sábado, 20 de enero de 2018

Aniversarios y divagaciones.-


 No es que el recién pasado año 2017 – en opinión de quien esto escribe –  merezca el esfuerzo de ser recordado. Ni éste que acaba de empezar lleve trazas de merecerlo en cuanto finiquite; el tiempo lo dirá. Pero uno y otro tienen algo en común: sendas celebraciones. El pasado año se debería haber celebrado – teóricamente, porque a nadie pareció interesarle – el centenario de la Revolución Bolchevique y la instauración del comunismo. Esa utopía milenarista de tan corto recorrido, promisoria del paraíso para los parias en la tierra, y que tanto asustó (por poco tiempo, es verdad) a nuestro sistema capitalista. Y este año que ha empezado a rodar tiene, también, una celebración pendiente: el cincuenta aniversario de Mayo de 68. Ya veremos si alguien se acuerda. De momento, en Francia, ni los escolares recuerdan al gran filósofo de aquel momento: Jean Paul Sartre.

Un servidor, como niño de derechas que fue, de los comunistas sólo sabía que comían curas y tenían rabo y cuernos. El imaginario popular franquista no daba más de sí y hube de esperar a la universidad para alcanzar el aggionamento ideológico. En cuanto a Mayo del 68, también este portazo histórico me pilló a traspiés: estaba a punto de terminar la mili con el grado y empleo de cabo furriel. Hacer estadillos para la cocina, repartir chuscos a la tropa y llevar el cuadrante de servicios fueron actividades que aplastaban la imaginación bajo las ordenanzas y la burocracia cuartelera. Pasó bastante tiempo hasta que me enteré que Sous les pavés il-y-a des playes

Ser de familia católica de derechas y defender a la patria repartiendo chuscos me frustraron la ansiada progresía a la que aspiraba mi generación. Por su culpa, me quedé en reaccionario de izquierdas y jubilata descreído. Descreído de todos los credos y sus estrecheces mentales. Aunque, como buen marrano, hago como que creo en los dogmas imperantes y sobrevivo en mi rincón.

Y, puesto que para sobrevivir en nuestro medio social hay que tomar credo y partido, no los hay mejores que aquéllos previamente condenados al fracaso. Te liberan de la obligación del triunfo y de la frustración por no alcanzarlo. Por eso, con la brizna de idealismo que siempre germina en los descreídos, este jubilata, desde su juventud, tomó partido por ese Sócrates irónico, marrullero, incontinente verbal, partero de ideas, que liaba al personal hasta hacerle aceptar como propios argumentos que él, previamente, había puesto en su boca.  No es extraño que, en el Gorgias, el retórico Callicles le reprochara esa absurda afición a la filosofía: Mas cuando veo a un anciano filosofando todavía y que no ha renunciado a ese estudio, le considero merecedor de ser castigado con el látigo, Sócrates. El nefando ministro Wert debió tener presente aquella advertencia al demediar las humanidades en el currículo escolar. Así los niños no serán inútiles filósofos, sino hábiles consumidores.

Y, como si fuera una premonición, Callicles ya le advierte al viejo Sócrates de que cualquier sicofante podría acusarle de haberle causado un perjuicio y dar con sus huesos en la cárcel: Y cuando comparecieras ante los jueces, por vil y despreciable que fuera tu acusador, serías condenado a muerte si le pluguiera… De esa advertencia a beber la cicuta, solo había un paso que Sócrates dio con entereza. Él no lo lamentó y nosotros tampoco, porque nos quedó uno de los diálogos platónicos más hermosos: Fedón, o de la inmortalidad del alma. Claro que, opinará el improbable lector, esas viejas historias no son tan aleccionadoras como la de oír al señor Rato, ante la comisión del Congreso, dando caña a Sus Señorías, a propósito del hundimiento de Bankia: ¡Es el mercado, idiotas!

Cuestión de idiocia colectiva, esa de no comprender que los dineros públicos están para tapar errores del sistema. Eso lo saben el señor Rato y el selecto club del Ibex-35. Lo que, a lo mejor no saben, o les importa un carajo, es que Mayo del 68 ya no es más que el abuelo marchoso del 15 M, del que quedan algunas consignas reconvertidas en slogans, buenos para imprimir en una camiseta con aquello del prohibido prohibir y similares.

Y, como de divagaciones se trata aquí, acaba de venir a la memoria la noticia que dio el otro día un plumífero de la Prensa pesebre: El cadáver presentaba lesiones compatibles con un atropello. Lo que me hizo recordar aquella otra noticia de hará por lo menos un año, en la que se decía que el cadáver presentaba heridas incompatibles con la vida. Un servidor querría ser compatible con estos desbarajustes idiomáticos, pero como ha leído en su momento El dardo en la palabra, de don Fernando Lázaro Carreter, a más de Viajes con Heródoto, de Kapuscinski, sabe que el periodismo es otra cosa, así que sus gustos resultan incompatibles con los voquibles de la prensa de mogollón. Ya hace bastante con entretener al personal a fuerza de decir poco, para no aburrir.

viernes, 5 de enero de 2018

Propósitos y utopías.-


Como en años anteriores, éste nuevo que acaba de comenzar, me he hecho propósitos parecidos, pero con la intención de no cumplirlos. Puede parecer una pérdida de tiempo y una inconsecuencia, sin embargo, tiene su lógica. Llevo toda la vida haciendo buenos propósitos para cada año nuevo que comienza, y jamás he conseguido llevarlos a término. Por eso, he pensado que sería más consecuente, a la vista de la experiencia acumulada, hacerlos y no cumplirlos a propio intento. Así soy fiel al rito anual y me evito el cargo de conciencia por el incumplimiento. Prometo y no cumplo (como la casta política), pero sin intención de engaño. Lo cual da una gran tranquilidad de espíritu y sosiego interior, tan necesarios para entrar con pie firme en las kalendas ianuarias y en las utopías sociales que nos trae la posmodernidad y que vienen pegando fuerte.

