lunes, 28 de mayo de 2012

Una escapada a Zamora


Zamora no es Nueva York. ¿Bueno, y qué? Tenemos parientes para quienes N. Y. es la meca de cualquier viajero con vocación cosmopolita y te dedican miradas de conmiseración si confiesas que tú donde has estado es en Zamora. Allí fuimos a celebrar el cumpleaños de la santa.
El viajero, aunque no sea cosmopolita ni docto en la angliparla, llega a Zamora con el disco duro mental lleno de iglesias románicas, de vistas de su catedral con el cimborio gallonado y su cubierta en escamas, sus murallas medievales y la célebre traición de Vellido Dolfos, que cantaba el romance.

Es una de esas ciudades donde la historia y la leyenda se mezclan en proporciones de épica medieval. Recorriendo sus murallas, uno recuerda la historia del cerco de la ciudad - heredada por la infanta doña Urraca de su padre el rey don Fernando – al que la sometió el rey Sancho II de Castilla, y la muerte de éste a manos de Vellido Dolfos, a quien los castellanos siempre consideraron traidor y así andaba en lenguas de romances: Rey don Sancho, rey don Sancho,/ no digas que no te aviso / que de dentro de Zamora, un alevoso ha salido; / llamase Vellido Dolfos, hijo de Dolfos Vellido. / Cuatro traiciones ha hecho, y con esta serán cinco…
Como el beneficiario del regicidio fue Alfonso VI de León, a los nobles castellanos se les puso la mosca detrás de la oreja y le tomaron juramento en Santa Gadea de Burgos de no haber participado en la muerte de su hermano. Fue Rodrigo Díaz de Vivar, portaestandarte del rey Sancho II, quien le tomó juramento y el rey, desde entonces, le tomó ojeriza y le mandó desterrar. Eso dice la leyenda y gracias a ella tenemos el Poema de Mío Cid, la Storia Roderici y a montones de eruditos desmenuzando el romancero para mayor gloria de las letras hispanas.
Lo que no dicen las canciones de gesta, ni recogen los relatos épicos, es que el rey Sancho II murió de forma poco gloriosa, al decir de algunos. Vellido Dolfos salió por el portillo de la Traición (hoy, “Portillo de la Lealtad” por aquello del revisionismo histórico) y convenció al rey de que quería desertar. Se ve que éste era fácil de convencer y muy confianzudo, ya que el caballero Vellido aprovechó cuando el rey estaba exonerando el vientre para clavarle un venablo por la espalda. Como quien dice, tan noble rey murió caído de culo sobre su propia mierda. De ahí que los cantares de gesta callasen ese pequeño detalle. Yo lo he leído por ahí, y así lo cuento. Ni quito ni pongo rey.

Pero se equivoca quien piense que Zamora se quedó estancada entre los versos del romancero. A fines del S. XIX tuvo un desarrollo urbanístico muy considerable con la llegada del ferrocarril y la expansión fuera de las murallas. El resultado puede verlo el visitante de ojos curiosos que pasee por sus calles: todo un muestrario de arquitectura modernista, historicista y ecléctica diseminado por sus calles céntricas.
También la burguesía zamorana estaba al cabo de la calle respecto a las corrientes arquitectónicas de moda a principios del S. XX. Hay ejemplos del modernismo internacional, con abundancia de líneas curvas, combinación de colores y profusión de decoración vegetal. También del que llaman Secesión, con abundancia de líneas rectas y círculos. También encuentra uno referencias a estilos historicistas; todo ello con un admirable gusto por los detalles ornamentales.

Según leo (este jubilata si no lee, no es nadie), el modernismo llegó a esta ciudad de la mano del arquitecto Francisco Ferriol, formado en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, quien dejó hermosos edificios, como el del Casino, o Casa Tejedor…

Un servidor estuvo alojado en un hotel de estilo modernista, frente al mercado de abastos que es un imponente edificio de carácter industrial en ladrillo y hierro. El entorno daba una idea de la pujanza económica que debió experimentar Zamora en aquellos años y el sentido estético que presidía la arquitectura, en la que se conjugaban utilidad y armonía.

