sábado, 27 de junio de 2015

Legiones de idiotas.-


Dicho sea sin ánimo de señalar. Además, la ocurrencia de contar a los idiotas por legiones no es de un servidor, que no se atrevería a tanto; es cosa de don Umberto Eco, quien aseguraba el otro día en Turín, cuando presentó su novela Número Cero, que vivimos la invasión de los necios a través de Internet, y que “la prensa debería crear un filtro para mejorar la calidad de la información en los medios”. Razón no le falta a don Umberto.

Pero es tiempo perdido. No es ya que quienes usamos las redes sociales nos queramos igualar a los premios Nobel, y como tales, dar rienda suelta a nuestras vulgares opiniones como si brotaran de la mismísima fuente Castalia, es que la prensa (televisiva, impresa, radiofónica) anda más bien despreocupada de criterios de calidad a la hora de dar una información veraz, instructiva y contrastada. Salvo aquellas excepciones que sean al caso. Da la impresión de que han hecho suya aquella frase de Lope de Vega: “… porque como las paga el vulgo, es justo hablarle en necio para darle gusto”. En necio nos hablan y como necios satisfechos lo repetimos en wasaps, twitters, facebooks y demás anglomasificadores de la vulgarización popular.

Cosas de jubilata desocupado lo que sigue, sépalo el improbable lector: En pocos días se me han cruzado ante los ojos lectores la queja por la existencia de tanto bobo internautico acreditado, expresada por don Umberto, y esa noticia sobre el cambio de nombre de un pueblo de Burgos porque el apellido Matajudíos (Castrillo de,) ofendía la común sensibilidad popular, instalada en un buenismo sin compromiso ni criterio. Según la prensa, oída, vista o leída, los sufridos vecinos de este lugar tenían cargo de conciencia porque ellos nunca han matado judíos, ni las crónicas dicen que sus antepasados lo hubiesen hecho. Dicen, para justificar la execrable denominación de “matajudíos”, que fue cosa de un escribano del S. XVII, quien trabucó el nombre de “motajudíos” en “mata…” Escribano del que no se sabe quién fue, ni su nombre, ni - en caso de haber existido - él puede salir de la tumba para dar razón de ese quid pro quo. 

Si algún periodista, antes de escribir de nombres atribuidos a supuestas matanzas o escribanos hipotéticos, se hubiera tomado la molestia de informarse un poco (bastaba con recurrir a Internet) sobre toponimia histórica, hubiera descubierto con sorpresa que “Mata” como topónimo remite a lugar de matorral o monte bajo. Un servidor, sobrado de tiempo, ya lo digo, ha estado huroneando en publicaciones especializadas, que las hay en Internet, y comprueba que los autores, en general, llegan a esa conclusión de signo topobotánico: un topónimo “Mata” se refiere a un lugar de matorral o monte bajo, y muchas veces va seguido de un apellido al que hace alusión por su pertenencia, abundancia o determinada característica orográfica: Así, Matajudíos habría que entenderlo como un monte propiedad de judíos; Matallana por monte o terreno llano; Matalebreras por lugar abundante en liebres.

Y si a los bien pensantes le suena mal lo de Matajudíos y quieren cambiarlo, allá van éstos que he encontrado y que también merecerían ser purgados: Matapijos y Matafrailes. Hay un Sentil de Matapijos cerca de Frómista, creo, y un puente de Matafrailes en el término de Canencia, en el valle de Lozoya. Si un servidor fuese un pijo, el improbable lector esté seguro de que me iba a poner como un basilisco al verme amenazado por un topónimo; si fuese un fraile en riesgo de asesinato toponímico, excomulgaba al mismísimo sursuncorda. Pero, si me parase a averiguarlo durante cinco minutos - por más pijo o fraile que fuera - descubriría que en “matapijos” hay una elisión: “mata de piojos”, y “matafrailes” hace alusión a tierras propiedad del vecino monasterio cartujo de El Paular. Lo de “piojos” tampoco es lo que parece, una cuestión de pediculosis, sino que hace referencia a esas matas con bolitas que se pegan a la ropa como si fueran piojos, según leo en Transmisión oral en la toponimia menor palentina.

