miércoles, 28 de octubre de 2009

Jubilata y prostático.-

O viceversa. O, a lo mejor, lo de jubilata y prostático es algo que tiene que ver con la edad… Creo que sí, que ambas cosas sobrevienen con la edad, no nos engañemos.
Pero ¿qué dice este hombre? Imagino que pensará el improbable lector de esta bitácora. Pues eso, que digo que arrieros somos y en el camino nos encontraremos. Si tú, impaciente lector que esto lees, crees que a ti no te va a pasar – lo de ser prostático, digo – lo llevas claro. Espera y verás. En cuanto pases de los 50 y el chorrillo del meo vaya menguando en intensidad, ya me lo contarás.
Por supuesto, por supuesto, me refiero a los lectores, no a las lectoras… Y en este caso, casi estaría dispuesto a afirmar que estamos ante una discriminación positiva al dejar al margen a las féminas. Aunque ellas ya tienen bastante con el climaterio, ahora que caigo.
Viene al caso porque esta semana he ido a la revisión urológica. Una gracia eso de pasar por la consulta del urólogo. Primero te manda los consabidos análisis de sangre y orina, lo que tampoco es para ponerse de los nervios. Lo jodido comienza con la ecografía, que tienes que ir con la vejiga a reventar, como las embarazadas para ver si el fetillo tiene o no pilila, y el radiólogo te empieza a apretar con la alcachofa y te entran ganas de mearle en la bata, y encima te deja pringado con el gel ese que te echa sobre semejante parte.
Pero, cuando vuelves a la consulta del urólogo con los resultados y te dice lo de “Vamos a hacer un tacto rectal. Bájese los pantalones y apoye las manos sobre la camilla”, entonces es cuando te entran sudores fríos. Que a nadie extrañe. Es que los que hemos nacido a mediados del siglo pasado no estamos acostumbrados a según qué prácticas, y eso de verse uno espatarrado y ensartado digitalmente por la retaguardia, aunque sea con profesionalidad médica y sin mediar pasión nefanda, es un trágala.
Por fin, terminadas las manipulaciones rectales, cuando el docto oráculo tiene a bien explicarte qué coños pasa con tu próstata, es para hacerte reproches del tipo: “Pues su P.S.A. está un poquito alto”. Y tú, que no sabes qué es eso, dudas entre justificarte –como si lo del P.S.A alto fuese culpa de tu mala vida pasada– o acojonarte directamente.
Ya digo ¡qué malos tragos los del jubilata! Al final, sales de la consulta con las recetas para las pastillitas que te hacen mear ligero y te vas corriendo al bar más próximo. Una cerveza, que es diurética, y un cigarrillo para compensar los sinsabores pasados.
Y a esperar la revisión del próximo año, sólo que esa vez ni cigarrillo nos van a dejar. ¡Jodidos políticos!

domingo, 25 de octubre de 2009

Senderos, petroglifos y un castro en tierras segovianas.-

Alguna vez ya se ha dicho en esta bitácora que las salidas campestres de la Agrupación Aire Libre se hacen con la intención de disfrutar de la naturaleza y, cuando es posible, complementarlas con alguna actividad cultural. Y la marcha de este sábado pasado ha venido al pelo para los fines propuestos.
Nos hemos movido por las llanuras segovianas, por la comarca de Nieva. Sobre el plano, es como si hubiésemos hecho una gran Y tomando como vértices los pueblos de Domingo García, Bernardos y el cerro del Tomejón. En realidad, no salimos desde el mismo Domingo García, sino junto al cerro donde está la ermita de San Isidro y el roquedo donde hay una abundante muestra de petroglifos. Ésta es una zona de pizarras, algunas de las cuales han aflorado formando roquedos aislados. En las paredes verticales de algunas rocas, pulimentadas por la erosión, hay una abundante colección de grabados rupestres realizados mediante un piqueteado que perfila el dibujo o por un tosco bajorrelieve.
El muestrario de imágenes, guerrero armados y a caballo, escenas de caza, animales como caballos, perros y bóvido, abarca desde el Neolítico hasta la Edad Media. Aunque, para ser más exactos, hasta los tiempos actuales, ya que rompiendo las antiguas figuras hay letreros del tipo “fulanito estuvo aquí”, o las iniciales de algunas personas que han querido dejar constancia imperecedera de su paso por allí y de su incultura manifiesta.
Sobre el cerro, la ermita románica de San Isidro, que no mantiene en pie más que su muros deteriorados y agujereados, por donde uno puede ver retazos de llanura siguiendo el contorno
irregular de los huecos. Tiene de interesante, además, que al pie del ábside se pueden ver aún varias tumbas antropomorfas visigodas tanto de adultos como de niños, muy deterioradas por la erosión. La ermita está en un estado tan lamentable que cualquier día se vendrán abajo algunos de sus lienzos y ya será irrecuperable. El edificio está incluido en la “lista roja del Patrimonio” a causa de su deterioro.
Camino adelante, llanuras cerealistas que rompen su monotonía gracias a que el relieve está un poco alomado. Frente a nosotros, el cerro del Tormejón y, un poco más allá, la depresión por donde discurre el río Eresma. Este cerro del Tormejón es un antiguo castro celtibérico de la época del Hierro, un asentamiento bacceo, que domina la llanura. Está protegido por un gran farallón calizo de paredes verticales y a sus pies discurre el arroyo del mismo nombre y, un poco más allá, el Eresma. Mirando hacia el este pueden verse las choperas del río, con sus vivos colores otoñales. Por el sur pasa la antigua línea férrea que unía Segovia con Valladolid, actualmente en desuso con la nueva línea del AVE. Fue un lugar fácilmente defendible y que domina la llanura circundante, abundante en aguas gracias al arroyo próximo, y al que se accede por una rampa excavada desde el pie del arroyo.
Sobre el cerro hay una ermita cuya primera fábrica es del S. XI que coincide con la repoblación, aunque actualmente no presenta al exterior características que llamen la atención. Al interior, por lo que he leído, se conservan pinturas murales románicas.