A Zamora hay que ir y verla. De momento, la visita me ha compensado de mi desconocimiento de N. Y. Este jubilata no se vanagloria de ello, pues sospecha que aún no ha perdido el pelo de la dehesa.

domingo, 20 de mayo de 2012

¿Que escribir?

Quizás el improbable lector no lo haya pensado nunca, pero alimentar una bitácora, por muy inmaterial – o virtual, según lo llaman – que resulte la criatura, exige un gasto de energías considerable. No es que uno tenga que comprarle, como a las mascotas domésticas, alimentos en el súper; ni haya que llevar la bitácora al veterinario a que le cure los virus que le entran al ordenador, ni ponerle un chip identificador si, por un casual, se perdiese por esos procelosos mares internáuticos. Ni siquiera el bloguero corre el peligro de verse denunciado ante el juez por abandonar su bitácora cuando se va de vacaciones, o por maltrato.

Una bitácora, por poner un símil, es como una boa. La mía come una vez a la semana y se pasa siete días digiriendo. Yo noto que le aprovecha mi afán en alimentarla porque cada vez es más larga y más abultada. Nació allá por enero del 2009 y ya lleva 245 entradas. Si en vez de ser inmaterial (como digo), virtual (con término al uso), puro fenómeno informático del que no tengo una idea muy clara, fuese una boa constrictor, seguro que habría estrangulado a su dueño hace ya tiempo.

Lo que no significa que sea una mascota inofensiva. Si no físicamente, sí que me devora en otros aspectos tan intangibles como su propia naturaleza: se come mi tiempo, el que necesito para escribir una entrada (o un “post”, según la angliparla). Además, cada vez que se sacude el letargo semanal, empieza a desasosegarme con la pretensión de que le proporcione su ración de opiniones, de relatos de viajes o andanzas montañeras, de impresiones tras alguna visita a alguna exposición, o sobre la lectura del algún libro… En cuanto al contenido no parece muy exigente (es como esa boa de Saint-Exupery, que se tragó un elefante), pero en cuanto a la periodicidad, es de una intransigencia total.

Ya digo, una bitácora te come por los pies con sus exigencias y poco le importa que, ese día que te toca alimentarla, no tengas ganas de ponerte ante el teclado, o en toda la semana anterior no haya habido nada interesante en tu rutinaria vida de jubilata. La criatura, con las (virtuales) fauces abiertas, se te convierte en un monstruo insaciable. Como esos dioses que se inventan los humanos para no sentirse solos frente a sus terrores y que acaban exigiéndole sacrificios para aplacar su divina cólera. Como quien dice, un día creas un Yavé en la zarza ardiente y, cuando te descuidas, terminas prisionero de una religión monoteísta excluyente y posesiva. Con la bitácora, igual.

Ser inventor de una bitácora no te exige cuadrar el círculo de una teología que explique la existencia de un dios que olvidaste haber inventado en un momento de pánico, pero, también a su modo, produce ciertos problemas de conciencia si no cumples el ritual. Por lo que vengo observando, con el paso del tiempo, un grupo de lectores, más asiduos que improbables, han decido que lo que escribes tiene para ellos cierto interés. ¿No es una falta de consideración frustrar sus expectativas semanales? Hasta, si me apuras, es poco caritativo dejarles sin la ración semanal de comentarios “bitacóricos”.

Lo digo, especialmente, por aquellos de mis improbables lectores que, cuando hablo de asuntos de la cosa pública (banqueros, políticos y otras pécora en el candelero) desde mi visión de escéptico aperroflautado y recalcitrante, se irritan y piensan que soy un necio por opinar de cosas que no se me alcanzan. Y yo pienso ¿No es un acto de caridad darles ocasión para que se sientan en posesión de la Verdad? Así, uno no es que actúe con ánimo protervo cuando opina negativamente de aquella ralea social, es que lo hace para que sus lectores de la otra vertiente ideológica tengan posibilidad de ejercer la santa indignación.

