sábado, 27 de octubre de 2012

El obligado tributario.-


Cuando el interesado – este jubilata – abrió la notificación del ayuntamiento de Madrid y leyó lo anterior, creía estar ante el título de un relato de humor negro, o que se trataba de una broma con ese peculiar sentido de humor de las autoridades municipales. Pero no, con la seriedad propia de todos los actos administrativos, al destinatario de la notificación le llaman “El obligado tributario”.

La cosa va de lo siguiente: a uno le envían una papela con una referencia catastral kilométrica que, de entrada, causa sorpresa con sus veinte dígitos alfanuméricos, más tres espacios en blanco, en la que consta la “Tasa por prestación del servicio de gestión de residuos urbanos”.

Con esa falta de pensamiento lógico que tenemos los que no hemos estudiado ciencias y fiamos más de la imaginación que del raciocinio, me da por pensar la desproporción que existe entre la desmesura del código catastral y y el nombre de la tasa (con más títulos que un Grande de España), por un lado, y los 63 metros cuadrados (contados los espacios comunes) en los que vivimos mi santa y yo.

Mezclando magnitudes (como la alcaldesa de Madrid con las peras y manzanas de las parejas “gagys”), tenemos 63 metros de vivienda, 20 dígitos catastrales y 54 euros del ala a pagar. Lo que da 0,88 euros por cada metro cuadrado o, si se prefiere, 2,7 euros por dígito catastral. O, haciendo otras cuentas igualmente inútiles, 3,15 metros cuadrados por cada dígito catastral.

Fiado uno de su pensamiento no científico, y suponiendo que se mantenga la misma proporción, cualquiera que sea el inmueble, se pregunta cómo será de enormemente largo el código catastral de la catedral de la Almudena, si en casa es de un dígito cada tres metros, coma quince. Pena me da monseñor Rouco, los cepillos que tendrá que recaudar para hacer frente al pago de la tasa a 2,7 por dígito.

En cuanto al nombre de la tasa, “prestación del servicio de gestión de residuos urbanos”, podían haber sido un poco menos prolijos y llamarlo llanamente “tasas de basura”, como hace la gente de a pie. Se ahorrarían un montón de tinta en el impreso (cientos de miles de notificaciones en esta ciudad) y se ajustaría más a esa mengua de los servicios de limpieza. Habría cierta paridad entre la brevedad del nombre y la escasez de limpieza urbana que estamos sufriendo. Pero no, cuanto más complejo es el nombre de la tasa por un servicio escaso, mayor es la cochambre que se ve por las calles.

Pero no molesta tanto el lío de metros cuadrados, tasas de nombre complejo y resultados ineficaces, y dígitos alfanuméricos interminables, como el llamar al pagano “El obligado tributario”. Creo que, puestos a sacarle las perras, al menos podrían llamarle, simplemente, ciudadano. No está de más guardar las formas con el personal y no remejer en la herida sin mayor necesidad.

Aunque, con lo farragosa que es la administración, debe ser un problema de coordinación entre departamentos, ya que el señor Subdirector General de Recaudación de la Agencia Tributaria me reclama 352,43 euros por el impuesto sobre bienes inmuebles (los mismos 63 metros cuadrados de antes), pero me dirige una carta personal llamándome estimado ciudadano. Ves, así da gusto. Te sangran como a un gorrino por San Martín, pero sin apear el tratamiento.

Eso si, cagamentos, cuando recibí las dos notificaciones, he echado con más abundancia que todas las mierdas de perro juntas que acostumbro a ver por el barrio. Heces perrunas que la Tasa por Prestación de Servicios de Gestión de Residuos Urbanos ignora olímpicamente. Y no habría por qué, que si los perros son domésticos, sus deyecciones son perfectamente asumibles a residuos urbanos.

Quienes no son – urbanos –, son sus propietarios, que socializan la caca de can, como los bancos socializan sus pérdidas.

sábado, 20 de octubre de 2012

Un punto filipino.-


Ser un punto filipino es una locución anticuada que se empleaba mucho en mi cada vez más lejana juventud. Solía decirse de la persona que es desvergonzada y poco escrupulosa. También, según he leído, se decía de aquellos peninsulares que vivían en Filipinas sin oficio ni beneficio conocidos, pero dándose mucho postín. De cualquier forma que sea, la primera acepción  era la más popular.

