martes, 16 de junio de 2015

Arroyo de la Gargantilla: caminata con tejos.-


Quienes han hecho de los tejos un espectáculo de moda ecológica, suelen acercarse a Valhondillo a ver el tejo milenario que, con sus entrañas carcomidas y todo, lleva con dignidad de viejo dios vegetal su lentísimo proceso de automoribundia (dicho sea con permiso de Ramón Gómez de la Serna). A este anciano venerable, que tiende su ramaje sarmentoso en torno, como queriendo cubrir pudorosamente su vientre hueco a las miradas de los curiosos, se le calcula una edad que pudiera llegar a los 2.000 años.

Lo que, de ser cierta tanta longevidad, significa que era apenas un plantón recién brotado cuando Cesar Augusto vino a Hispania el año 26 a.n.e. para hacerse cargo de la guerra contra astures y cántabros. Pacata erat fere omnis Hispania (casi toda Hispania estaba pacificada), dice el historiador Lucio Anneo Floro. Derrotados los pueblos montañeses, muchos guerreros preferían envenenarse con una pócima de simientes de tejo antes que entregarse.

También Julio César, en su libro VI de la Guerra de las Galias, nos cuenta que Catuvolco, rey de la mitad de los Eburones, agobiado por los años y no soportando ya las fatigas de la guerra, se suicidó con jugo de tejo: …taxo, cuius magna in Gallia Germaniaque copia est, se exanimavit. (se suicidó con tejo, del cual hay gran cantidad en la Galia y en Germania).

¿Y qué tiene eso que ver con el arroyo de la Gargantilla que se menciona en el título?, se preguntará el improbable lector. Aparte de ser un prurito cultureta de este jubilata, estas viejas historias tienen en común con el citado arroyo la alusión a los tejos, en el primer caso, y su presencia, en el segundo,  porque aparecen próximos a su cauce, ladera arriba. No tan abundantes, ni mucho menos, como los de la Galia y Germania que nos cuenta Julio César, pero haylos. Por eso, el veterano Trío de los Tejos (o sea, Juan, Guillermo y un servidor) decidimos hacer una caminata arroyo arriba para verlos. Es cierto que son tejos que pueden considerarse en plena juventud, ya que tendrán en torno a 80 años, así, a ojo de buen cubero, pero todos sanos, luciendo su porte verde negruzco en manchas dispersas entre los pinos.

Para que el lector curioso de esta afición a los tejos se haga una idea, describiré con brevedad el recorrido que hicimos, siguiendo el itinerario y datos que me ha pasado el amigo Juan F. Romero, y cuyo mapa he incluido: Comenzamos en la pista asfaltada entre San Rafael y El Espinar. Entre la fuente de la Yedra y la de Peña Morena tomamos sendas paralelas al arroyo de la Gargantilla hasta el collado del mismo nombre (1.648 m.), viendo tachones de tejos aquí y allá. Según estimaciones aproximadas, puede que haya una docena larga de ejemplares por el entorno. Desde allí, por pista de tierra, subimos hasta las Lagunillas, pasando por la fuente de los Goyatos.

Si el lector es amigo de disfrutar de la naturaleza, no puede dejar de acercarse a este paraje de las Lagunillas. Grandes praderías verdes, enmarcadas por el bosque de pinos y un azul limpio con nubes algodonosas flotando perezosamente en el cielo. En la planicie verdeante, pequeñas lagunas donde el ganado va a beber. Vacas apacibles y pacedoras, junto con sus crías, yeguas y algún toro semental, forman una estampa idílica donde incluso los caminantes tienen su lugar mientras sosiegan el paso y llenan sus castigados pulmones de urbanita con el aire limpio que ha pasado por el filtro de los pinares.

Desde el collado de las Lagunas (1.670 m.) puede divisarse la sierra de Malagón con sus aereogeneradores y la zona de Cueva Valiente. Tras pasar una puerta metálica, iniciamos la bajada por un camino empinado. A su derecha, y muy próxima, vimos la fuente de los Tejos, a la que llamamos así porque comienza en ella el arroyo de la tejeda de los Poyales, mencionada en una entrada anterior (1 septiembre, 2011. Véase epígrafe "Tejos" de esta bitácora). Una chapa con letras perforadas la llama “fuente del esportón”. Parece que el vaso de esta fuente lo hicieron empleando como horma un esportón, cuyo hueco recubrieron de cemento que el paso y las inclemencias del tiempo han desmoronado. El lugar es lugar de tejos y es más propio este epónimo que no el de una vulgar espuerta.

Siguiendo de cerca el curso del arroyo del Prado Goyato, bajamos hacia el camino del Ingeniero, viendo algunos buenos ejemplares de tejos, y paramos a comer en una pradería, a la sombra de los pinos, mientras una colonia de “arañitas paticortas y panzonas, pero inofensivas” (según pone Juan en sus notas), nos estuvieron correteando por la ropa. El bocata estuvo, según costumbre en el monte, de cinco tenedores; la conversación, distendida, de altura. Lo que se deja dicho aquí por presumir un poco. No en vano estábamos en torno a los 1.500 m de altitud, con la mente bien oxigenada, y porque los temas de la conversa siempre son de interés entre veteranos de la vida y de la montaña.

En nuestra conversación surgió la cuestión de la importancia que suele darse a las primeras citas entre los profesionales y los aficionados a la geobotánica. La existencia de estas tejedas era bien conocida por gabarreros, forestales y montañeses de El Espinar, ya que fueron esquilmadas en los años 40 como consecuencia el hambre y el frío que se pasaba en aquellos tiempos de escasez, y rebrotaron de nuevo, según nos explicó Guillermo. Pero en lo que se refiere a registros escritos, no tenemos conocimiento de que se mencionasen antes de que en esta bitácora se hablase de ellos en la entrada: "Los tejos de los Poyales". Mérito que, modestamente, nos arrogamos el Trío de los Tejos aquí presente. 

Pues bien, vistos los tejos a la subida y a la bajada y comprobada su buena salud, disfrutado el paseo por el pinar, descansados y bien conversados, bajamos a la pista asfaltada de El Espinar a San Rafael, tomamos nuestro coche y fuimos a Cercedilla para tomar el tren que nos acercó a la capital. 

Allí, el calor y el habitual tufillo a carburantes. Un servidor - no podía por menos - tuvo un recuerdo añorante para las vacas de las Lagunillas y su plácido rumiar. 

1 comentario:

  1. Estoy convencido de que las vacas piensan, claro que no como nosotros, pero sí que mantienen un contacto cercano con el mundo que les rodea y sienten y padecen en incluso rumian lo que les ha sucedido, pero no lo dejan traslucir en su cara y por eso nos es difícil creer que tengan alguna vida interior. Para mi son de una rustiquez rutilante y una limpieza personal muy exigente; además de una generosidad sin límite, para con los suyos y para con nosotros. J.J me ha gustado que te fijaras en ellas, en las de las Lagunillas.

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