La excursión nos llevó hasta la alameda del río, donde el grupo se echó unos cantes y algún baile más o menos acompasado antes de emprender el regreso.
Estas tierras, de apariencia tan desolada en este otoño seco, están cargadas de historia y bien merecen una visita a sus pueblos, muchos de los cuales tienen el nombre de sus antiguos pobladores. Además de Domingo García y Bernardos, existe un Miguel Ibáñez y un Miguelañez, sin olvidar una Armuña (el “huerto” en árabe) que habla del poblamiento árabe en tiempos anteriores a la reconquista. Y sin olvidar, claro está, Nieva, con su iglesia y claustro románico que no puede dejar de visitarse.
Y ya vale, que luego el personal se me cansa de leer…

miércoles, 21 de octubre de 2009

Del Puerto de Santa María a Cádiz con el Adriano.-

Ya estamos de vuelta. No es que me haya olvidado de esta bitácora virtual, no; es que los jubilatas tenemos esas cosas, que un buen día desaparecemos de casa sin dar explicaciones a nadie Son las ventajas de no tener ya un jefe reconocido y mandón, como cuando estábamos en activo.
Pues eso, que hemos pasado diez días en la bahía de Cádiz, viendo amanecer el sol por sobre las dunas del parque natural Los Toruños, junto a Valdelagrana donde teníamos nuestro alojamiento, y viéndolo ponerse sobre el mar, con Cádiz como telón de fondo. Un privilegio estético para los que soportamos las sempiternas obras públicas a las que nos somete el alcalde-faraón de Madrid.
Pero de estos días de aire limpio, placidez y largos paseos por la casi solitaria playa de Valdelagrana no quiero hablar ahora, sino del Adriano Tercero. Este Adriano no es un viejo emperador romano, sino lo que en el Puerto de Santa María llaman popularmente “el vaporcito”. Un viejo vapor construido hace más de 50 años en unos astilleros de Vigo (según la placa que hay en el castillo de proa) y que, desde su botadura, hace regularmente el trayecto entre el Puerto y Cádiz. Se trata de un barquito de dos cubiertas, construido totalmente en madera que atraviesa la bahía en cuarenta minutos y permite disfrutar de una travesía singularmente bella. Viajar en él tiene algo de familiar y entrañable. El acceso está en la cubierta superior y, como ésta es de techo bajo, siempre le advierten a uno que agache la cabeza para no darse un coscorrón. También, cuando va a salir y se anuncia con dos golpes de sirena, advierten a la gente para que se tape los oídos porque el barco será pequeño, pero tiene un “sierenazo” tan potente que puede sobresaltar a turista que llega a creerse protagonista del naufragio en el Titanic.
Tiene el vaporcito su amarre en un muelle sobre el Guadalete, junto a la antigua fuente de las galeras, donde, antes de hacerse a la mar, hacían la aguada las galeras de su majestad. Desciende por la desembocadura del río Guadalete, entre dos largos espigones, atraviesa la bahía meciendo al viajero con un suave oleaje y atraca en el muelle comercial del puerto de Cádiz.
Precisamente, este año cumple 75 la empresa Motonaves Adriano S. L. que es la propietaria del Adriano Tercero. Aunque no tengo datos, sé de oídas que en 1929 se botó el primer barquito, de nombre Covandonga, que hacía la travesía. Éste fue sustituido por el Adriano I, por el Adriano II después, y actualmente está en activo el tercero de ese nombre.
Dejo aquí un par de fotos – mías, y por lo tanto, no muy buenas – del barquito.