Algo tenemos en común españoles y filipinos. No sólo porque Filipinas fue colonia española hasta que los yanquis, so capa de derecho a la independencia del archipiélago, lo descolonizaron de aquella España obsoleta de fines del XIX para colonizarlo en provecho propio. Lo que, aun no viniendo a cuento, me recuerda a aquel profesor de geometría de mis tiempos bachilleres, quien nos decía que dos líneas paralelas prolongadas en el infinito terminarían por encontrarse. Si es cierta tal teoría no lo sé, que soy de letras.

Pero en mis últimas lecturas paralelas, descubro que sí, que Filipinas y España tienden a encontrarse, no en el infinito, sino en un tiempo más o menos próximo. Y diré por qué, que uno no quiere hablar a humo de pajas y, aunque mal trabadas, este jubilata tiene sus razones.

Leo en Le Monde diplomatique que el gobierno filipino ha establecido unas Zonas Económicas Especiales agro-industriales (biodiesel a partir de la caña de azúcar) para atraer capitales extranjeros en condiciones privilegiadas: ventajas fiscales con exoneración de impuestos de 6 a 8 años; capacidad para repatriar sus capitales y maquinaria sin contraprestación; empleo de su propia policía; por supuesto, nada de sindicatos ni derechos de huelga. Estas zonas económicas especiales son grandes extensiones de territorios declarados previamente “improductivos”, muchos de ellos tras expulsar de sus tierras a los campesinos que mantenían una producción agrícola de subsistencia. El artículo, por si al improbable lector le interesa, es mucho más denso y puede leerse en el número 703-59e. année. Octobre 2012 (pp. 6-7), de esa publicación. Yo lo traigo a colación para ilustrar el paralelismo que pretendo.

En esta España llevamos ya meses oyendo hablar de Eurovegas y no aburriré al improbable lector con información que puede encontrar en las hemerotecas y en la Red, sin ir más lejos. Pero sale de ojo que, entre las Zonas Especiales Económicas de Filipinas y el Eurovegas, de previsible instalación en los eriales madrileños, hay tantos paralelismos que parecen calcados, salvadas algunas diferencias como es el tipo de explotación en uno u otro caso: exenciones fiscales, suspensión de algunas leyes molestas  y supresión de derechos laborales; Todo ello vienen a ser como el lubricante que estimula el buen funcionamiento de la máquina capitalista.

El gobierno filipino apuesta por los nuevos carburantes, aun a costa de la remontada de los precios de los productos agroalimentarios y del hambre de sus campesinos. Los jerifaltes de aquí apuestan por casinos, hoteles, campos de golf y otros derivados del ladrillo que tanto añoran y trajo años de gloria especulativa y corrupción. Uno y otros, dicen, pretender incrementar la actividad productiva y crear puestos de trabajo. Dos ejemplos paralelos que, prolongados en el tiempo, terminan coincidiendo en un interés sin escrúpulos por explotar recursos con el mínimo coste y las máximas ganancias.

Mira por dónde, aun estando tan lejanos geográficamente, y ya sin el viejo galeón de Manila que nos una, tenemos un bonito paralelismo convergente. Filipinas, país en vías de desarrollo, acabará cruzándose con España, país en vías de subdesarrollo. Y coincidirán en aquel punto donde la voracidad capitalista fagocita derechos sociales y los intereses privados prevalecen sobre los públicos al desagregar parte del territorio nacional para imponer la ley del gang, previo el vacío legal amigablemente consensuado. 

Ya sé que tampoco esto viene al caso, pero este jubilata no entiende el crujir de dientes patriótico-político-mediático  por aquello de una futurible Cataluña CiUma(r)sista y ex-pañola, mientras, por otro lado, se exhibe esa desvergonzada despreocupación ante la extraterritorialidad de los eriales madrileños donde montarán el chiringuito de la ruleta, bajo imperio de la ley del oeste.  A ver por qué hay que españolizar las gentes cataláunicas y desespañolizar parte de las tierras madrileñas, por muy secarral que sean; deberían explicárselo al personal, que lo tienen hecho un lío.