Releo lo anterior y me digo, como Lope de Vega en aquel soneto que le mandara hacer Violante, “Contad si son catorce, y está hecho”.

sábado, 12 de mayo de 2012

Petar la bankia.-

Cuando un servidor entró en esto de la jubilación iba con el convencimiento de que llevaba la vida resuelta en su aspecto material: con la hipoteca ya pagada, con una pensión de mediano pasar y unos dineritos a plazo fijo por si acaso algo se torcía. Y, no, no es que se haya torcido algo, es que se está rompiendo estruendosamente, provocando una cadena de explosiones como una traca. Una traca de esas que tienen petardos cada vez más gordos según se va quemando la mecha que los enciende, hasta llegar al bombazo final que te deja las carnes temblando.

Solo que en las tracas de feria sólo hay ruido, mientras que en la traca del mundo financiero, que domina la política y nuestras vidas, cada petardo produce víctimas como si fuese bomba de racimo, mientras esperamos, cada vez más asustados, el gran petardazo final que convierta en fosfatina nuestros derechos sociales, nuestras ilusiones de futuro y nuestras cartillas de ahorro.

Este jubilata, que no tiene otro cometido en su vida, se dedica mucho a leer y gran parte de las horas se le van a en digerir noticias indigestas, como esta última de que Bankia ha petado con la inestimable ayuda de Rodrigo Rato, ese hacha de la macroeconomía que no se enteró de la que tronaba cuando estuvo en el FMI y que, hasta anteayer, presidía el chiringo llamado Bankia No era de extrañar que, a hombre de tanto mérito, el año pasado le pagasen 2,3 millones de sueldo (o sea: 260 años de salario medio interprofesional, según leo). Tampoco es para extrañarse que el nuevo consejero propuesto por el habilidoso sujeto sea un tal Gorrigolzarri, a quien el BBVA le dio 68,7 millones de euros por una jubilación dorada a los 55 años. Como se ve, hay inútiles gloriosos, jubilados de oro y jubilatas del montón.

Buscando información  - perniciosa manía de quien no se conforma con el pasto de los NoDos mediáticos adictos a la cosa - uno lee que, en tiempos del Glorioso Movimiento felizmente finado, dos miembros de la familia Rato, padre y hermano, respectivamente, del que ahora padecemos, dieron con sus huesos en la cárcel en 1966 por ser responsables de la quiebra de dos bancos. De casta le viene al galgo. Uno, sin responsabilidades políticas y, por lo tanto, bastante ignorante de estas cosas, al ver esos antecedentes familiares, piensa que hay que ser poco espabilado para dejarle que administre nuestros dineros.

A este jubilata no le cuadran las cuentas en eso de la política, las finanzas y la ideología al uso. Si en tiempos de dictadura-dura dos prohombres terminaron en el trullo por chanchullos económicos ¿Cómo es que ahora, en esto que llaman democracia, la gente que peta un banco se va de rositas? Poco serio ¿no? eso de verse uno en la obligación de poner como ejemplo de coherencia a un gobierno dictatorial, frente a estos rasca-bolsas de la política que quieren salvar la patria –o lo que quede de ella- a fuerza de exigir austeridad al ciudadano e inyectar dinero en los pufos bancarios.

Y el gobierno, a lo que parece, nacionaliza parte de Bankia, pero aquélla contaminada de los activos tóxicos (todo ese ladrillo y eriales de la célebre burbuja). Los 4.500 millones que ya ha puesto el Estado sobre el tapete de la ruleta Bankia nos los vamos a cobrar los ciudadanos en cemento. Ya digo, este jubilata de macroeconomía ni de alta política no entiende, pero, como dice la copla, “Mariano, yo, de vestidos no entiendo, pero ese que te estás poniendo…” nos está dejando con las vergüenzas al aire. Y lo que es peor: al aire con las desvergüenzas y desfachatez de quienes manejan dineros públicos y privados como si fuesen el coto privado del señor marqués.

Claro que siempre le queda al ciudadano el consuelo de oír frases tan redondas como ésta de Mariano: “El Gobierno está haciendo lo que tiene que hacer y va a hacer lo que está haciendo”. O sea, lo que los lógicos medievales llamaban petitio principii, y que actualmente, con menos miramientos y en román paladino, llamamos marear la perdiz y tocar las pelotas al personal.

