miércoles, 28 de diciembre de 2011

La liquidez como forma de supervivencia.-

El improbable lector dispensará por el título de marras. Este jubilata reconoce que no es título para tiempos navideños. Menos aún para una bitácora como ésta, modelo cajón-de-sastre, donde no se imparte doctrina ni se hacen sesudos análisis sociológicos, economicos, políticos o cualquier otro, nacidos de mentes más lúcidas. Aquí, más bien, se hacen comentarios personales y se habla de pequeñas experiencias, cuyo valor no va más allá de la pura reflexión, por mi parte, y del interés pasajero que puedan despertar en el improbable lector, pero que este jubilata agradece de antemano.

Dicho lo antedicho, el título no pienso cambiarlo.

Por decirlo de una vez, es que he estado leyendo un artículo sobre "Modernidad líquida y fragilidad humana", esa fórmula con la que don Zygmurt Bauman (premio Príncipe de Asturias, 2010) describe las relaciones sociales actuales. Y, por una incongruente asociación de ideas, me ha venido a las mientes el paseo que dimos el otro día mi santa y yo hasta el centro comercial Arturo Soria.

Un centro comercial, éste, lujoso, lleno de boutiques luciendo ropas de precios estratosféricos, adornos ("complementos", los llaman) vistosos de una obsolescencia evidente, y mil futesas de diseño sin valor intrínseco alguno, pero cuyo alto precio radica en que sólo pueden ser adquiridas por gentes de una solvencia a prueba de crisis económicas o laborales. La exclusividad es un signo de riqueza y única forma de estabilidad, y este centro comercial es un escaparate que muestra la liquidez burbujeante del poderío económico.

En la planta baja, en una vitrina próxima al súper Sánchez Romero (un súper para bolsillos con pedigree), se exhiben productos comestibles y bebestibles de exquisitez contratada, adobados con vistosos envoltorio de regalo. Uno da vueltas en torno a la vitrina, observa con ojos golosos los surtidos de turrones, mira con mirada concupiscente los jamones de pata negra, segrega jugos gástricos que nunca deglutirán los sabrosísimos embutidos y admira lo artificioso de sus envoltorios... hasta que cae en la cuenta. Se fija bien en aquel paraíso gastronómico de gourmandises, en sus celofanes, y descubre unos discretos cartelitos rotulados: "FICTICIO".

¡Coño! -se dice uno- si son de pega...

Tan de pega como los vínculos humanos de los que habla el señor Bauman en esta sociedad que define como "líquida". Líquida por falta de consistencia en las relaciones personales, laborales, sociales. Unas relaciones fluctuantes, transitorias y tan desregularizadas como los mercados, cuyo exlusivo objetivo es alcanzar la máxima liquidez y el provecho inmediato.

Este jubilata que aporrea el teclado del ordenador -mientras piensa que lleva vividos algo más de dos tercios de vida (si la cosa no se jode antes)- y cree haber anudado, durante todo ese tiempo, vínculos duraderos, descubre que las relaciones humanas (de pareja, amistades) duran mientras que no te compliquen la vida; que el compromiso y la lealtad asustan en las relaciones personales; que vivimos una sociedad individualista y privatizada, donde "el otro" sólo nos aporta incertidumbre. Vamos, una sociedad inestable, líquida, sin consistencia; mismamente como los mercados fluctuantes, desvinculados de la economía real.

Dice Bauman que la cultura laboral de la flexibilidad arruina la previsión de futuro de los individuos y acaba con el sentido de la experiencia acumulada. Que los parados son "desechos humanos", excedentes, gente innecesaria para el buen funcionamiento de la economía. "Estado del desperdicio", llama a esta sociedad nuestra.

Y yo, que creía en el valor de lo vivido, en la experiencia vital como acumulación de un caudal humano, descubro, asombrado, que ya no producen "liquidez" y son un lastre para la adaptación al medio licuado en que nos movemos. Así, vista su inutilidad, creo que los voy a envolver en un bonito papel de regalo. Pienso ponerles encima un rotulito discreto que diga: FICTICIO.

A lo mejor, mi santa no está de acuerdo. Es de las que creen que la familia y la amistad son rocas contra las que se estrellan las espumas de la posmodernidad licuante.

domingo, 18 de diciembre de 2011

La Navidad en un cuento: El desalojo.-

La Navidad es un bonito cuento con sabor a turrón, a langostino congelado, taponazo de cava, y que trae ese regalo de paga extra que nos proporciona la felicidad de las compras, las cenas en restaurantes y mucha alegría, alegría y placer. Eso hasta pasado el día de Reyes, cuando la vuelta a la normalidad nos traiga de nuevo las estadísticas de paro, la privatización de hospitales, la rebaja de sueldos, el despido de cuatro perras y otras reformas del calendario mariano que con tanta ilusión estamos esperando.
Lo cierto es que, para felicitar las fiestas al improbable lector de esta modesta bitácora, andaba yo pensando si no sería bueno escribirle un cuento navideño. Pero un cuento sin sabor a villancico. Un cuento que no siguiera la corriente de lo usual en estos días de felicidad de oficio. Para eso están - y lo hacen muy bien- los escaparates, los papásnoeles de los centros comerciales, los belenes de corcho, la iluminación navideña.

Yo quería escribirle un cuento que me vino a la cabeza el otro día, al oír una cancion rap, cuyo estribillo decía: "Sólo los peces muertos siguen la corriente". Así que escribí un cuento contracorriente. Este cuento con sabor navideño, que no habla de navidades, ni de peces, ni sigue la corriente fiestera, dice así:


"Nunca trascendió a los medios de comunicación porque era un caso de tantos, pero aquel 28 de diciembre un oficial judicial, acompañado de dos furgones de la policía antidisturbios, se presentó en el Portal de Belén.
- ¿Es usted José el Carpintero? - preguntó al hombrecito de la vara de nardo.

- Para servirle, sí señor - respondió él.

- Pues traigo una orden judicial para que desalojen el Portal.

- Pero, hombre, es que nos acaba de nacer un niño y no tenemos dónde caernos muertos.

-Pues habérselo pensado cuando se refocilaban, amigo. Las reclamaciones al maestro armero.

-Oiga usted -protestó José tímidamente- que nosotros somos pobres pero honrados.

-Las desgracias nunca vienen solas -ironizó el del juzgado-. Desalojen y tengamos la fiesta en paz.

Unos días antes, el tal José, carpintero en paro de larga duración y sin domicilio conocido, y María, su mujer, habían llegado a la ciudad de Belén. María había salido de cuentas y la pareja no tenía dinero para pagarse una pensión, así que, por pura necesidad, ocuparon aquella cuadra desvencijada. Dieron una patada a la puerta y se instalaron dentro. Todo -debieron pensar José y María- antes que el niño, que estaba a punto de nacer, se les muriera de frío en aquellas noches de crudo invierno.

Como les habían retirado la tarjeta sanitaria porque llevaban dos años sin cotizar a la seguridad social, y el hospital de Belén era de gestión privada, María parió a su niño en la cuadra, sobre un montó de heno. Eso fue la noche del 24 de diciembre y al niño, que llamaron Jesús vaya usted a saber por qué, lo acostaron en el pesebre a falta de cuna. Es cierto que en aquel portal había un buey y una mula, los cuales tuvieron que apretarse un poco para que el recién nacido tuviera cama en su pesebre, pero los rumiantes suelen ser gente de buena índole y no protestaron.

A los pastores que había por aquellos andurriales tampoco les pareció mal. Trabajaban a jornal y sabían lo que era pasar necesidad, así que les echaron una mano en lo que podían. Alguno les llevó un cuenco de leche de cabra; otros les dieron un trozo de queso o un tasajo de carne para que fueran matando las hambres. En general, a los vecinos de la zona aquella pareja de okupas, con su recién nacido, les cayó bien y la cosa no parecía que ofreciese mayores poblemas, ni la paz social se vio alterada.