Total, que a los pobres vecinos de Castrillo de Matajudíos los tenían en un sinvivir con el asunto de marras hasta que han decidido cambiarse el nombre. Que sea por muchos años. Si alguien se hubiera tomado la molestia de hacer averiguaciones y aconsejarles, no hubieran tenido necesidad de renunciar a su propia historia ni renegar de ella por culpa de dimes y diretes. Pero ya puestos a cambiar el nombre, en lugar de Mota de Judíos (por el cerro próximo), hubieran estado más acertados – en la modesta opinión de este jubilata atrevido – en llamarlo Mata de Judíos. El topónimo hubiera quedado claro hasta para los bienintencionados más lerdos que se escandalizan de un nombre cuyo significado ignoran. Estará de acuerdo conmigo el improbable lector que no es buena idea mover de lugar los topónimos que llevan ahí toda la vida.

Dicho lo dicho, espero comprensión por parte de don Umberto al haberme metido en camisas de once varas toponímicas y hablar a boca llena. También la espero del paciente lector. Pero es que, teniendo esto de la Internet a mano, uno no puede aguantarse sin largar con entusiasmo desmedido y sin ciencia ni conciencia. Y es que los arbitristas internauticos somos legión, señor Eco. 

martes, 16 de junio de 2015

Arroyo de la Gargantilla: caminata con tejos.-


Quienes han hecho de los tejos un espectáculo de moda ecológica, suelen acercarse a Valhondillo a ver el tejo milenario que, con sus entrañas carcomidas y todo, lleva con dignidad de viejo dios vegetal su lentísimo proceso de automoribundia (dicho sea con permiso de Ramón Gómez de la Serna). A este anciano venerable, que tiende su ramaje sarmentoso en torno, como queriendo cubrir pudorosamente su vientre hueco a las miradas de los curiosos, se le calcula una edad que pudiera llegar a los 2.000 años.

Lo que, de ser cierta tanta longevidad, significa que era apenas un plantón recién brotado cuando Cesar Augusto vino a Hispania el año 26 a.n.e. para hacerse cargo de la guerra contra astures y cántabros. Pacata erat fere omnis Hispania (casi toda Hispania estaba pacificada), dice el historiador Lucio Anneo Floro. Derrotados los pueblos montañeses, muchos guerreros preferían envenenarse con una pócima de simientes de tejo antes que entregarse.

También Julio César, en su libro VI de la Guerra de las Galias, nos cuenta que Catuvolco, rey de la mitad de los Eburones, agobiado por los años y no soportando ya las fatigas de la guerra, se suicidó con jugo de tejo: …taxo, cuius magna in Gallia Germaniaque copia est, se exanimavit. (se suicidó con tejo, del cual hay gran cantidad en la Galia y en Germania).

¿Y qué tiene eso que ver con el arroyo de la Gargantilla que se menciona en el título?, se preguntará el improbable lector. Aparte de ser un prurito cultureta de este jubilata, estas viejas historias tienen en común con el citado arroyo la alusión a los tejos, en el primer caso, y su presencia, en el segundo,  porque aparecen próximos a su cauce, ladera arriba. No tan abundantes, ni mucho menos, como los de la Galia y Germania que nos cuenta Julio César, pero haylos. Por eso, el veterano Trío de los Tejos (o sea, Juan, Guillermo y un servidor) decidimos hacer una caminata arroyo arriba para verlos. Es cierto que son tejos que pueden considerarse en plena juventud, ya que tendrán en torno a 80 años, así, a ojo de buen cubero, pero todos sanos, luciendo su porte verde negruzco en manchas dispersas entre los pinos.

Para que el lector curioso de esta afición a los tejos se haga una idea, describiré con brevedad el recorrido que hicimos, siguiendo el itinerario y datos que me ha pasado el amigo Juan F. Romero, y cuyo mapa he incluido: Comenzamos en la pista asfaltada entre San Rafael y El Espinar. Entre la fuente de la Yedra y la de Peña Morena tomamos sendas paralelas al arroyo de la Gargantilla hasta el collado del mismo nombre (1.648 m.), viendo tachones de tejos aquí y allá. Según estimaciones aproximadas, puede que haya una docena larga de ejemplares por el entorno. Desde allí, por pista de tierra, subimos hasta las Lagunillas, pasando por la fuente de los Goyatos.