Como en estos casos siempre hace falta echar la culpa a alguien (Rato no, que es de los nuestros), andan diciendo los conspicuos del PP que si el gobernador del Banco de España es un calamidad… Por estos derroteros que vamos, cualquier día peta el Banco de España y los pedacitos tendremos que buscarlos en Grecia.

domingo, 6 de mayo de 2012

Con barro en las botas


Seguro que los urbanitas vocacionales nunca han vivido la experiencia doméstica de llegar a casa a las once de la noche y con barro hasta las rodillas, y que la santa te mire como a un mal marido que la abandona para irse de juerga con sus amigotes de montaña.

Pues eso es lo que le ha ocurrido a este jubilata este sábado pasado, que se fue de madrugada a caminar los caminos embarrados de la serranía de Cuenca y regresó a casa de noche y embadurnado en barro rojo. Las huellas terrosas sobre el parqué casero no son la mejor carta de presentación cuando uno llega a las mil en un día de perros, mojado como un pollo, suelta los arreos montañeros escurriendo agua y dice: “Hola, chata ¿Qué tal?” La santa, viendo al individuo que se supone su marido, pero de tal guisa, por toda respuesta, te mira como si hubieras salido a comprar tabaco hace un año sin dar mayores explicaciones, y te suelta un: “Un poquito tarde ¿no?” Tú, que ya sabes de qué va la cosa, callas y te vas a la ducha, a ver si el agua caliente remedia algo tu triste situación. Eso sí, en tu fuero interno te juras que el próximo sábado te vas al monte, a pesar de que se ceben contigo todas las inclemencias del tiempo y te caigan encima todas las tormentas domésticas.

Si uno, en vez de afición a la montaña, la tuviese a la maría, sabría que era un adicto y, a lo mejor, se sometía a una cura de desintoxicación. Pero ni los alcaloides de la coca tienen el tirón de un día en el monte.

Hombre, tampoco fue para tanto. Se trataba de hacer una marcha circular desde Carrascosa de la Sierra a Santa Cristina bordeando la Hoz Somera y, al regreso, recorrer parte de esta hoz, cuyas aguas vierten al río Guadiela. Tienen de especial estos paisajes el ser tierras calizas que han dado lugares a grandes formaciones kársticas, como ésta Somera o su hermana la de Tragavivos. Las corrientes de agua han ido erosionados, durante milenios, estas rocas calizas deleznables, produciendo hundidos, resquebrajaduras, corredores, enormes paredes verticales, mientras que los fenómenos meteorológicos han pulido las rocas con formas caprichosas.

Nosotros bajamos por los Castillejos hasta la hoz. Imagino que el nombre de “castillejos” les viene por esas curiosas formaciones en forma de torres irregulares y tormos, entre los que discurre el camino de bajada. Es terreno donde abunda la vegetación; arriba, pino laricio, enebros arbustivos. Por doquier, pinos, matas de boj, tomillos, gamones, aliagas apenas florecidas, matorral… Lugares donde el hombre apenas ha dejado su huella y el bosque se muestra exuberante y fresco con las lluvias que se empeñan en acompañarnos durante la jornada. 
Recorrer estos parajes no tiene precio. Verse en lo alto de un pasadizo, con el paredón a tu espalda y el precipicio a tus pies (a prudente distancia, eso sí), dispara la adrenalina y el sentido estético. Los ojos miran ansiosos el paisaje y quieren llevarse, a modo de impresiones fotográficas, el vuelo pausado del buitre, el rumor del aire, el olor a plantas aromáticas y humedad boscosa, cada una de las resquebrajaduras caprichosas de la roca, y se encuentran con situaciones tan inverosímiles como ese pino que ha crecido en una pared vertical, agarrado a una grieta, en un equilibrio que a uno se le antoja imposible.
Para qué insistir. La lluvia nos castigó toda la mañana, desde el mirador del Águila apenas divisamos un paisaje brumoso, los caminos arcillosos se pegaban a nuestras botas, en casa me torcieron un poco el morro al llegar tarde y embarrado, pero uno es reincidente y no se arrepiente de esa pasión por los espacios libres, la naturaleza en estado puro, y las sudadas que se pega monte arriba, con el corazón y los pulmones trabajando a plena máquina. Lo jodido de todo esto es que la edad te va avisando y tienes que medir tus fuerzas. Pero siempre nos quedarán los caminos…