Pero, como dice el refrán, "una cosa piensa la mula, y otra quien la albarda". Y ocurrió que el dueño del portal se enteró de que unos indocumentados se habían metido allí y vivían tan ricamente, sin pagar el IBI, ni las tasas de basura, ni el contrato de arrendamiento, ni todas esas obligaciones fiscales que el Estado voraz carga a los honrados propietarios. Así que fue al juzgado y puso una demanda por desahucio.

Cuando los pastores supieron que iban a echar a aquella pareja, hicieron asambleas en el barrio y decidieron movilizarse. En vez del cartel ese de "Gloria a dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad", que puede verse en los belenes de corcho, llenaron el Portal de pancartas: "El Portal es un bien social", "Ni una familia sin hogar", "Navidad = Igualdad", y otras cosas por el estilo. Hicieron una barrera humana delante del chamizo y ofrecieron resistencia pasiva al desalojo.

Es sabido que la legalidad está para cumplirse, a menos que tengas buenos abogados, así que la cosa se resolvió por estricta aplicación del Artículo 14: al tercer aviso, cargaron los antidisturbios. A porrazos se abrieron paso dentro del portal y pusieron a Jesús, María y José en la puta calle sin más contemplaciones. Como no tenían muebles, el desalojo fue coser y cartar. Cosa de cinco minutos.

Los pastores, eficazmente molidos, volvieron a su aprisco a darse friegas de betadine en los moratones. Los antidisturbios -con la satisfacción del deber cumplido- se fueron a imponer la ley y el orden donde les madasen los amos. Y el agente judicial, ya ejecutado el desahucio, se fue corriendo a la maternidad porque le acababa de nacer un nieto. ¡Ah! Y el propietario del Portal trancó bien la puerta y le puso una cadena bien gorda.

-Cabrones perroflautas, no dan más que disgustos - dicen que dijo.

Nunca más se supo de Jesús, María y José. La Sagrada Familia, esa de que nos hablan cada Navidad, debe ser otra distinta".

martes, 13 de diciembre de 2011

RSTU-23-AX001, enamorado.-

Todos estaban de acuerdo en que aquello no era normal. El androide RSTU-23-AX001 estaba enamorado. En aquel asteroide de nombre Ubicuo, todo el mundo sabía que los androides de la serie RSTU, aparte no sentir emociones -como cualquier utensilio cibernético- cumplían una función social degradada: asistir a los mítines electorales.
En una sociedad evolucionada como aquella de Ubicuo, los políticos eran una casta desconectada de cualquier actividad productiva, social, económica y culturalmente hablando. Eran vestigios de un estadio de civilización inferior que habían sido declarados "Curiosidad Ancestral", lo que les había librado de su extinción.

Dicha casta, cerrada sobre sí misma y desconectada de la vida real del asteroide, mantenía pautas de comportamiento ancestrales que requerían un público entregado que se apasionase por sus discursos y promesas. Y como los asteroidanos de Ubicuo tenían cosas más importantes que hacer antes que ocuparse de las monsergas políticas (grandes promesas, grandes corrupciones, grandes palabras, grandes escándalos...), decidieron crear una masa de androides de raza inferior que clasificaron como de serie RSTU. Estos androides no tenían más cometido que jalear políticos, llenar estadios en época electoral, aplaudir discursos, reponder encuentas sobre preferencias políticas y todas las nimiedades que vienen al caso.

Razón por la cual se fabricaban con materiales de baja calidad y se utilizaba personal no cualificado en su ensamblaje, ya que suponían un costo considerable al erario público de Ubicuo. Por eso sorprendió que el androide 23-AX001 andubiese enamorado como gato en febrero, aunque esta y no otra fue la razón del anormal comportamiento del individuo en cuestión, a saber: la baja calidad de sus materiales.

En efecto, analizados los componentes de 23-AX001, se descubrió que, junto a circuitos no homologados, cableado recuperado de viejos edificios, chapas de hojalata Litoral y antiguas bombillas incandescentes, le habían ensamblado el corazón defectuoso de un cardiaco al que habían implantado otro de óptima calidad. Dada su condición de semi-humano, los Ubicuos se encontraron ante un problema ético que no sabían cómo resolver, así que al androide 23-AX001 le pusieron un bypass en el músculo cardiaco y unos remaches de urgencia en el revestimiento corporal de lata y le dejaron ir.
Pronto se supo que el androide semi-humano no asistía más que a los mítines de una tal Urania D´Khôspedall, por quien sentía una pasión sin limites. El viejo corazón infartado le latía con desacompasado fervor dentro de su revestimiento de hojalata Litoral y atronaba con sus aplausos cualquier intervención de su amada.

Fue una situación inusitada, ya que el resto de los androides filopolíticos (que así los conocían comúnmente los asteroidanos) se limitaban a los gritos de apoyo estandarizados y a los aplausos de manual, de acuerdo con la programación impresa en su memoria RAM. Por un tiempo, en el asteroide Ubicuo fue motivo de distracción ver los debates políticos donde participaba Urania D´Khôspedall y escuchar los gritos de entusiasmo de su enamorado 23-AX001, que producían mucho regocijo entre los televidentes.

Fue una lástima que al androide, en plenas elecciones autonómicas, le diera un zamacuco cardiado al depositar su voto en la urna donde votaban los filopolíticos de la serie RSTU, de acuerdo, no con el programa político, sino con el impreso en sus circuitos. Se le inutilizó el corazón y hubo que someterlo a un nuevo proceso de reciclado. Esta vez, para que no hubiese errores, se le sustitúyó el viejo corazón infartado por una bomba aspirante-impelente de un pozo y se le asignó la denominación RSTU-23-AX001subB.

Y es que en el asteroide Ubicuo se reciclaba todo. Todo menos los políticos, que creían por generación espontánea gracias a su estatuto de "Curiosidad Ancestral".

miércoles, 7 de diciembre de 2011

¿Qué piensan los poetas?

Me permitirá el improbable lector que le cuente una anécdota que achacan a André Malraux. De forma sucinta, le recordaré que Malraux fue un escritor francés antifascista comprometido. Participó en la guerra civil española con una escuradrilla de aviación que tenía su base en Albacete, hasta que perdió su último aparato en acciones de guerra. Consecuencia de esta experiencia en España, fue la publicación de su novela L´Espoir. Sierra de Teruel, que quiso llevar al cine. Todas las copias de la película se perdieron durante la segunda guerra mundial, excepto una, que se estrenó en 1945. En España no se pudo ver hasta 1975.


Fue, siendo De Gaulle presidente de la República francesa, ministro de cultura (1958-1969) y es aquí donde se sitúa la anécdota: Debía visitar un país extranjero y sus asesores le prepararon un completísimo dossier. Allí había información sobre economía y producción industrial, recursos energéticos, estadísticas, PIB... Los tecnócratas del ministerio hicieron un estudio exahustivo sobre el potencial económico del país en cuestión, pero se olvidadron de un pequeño detalle...


A la vista de aquel expediente cargado de cifras y datos económicos, un poco mosqueado, Malreux les pregunto: Mais que dissent les poètes? Debió pensar algo así como: "Ya, vale, esto está muy bien; pero, para que yo entienda un poco ese país ¿qué dicen sus poetas?


¿A qué ministro actual se le hubiese ocurrido hacer semejante pregunta, suponiendo que le diese el caletre para eso? Porque ¿Qué opinan los poetas de los mercados de futuro? ¿Y de la deuda soberana? ¿Y (por emplear un barbarismo) de las agencias de rating? A los poetas que yo haya leído se les da un ardite la obsesión enfermiza por acumular riquezas. Pero son sensibles a los estragos que este comportamiento causa. Ya don Francisco de Quevedo lo decía en su letrilla satírica sobre don Dinero: ... y pues doblón o sencillo, hace cuanto quiero, poderoso caballero es don Dinero. Y hasta Juvenal, allá por el S. II, lo dijo: Omnia Romae cum pretio. Algo así como: todo tiene un precio en Roma.


