarle un siete por ciento su masa salarial a fin de capear la crisis. Pero allí estaba el regalo de navidad, aquella caja con su envoltorio plateado, sus trineos tirados por renos voladores, campanitas doradas y bolitas rojas de acebo. Una promesa de felicidad navideña y estabilidad laboral para el nuevo año. Los múltiples Papás Noel, impresos sobre fondo plateado, así lo garantizaban con su sonrisa de portavoz oficial de felicidad, y el jefe de recursos humanos lo refrendaba con su sonrisa profesional, calcada de la del reiterado Papá Noel del envoltorio.
Jonathan salió tarde de la oficina aquel día. Un cliente se resistía a suscribir una póliza de riesgo y él tuvo que emplear a fondo sus habilidades de comercial. Eran casi las ocho de la tarde. El alumbrado navideño se sobreponía, con sus mil destellos, al gris de la contaminación y las rodadas de los coches convertían en chapapote turbio los restos de la última nevada. Las fiestas navideñas eran un hecho irremediable.
Nada más salir, Jonathan cruzó la calle con su paquete de navidad y se acercó a unos contenedores de basura. Miró a los lados, por si alguien le veía, y depositó al pié la caja con todos sus turrones y botellas. Se alejó con paso rápido hacia el metro.
Desde el envoltorio plateado, entre las basuras, el Papá Noel de serigrafía le veía alejarse sin alterar la múltiple mueca de su sonrisa.

martes, 15 de diciembre de 2009

Partir la cara.-

Hace un par de días, a Berlusconi, en Milán, un loco le ha roto literalmente la cara. He oído en tertulias varias que tal acción ha de ser reprobada sin ambages, que de ninguna manera puede justificarse tal agresión, ni siquiera en la persona de un político como el Berlusco. Eso es lo políticamente correcto. Pero un servidor tiene sus reservas respecto al bla-bla-bla cargado de sensatez de los tertulianos radiofónicos. Porque, siendo sinceros, ¿A qué ciudadano no le gustaría romperles la cara a sus políticos? A mí, sí. Otra cosa es que lo haga, ni aún teniendo la posibilidad, como el loco de Milán. Pero que se lo merecen y que ganas no nos faltan, sin lugar a dudas.
Ayer se reunieron en el Senado los presidentes de las comunidades autónomas. El gobierno de la nación trataba de colocarles el producto milagroso para salir de la crisis. Por supuesto, no llegaron a ningún acuerdo. No está el PP para hacer favores al Zapa, menos cuando la crisis económica y sus consecuencias sobre el paro ponen en evidencia que no saldremos del infierno recesionario tan fácilmente. Y ya se sabe la consigna: ¡ZP, culpable! En esas circunstancias, hay que ser un político muy torpe para echar una mano y que luego el ZP se lleve todas las alabanzas y, lo que es peor, salga reelegido.
Pero el ciudadano que patea el asfalto no comprende las sutilezas de los políticos. Lo que quiere es que, siquiera en asuntos como sacar al país de la recesión, se pongan de acuerdo y empujen todos del mismo lado del carro. Cuando lleguen las elecciones, ya decidiremos con nuestro voto quién nos parece mejor, si el gobierno que encarriló o la oposición que ayudó a salir del atolladero.
¡Ilusiones de jubitala ocioso! Se reunieron en el Senado y perdieron el tiempo y agotaron, una vez más, nuestra paciencia. Y luego se extrañarán que haya locos que rompan caras tan bien cuidadas como la berlusconiana.
El problema que yo veo en eso de romper caras de políticos, aparte lo que tiene de reprobable moralmente, es lo caro que nos iba a salir. Primero habría que comprar muchas, muchas réplicas de la Cibeles (lo del duomo de Milán quede para los locos de Italia) y luego perder una enormidad de tiempo yendo tras los políticos hasta poder chafarles la jeta, más el gasto público en cirujanos y odontólogos que remienden narices y dientes
rotos.
La cosa resultaría costosa (en tiempo y dinero) y antiestética, con nuestros políticos saliendo por la tele con la cara hecha un cristo. Yo propongo la solución más civilizada del periodista iraquí que le tiró los zapatos al Busch. ¿Quién no tiene por casa un par de zapatillas viejas? Pues eso serviría perfectamente. Zapatazo al don Tancredo político, que eso libera tensiones. Hasta el turrón nos iba a saber más dulce estas navidades.
(
La foto del Berlusco la he tomado prestada, con perdón, de un ejemplar del ADN)