Mientras patriotizan o despatriotizan solares patrios, el apaño de Eurovegas sigue su curso. Y si no acabábamos de creérnoslo, ahí está el mister Adelson banqueteado por doña Espe en su mansión de Malasaña y recibido por el baranda monclovita. Es sabido que dios los cría y ellos se juntan para hacer de su capa un sayo; mientras, el pueblo soberano anda como puta por rastrojo. 

Un punto filipino, oiga, el míster de las tragaperras. Claro que los políticos del ladrillo y pasta fácil no le van a la zaga.

jueves, 11 de octubre de 2012

Irse de manifa.-



Cuenta Apiano (historiador alejandrino del S. II d.n.e.) en su Historia Romana, Guerras Civiles, que, cuando a Julio César lo nombraron pretor en Hispania, sus acreedores lo retuvieron en Roma por temor a que se les fuera sin pagar las deudas millonarias. Él comentó a sus amigos que necesitaba 25 millones de sestercios para no tener nada. Como se ve, Julio César se pasó de cínico. Vino a Hispania, hizo la guerra a los pueblos peninsulares y, con el botín, pagó sus deudas y se hizo rico.

Nosotros no somos el César invicto, sino un pueblo expoliado por los políticos en el poder y los banqueros, empeñados en que necesitamos un rescate muchas veces mil millonario para pagar deudas que no generamos para, al final, no tener nada. Ni sanidad pública, ni escuela pública, ni derechos laborales, ni salario suficiente, ni siquiera, un Estado que nos proteja de los desmanes de quienes lo controlan en beneficio de sus amos. Porque amos del Estado son quienes nos rescatan y le obligan a votar unos presupuestos destinados a pagar la deuda financiera antes que atender las necesidades de los ciudadanos.

Con las entendederas saturadas de macroeconomías que no digiere y embrutecen su recto juicio (seguro lo hacen a propósito), este jubilata se ha ido a la manifa del pasado domingo a pedir un referéndum, y ha hecho compañía a estudiantes, profesores de camiseta verde, trabajadores de Tele Madrid (“Queremos informar, no manipular”), sindicalistas, sanitarios, jubilatas y una variopinta peña de ciudadanos unidos por un cabreo común.

Un servidor traía incorporado su propio cabreo personal. De hecho, no tiene inconveniente en reconocer que era una pataleta contra el ínclito de la Moncloa. Ese don Rajoy, que raja como si la diosa Razón hablara por su boca, tuvo la ocurrencia de agradecer a los ciudadanos de pantufla y tele que no salieran a rodear el congreso, el pasado 25-S, y les/nos llamó gente de bien (o algo similar).

No sé qué tipo de silogismo le llevó a la conclusión de que quienes se quedan/quedamos en casa es porque están/estamos de acuerdo con su política. Debió ser algo así como: Quien no se manifiesta en contra, está a favor de los recortes. Millones de personas no se manifestaron el 25-S, ergo millones de personas están conformes con mi política. Lo que, si no recuerdo mal, es un silogismo en barbara, pero es una interpretación abusiva de una situación normal: no todo el mundo puede echarse a la calle a la vez. El día que don Mariano lo consiga, y lleva camino, no tendrá a cuatro perroflautas zarandeando las vallas del Congreso, tendrá una revolución de tamaño natural. Si eso llegase a ocurrir (no lo permitan los santos que SS. Benedicto doctora en presencia de doña Sorayita), no estaría el horno político para frasecitas falaces, ni el país para silogismos.

Uno echa de menos que, desde el banco azul gaviota del Congreso, se presten oídos al clamor de las calles, al menos tanto como a las amenazas de los financieros. Tampoco se trata de declamar desde la tribuna de oradores –que don Mariano no da el tipo, por mucho pathos que le ponga–, con gesto heroico y melena al viento:

“Oigo, patria, tu aflicción/ y escucho el triste concierto/
Que forman, tocando a muerto,/ la campana y el cañón”.