Los tecnócratas-políticos (ese pastiche mi chou-mi chèvre, dirían los franceses) que nos van a salvar de la crisis aplicando las mismas fórmulas que nos llevaron a ella, se reirían si algún asesor les dijera que pulsasen la opinión de los poetas. Quizás, al tecno-político deberían haberle pasado, junto con las últimas in-calificaciones de Standard & Poor´s, una nota con El Beneficio, de Rafael Soto Vergés: No ven la vía láctea los mercaderes,/ llevan sus bolsas,traficando, entre los matorrales/ ... Eh, tú ¿Por qué comercias con la necesidad...?


Los tecnócratas de las finanzas, a tavés de sus oráculos mass-media, nos reprenden en nombre del dios voraz Mercado; nos preciden desgracias día a día y nos pregonan austeridad. Confeccionan estadísticas adversas y defienden la recta ortodoxia del ajuste presupuestario. Dicen que vivimos por encima de nuestras posibilidades, que debemos purgarlo trabajando más y más barato. Nos acojonan con debacles económicas para que doblemos la cerviz y emponzoñan nuestras vidas. Y nadie se acuerda de los poetas...


Por eso, dejo estos versos de Gabriel Celaya en su Actividad del Ocio:


Trabajar es divetido,


puede serlo y si no lo es, déjelo usted ahora mismo.


Si de verdad es usted hombre,


debe de comprender que está de vacaciones.


No, nada de obligaciones,


pero sea usted activo en el no de lo inconforme...


Si el trabajo es un juego,


juéguelo; pero nunca se lo tome usted en serio...


No olvide que vive usted


en plena gratuidad. No crea que es quien cree.


No se estire. No se esfuerce.


Y déjese vivir, y extinguir, feliz, leve.


¡Qué alegría, ser mortal


y saber que si nacemos fue sólo para pasar!

martes, 29 de noviembre de 2011

La dehesa de Moncalvillo.-




He tenido la curiosidad de husmear por Internet, antes de ponerme a escribir sobre esta excursión del sábado pasado, y veo que hay suficiente información sobre esta dehesa y las cañadas de Colmenar Viejo como para hacerme desistir.
Pero, no, aquí solo se trataba de dejar constancia de algunas impresiones al paso de caminante, así que me puse a ello. Como otras anteriores, la marcha estaba organizada por Juan y Guillermo, miembro y simpatizante, respectivamente, de la Agrupación Aire Libre del Ateneo de Madrid. Ellos guiaban un puñado de veteranos andarines en busca del solaz por la naturaleza y del disfrute de los conocimientos que depara el medio en sus aspectos cultural, ecológico, histórico... Veteranos muchos de nosotros, en feliz etapa de juliatería (si se me permite el palabro), no somos devoradores de kilómentos, somos "disfrutadores" de la naturaleza en sentido amplio: o sea, zapatilla, aire libre y cultura... y bocata y sesteo al sol, si se tercia.
Esta dehesa de Moncalvillo tiene 1.350 hectáreas de superficie y forma parte de los municipios de San Agustín de Guadalix y y Pedrezuela. Fue cedida en el S. XV por la familia Mendoza, señores de Guadalajara -éstas eran tierras de Guadalajara antes de la división provincial de Javier de Burgos, en 1835 -, a ambos municipios a condición de que se mantuviese indivisa. Los de Pedrezuela la dividieron entre sus vecinos un siglo más tarde, pero los de San Agustín la mantuvieron en su integridad como propiedad municipal y, gracias a eso, hoy podemos disfrutarla los amantes de la naturaleza.

La dehesa de Moncalvillo, con el cerro de San Pedro enseñoreando el entorno, es uno de los parajes naturales, próximos a Madrid, que se conservan en estado de relativa pureza, en la medida que la mano del hombre ha actuado con moderación, aprovechando sus recursos, ganaderos especialmente, sin causar deterioros excesivos al medio natural. Puede el caminante adentrarse por ella y encontrarse con vacadas sesteantes y dedicadas a la rumia filosófica de su apacible vida, o con pequeños grupos de yeguas con sus crías -también algún garañón al que natura dotó como corresponde- que no temen acercarse al caminante y se dejan retratar con naturalidad y buena pose. Oteando desde el cielo, buitres leonados siempre deseosos de limpiar de carroña el boscaje y que, sospecho, no desdeñarían carroñearse algún senderista que tuviese a bien finar por estos andurriales.






El bosque, sin ser tupido, y visto desde los altozanos, es una alfombra de tonos versodos manchada de matas de encinas y moteada de enebros. Hay otras especies, pero estas dos son las que más abundan y las que le dan su personalidad de bosque mediterráneo. Abundantes herbazales de pasto jugoso, grupos de rocas graníticas pulidas por la erosión y algún arroyuelo, completan la panorámica.

A la dehesa llegamos desde San Agustín de Guadalix, por la calle Félix Rodríguez de la Fuente, que va a dar sobre una pista, la cual nos lleva, tras subir un repecho, a las tapias que la circundan. Nada más entrar, verdea todo el entorno. Cruzamos el canal soterrado del alto Atazar. Monte adelante, junto a una mata de encinas, vemos el suelo sembrado de huesos mondos de una res; puestos a imaginar, uno parece estar ante un yacimiento paleontológico, con esa osamenta vacuna transformada -por arte de la imaginación- en carcasa despiezada del célebre dinosaurio que aparece en los sueños y desvelos de Augusto Monterroso.

Nuestro caminar nos lleva hasta la Vereda de las Tapias de Viñuelas. Esta cañada, por sí sola, merece una visita. Es un trozo de historia aún en pie. con sus 90 varas castellanas de anchura (unos 80 m.), es una autopista medieval por donde transitaron los ganados de la Mesta durante siglos. Las cañadas no eran solo lugar de paso de las merinas y otras reses, sino pastos de aprovechamiento a diente: caminar y comer.

Nosotros, lo de comer el bocata, lo hicimos junto a la ermita de Navalazarza, otra vez dentro de la dehesa. La ermita es un buen edificio con cerca de piedra, remozado, de una nave y con un ábside semicircular adosado a su cabecera y un campanil sobre el hastial. En su interior, una placa de piedra pulida, sobre la pila benditera, dice: A la Virgen de Navalazarza / dedicada por J. Vicente / año + 1861. Según parece, cada verano los cofrades suben la imagen desde el pueblo a que veranee en la ermita y allí queda hasta el otoño.
Nosotros no. Nosotros volvimos a la vereda de las tapias y, desde allí, fuimos al camino viejo de Pedrezuela y a la cañada de Valdepuercos. Por fin, arroyo de Tejada adelante, avistamos Colmear Viejo. El resto, como es habitual: cafelito en el pueblo, charla, regreso a casa y ducha calentita. Como dios manda, podríamos decir, ya metidos en año mariano.

martes, 22 de noviembre de 2011

20-N: Devolver al remitente.-

Como suele ser habitual, estos días pasados he abierto el buzón para retirar toda la basura publicitaria que depositan en él, así como las inevitables cartas de bancos. Todo ello papel inútil que, por higiene, llevo al contenedor de papelotes más próximo. Esta vez, con eso de las elecciones, me ha llegado, además, propaganda electoral de los partidos políticos mayoritarios, más UPyD, que busca hacerse un hueco, y me paré a pensar qué coños iba a hacer con ella. Por fin me decidí: até los sobres con una anilla elástica, les pegué una nota donde decía "Devolver a los remitentes. Gracias", y los eché en el buzón de correos de la plaza Virgen del Romero. Mi conciencia de ciudadano-jubilata responsable se sintió aliviada.

Puesto que a mí me resultaban totalmente inútiles, pensaba que si se las reenviaba a los remitentes (PPSOEUPyD), seguro que éstos podrían reaprovecharlas mandándoselas a los adictos a su causa y así nos ahorrábamos siquiera unos gramos de pasta de papel.