domingo, 13 de diciembre de 2009

De cocina doméstica.-

Nadie piense que voy a dejar aquí un recetario de cocina con los platos que preparamos en casa. No se trata de eso. Es que este domingo he estado haciendo la comida y me he acordado de que, hace apenas un par de años, yo era un inútil entre los pucheros. En aquellos momentos Teresa andaba con una mano en cabestrillo y, como comer hay que comer todos los días, me ofrecí a iniciarme en la alquimia culinaria el tiempo que ella estuviese de baja laboral doméstica. Fue un ofrecimiento temporal, sin mayores pretensiones que las de la mera supervivencia.
Pero le cogí gusto a eso de los fogones. Porque resulta que, tras un modesto plato de acelgas, o el más elaborado de un bacalao al ajo arriero, hay toda una “filosofía”, como se dice actualmente, abusando de tan noble término.
El arte de los fogones viene a ser como el hermano menor de la alquimia medieval. Ésta pretendía transmutar los metales en oro y había tras ella todo un proceso iniciático al que no accedían más que algunos privilegiados. Los conocimientos se transmitían de maestros a discípulos con un hermetismo que dejaba al margen de retortas y matraces al resto de los humanos.
Pero la alquimia del puchero no, no tiene más secretos que la habilidad que pueda desarrollar cada quisque. De hecho, las librerías están llenas de recetarios de cocina: Si entras en Internet, encuentras trece docenas de formas de hacer un marmitako, o tropecientas veintisiete formas de preparar unos espaguetis. La cosa ha perdido mucho la emoción que proporcionaba lo esotérico, la búsqueda de la piedra filosofal; una vez que sabes hacer una tortilla francesa o cocer unas lentejas con chorizo puedes hacerle un corte de mangas a Ferrán Adrià.
Pero no por eso deja de ser un campo inexplorado para muchos hombres de mi edad, jubilatas a los que la santa les lleva poniendo el plato debajo de las narices desde hace decenios. Por eso precisamente, aprender a guisar fue como el descubrimiento de un mundo ignoto. La comida resultó ser algo más que lo que te zampabas mirando al televisor; era el resultado de elaborar vegetales, pescados, carnes y otros alimentos, cada uno con sus cualidades, textura y sabor, y trasformarlos en algo distinto que resultase no solo comestible, sino placentero.
Pero no se vaya a pensar, de acuerdo con la ideología igualitaria entre sexos, que esto resuelve una de las facetas de la equitativa distribución de tareas entre hombre y mujer. Compartes tareas, pero invades competencias tradicionalmente femeninas, y eso tiene un coste en la convivencia. Antes, cuando no sabías cocinar, eras un inútil; hora, en cuanto te pones la mandarra y empiezas a manipular peroles, la santa no te quita el ojo de encima a ver cómo lo haces. Y en cuanto cometes un error, allí está ella llamándote al orden, poniendo en evidencia tu torpeza y demostrando su veteranía. Porque, en el fondo, estás invadiendo un coto tradicionalmente cerrado al hombre y, si encima lo haces bien, enseguida aparecen los celos profesionales.
Total, que hemos pasado de “ayudar en casa” a “compartir tareas”, de acuerdo con las directrices ideológicas imperantes. Que es de lo que se trata, en el fondo: imponer una determinada visión de la sociedad hombre/mujer, sustituyendo una actitud machista decadente por otra feminista adornada con todas las virtudes de la progresía. Lo que me hace recordar que tengo que releer “El varón domado” de Esther Vilar, editado por Grijalbo en 1973. La autora defendió a los hombres de las asechanzas femeninas y por poco le costó verse lapidada por el feminismo radical. Para una valedora que teníamos, nos la pusieron como unos zorros porque los hombres teníamos la obligación de adaptarnos, pero no el derecho de ser defendidos. Væ victis!
Pero dejémoslo así, que esa es otra historia y el terreno resbaladizo. Lo que de mí puedo decir es que, a estas alturas de la vida y con tanta adaptación al medio, lo mismo frío una corbata que plancho un huevo.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Los supervivientes del metro y una propuesta de A.V.C.-