Y uno de mis propósitos más firmes es convencerme de la bondad de esa terminología de la posverdad. Herramienta que sirve para readaptar la vulgar realidad a un mundo de virtualidades donde las cosas no aparezcan tal como debieran ser sino como convenga que sean. No sé si el improbable lector me entiende. Porque la tendencia es forjar un mundo sin disidencias, apto para producir y consumir. Lo cual se consigue mediante el acreditado procedimiento de no llamar a las cosas por su nombre y renombrarlas, a ser posible, con tecnicismos sacados de la angliparla para integrarlos en el acervo común.

Nombrar la realidad es tanto como definirla, eso lo sabían ya los peripatéticos de la Academia ateniense hace 25 siglos. Y si la realidad es lo que nosotros decimos de ella, si ocultamos la precariedad laboral, la injusticia, la desesperanza, las emigraciones forzosas, la avaricia de los poderosos bajo un lenguaje impersonal y descafeinado, tendremos un mundo feliz, un parado satisfecho, un marginal contento con su suerte, un jubilata que no piensa, un emigrado olvidado en su patera y miles de individuos con pensamiento hueco. Pero para eso hay que empezar por crear una utopía donde instalarnos: una Sinapia, una Tabarnia o una Catalunya Llure, tanto más da cómo se la llame: lo importante es que nos creamos una a nuestra medida.

Una vez creada y creída esa utopía – eutopía para los adeptos – nos instalaremos en ella como la Mildred Montag de Fahrenheit 451 dentro de su televisor interactivo. Interactuemos con los programas programados al caso hasta descubrir que las ficciones de la tele, las falacias de la prensa adicta y la propaganda del sistema son más verdad que la realidad misma. Solo nos queda renombrar la realidad para que los problemas dejen de serlo por el simple procedimiento de llamarlos de otro modo. ¿Qué tal, por ejemplo, Nesting?

¿Que el fin de semana no puedes salir de casa a tomarte unas cervezas con los compis porque el sueldo solo da para la supervivencia? No importa, no lo llames sueldo de mierda; llámalo Nesting. Según los gurús del aguántate con lo que tengas, no salir de casa rebaja la ansiedad e ilumina la mente. No es que no tengas pasta suficiente, es que quedarse en casa todo el fin de semana alivia mucho el espíritu y da nuevas fuerzas para currar el lunes.

¿Qué vives realquilado en una habitación de 3x3 con derecho a cocina? Enhorabuena, no eres un homeless, estás marcando tendencia Tiny House. Vives como una rata en su agujero, pero a la moda. Además, es tendencia muy acreditada desde los tiempos históricos de la antigua Grecia. Ya Diógenes el Cínico vivía en un tonel tan a gusto que hasta se permitió decirle a Alejandro Magno que se apartara a un lado porque no le dejaba llegar los rayos del sol. Era un practicante del Tiny house ese en plan pasota y ecologista con calefacción solar incluida.

¿Que la cale es un lujo que no te puedes permitir este invierno? Es una percepción errónea y negativa que te hará infeliz. Es cuestión de gestionar bien el termostato. Tapas las rendijas de la ventana, precintas con papel adhesivo los quicios de la puerta, te echas dos mantas y ya.  Optimizando el termostato alejas el fantasma de la penuria energética y eres más cool que la leche.

Claro que, si de verdad quieres vivir feliz y plenamente integrado en nuestra sociedad, debes practicar el Job sharing. Compartes el salario y el trabajo y eres la persona más dichosa del planeta. Trabajas lo mismo, pero por la mitad de sueldo; la otra mitad la cobra otra persona que curra a tu lado. ¿No es para sentirse feliz? Dos trabajadores por el precio de uno y un sueldo de mierda a repartir entre ambos. 

Aunque esto último no debes pensarlo porque molestaría al señor Seligman. La psicología positiva te ayudará a ser feliz con tu suerte y a sonreír ante las estrecheces. Repite el mantra Es lo que hay, hasta que la conformidad se instale en tus meninges. Además, también puedes llamarlo salario emocional. Cobras menos, pero hay buen rollito, puedes tener horario flexible y el empleador no te amarga las horas de trabajo. Te pagan con buen trato lo que te escatiman del sueldo porque, al fin y al cabo, el dinero no lo es todo, te dicen quienes acumulan las riquezas.

En esas elucubraciones andaba metido este jubilata la primera madrugada del primer día del año. Le despertó un olor acre y venenoso que se estaba colando por la ventana entreabierta. Procedía de un contenedor de papel que hay instalado en la esquina. Se ve que un conciudadano, en ejercicio de su real gana y porque le salió del gonadario, le había prendido fuego para festejar el nuevo año. 

Negándose a aceptar que este sea un hecho premonitorio del alcance que tendrá la estupidez humana a lo largo del año recién estrenado, a un servidor le dio por pensar todo lo que antecede, y así lo dice.