Votar por ellos, me dije, es tiempo perdido, teniendo en cuenta que seguirán la política neoconservadora que les dicte Frau Merkel. Por otro lado, conciencia ecológica le sobra a este jubilata, quien prefiere ver los árboles en pleno esplendor otoñal antes que triturados en vulgar propaganda política.
Pero no se acaban aquí las preocupaciones. Llegada la hora de votar, un servidor debía tomar una actitud responsable, tan responsable como le permitiesen las actuales circunstancias. Durante las últimas semanas se ha oído mucho eso del "voto útil", y uno se siente concernido por esa obligación ética a la hora de depositar un voto que resulte útil para el común de los ciudadanos. Así que va y piensa: lo más útil, según dicen, sería votar a uno de los dos partidos mayoritarios, quienes tienen la suficiente fuerza para sacar adelante su programa político.
Pero eso de la conciencia ciudadana le juega a uno malas pasadas, así que le sigue dando a la máquina de pensar: al PP no puede votarlo, ya que ideológicamente están en las antípodas; al PSOE no le va a votar porque, para hacer la política que ha hecho en los últimos tiempos, ya está el PP que la hará con más convencimiento. Ambos son cautivos de intereses externos a las necesidades de los ciudadanos, aparte que el PP hará recortes sociales por pura convicción ideológica: está en su naturaleza, como está en la naturaleza de las gaviotas alimentarse de carroña. No me quejo, es puro determinismo.

El jubilata, que veía cómo se acercaban las elecciones, se seguía estrujando las meninges y se preguntaba: Veamos, realmente ¿quién manda en esta sociedad global? Pues quién va a ser, se contesta a sí mismo: el sistema financiero. Vale.

¿Quién defiende mejor en Europa -y por lo tanto en España- los intereses de eso que llaman Los Mercados? Pues Frau Merkel.

¡¡¡Eureka!!! Votemos a Frau Merkel y olvidémonos de los intermediario, que nos salen tan caros con sus sueldos y prebendas. ¿No han dado la coña con lo del voto útil? Pues más útil que votar directamente a quien mejor defiende los intereses de los amos del mundo, no hay nada.


Por no cansar al improbable lector: el 20-N me acerqué al cajero del Deutsche Bank que hay en Av. Donostiarra y deposité mi voto: un billete de 5 € con el careto de la citada frau. Pero todavía me asaltó otra duda: ¿Mi voto tendrá la misma calidad que si hubiese votado con un billete de 50 €? Espero que la Junta Electoral no me lo tome en cuenta, máxime cuando nos acercamos a finales de mes y vivo de una pensión congelable.

Pero aún seguía teniendo escrúpulos de conciencia, así que me acerqué al colegio electoral y voté la candidatura EQUO, porque uno acostumbra a perder batallas, pero no la compostura. Viendo la tele el 20-N por la noche, me enteré que los ciudadanos habían dado a ZP una patada en el culo de Rubalcaba. Pobrete, es muy jodido ser epígono en política.

Para que todo fuesen alegrías, en la puerta del colegio electoral, una iluminada bíblica me dio un tríptico -Experiencias después de la muerte-, donde se desarrollaba una argumentación a modo de diálogo, en el que un tal Jorge se reconocía merecedor del infierno por no respetar los mandamientos del dios bíblico: ¿Y qué hace Dios con los culpables? - los envía al infierno.

Siento admiración por la iluminada aquella: se ve que éste que vive la humanidad no le parece bastante infierno y aún nos amenaza con otro en el Más Allá. A lo mejor era un aviso divino para los descarriado que no votamos PP... Pronto saldremos de dudas.

Iluminadas blíbicas aparte, con la satisfacción del deber cumplido (por partida doble), regresé a casa. Por si acaso -andaba yo pensando- he encendido una vela a EQUO y otra al diablo.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Ensoñaciones en el Auditorio Nacional.-



A pocas veces que el improbable lector haya leído esta bitácora, sabra que el jubilata que aquí escribe, entre otros defectos -como ser rojelio (con "j") y descreído de las bondades del sistema neocon, por fuerte convencimiento, aparte de alopécico por cosa de la edad y capricho de la naturaleza-, también es un poco cultureta y hasta esteta de bajo perfil. Lo cual, ademas de justificación, le sirve de introducción a los comentarios que siguen.

Pues eso, que este domingo pasado estuve en el Auditorio Nacional escuchando a la OCNE, bajo la dirección de Jesús López-Cobos, en la interpretació de la Sinfonía núm. 8 de Anton Bruckner. De la cualidades musicales de esta sinfonía no me atreveré a decir nada; musicólogos hay que sabrán ilustrar al lector, si es que éste es melómano y está interesado. Lo que me impresió fue la exuberancia sonora de los metales (había cuatro tubas wagnerianas y cinco trompas, amén las trompetas, trombones, tuba clásica) y la energía de la cuerda, cuyos arcos, al moverse, parecían un mar encrespado. Tanta fuerza sonora creo que sólo un romántico germano como Bruckner, wagneriano además, es capaz de productir.

Ya desde el allegro moderato del primer movimiento supe que, durante la audición, mi imaginación flotaría a su capricho sobre aquel mar sonoro sin sujetarse a la disciplina que todo escuchante de música clásica requiere. Y, sí, mi imaginación, caprichosa, se dejó envolver por el raudal sonoro pero fijó su atención no tanto en las cualidades de la obra interpretada, cuanto en algunos de sus ejecutantes. Más bien debería decir "algunas", ya que caí en la cuenta de que la Orquesta Nacional se va nutriendo de jóvenes intérpretes femeninos que, sin darse uno cuenta, van ocupando puestos de instrumentos tradicionalmente reservados a intérpretes masculinos, como la trompa o el contrabajo.

Aunque nada hay más tradicional que el mundo de la música clásica y sus adeptos, a este jubilata le produce satisfacción que sus ejecutantes femeninas hayan empezado a instalarse en los contrabajos, única sección de la familia de las cuerdas que parecía seguir siendo patrimonio masculino. Quizás por lo voluminoso y la envergadura del instrumento, características que deben dificultar bastante su utilización.

Por eso, gran parte del concierto me dediqué a observar a las maestras contrabajistas. Juro que su contemplación me produjo un goce estético con su pizca de leve ensoñación erótica, aunque estos sentimientos nada tenían que ver con las connotaciones místico-religosas que plasma el autor en esta sinfonía. Pero es que también los que vamos entrando por la edad provecta tenemos, de vez en cuando, esos "brotes verdes" que tan pronto marchitaron en la economía nacional. Solo que los nuestros no se refieren a las vulgares obsesiones del materialismo económico, sino a ese mundo de irrealidades y ensoñaciones donde una mujer joven, haciendo vibrar un instrumento como el contrabajo, es capaz de trasportarnos.

Si es posible rozar con con la punta de los dedos la experiencia mística a través del goce estético, este jubilata estuvo a punto de lograrlo al escuchar la 8ª de Bruckner -que él se lo perdone- observando la precisión y la gracia femenina que tenían los movimientos de las jóvenes contrabajistas. Nunca agradeceré bastante que un instrumento tan modesto -por lo grave de su voz y su corto registro- como voluminoso esté también en manos de las féminas. Un servidor pondría en ellas el mundo entero, seguro que sería más armonioso.

viernes, 11 de noviembre de 2011

La niña de los ojos tristes.-

Es un recuerdo recurrente que me aflora entre grandes lagunas de olvido. Yo, entonces, era joven y estaba recién llegado a Madrid; no tenía trabajo, andaba escaso de dinero y me sobraba tiempo. Deambular por las calles del centro era una distracción que no me suponía ningún gasto, si exceptuamos el roce de las suelas contra el asfalto. Pero hasta los más pobres se permitían ese lujo...
Recuerdo que en la calle Arenal, esquina a Hileras, había una tienda en cuyo escaparate -vitrina, más bien- se exhibían tarjetas postales a la venta para turistas. Siempre que pasaba por allí, me paraba a observar una postal que me producía una gran melancolía: una niña, sentadita en el peldaño de una escalera, miraba con enormes ojos azules, con un mirar de infinito desamparo, a los viandantes presurosos. Un gato melancólico, a sus pies, duplicaba esa sensación de tristeza.

El desvalimiento de la niña, de enormes ojos de gato triste, me perseguía hasta la plaza de Ópera y, vez hubo, volvía sobre mis pasos fascinado por aquella mirada azul y solitaria. Entonces, me paraba ante la vitrina y la niña menudita, de inmensos ojos melancólicos, me observaba en silencio. Me observaba y ella comprendía mi soledad. Porque yo también era un solitario que caminaba al azar, sin metas, sin recursos y sin proyectos.