viernes, 9 de octubre de 2009

Empecinado en el book crossing ese.-

Abandonar libros en el parque, o, quien dice el parque dice en el Metro, o en las paradas del bus no es tan divertido como parece. ¿Nunca has dejado al azar un libro en un banco del parque? Yo sí: todos los que relaciono al final de esta entrada, más los que dejé dichos en la entrada que colgué el 4 de septiembre pasado. Y no sé si arrepentirme o seguir en el empeño. Por un lado, abandonar un libro es como abandonar un huérfano a la puerta de la inclusa; pero por otro lado, una novela ya leída y ocupando un espacio en un piso pequeño no deja de ser un estorbo.
Nuestra sociedad tiene una cierta inclinación por abandonar estorbos allá donde mejor le pete. No hay más que recordar el tópico de la clásica familia de clase media que se iba de vacaciones a la playa y abandonaba al abuelo prostático en los retretes de una gasolinera. O el abandono del perro doméstico en medio de la carretera porque ya ha crecido y ha dejado de ser esa bolita de pelos juguetona que tanto gustaba a los niños, y es un engorro de cuidado sacarlo todos los días e ir con la bolsita recogiendo la mierda. O el abandono con nocturnidad – preferentemente junto a los contenedores de papel y vidrio – de televisores, microondas, muebles desvencijados, colchones con manchurrones sospechosos, y un enorme y largo etcétera.
Pues, eso, que abandonar un libro, aunque con la mejor intención, produce un ambiguo sentimiento de pequeña traición y de satisfacción. Lo primero, porque no deja de ser un objeto desvalido, hecho de papel y tinta, que un aguacero puede convertir en burujo inservible, o un ágrafo puede rasgar a manotazos con la secreta esperanza de que se hayan dejado dentro un billete de banco a modo de marcador; o que la indiferencia de los paseantes le condene al ostracismo hasta que los de mantenimiento del parque, hartos de verlo allí, lo echen a la bolsa verde donde van a parar todos los desechos.
Lo segundo, lo de la satisfacción, no deja de ser una pequeña vanidad de cultureta empecinado en culturizar a las masas mediante el señuelo del libro perdido en el parque. Porque el practicante del book crossing (en inglés suena a cosa importante) nunca se ha parado a pensar si realmente la gente que pasea por el parque quiere leer. Porque si lo quiere, tiene bibliotecas públicas donde sacar libros gratuitamente, o le regalarán alguno por su cumpleaños, o, puestos a imaginar cosas, decide acercarse a la librería del barrio y comprarlo. Pero no, el cultureta está convencido de su alta misión cultural evangelizadora y sigue sembrando libros por los bancos del Calero.
En esta duda, confieso que la vanidad cultureta me puede y he decidido continuar con el empeño, así que seguiré perpetrando abandonos de libros con la esperanza de que alguien los lea.
Ahí va la última relación de libros que he soltado a vivir su vida:
Alicia en el país de las maravillas.- Lewis Carroll
Archivos de Salem.- Robin Cook.
Artículos de Crítica Literaria.- Mariano José de Larra
Bachiller Trapaza y la Garduña de Sevilla,El.- Castillo Solozano.
Caballero Invisible, El.- Valerio Massimo Manfredi.
Campos de Castilla.- Antonio Machado
Cuentos.- Leopoldo Alas “Clarín”.
Decamerón, El.-Giovanni Boccaccio.
Genio y Figura.- Juan Valera.
Gigoló (y otros cuentos), El.- Françoise Sagan.
Robinsón Crusoe.- Daniel Defoe.
Sombras Recobradas, Las.- Gonzalo Torrente Ballester.
Últimas Horas, Las.- José Juárez Carreño.