Ya advertí, hace algún tiempo, que pensaba perpetrar una nueva incursión en eso que llamé “sociología parda” y que no es otra cosa que una mirada curiosa sobre las gentes que viajan en el suburbano madrileño. Solo que esta vez quería hablar de quienes sobreviven de la mendicidad y sus aledaños en los vagones del metro.
Andan presumiendo nuestros políticos de que disponemos de la mejor red de trenes suburbanos de Europa y los Telemadriles y paniaguados afines se encargan de mostrárnoslos caminando ufanos por los túneles recién abiertos, por estaciones en obras, con el preceptivo casco de ingeniero ocasional, sonrisa en ristre. Lo que ignoran –supongo que a propósito– es que esta deslumbrante red madrileña de metro es el hábitat natural de los desheredados sociales. Si no de todos, sí de aquellos que han hecho del peregrinar por túneles y vagones su forma de subsistencia.
Como esta bitácora está para hablar de las cosas que ocurren en mi entorno de jubilata ocioso – que alguien quiera leerlas es harina de otro costal –, quiero dejar mis impresiones de estos viajes en metro que hago con frecuencia. Y esta vez no hablaré de viajeros lectores, ni de aquellos abducidos por las músicas que llevan soldado a la oreja el cordón umbilical del MP3 (o similares), ni de los sempiternos parladores por teléfono móvil, ni de viajeros con mirada ausente. Ya advertí que pensaba hablar de los supervivientes marginales. De esos que han hecho de los túneles del metro su hábitat natural, su medio de supervivencia.
A bote pronto, habría que diferenciar dos grandes grupos: los melómanos y el resto. De entre los primeros conviene diferenciar los cordófonos y aerófonos, por un lado, y los electrófonos por otro. Los primero tocan guitarras, violines, clarinetes, saxos, o similares con más o menos acierto, pero se ve que le ponen cierta habilidad y entrenamiento. Los segundos van con un carrito donde llevan un aparato electrónico que da músicas enlatadas y suelen ser molestos. Todos ellos pretenden, a cambio de una moneditas, distraer el aburrimiento de los viajeros con unos minutos musicales.
El resto lo forman los suplicantes. Gente derrotada por la sociedad, que recurre a la lástima pública para ir tirando mal que mal. Los hay que exhiben sus lacras físicas y los que pregonan su marginalidad. Entre los primeros me he tropezado en los últimos tiempos con dos individuos de difícil olvido, dado su lamentable estado físico: el viejo que a duras penas se tiene en pie sobre un par de muletas destartaladas y que arrastra sus piernas tullidas. A éste su vejez y su invalidez le suelen jugar malas pasadas, ya que, al verlo entrar en el vagón, siempre hay alguien que quiere cederle el asiento pensando que es un viajero “normal” pero inválido. Pero no, él lo que quiere es que le compadezcamos y le demos una limosna, y si se sienta pierde su tiempo de limosneo. Cuando el respetable se hace cargo de la situación, cada cual se enfrasca en sus ausencias (lectura, móvil, etc.) y olvida tan lamentable visión. El tullido recorre el vagón tambaleándose y la gente que va sentada, a su paso, discretamente, encoje las rodillas por miedo que en una sacudida, el viejo zarrapastroso se le caiga encima y a ver qué cara pone uno…
Hay otro, al que ya he visto dos veces o tres veces, que es un hombre joven al que parece que le hubieran echado a vivir su lamentable vida los de la Unidad de Quemados después de remendarlo malamente. Cada vez que lo he visto me ha parecido salir directamente del patio de Monipodio y he dado en suponer que lo ha importado de las pasadas guerras balcánicas algún trujamán de miserias para sacarse unas perras exhibiendo sus deformidades. Tiene el individuo la cara quemada, sin párpados, con ojos que miran fijos porque no pueden hacer otra cosa a falta de dónde encerrarse, de forma que es una máscara incapaz de expresión; y con sus manos a falta de las falanges de varios dedos, con la punta del hueso asomando por su extremo. Éste camina con las palmas extendidas a la espera de la moneda que nunca llega porque a la gente le da grima rozarle, y emite sonidos inarticulados. Su aspecto repulsivo provoca reacciones de rechazo o de curiosidad morbosa, según cada cual.
Por no alargarme más, los marginales de oficio son suplicantes que juran por sus niños que piden para no robar, que prefieren vivir de la caridad antes que delinquir. Algunos acompañan con jaculatorias y santiguadas su perorata, para que quede clara su buena intención. Suelen ser peripatéticos y de discurso emotivo, recorriendo el vagón arriba y abajo para que todos los presentes sepan que se mueve en la cuerda floja, entre la mendicidad y el delito, y que sólo de su aportación económica depende que se incline hacia uno u otro campo.
Lo que no se entiende bien es por qué, tanto derrotado social como hay por ahí, no decide asociarse y formar, valga como ejemplo, una Asociación de Víctimas del Capitalismo que defienda su derecho a disfrutar, aunque sea mínimamente, de los beneficios sociales. Si los banqueros han logrado que el Estado aporte miles de millones para reflotar negocios que ellos han hundido con su rapiña, a ver quién es el guapo que les explica a los miserables del metro, caso de asociarse, que no se dispone de medios para hacer su vida un poco menos desgraciada.
Quede aquí la propuesta de asociación, que, además de útil para sus asociados, sería muy beneficiosa para la policía y buena imagen del metro madrileño.