La niña de ojos tristes de la postal se convirtió en mi obsesión. Me acechaba, sentadita en la escalera, tan quietecita y silenciosa. Sus grandes pupilas azules de gato nictálope se limitaban a observarme y sabían que yo volvería, una y otra vez, a la calle Arenal. Y yo volvía. Y la niña menudita, con sus ojos de gato triste, abandonada a su soledad, me miraba en silencio y en su mirada veía mi propia soledad.

Muchas semanas duró mi obsesión por aquella criatura de la postal, hasta que decidí comprarla. Cinco pesetas -lo que valía un puñado de cigarrillos- me costó llevar a mi cuarto de la pensión aquella mirada. Me tumbaba en la cama, con las manos entrelazadas bajo la nuca, y miraba absorto el mirar intenso, claro y melancólico de la niña menudita, que yo había colocado sobre la mesilla de noche. Ella, silenciosa, toda ojos azules, toda ella mirar profundo, me observaba y se compadecía de mi soledad sin trabajo, sin amigos, sin proyectos. Por lo menos, así me lo parecía a mí.

Hace ya mucho tiempo, la guarde entre las páginas de un libro y éste se perdió en el anónimo montón de libros de cualquier estantería. Todavia, hace unos veinte años, cogí ese libro al azar, y al azar descubrí a la niña sentada en la escalera, con sus grandes ojos azules. Pero volvió a perderse entre los libros de mi biblioteca.

Ahora soy un hombre adulto, muy ocupado, y ya no tengo tiempo de pararme ante aquella mirada de gato triste. Sin embargo, de tarde en tarde me acuerdo de ella; entonces, me hago el propósito de buscarla y ponerla sobre mi escritorio. Pero estoy demasiado ocupado y ya no tengo tiempo de mirar aquella mirada melancólica.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Eso de hacer referendos.-




Creo que un día de estos me voy a hacer griego. Aunque sea por simple solidaridad con un pueblo denostado por sus socios ricos y abocado a la pobreza... y por tocar las narices a la Nomenklatura bruselense y sus acólitos.

La verdad es que no estoy muy seguro de si mi decisión -que estoy meditando- se deba más a mis simpatías por los desheredados del euro o a mi hartazgo por estos dirigentes europeos que se palpan la cartera y desconfían de las decisiones de los pueblos que dicen representar.

Durante las horas de insomnio que me sobrevienen a veces, me da por pensar en el Mito de la Caverna del que nos hablaba Platón en su República. Quizás el improbable lector piense que no tiene nada que ver con lo que trato de decir. Pero si uno hace una trasposición del mito o alegoría platónica a los tiempos actuales, no deja de encontrar paralelismos esclarecedores.

Para el filósofo griego, nuestros conocimientos son sólo sombras proyectadas sobre la pared de una cueva, percibidas por esclavos atados con cadenas de forma que no pueden más que mirar hacia el fondo de la misma. Otros hombres, situados a la entrada de la cueva, y con ayuda de la luz de una hoguera, sujetan en alto objetos cuyas sombras se reflejan en el fondo de la pared, de forma que los esclavos creen que las sombras reflejadas son la propia realidad.

Mismamente, mismamente, lo que están haciendo con nosotros. A la luz de la gran hoguera neoliberal -que consume los recursos de los ciudadanos-, financieros, políticos y demás profetas del catastrofismo económico agitan cimbeles de recesión y privatización, cuyas sombras se proyectan en el fondo de la caverna de nuestros miedos irracionales. Así, encadenados a nuestros terrores (la miseria material, las guerras y todos los azotes pasados de que tenemos memoria colectiva), damos por verdadero todo aquello que no son más que sombras que otros manejan en su provecho.

Imagínese el improbable lector que esos esclavos aherrojados (bonita palabra) en el fondo de la espelunca (arcaica, pero también sugerente), se liberan de las cadenas que les obligan a mirar lo que otros quieren que vean, y deciden salir a la luz del sol, mirar la realidad a la cara y decidir cómo afrontarla. Pues esa es la situación actual de los griegos. Se pretendía consultarlos respecto a cómo quieren afrontar esa realidad, pero todas las tripas del euro se alborotan ante semejante ocurrencia ¡Consultar a las víctimas de la crisis!

Ante el alboroto ocasionado, uno se pregunta ¿A qué viene tanto escándalo por parte de "expertos", tertulianos y gacetilleros que pregonan las verdades del amo? ¿No habíamos quedado en que éramos demócratas de toda la vida? Pues hombre, seamos consecuentes y dejemos que decidan.

Lo malo es que ser consecuentes suele dar disgustos. Los islandeses fueron a un referendum y acordaron que banqueros avariciosos y políticos falaces debían ir a la cárcel, y que de la deuda pagarían aquello que fuese justo. Por eso mismo, y por si acaso dábamos una pataleta, no hubo refrendo popular aquí. Escarmentados en cabeza ajena, aquí, en la España nuestra, gobierno y oposición enmendaron a nuestras espaldas la Constitución (¿la enmerdaron?) para que una determinada ideología económica prevaleciera sobre los intereses del común.

Y ahora, un referendum para los griegos... Con tantos miles de millones como han invertido en ellos los bancos europeos, cómo se va a consentir que decidan cómo quieren ser pobres: si estrujados por los intereses de la deuda -que nunca podrán pagar-, o manteniendo un resto de dignidad. Es toda un aparadoja: ellos nos enseñaron la democracia, y ahora se les niega su ejercicio en nombre de la estabilidad del euro y la tranquilidad de los mercaderes. Y los políticos griegos dan marcha atrás, qué remedio...

Este jubilata, por más vueltas que le da, no acaba de entender las sobras chinescas de la economía. Si Grecia pesa solamente el 2% de la economía total europea ¿Tanto riesgo hay de que Europa se nos vaya al carajo por la decisión que pudieran haber tomado? A lo mejor las consecuencias no hubieran sido las previstas; a lo mejor, los griegos, con su referendum, se hubiesen sacudido las cadenas, hubiesen salido de la caverna, se hubiesen meado en la hoguera del chiringuito neoliberal y, tras la humareda consiguiente, brillase de nuevo el sol. A lo mejor, el resto de los pueblos "en situación de riesgo" (como dicen de nosotros) también decidíamos salir de la cueva, afrontar la realidad que tenemos -no la que nos pintan- y nos oreábamos al sol. Quizás descubriésemos que somos más pobres, pero tendríamos buen color y recuperaríamos las ganas de vivir.
Ahora bien, reconozco que hubiese sido una putada para quienes tienen montado el negocio de la covacha, la fogata y los juegos de sombras.

jueves, 27 de octubre de 2011

Una ojeada al Arbol de la Ciencia.-

Por si el improbable lector no se ha dado cuenta, este año se cumple el centenario de la publicación de El Arbol de la Ciencia. Ya sabe de qué se trata, de esa novela-revulsivo que Pío Baroja escribió porque tenía las tripas revueltas con todas las miserias y las mezquindades de la España de su época.

Podía haber vomitado la bilis de su escepticismo sobre aquella lamentable sociedad carpetobetónica y darle la espalda: una sociedad cuya burguesía era de un egoísmo primario y espíritu mezquino, mientras que el pueblo bajo, ignorante y embrutecido, subsistía entre miserias materiales y morales. Pero no lo hizo. Baroja era un observador de la realidad social, un huraño tímido, un escéptico lúcido, e hizo lo que mejor sabía: escribir.
Leer El Arbol de la Ciencia (o la trilogía de La Lucha por la vida) es como leer un tratado de sociología, pero pasado por el prisma de un literato lúcido y sin fe en la humanidad. El lector caminará por las calles de aquel Madrid antisocial de andrajosos y rastacueros (si lee La Busca...), o por un poblachón manchego cerrado sobre sí mismo (si acompaña a Andrés Hurtado -el protagonista- en su ejercicio de médico rural, en El Arbol...). Donde quiera que Baroja extienda su vista, descubrirá que nuestros abuelos de hace un siglo formaban parte de un pueblo en plena degeneración racial a causa de la miseria física, el fanatismo religioso, la ignorancia cultural y el caciquismo político.