miércoles, 7 de octubre de 2009

La ciencia española no necesita tijeras.-

También esta modesta bitácora quiere hacerse eco del miserabilismo con que los políticos encaran la cuestión de I+D en esta España de nuestros "Gúrteles" florecientes.
Es una lástima que la refrigeración del agua por capilaridad dentro de un botijo sea un invento tan antiguo y, encima, a lo mejor, hasta moro. Si no fuera por eso, nos compensaría sobradamente de los recortes presupuestarios para el 2010.
Pero no hay por qué extrañarse de esta actitud, porque hay antecedentes ilustres que lo justifican . No hay más que recordar la célebre frase de don Miguel: "Que inventen ellos". "Coño", añadiría yo, para que la cosa quedase más castiza y más así, como muy nuestra.
Quede constancia de mi modesta protesta...

domingo, 4 de octubre de 2009

Un paseo por Gredos.-


Como nuestras caminatas son cosa de salir el sábado, solemos desplazarnos a la Sierra de Madrid, que está a dos pasos. Tiene la ventaja de que en poco más de una hora te pones allí donde vas a hacer la marcha y, una vez terminada ésta, antes de anochecer estás de regreso en casa.
Pero esta vez nos hemos ido hasta Gredos, a hacer senderismo por los alrededores de Gavilanes, pueblo de Ávila a media ladera, entre bosques de pinos. Para quien no conozca estos parajes, Gavilanes es pueblo situado a 822 m sobre el nivel del mar, bajo el pico que llaman el Cabezo y tiene a sus pies el valle del Tietar.
Este pueblo, como los restantes de la zona, ha sido tradicionalmente ganadero y con una explotación agrícola de subsistencia. Como los parajes son escarpados pero abundan las aguas, los alrededores del pueblo están llenos de huertos escalonados y en bancales, donde se ha cultivado tradicionalmente el olivo, la higuera, castaños, limoneros, naranjos, nísperos, además de las hortalizas… La lástima es que cada vez está más abandonada la agricultura y se van deteriorando los bancales y los prados aparecen abandonados.
Nuestro paseo se inicia por una de las callejas o camino entre cercas que nos lleva hasta la fuente de la Cerradilla, donde llenamos las cantimploras y cogemos algunos higos de una higuera frondosa que está próxima cuyas ramas cuelgan por encima de la cerca. En estos pueblos de Ávila son famosos los higos, llamados de cuello de dama, que saben a pura miel.
Desde aquí vamos hasta la acequia que toma sus aguas al pie de la pequeña central hidroeléctrica que está junto a la cascada del chorro de Mingo Chico. Caminamos protegidos por la sombra de los pinos resineros que abundan por la zona. Hay que decir que éstas eran tierras de roble melojo (todavía abundan ejemplares), pero que fueron repobladas con el pino negral para la explotación resinera, hoy día abandonada. Abundan por estos parajes la jara, el tomillo, el orégano, especie ésta que está protegida y no se puede arrancar mientras la mata verdea.
La central hidroeléctrica (la “máquina” la llaman allí) es pequeña, construida en 1.934 para proporcionar luz a los pueblos de alrededor, y todavía sigue en funcionamiento. Tiene como característico el disponer del salto de agua más alto de toda España, ya que se toma a 470 metros por encima de la turbina. El lugar donde está es de ensueño, en una quebrada por donde baja el caudal de Mingo Chico, que ha labrado la roca granítica encajando el chorro. Es zona arbolada, fresca y amena, donde uno puede pararse a descansar, tomar la consabida pieza de fruta y oír el agua cayendo sobre la poza que se forma a sus pies.
Hablando con propiedad, el Chorro de Mingo Chico está cauce arriba. Nosotros llegamos a él trepando por un prado fuera de uso, alcanzando una pista que abandonamos al poco, y tomando un camino que nos lleva a una quebrada por donde desciende el chorro.
Como en todos los trabajos se descansa, paramos a comer en un lugar sombreado, bajo los pinos, donde hay tiempo para el bocata, la charla y el sesteo. La bajada la hacemos sin mayores inconvenientes y, antes de entrar al pueblo, nos acercamos a un venero (la fuente de “la tía Andrea”) donde el agua sale por un caño a flor de tierra, abundante y fresca. Volvemos a llenar nuestras cantimploras para refrescarnos de los calores tan fuertes que nos ha hecho a lo largo del día.
Con el recuerdo de nuestra caminata bajo la arboleda, el apacible murmullo del riachuelo y nuestras cantimploras llenas de agua fresca, volvemos a la ciudad, hasta la próxima escapada.

viernes, 2 de octubre de 2009

A propósito de Madrid, sede olímpica, y 3.-

Raspando.-
¡¡¡¡UUUFFFFF!!!! Por qué poco.....
¡Gracias, Dento Pinheiro!