viernes, 9 de octubre de 2009

Empecinado en el book crossing ese.-

Abandonar libros en el parque, o, quien dice el parque dice en el Metro, o en las paradas del bus no es tan divertido como parece. ¿Nunca has dejado al azar un libro en un banco del parque? Yo sí: todos los que relaciono al final de esta entrada, más los que dejé dichos en la entrada que colgué el 4 de septiembre pasado. Y no sé si arrepentirme o seguir en el empeño. Por un lado, abandonar un libro es como abandonar un huérfano a la puerta de la inclusa; pero por otro lado, una novela ya leída y ocupando un espacio en un piso pequeño no deja de ser un estorbo.
Nuestra sociedad tiene una cierta inclinación por abandonar estorbos allá donde mejor le pete. No hay más que recordar el tópico de la clásica familia de clase media que se iba de vacaciones a la playa y abandonaba al abuelo prostático en los retretes de una gasolinera. O el abandono del perro doméstico en medio de la carretera porque ya ha crecido y ha dejado de ser esa bolita de pelos juguetona que tanto gustaba a los niños, y es un engorro de cuidado sacarlo todos los días e ir con la bolsita recogiendo la mierda. O el abandono con nocturnidad – preferentemente junto a los contenedores de papel y vidrio – de televisores, microondas, muebles desvencijados, colchones con manchurrones sospechosos, y un enorme y largo etcétera.
Pues, eso, que abandonar un libro, aunque con la mejor intención, produce un ambiguo sentimiento de pequeña traición y de satisfacción. Lo primero, porque no deja de ser un objeto desvalido, hecho de papel y tinta, que un aguacero puede convertir en burujo inservible, o un ágrafo puede rasgar a manotazos con la secreta esperanza de que se hayan dejado dentro un billete de banco a modo de marcador; o que la indiferencia de los paseantes le condene al ostracismo hasta que los de mantenimiento del parque, hartos de verlo allí, lo echen a la bolsa verde donde van a parar todos los desechos.
Lo segundo, lo de la satisfacción, no deja de ser una pequeña vanidad de cultureta empecinado en culturizar a las masas mediante el señuelo del libro perdido en el parque. Porque el practicante del book crossing (en inglés suena a cosa importante) nunca se ha parado a pensar si realmente la gente que pasea por el parque quiere leer. Porque si lo quiere, tiene bibliotecas públicas donde sacar libros gratuitamente, o le regalarán alguno por su cumpleaños, o, puestos a imaginar cosas, decide acercarse a la librería del barrio y comprarlo. Pero no, el cultureta está convencido de su alta misión cultural evangelizadora y sigue sembrando libros por los bancos del Calero.
En esta duda, confieso que la vanidad cultureta me puede y he decidido continuar con el empeño, así que seguiré perpetrando abandonos de libros con la esperanza de que alguien los lea.
Ahí va la última relación de libros que he soltado a vivir su vida:
Alicia en el país de las maravillas.- Lewis Carroll
Archivos de Salem.- Robin Cook.
Artículos de Crítica Literaria.- Mariano José de Larra
Bachiller Trapaza y la Garduña de Sevilla,El.- Castillo Solozano.
Caballero Invisible, El.- Valerio Massimo Manfredi.
Campos de Castilla.- Antonio Machado
Cuentos.- Leopoldo Alas “Clarín”.
Decamerón, El.-Giovanni Boccaccio.
Genio y Figura.- Juan Valera.
Gigoló (y otros cuentos), El.- Françoise Sagan.
Robinsón Crusoe.- Daniel Defoe.
Sombras Recobradas, Las.- Gonzalo Torrente Ballester.
Últimas Horas, Las.- José Juárez Carreño.

1 comentario:

  1. Como ya sabrá, don Juan José, fue Ray Bradbury (no confundir con Enrique Bunbury) el inventor de book-crossing en una de sus más conocidas novelas, Farenhait 451. Nadie como el maestro de la ciencia-ficción sabía que en el futuro el genero humano se embrutecerá más y pasará de dejar libros en la calle a actuar más drásticamente.

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