martes, 1 de diciembre de 2009

Otra navidad es posible.-

Con las fechas que estamos, en cuanto nos descuidemos tendremos otra vez la navidad encima. Y, para que no se nos olvide, ya han empezado a recordárnosla en noviembre. No hay más que darse una vuelta por los súper del barrio, con toda la gama de turrones ocupando las estanterías e invitándonos a comprarlos y hacer acopio no sea que, si lo dejamos para más tarde, ya no queden existencias.
También el municipio, tan previsor, nos está advirtiendo que la navidad se aproxima. Basta con pasear por las calles céntricas y ver los adornos luminosos que está colgando. Solo que esta vez, por aquello de la recesión económica, ha sacado los diseños de años anteriores, para que se vea que no derrocha. Y, para dar ejemplo, los dineros recaudados con la tasa de residuos urbanos se aplicarán a la recogida de basuras producidas por los residuos de las mil chucherías que compraremos para la celebración. No hay más que pararse a pensar en los miles de toneladas de mierdas (reciclables o no) que vamos a producir en tan entrañables fechas, y eso cuesta una pasta.
Si no fuera por las grandes cadenas de distribución y por las luminarias municipales, a ver quién se acordaba de que estamos a un paso de las fiestas. Porque lo que es el clima, ése nos está despistando: luce el sol a diario, no bajan las temperaturas, no llueve ni nieva y parece empeñado en que vivamos una permanente y suave otoñada. Así no hay forma de ponerse en ambiente.
Pero sea como fuere, lo cierto es que en cuatro días tendremos los belenes montados y los espumillones cuajarán los arbolitos de plástico; los Papás Noel y las variopintas trinidades de Reyes Magos ya habrán hecho acopio de toda la producción de la industria juguetera china; las familias estarán sacando brillo a sus tarjetas de crédito y los políticos nos trasmitirán mensajes de bonanza económica para finales de 2010. Más o menos, como todos los años – salvo lo último –, lo que resulta francamente aburrido y reiterativo hasta el hastío.
Por esa razón va siendo hora de darle otro sentido a la navidad. La navidad consumista y de oropeles es previsible, vulgar en su reiteración y derrochona. Por eso, porque sabemos que los recursos del planeta son limitados, a pesar de la doctrina neoliberal depredadora, declaramos que otra navidad es posible. Lo único que nos falta es un poco de imaginación para buscar los medios que den sentido a nuestra felicidad en las próximas fiestas. Presuponiendo todo lo anterior, ahí van unas cuantas sugerencias:

Otra Navidad es Posible, opción: que el cambio climático no te pille con el culo al aire.-
Si a estas alturas alguien – salvo los ideólogos del sistema – no se cree que el cambio climático es irreversible, va dado. Es una lotería que nos va a tocar a todos, aunque no sabemos aún para cuándo será la pedrea. Como muestra, baste con seguir la evolución de la climatología y sus consecuencias: la desertización progresa, los glaciares de los polos van derritiéndose, las lluvias cada vez se resisten más a visitarnos y cuando lo hacen es en forma de inundaciones, y la temperatura ha subido un par de grados, y lo que te rondaré morena.
Cuando el Sahara salte el Estrecho, a los primeros que nos va a tocar será a nosotros. Las bonitas praderas de los campos de golf se convertirán en eriales, nuestros bosques habrán ardido en un multicolor muestrario de fuegos artificiales, las lujosas urbanizaciones de las playas quedarán anegadas por el ascenso del nivel de los mares, aparte otras noticias truculentas que los programas televisivos se encargarán de mostrarnos con todo lujo de detalles.
Viniendo así la cosa, las navidades son una excelente ocasión para desempolvar los buenos propósitos y ponerlos –esta vez, sí– en práctica. Para eso, no hay nada como inspirarse en los entrañables belenes domésticos. ¿Quién no tiene en su casa unos reyes magos caballeros en sus dromedarios? ¿O un rebaño de ovejas y cabritas de plástico junto al lago de papel de plata? Pues ese es el modelo a seguir.
Para cuando el Retiro sea un campo yermo, para cuando la arboleda del paseo de Recoletos no sea más que un recuerdo borroso y el césped de las urbanizaciones de la Moraleja se haya agostado definitivamente, hay que estar preparado. El día que por el Canal de Isabel II no corra una gota de agua ya será demasiado tarde.
Para cuando eso ocurra, qué mejor que ir pensando en montar un criadero de camélidos. Para aquel entonces un camello tendrá más valor que el más lujoso de los coches actuales, y será más útil y de más barato mantenimiento. El camello se alimenta con cualquier hierbajo y puede pasar una semana sin beber; puede transportar personas y mercancías y no hay que llevarlo al taller, ni pasar la ITV, ni cambiar de modelo cada tres años. Además, no está reglamentado que pague peaje en las autopistas. Todo son ventajas.
También habrá que prever la cría masiva de cápridos. Son animales muy autónomos y resistentes a las condiciones más adversas; se alimentan hasta de la cal de las paredes y, en caso de necesidad, rumian las espinas de las acacias y las hojas de los periódicos y hasta la ropa que nos sobra en el armario. Producen crías, leche, hueso y cuero, con todos los productos derivados de los mismos; por ejemplo: con sus huesos pueden hacerse agujas para coser y cucharas para tomar la sopa. Son suficientes para mantener la economía doméstica, fabricar zapatos y zamarras y son un motor económico no desdeñable, pues fomentan un elemental comercio alimentario y de materias primas.

Otra Navidad es Posible, opción: Los carburantes fósiles son un asco.-
Esta opción es complementaria, compatible e intercambiable con la opción anterior. Vuelven las navidades y vuelven los atascos por las calles del centro, los odiosos embotellamientos en la M 30, la M 40 y sucesivas eMes, además de la maraña de carreteras que enlazan la ciudad con su corona urbana. Y todo eso para ir a hacer las compras de última hora, para ver los colorines y cimbeles publicitarios de los grandes centros comerciales, para disfrutar de las opciones de ocio a precios inflados, que para eso es navidad y hay que hacer negocio. Los niveles de contaminación se ponen por las nubes y la gente se pone asmática perdida y es propensa a todo tipo de alergias, y ni las campañas antitabaco te limpian los pulmones. Y todo por culpa de los carburantes fósiles.
Las consecuencias ya las sabemos: lluvia ácida, deterioro de la capa de ozono, efecto invernadero y el coche con dos dedos de carbonilla en cuanto lo dejas a la puerta de casa un par de días. Además, con tanta contaminación, el traje se atufa, la corbata de diseño adquiere un colorcillo amarronado que desluce un montón, el modelito Cortefiel coge un sospechoso olor a residuos sulfurosos y desmerece en el cotillón de fin de año… Sin contar el precio de los carburantes, que siempre se dispara por estas fiestas. Por si fuera poco, nos vamos haciendo a la idea de que en pocos decenios se agotarán los pozos de petróleo y los yacimientos de gas. ¿Y entonces, qué? Pues eso, que ya va siendo hora de decir “¿Gasolineras? ¡No, gracias!” Otra navidad, sin carburantes, es posible.
Aprovechando que el municipio nos llena los barrios de carril bici, cambiemos, ahora que estamos a tiempo, el coche por la bici. Ésta viene a ser como el camello del que hablábamos en la opción anterior, solo que más esquemática. Tiene, sobre el camello, la ventaja de que te la puedes subir a casa para que no te la desguacen en la calle, aunque con una desventaja manifiesta: tienes que pedalear, para lo cual hace falta buen fuelle. Contaminados como estamos de monóxido de carbono por culpan de los carburantes fósiles, no es una opción al alcance de todos los pulmones, aunque sí utilizable por aquel segmento de la población más joven. Camello y bici serán vehículos complementarios.
Además, con los miles y miles de coches fuera de servicio, piénsese en los millones y millones de bicicletas que podrán hacerse a precios low cost, fomentando así la industria del reciclado. Y los garajes y estacionamientos subterráneos serán muy útiles para aparcar los camellos que, por razón del pequeño espacio de las viviendas, no se pueden subir a casa. Piénsese en las enormes posibilidades de negocio que habrá al alquilar plazas para estabular camélidos. Y en que el municipio duplicará los ingresos por zona azul: en una plaza de coche caben dos camellos. Y también los ciudadanos sacarán su parte de beneficio, ya que lo que la alcaldía recaude en aparcamientos camellares nos lo deducirá de la tasa de basuras. Mejorará la atmósfera de la ciudad, sus habitantes tendrán un respiro económico y el alcalde será reelegido hasta la consumación de los siglos.