Al cabo de cien años de su publicación, El Arbol de la Ciencia casi parece premonitorio de estos tiempos. Uno sustituye con los actuales los datos estrictamente pertenecientes a aquella época histórica, y ve que el sustrato (la incultura como herramienta de control del pueblo, la cesura creciente entre masa popular y dirigentes sociales y económicos, el caciquismo político que controla los resortes del poder) son los mecanismos que siguen rigiendo esta España actual.
Un pequeño ejemplo del bipartidismo caciquil en Alcolea, donde Hurtado ejerce como médico, servirá: Los Ratones (liberales) y los Mochuelos (conservadores): Alcolea se había acostumbrado a los Mochuelos y a los Ratones, y los consideraban necesarios. Aquellos bandidos eran los sostenes de la sociedad; se repartían el botín: tenían unos para otros un "tabú especial", como el de los polinerios. Cuesta poco trabajo hacer la trasposición: miramos a nuestra casta política, sustituimos "Mochuelos" y "Ratones" por esos políticos actuales en los que estamos pensando, y nos encontramos como hace cien años.

Es cierto que ahora no existe un campesinado embrutecido por un trabajo de sol a sol, el fanatismo religioso y el analfabetismo; ni un proletariado urbano a jornal, muriendo de hemoptisis y miseria. Tampoco existe ese señorito pequeño-burgués de provincias que se alimentaba de las mezquindades del casino local y despreciaba cuanto ignoraba.

Ahora somos una enorme clase media tetanizada, acojonada, por todas las amenazas que los fraudes del sistema económico-financiero ciernen sobre nosotros. Ahora, si miramos a nuestro alrededor, no vemos los andrajos de la vecina puestos a orearse en el tendedero de la corrala. Ahora vemos el horror habitual de Somalia mientras nos llevamos la cuchara a la boca, durante el telediario; vemos cómo, en Libia, unos supuestos luchadores por la libertad torturan a muerte a un tirano grotesco y sanguinario que cayó en sus manos; además, oímos, consentimos y callamos cuando nos dicen que van a rescatar los bancos privados (una vez más, y las que haga falta) a costa de los dineros públicos para que no se les hunda el sistema financiero. Y la lista es larga...

Y si alguien se angustia ante la enormidad de los problemas, siempre nos queda la sobredosis de TDT, las tropecientas ligas de fútbol, o sacar a hombros al último torero (maestro Antoñete, lo llamaban sus devotos) gloriosamente abatido por la doble cornada de la edad y el tabaco.

En el mundo de Baroja, la taberna, el prostíbulo y los toros eran las válvulas por donde la sociedad liberaba sus tensiones. Ahora somos más refinados: Los corteingleses están llenos de ropa de temporada, ya leemos en e-book y el dispensador de condones está junto al de cocacolas.

Quizás, el improbable lector, que leyó a Baroja, tenga la impresión de que éste era un hombre de carácter agrio y pesimista. A mí me parece que eso se debe a que probó el fruto del árbol de la ciencia; un fruto amargo como la verdad (Pues la verdad amarga, tal bocado / mi boca escupa con enojo y ira, dice Quevedo, otro atraviliario).

Por eso, según Baroja, algo se nos ha escamoteado en el texto del Génesis, cuando dice: Y Dios seguramente añadió: "Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed cerdos, sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no comáis del árbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá" ¿No es un consejo admirable? - Sí, un consejo digno de un accionista de Banco - repuso Andrés.

Pues yo, la verdad, si lo pienso despacio (a salvo todos los matices y todos los avances materiales), allá en el fondo de nuestra sociedad no veo tanta diferencia con la de hace cien años. Lo que nos falta es un Baroja lúcido y pesimista que nos lo cuente...y queramos oírlo.

viernes, 21 de octubre de 2011

Por los caminos de Soria.-

Este sábado pasado hicimos una caminata por los páramos sorianos con la Agrupación Aire Libre del Ateneo de Madrid. Nos movimos por tierras próximas a Medinaceli; tierras resecas, calizas, con extensas parameras en cuyos campos aún amarillean los tallos de las mieses cosechadas el verano pasado.

Comenzamos a caminar en Arbujuelo y enseguida se aprecia que sus tierras son pobres, de sustratos calizos y terrenos arcillosos. La sequía de estos últimos meses hace de estos parajes unos lugares aparentemente inhóspitos. Pero, caminando por estos andurriales, uno se entera que en su subsuelo guardan la segunda reserva natural de agua más grande de la provincia. Al exterior, las calizas dan paisajes resecos, requemados por los calores meseteños, a menos que uno se meta por los barrancos donde afloran las aguas y el verdor aparece por doquier. Pero por los caminos de Arbujuelo no vemos más que matorral bajo, una especie de matas de sabina rastrera. Los campos que están arados son de color pardo-rojizo y, a veces, afloran yesos. Son tierras muy duras para la subsiscencia; no es extraño que los pueblos se hayan ido abandonando por falta de recursos.

Camino adelante, Lomeda es un curioso pueblo en esqueleto. Su caserío es como una osamenta desguarnecida de sustancia y vida. Habitantes hace años que ya no tiene, pero aún se usa para guardar ganado. Tiene la curiosidad este pueblo de su planta en cuadro, en torno a un enorme espacio a modo de plaza. Si se entra en sus casas abandonadas, se ve que las habitaciones han servido para guardar ganado ovino. Toda la explanada que hace de plaza está cubierta de cagalitas de oveja o cabra.
La iglesia, en la parte alta de la plaza, está también abandonada a su suerte. Tiene un modesto retablo desvencijado, un baldaquín con sus cortinajes raídos y medio podres y un coro en difícil equilibrio al fondo de la nave, bajo el que hay una pila bautismal semi empotrada en un rincón del suelo y cubierta con una tapa. Al exterior tiene una regular espadaña tallada en buena piedra, que contrasta con la modestia del conjunto del edificio.
Velilla de Medina, el siguiente pueblo, sí está habitado. Pasa por allí un riachuelo abundante (río Blanco) que alimenta el lavadero, que se ve reconstruido y es lugar agradable para el descanso y la charla. Tiene el pueblo varias fuentes y agua abundante. A la salida, a orillas de un campo en barbecho, una modestísima cruz de fierro con una chapa metálica adosada, toda furruñosa, donde se inscribe el siguiente texto en letras caladas en la chapa: "Cirilo Lopez / falleció de una exha / lación el / 15 de Julio /1901 RIP". Lo de que muriese de una exhalación resulta chocante, hasta que alguien, conocedor de estas tierras, nos dice que la "exhalación" que mató al bueno de Cirilo fue un rayo. Término del que ya habíamos olvidado su significado.
Tiene este pueblo otra curiosidad fúnebre más, y es que junto al modesto cementerio hay una especie de corralito cerrado por tapial (apenas 4 x 4 metros cuadrados), con una puerta desvencijada: allí se enterraba a los suicidas, a los que se les negaba suelo sagrado y la compañia de los otros difuntos, muertos en gracia, se supone.

Avenales es otro pueblo abandonado donde algún vecino ha remozado la casa para los fines de semana; pero el resto son edificios construidos en sillarejo mal trabado, sin techumbres, con las casas desventradas y sus ventanas abiertas a todos los soles y aguas. A través de ellas puede verse un cielo de un azul límpido. A la entrada de este pueblo hay una buena fuente con su alberca, una pequeña pradera verdeante y unos cuantos chopos que están amarilleando. Es un oasis de verdor en la paramera reseca y dura.

Desde el pueblo se baja por un caminito hacia el Barranco de Avenales, enmarcado por roquedos donde pueden verse nidales de buitres. Sus vertientes están cubiertas de encinas y, en el fondo del valle, agreste e intransitable, choperas que explotan en amarillos y dorados intensos.