Si el lector es amigo de disfrutar de la naturaleza, no puede dejar de acercarse a este paraje de las Lagunillas. Grandes praderías verdes, enmarcadas por el bosque de pinos y un azul limpio con nubes algodonosas flotando perezosamente en el cielo. En la planicie verdeante, pequeñas lagunas donde el ganado va a beber. Vacas apacibles y pacedoras, junto con sus crías, yeguas y algún toro semental, forman una estampa idílica donde incluso los caminantes tienen su lugar mientras sosiegan el paso y llenan sus castigados pulmones de urbanita con el aire limpio que ha pasado por el filtro de los pinares.

Desde el collado de las Lagunas (1.670 m.) puede divisarse la sierra de Malagón con sus aereogeneradores y la zona de Cueva Valiente. Tras pasar una puerta metálica, iniciamos la bajada por un camino empinado. A su derecha, y muy próxima, vimos la fuente de los Tejos, a la que llamamos así porque comienza en ella el arroyo de la tejeda de los Poyales, mencionada en una entrada anterior (1 septiembre, 2011. Véase epígrafe "Tejos" de esta bitácora). Una chapa con letras perforadas la llama “fuente del esportón”. Parece que el vaso de esta fuente lo hicieron empleando como horma un esportón, cuyo hueco recubrieron de cemento que el paso y las inclemencias del tiempo han desmoronado. El lugar es lugar de tejos y es más propio este epónimo que no el de una vulgar espuerta.

Siguiendo de cerca el curso del arroyo del Prado Goyato, bajamos hacia el camino del Ingeniero, viendo algunos buenos ejemplares de tejos, y paramos a comer en una pradería, a la sombra de los pinos, mientras una colonia de “arañitas paticortas y panzonas, pero inofensivas” (según pone Juan en sus notas), nos estuvieron correteando por la ropa. El bocata estuvo, según costumbre en el monte, de cinco tenedores; la conversación, distendida, de altura. Lo que se deja dicho aquí por presumir un poco. No en vano estábamos en torno a los 1.500 m de altitud, con la mente bien oxigenada, y porque los temas de la conversa siempre son de interés entre veteranos de la vida y de la montaña.

En nuestra conversación surgió la cuestión de la importancia que suele darse a las primeras citas entre los profesionales y los aficionados a la geobotánica. La existencia de estas tejedas era bien conocida por gabarreros, forestales y montañeses de El Espinar, ya que fueron esquilmadas en los años 40 como consecuencia el hambre y el frío que se pasaba en aquellos tiempos de escasez, y rebrotaron de nuevo, según nos explicó Guillermo. Pero en lo que se refiere a registros escritos, no tenemos conocimiento de que se mencionasen antes de que en esta bitácora se hablase de ellos en la entrada: "Los tejos de los Poyales". Mérito que, modestamente, nos arrogamos el Trío de los Tejos aquí presente. 

Pues bien, vistos los tejos a la subida y a la bajada y comprobada su buena salud, disfrutado el paseo por el pinar, descansados y bien conversados, bajamos a la pista asfaltada de El Espinar a San Rafael, tomamos nuestro coche y fuimos a Cercedilla para tomar el tren que nos acercó a la capital. 

Allí, el calor y el habitual tufillo a carburantes. Un servidor - no podía por menos - tuvo un recuerdo añorante para las vacas de las Lagunillas y su plácido rumiar. 

sábado, 6 de junio de 2015

¡Que vienen, que vienen..!.-

En estos días más veraniegos que primaverales dedico las horas altas de calor, agazapado en la penumbra de mi cuarto de estudio, a la relectura de las ocurrencias poético-filosóficas de ese maestro apócrifo que fue Juan de Mairena. Nunca nadie dijo cuáles eran los títulos académicos de Mairena para ejercer la docencia, ni siquiera aquel viejo profesor de instituto llamado Antonio Machado Ruiz, que parecía conocerle tan bien. 

Según parece, Mairena fue profesor de gimnasia y de retórica, además de un sofístico por convicción didáctica, que impartía sus charlas en la que iba a ser la Escuela Popular de Sabiduría Superior. Proyecto que no pasó de tal porque su maestro, Abel Martín, para quien reservaba la cátedra de Poética y Metafísica, murió joven.