Otra Navidad es Posible, opción: Navidades republicanas.-
¿Alguna vez nos hemos parado a pensar en lo que nos cuestan los Reyes? Me refiero a los Reyes Magos, claro. Gran parte del presupuesto familiar navideño se destina a la compra de regalos para los pequeños de la casa. Y es sabido que los niños actuales no se conforman con cualquier cosa: consolas de última generación, teles de plasma, ordenadores, teléfonos móviles, calzado de marca y un inacabable etcétera que dejan la paga extra anémica. En cuanto a los Reyes para los mayores, nadie se conforma con menos de un crucero de lujo o una estancia en la rivera Maya. Y todo ¿Por culpa de quién? Por culpa de los dichosos Reyes Magos y de sus compinches Papá Noel y Santa Klaus, conchabados con la realeza oriental a la hora de exprimir el bolsillo familiar.
Unas navidades republicanas pondrían coto al derroche de juguetes y caprichos al que estamos acostumbrados. Pero, como la gente es muy conservadora y se resistiría a cambiar de costumbres de un día para otro, podríamos iniciar una campaña masiva de distribución de lacitos tricolores, al modesto precio de 50 céntimos de euro. Con lo recaudado, no habría más que montar una agresiva campaña publicitaria para convencer al pueblo soberano de que otra navidad sin derroche es posible y, si además republicana, más propicia al desarrollo sostenible.
Para ello habría que desterrar, previamente, a las figuritas de los Magos que se ponen en los belenes y sustituirlas por enanitos de esos que se ven en los jardines de los chalés, con su cara bonachona y su pico o pala en la mano. De todos es sabido que los tales enanitos vivían del producto de su trabajo y no llevaban un céntimo en el bolsillo, lo que supondría un mensaje subliminal al verlos en torno al portal de Belén: felices, trabajadores y sin gastar un duro. Si, además, en lugar de estrella sobre el portal, se pusiese el consabido lazo tricolor, mejor. Lo republicano no quita lo entrañable.
Desterrados los Reyes de centros comerciales, belenes y cabalgatas, todo el mundo ahorraría muchísimo porque nadie se acordaría de pedirles nada. El producto de esos ahorros iría a engrosar las cuentas de los bancos y así, en cuanto los nuevos Norman Brotherds, los Merry Linch y demás aventajados alumnos de Milton Friedman volviesen a desbaratar la economía mundial, todos, con espíritu republicano, arrimaríamos el hombro. Y, para simbolizar tan fraternal cooperación, podría colocarse una guillotina miniaturizada frente al palacio de Herodes con un angelito regordete que sostuviera un cartel destellante: “A la tercera va la vencida”, para general conocimiento.

Pero si eres de los que se ciscan en el catastrofismo ecologista, o de los que piensan que el mundo está bien como está, también hay opciones para disfrutar de unas navidades distintas. Unos breves ejemplos servirán:

Otra Navidad es Posible, opción: Esta Nochebuena sienta un político corrupto a tu mesa.-
Opción un tanto arriesgada, apta únicamente para familias con solvencia económica, ya que el político corrupto es voraz en extremo y la mesa ha de estar muy bien abastecida. Tiene la ventaja de que proporciona muy buenos contactos y te recalifica el belén en parcelitas a precio de amigo.

Otra Navidad es Posible, opción: El día de los Santos Inocentes descapitaliza un banco.-
Esta, por el contrario, no supone riesgo ninguno, ya que el Estado corre con los gastos, y resulta muy gratificante por aquello de las vacaciones en un paraíso fiscal a elección del interesado.

Otra Navidad es Posible, opción: Crucero en patera desde Gambia hasta las Canarias.-
Una navidad única y, si la patera naufraga, irrepetible. Pero, si llegas, tiene la gran ventaja de que te convences, de una vez por todas, de haber nacido en el lado bueno del mundo.

Como puede verse, las opciones son múltiples e intercambiables, sustituibles o acumulables sin restricción ninguna. Como se trata de hacer posibles otras navidades, las opciones quedan abiertas a la imaginación y cada cual puede elegirlas según su gusto o inventarse unas nuevas. Todo menos comer el turrón a plazo fijo.
¡Otra Navidad es posible, coño!