Terminamos nuestra caminata en Somaén. El paraje es muy hermoso, el pueblo tiene belleza rústica en su conjunto, pero el nuevo caserío remozado que trepa por la ladera es un reflejo de la visión que los urbanitas acomodados tiene de lo que debe ser una vivienda rural. Se han reutilizado materiales de la zona y las casas tienen ese aspecto ruralizante de quien se ha traído la capital al campo. Pueden verse grandes ventanales donde se han montado viejas rejas de antiguos conventos y hasta han reproducido un campanil con su campano y todo.

La verdad, nada que ver con con las viejas casas de labranza que hemos visto en nuestro caminar; ni en sus materiales (sillarejos irregulares trabados con barro y yeso, maderamen de chopo, ventanucos, pequeñas estancias de techo bajo, cuadras para el ganado). Ni funcional ni estéticamente tienen mucho en común. Ahora bien, a nadie le disgustaría tener una casa así de confortable en un paraje tan hermoso.

viernes, 14 de octubre de 2011

Eso de cumplir años.-

Realmente, cumplir años no es noticia importante. Acabo de cumplir 66, me asomo a la ventana a ver si el mundo ha cambiado en algo por este hecho, pero descubro que es un día como cualquier otro. Verdaderamente, no es noticia que importe demasiado, aunque a este jubilata le ha ocurrido lo que a todo el mundo: a uno le nacen un buen día y le ponen en la obligación de vivir una existencia de la que no tenía noticias y por el tiempo que le toque vivirla. Pero, ya que a uno le nacen, al menos deberían pedirle opinión sobre si prefería un determinado periodo histórico, una determinada familia o un determinado país. Ni siquiera le preguntaron lo más obvio: si quería vivir. Le pusieron en el mundo, le dieron un empujoncito y le dijeron: ahí te las vayas apañando.

Pero, si alguien expresó con claridad ese sentimiento de impotencia ante un hecho crucial de cada ser vivo, ese fue don Miguel de Unamuno en sus Recuerdos de Niñez y Mocedad: "Yo no recuerdo haber nacido. Esto de que yo naciera -y nacer es mi suceso cardinal en el pasado, como morir será mi suceso cardinal en el futuro-, eso de que yo naciera es cosa que sé de autoridad y, además, por deducción. Y he aquí cómo del acto más importate de mi vida no tengo noticia intuitiva y directa, teniendo que apoyarme, para creerlo, en el testimonio ajeno".

Como un servidor no iba a ser más que don Miguel, tampoco tiene conciencia de haber nacido, y los pocos recuerdos de aquel acto primigenio los conoce por viejos testimonios de personas allegadas, ya muertas. Son recuerdos asumidos como propios, pero prestados por quienes estuvieron presentes y luego me lo contaron. Así, sé que nací un 12 de octubre por la tarde (respecto a la hora exacta, no sé decirlo) en una casa de labranza que, según los historiadores locales, fue la casa natalicia del general Marcelino Oráa. Cuando mi madre se puso de parto, el abuelo mandó a mi tío José con la yegua a buscar al médico de la cendea, que vivía en Galar. También sé que aquella tarde se fue la luz, pero no estoy seguro de que aquello fuese un hecho premonitorio. De creer en la predestinación o en los augurios, aquél no hubiese resultado nada favorable, aunque bien pudo ser un indicio de la vida sin lustre que me esperaba.

No es una queja. Uno no se queja de su modesta vida. Mira a su alrededor y se da cuenta de que está dentro de la norma. Con el trascurso del tiempo he aprendido que la mayoría de los personajes importantes que conozco, y que admiraba cuando era joven anteayer, son, si se les miran los entresijos, de una mediocridad acreditada. Mascarones o puros simulacros, como esos santos de iglesia que tienen un alma hecha de tronco de peral o manzano, tallados para disimular su vulgar origen, y a quienes se les cuelgan milagros -como si de intermediarios divinos se tratase- donde antes colgaban peras o manzadas cuando eran árboles vivos y sus frutos eran de más sustancia y utilidad.

Por compensar esa autoconciencia de mediocridad, hubo un tiempo en que admiraba a los grandes hombres quienes, conscientes del decisivo papel jugado por sus personas en el fragmento de historia que les correspondió vivir, decidieron dejar constancia de su influencia en la sociedad que los hubo de soportar. Y aunque ningún plebiscito refrendara la bondad de sus actos o la conveniencia de su mera existencia como hombres públicos, tuvieron tan alta estima de sí mismos que ésta era suficiente justificación para que yo les creyera.

Creencia nacida, por una parte, de mi ingenuidad innata, y por otra, de la conciencia de haber seguido yo una trayectoria vital, cuyos horizontes han sido de una mediocre y previsible linealidad existencial tal como el conjunto de mi vida, hasta el momento presente, se ha encargado de confirmar.

Y no quisiera trasmitir al improbable lector la falsa sensación de ser un individuo amargado, resentido o depresivo, obsesionado por la nimiedad de su propia existencia, sino que la vulgar realidad me empuja a ser sincero, siquiera en eso.

Mediocre es el mundo que habitamos; mediocre es la obsesión por el dinero y mediocre es el común de nuestras aspiraciones individuales. También nuestros políticos son unos mediocres, títeres de mala madera de chopo, manipulados por financieros que, a su vez, son marionetas de trapo codiciosas, arrastradas por ese oleaje incontrolado del dinero fluctuando alocadamente de un lugar para otro en esta charca de infusorios que es la sociedad que nos toca vivir.

Llegado a la conciencia de esa mediocridad universal -salvo contadas y meritorias excepciones- este jubilata es consciente de llevar ya vividos tres cuartos de su vida (salvo que los hados dispongan otra cosa) como infusorio anónimo, y piensa seguir chapoteando en la charca todo el tiempo que le sea posible. Eso sí, con una chispa de lucidez.

jueves, 6 de octubre de 2011

Patas para un banco.-

Recuerdo... (Inciso: los jubilatas recordamos mucho otros tiempos y, si nos apuran, estaríamos dispuestos a jurar que nada como aquellos tiempos pasados); recuerdo, digo, que mi infancia y juventud estuvieron gobernadas por el omnipresente nacional-catolicismo: una amalgama de ideología nacionalista excluyente y de moralina religiosa oscurantista. Hablar mal del Régimen o tocarse "ahí" eran graves ofensas al invicto caudillo y al dios cristiano, y estaba castigado con penas de cárcel y de perpetuo infierno. Un agobio enorme, oiga, como si le faltara a uno el oxígeno, encerrado en un ascensor bloqueado entre dos pisos.

Criados en aquella ideología de tonos grises, por fin entró una bocanada de aire fresco el día que llegamos a la democracia, tras pagar el peaje de la Transición. Esa transición a la que siempre ponderaron como modélica y que -por lo que se ve- fue un apaño conveniente para los que estaban en el ajo. Nosotros, ya pueblo soberano, aunque poco avisado de lo que nos estaba ocurriendo, no cabíamos en la camisa de puro gozo. Por si fuera poco, un buen día, en el Politburó de Bruselas dijeron que Europa ya no acababa en los Pirineos y nos dieron entrada en aquel selecto club. Pasamos de súbditos franquistas a ciudadanos europeos: un salto en el vacío. Pero el ascensor se había puesto en marcha.

Personalmente, el día que me supe ciudadano europeo me puse eufórico y andaba como chico con zapatos nuevos. Se acabaron los corsés ideológicos (polítos y religiosos) y decirse europeo era ser uno de los pocos privilegiados de este mundo. Pero duró lo que duró...

Los que antes creímos en la idea de Europa, creíamos formar parte de una Europa de los ciudadanos. Estábamos equivocados. Ahora sabemos que entramos a formar parte de la Europa de los mercaderes. No nos igualábamos en derechos, nos igualaban en cuanto que consumidores de un mercado común. Los mercaderes compraban en Alemania y vendían en España; o al revés, según conviniera. Puestos a vender, nosotros también vendíamos. Vendíamos nuestras costas e ingentes toneladas de ladrillo. Mientras duró... Aún seguimos vendiendo turismo. Mientras dure...