Sumergirme en la lectura de sus sentencias y donaires, pasados ya casi cuarenta años del primer contacto (el ejemplar que uso lo compré el 03.V.77), ha sido como volver a las aulas. Solo que, por no caer en el anacronismo, no lo he hecho como alumno oficial, ni siquiera como oyente de esa Escuela Popular de Sabiduría Superior, sino como leyente. O sea, desde la distancia en el tiempo y por libro interpuesto. Lo cual me permite seguir las enseñanzas del maestro a mi aire, pausadamente, como corresponde a un jubilata. Y lo que es más importante para un leyente, que ni siquiera ha pagado las tasas de matrícula, que la lectura le permite divagar y no seguir el ritmo que marca el maestro. Lo cual, a veces, empuja a uno a la dispersión.

Y así, cuando leí: y el bruto más espeso se carga de razón…, me pareció que había una conexión entre este texto y el revuelo político de estos días port-post-electorales. Me acordé de la argumentación zafia que corre por redacciones de papel y tele, tertulias, declaraciones políticas y conversaciones callejeras de gente asustadiza.  Todo ello a propósito de las hordas de extrema izquierda de Podemos que, según aquéllos, están asaltando las instituciones con pactos torticeros y malas artes totalitarias.

Desbarata, y mucho, el sosiego y el buen discurso de la lectura encontrase esa barahúnda de acusaciones contradictorias, según las cuales, todos estos movimientos surgidos del 15M y de las movilizaciones ciudadanas son, alternativa, indistinta y simultáneamente: nazis, comunistas, etarras, chavistas-bolivarianos, fascistas de la Marcha sobre Roma, castristas, añorantes del emirato, antisistema, viola-monjas quema-iglesias, anti taurinos, talibanes y descamisados con coleta. 

En el fondo, todos sabemos a qué se debe esa cacofonía descalificadora. Que mucha gente amachambrada en las instituciones desde hace quinquenios se iba a quedar sin su cómodo trabajo, ya lo sospechábamos cuando depositamos el voto el 24-M. Que los ciudadanos cambiemos de opción política y los mandemos al olvido no es como para despepitarse y soltar enormidades por esa boca. ¿Sus ex-señorías se han quedado sin sillón? No olviden que era prestado. Además, ¿no ha salido España de la crisis? Pues nada, ya encontrarán otro trabajo, aunque sea de camarero en un chiringuito de playa. 

No alboroten el gallinero; sepan que ustedes no son imprescindibles para que esta sociedad funcione. Piensen que los cementerios están llenos de personajes imprescindibles, de quienes nadie se acuerda. Ni puñetera falta que hace. Tomen ejemplo del modestísimo Miguel de Cervantes, que ni sus huesos se identifican en la huesa común donde  se supone que deberían estar.

Lo que uno pediría, si le dejaran, es lo siguiente: Ya que el miedo a quedarse sin poltrona, sin coche oficial y con el culo de la Gürtel o la Púnica al aire, es tan fuerte como para lanzar tantas invectivas a Podemos y sus franquicias, que al menos lo hicieran manteniendo una cierta coherencia lógica en las tandas de insultos. Aunque solo sea por lástima de las masas asustadizas que se espeluznan ante el temor a la muerte del Mesías neoliberal, escarnecido por los anticristos podemismas; ya es bastante complicada la vida de la gente como para, encima, acojonar al personal con esas burreces que andan soltando a boca llena. Y también, un poco, por respeto a los que observamos el espectáculo de despropósitos sin opción a opinar y ser escuchados.

Rebuznos apocalípticos, los llamaba el maestro Mairena. Rebuznos que retumban por todo el pesebre hispano alborotando el plácido rumiar del rebaño patrio. Rebuzna, que algo queda, podríamos decir parafraseando el dicho de Calumnia, que…, etc. Aunque tanto mejor sería que depusieran esa actitud rebuznante y recordaran lo que en el Quijote se dice en  aquel episodio, cuando los de un pueblo se pusieron a la greña con los del pueblo vecino por rebuznos de más o menos de sus alcaldes: No en balde rebuznaron el uno y el otro alcalde. En fin, no den pábulo a que Sancho tenga que decir de ustedes: Tan a pique están de rebuznar un alcalde como un regidor.

La política, señores – sigue hablando Mairena – es un actividad importantísima… Yo no os aconsejaré nunca el “apoliticismo”, sino, en último término, el desdeño de la política mala que hacen trepadores y cucañistas, sin otro propósito que el de obtener ganancia y colocar parientes. Vosotros debéis “hacer política”, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros y, naturalmente, contra vosotros. 

Juan de Mairena era un hombre cabal. Ya te digo, improbable lector.