Más bien vivimos la situación contraria, donde el poder es sordo a las quejas de los ciudadanos, hasta el punto que Antonio Gala ha dicho algo sobre la inutilidad de manifestarse en la calle cuando un tonto no quiere oír. Entre un padre de la patria afligido y un político tonto de capirote hay mucho camino. Sólo aspiramos a tener unos políticos mesurados y escrupulosos con el bien común, y que la deuda la pague quien la generó.

A estas y parecidas elucubraciones le daba yo vueltas en el magín durante la manifa del domingo pasado, mientras la gente a mi alrededor coreaba: “El próximo parado / que sea un diputado”.

¡Qué país, Miquelarena!

viernes, 5 de octubre de 2012

Las hijas de Bernarda.-



Un amigo me envía esta foto con el título de “Viernes negro”. A mí me parecen más bien las féminas de la casa de Bernarda Alba. Doña Bernarda, en el extremo más lejano del banco, mira con no disimulado recelo a sus retoños. Éstas se acicalan con peineta y rancia mantilla española a la vez que lucen cacha esplendorosa, porque lo casto y de derechas no quita lo jacarandoso de la carne pecadora y la erótica del poder.

Angustias, Magdalena, Amelia y Martirio, van de riguroso negro, como corresponde al mujerío de carpetovetónica raigambre. Adela, la pequeña díscola, no aparece en la foto de familia. Quizás porque, malaconsejada por sus amistades perroflauta, andaba zascandileando por los alrededores del Congreso el 25-S y terminó en la comisaría tras los palos preceptivos al caso. Una mujer decente - quizás pensó doña Bernarda - no debe dejarse influenciar por la plebe revolucionaria, ni dar un golpe de estado a pecho descubierto. No es propio de mujeres decentes sacar el pecho en público, y los males que le sobrevengan se los tiene merecidos.

Esta foto de familia, si se mira con ojos poco inocentes, es un trasunto de la Carpetovetonia actual por una razón evidente. Porque, para completar el imaginario dramático patrio, falta Pepe el Romano. Si el mujerío que aquí se representa lo consideramos como la quintaesencia de la clase política, Pepe el Romano es la fuerza bruta masculina, la testosterona sin control, el pueblo encabronado. Aun temiéndolo, es el objeto de deseo de las féminas enlutadas en cuanto que aquél posee lo que a ellas les gustaría tener entre las piernas: su voto.

Si Freud hablaba de la envidia del pene en las mujeres, puestos a hacer psicopolítica-ficción, se puede hablar de la envidia del voto en los políticos. El voto, si se atiende a su anatomía política, es una excrecencia genésica que le nace al Pepe el Romano (“el pueblo cabrón”, según don Santos Banderas) cada cuatro años. El introducirlo en una urna es una imagen sexual obvia. Una urna es una matriz en la que entran miles de votos-espermatozoides y éstos sirven para fertilizar la casta política y engordarla de prebendas y mando en plaza durante el periodo que dure su gestación, o gestión, que viene a ser lo mismo.

Si, en pura teoría, aceptamos que la clase política queda representada por este ramillete de hembras de peineta y rosario, y si aceptamos que el pueblo soberano está representado por Pepe el Romano, ese chulapo que se quiere casar con la rica, pero corteja a la guapa, llegaremos a la conclusión que esto no es un drama (como en García Lorca) sino el retablillo de Maese Pedro. Un montón de figurillas de palo y alambre que escenifican una historia de reyes, damas y morisma en la que cada cual hace su papel sin solución de continuidad. Historia que, como siempre se resuelve a su favor, les da gustirrinín a las bernardas del banco político.

Claro que, a fuerza de repetirla con los mismos ganadores y los mismos perdedores, es posible que alguien se harte, decida cambiar el final de la historia y la termine como el rosario de la aurora, como cuando el Caballero de la Triste Figura tiró de mandoble y no dejó títere con cabeza. Todo el mundo sabe que el dueño del retablo, que se hacía llamar Maese Pedro, no era otro que Ginés de Pasamonte, afamado ladrón. Don Quijote hizo muy santamente en desbaratarle el tinglado

Dicho sea lo que antecede sin señalar, que este jubilata se ha entretenido inocentemente haciendo ginecología política por darle un rato al manubrio del ludibrio del bodrio mientras llega, o no, el puñetero rescate ese.