De aquellos polvos de aparente riqueza nos quedan estos lodos de recesión económica. De nuevos ricos que nos creíamos (y vivíamos como tales) pasamos a formar parte de los denostados PIGS que gastan lo que no tienen y viven a costa del honrado pueblo alemán (a la Merkel me remito), que paga nuestras deudas con su laboriosidad, y de los préstamos financieros de los Mercados. Esos Mercados sin rostro a los que, al parecer, tan preocupados tenemos con nuestra incapacidad para devolverles las riquezas que en nosotros invierten desinteresadamente.

No sé si el improbable lector ha caído en lo gracioso del caso: si antes nos dominaba una ideología autoritaria, ahora nos domina la dictadura del mercado con su ideología de agiotismo perpetuo, un engendro de mil fauces que dan en llamar Economía de Mercado. Es tanto o más omnipresente que el obsoleto franquismo lo fue en sus tiempos. La economía de mercado rige nuestras vidas, nuestro trabajo, nuestras cuentas de ahorros, todos nuestros afanes. Economía financiera (tanto da decir "de mercado") ha convertido a los trabajadores en mercado laboral, a los países en tributarios de deuda soberana, a las instituciones políticas "democráticas" en mamporreros de los especuladores bursátiles, a los seres humanos en mercancías, al mundo en un basurero.


Economía de mercado, para un ciudadano de a pie -como es este jubilata- es ese dios Moloch Baal de fauces siempre abiertas al que hay que apaciguar ofreciéndole en sacrificio largas listas de parados, logros sociales que suponíamos inalienables, rescates de Cajas de Ahorros hundidas por administradores codiciosos, salarios anémicos. Y, cuando así lo exija, nuestra dignidad, la poca que nos quede después de alimentar hasta la náusea a ese dios tragaldabas.

La economía de mercado es un dios omnipresente, omnipotente, que habla todas las lenguas del mundo y rige todos sus destinos: desde el subsahariano de patera hasta el broker de la City, pasando por el jubilata de pensión congelada, o el político neocon que cierra hospitales para ajustarse a la ortodoxia presupuestaria, todos estamos a merced de tal dios.

Un servidor, ingenuamente, se confiesa siervo forzoso del Moloch Mercado. Acepta, resignado, su destino de víctima, aunque no profesa -que se la imponen- la fe del Mercado. Pero ¡coño! dejen ya de hablarme a todas horas de economía de mercado, de agencias de rating, de hedge funds, de deuda soberana, de recortes presupuestarios, de foreng curency, de rescates, de IBEX 35, de G-8, de PIB, de IPC, de FMI, de BCE y de toda esa bárbara jerga economicista que embota el entendimiento y acojona el espíritu.

Porque, sépanlo ustedes: este jubilata, en su supina ignorancia de asuntos económicos, tiene el íntimo convencimiento de que lo hacen para liarle. Y por ahí sí que no pasa.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Un paseo por el Duratón.-



La de este pasado sábado ha sido una paseata que hicimos con la Agrupación Aire Libre del Ateneo de Madrid. Como ya he dicho en otras ocasiones, en esta agrupación se conjugan paseos por esos campos y montes, y afanes culturales, que ambas actividades se complementan a las mil maravillas.
El Duratón es un pequeño río que nace madrileño, cerca de Somosierra, al pie de la Cebollera, pero con vocación de castellano, pues, al poco de nacer, ya transcurre por tierras segovianas y rinde su caudal en la orilla izquierda del Duero, cerca de Peñafiel, en la provincia de Valladolid.
Desde la autovía A-1, según se traspone el alto de Somosierra en dirección norte, si uno mira a su derecha, verá un macizo rocoso en la falda de la montaña por donde se despeña la chorrera, a pocos kilómetros del nacimiento del río. Un lugar agreste muy visitado por los excursionistas madrileños. Pero si uno quiere internarse en el parque natural de las Hoces del Duratón, tiene que ir a Sepulveda y, desde allí, tomar la entrada junto al puente Talcano: un puente romano descarnado donde nace la senda que le llevará, próximo a la orilla del río, hasta el puente de Villaseca. Apenas 12 kilómetros.
El recorrido de este camino sigue el fondo del cañon que ha labrado el río en tierras calizas. Un vergel cubierto de vegetación de ribera que contrasta con la paramera castellana que se extiende por encima de los farallones calizos por donde trascurre encajado el río. Mientras arriba, en el páramo, los llanos amarillean y se tachonan de sabinas y enebros, en el fondo del escarpe, por donde discurre el Duratón, abundan los alisos, fresnos, sauces y álamos, y el entorno está cuajado de viejas choperas plantadas por mano del hombre, así como antiguos frutales ya asilvestrados: almendros, nogales, ciruelos, avellanos, higueras...







Este jubilata, inveterado caminante y discreto amigo de la naturaleza, no ha podido resistirse a las bellezas de aquellos parajes y ha castigado duramente sus cervicales mirando tan pronto al suelo como a lo alto de las paredes rocosas, que llegan a alcanzar los 100 m de altura. Ha sido capaz de distinguir endrinos, majuelos, rosales silvestre, saúcos, arces mompellier; y junto al río, en los lugares no cubiertos por el bosque de ribera, juncos, espadañas y esos herbazales jugosos entre las choperas que le hacían pensar en el locus amoenus que tanto ponderaban los escritores clásicos.


Sobre nuestras cabezas, los buitres leonados trazaban círculos con esa cadencia silenciosa y solemne que tienen estas aves para desplazarse sin esfuerzo aparente. También, un par de veces, pudimos ver por encima de nosotros una bandada de chovas anárquicas y gritonas, que alborotaban como queriendo desviar nuestra atención del vuelo señorial de los buitres.

Puesto que el camino era cómodo de transitar y el paraje ameno, un amigo y yo entretuvimos nuestro ocio caminero charlando y dimos en recordar aquellos pasajes del Quijote en que su cronista, Cide Hamete Benengeli, cuenta cómo amo y escudero descansaban de sus asendereadas aventuras en lugares tan plácidos como aquél por el que paseábamos en ese momento. Y dice el señor Hamete Benengeli que... "habiendo andado más de dos horas por él (por el bosque, tras la pastora Marcela), buscándola por todas partes y sin poder hallarla, vinieron a parar a un prado lleno de fresca yerba, junto del cual corría un arroyo apacible y fresco, tanto que convidó y forzó a pasar allí las horas de la siesta, que rigurosamente comenzaba ya a entrar".

Nosotros, asfaltícolas y sin una rústica pastora cuya búsqueda despertara nuestro afanes, nos hacíamos ilusión de transitar por lugares similares a los que se describen en el Quijote, aunque bien sabíamos que las hoces del Durantón no constan en las crónicas quijotiles.

Pero el río -bien que menguado de caudal en estos principios de seco otoño- corría rumoroso a nuestro lado y nos regalaba su frescor y todo el verdor de sus arboledas.

Llegados al puente Villaseca, continuamos por la senda de la Molinilla, apenas kilómetro y medio, hasta llegar a una pequeña playa donde termina. Mas allá comienza la recula del pantano de Burgomillodo y, si se quiere seguir el curso del río, hay que trepar por senda de cabras hasta lo alto del llano. Pero eso no era lo previsto para este día, así que volvimos sobre nuestros pasos hasta el merendero que hay junto al puente.

Allí dimos cuenta del bocata y charlamos reposadamente, hasta que el bus vino a recogernos.
Cerca de este puente de Villaseca, excavada en la pared, hay una cueva llamada Siete Altares. Es una antigua iglesia rupestre visigótica, del S. VIII, en cuyo interior hay labradas otras tantas hornacinas, algunas flanqueadas por unos toscos arquillos de herradura, que debió ser un eremitorio en aquellos tiempos que la morisma enseñoreaba las tierras del Duero. Una verja de hierro impide el acceso al interior, no por temor a los adeptos de Alá, sino como prevención ante el incivismo de gentes desavisadas, quienes pudieran confundir el antiguo templo con un contenedor de residuos urbanitas. O lo que es peor: lo tomasen por discreto lugar donde desaguar necesidades corporales. Que de todo ve uno por esos montes en sus caminatas...