viernes, 30 de septiembre de 2011

Un paseo por el Duratón.-



La de este pasado sábado ha sido una paseata que hicimos con la Agrupación Aire Libre del Ateneo de Madrid. Como ya he dicho en otras ocasiones, en esta agrupación se conjugan paseos por esos campos y montes, y afanes culturales, que ambas actividades se complementan a las mil maravillas.
El Duratón es un pequeño río que nace madrileño, cerca de Somosierra, al pie de la Cebollera, pero con vocación de castellano, pues, al poco de nacer, ya transcurre por tierras segovianas y rinde su caudal en la orilla izquierda del Duero, cerca de Peñafiel, en la provincia de Valladolid.
Desde la autovía A-1, según se traspone el alto de Somosierra en dirección norte, si uno mira a su derecha, verá un macizo rocoso en la falda de la montaña por donde se despeña la chorrera, a pocos kilómetros del nacimiento del río. Un lugar agreste muy visitado por los excursionistas madrileños. Pero si uno quiere internarse en el parque natural de las Hoces del Duratón, tiene que ir a Sepulveda y, desde allí, tomar la entrada junto al puente Talcano: un puente romano descarnado donde nace la senda que le llevará, próximo a la orilla del río, hasta el puente de Villaseca. Apenas 12 kilómetros.
El recorrido de este camino sigue el fondo del cañon que ha labrado el río en tierras calizas. Un vergel cubierto de vegetación de ribera que contrasta con la paramera castellana que se extiende por encima de los farallones calizos por donde trascurre encajado el río. Mientras arriba, en el páramo, los llanos amarillean y se tachonan de sabinas y enebros, en el fondo del escarpe, por donde discurre el Duratón, abundan los alisos, fresnos, sauces y álamos, y el entorno está cuajado de viejas choperas plantadas por mano del hombre, así como antiguos frutales ya asilvestrados: almendros, nogales, ciruelos, avellanos, higueras...







Este jubilata, inveterado caminante y discreto amigo de la naturaleza, no ha podido resistirse a las bellezas de aquellos parajes y ha castigado duramente sus cervicales mirando tan pronto al suelo como a lo alto de las paredes rocosas, que llegan a alcanzar los 100 m de altura. Ha sido capaz de distinguir endrinos, majuelos, rosales silvestre, saúcos, arces mompellier; y junto al río, en los lugares no cubiertos por el bosque de ribera, juncos, espadañas y esos herbazales jugosos entre las choperas que le hacían pensar en el locus amoenus que tanto ponderaban los escritores clásicos.


Sobre nuestras cabezas, los buitres leonados trazaban círculos con esa cadencia silenciosa y solemne que tienen estas aves para desplazarse sin esfuerzo aparente. También, un par de veces, pudimos ver por encima de nosotros una bandada de chovas anárquicas y gritonas, que alborotaban como queriendo desviar nuestra atención del vuelo señorial de los buitres.

Puesto que el camino era cómodo de transitar y el paraje ameno, un amigo y yo entretuvimos nuestro ocio caminero charlando y dimos en recordar aquellos pasajes del Quijote en que su cronista, Cide Hamete Benengeli, cuenta cómo amo y escudero descansaban de sus asendereadas aventuras en lugares tan plácidos como aquél por el que paseábamos en ese momento. Y dice el señor Hamete Benengeli que... "habiendo andado más de dos horas por él (por el bosque, tras la pastora Marcela), buscándola por todas partes y sin poder hallarla, vinieron a parar a un prado lleno de fresca yerba, junto del cual corría un arroyo apacible y fresco, tanto que convidó y forzó a pasar allí las horas de la siesta, que rigurosamente comenzaba ya a entrar".

Nosotros, asfaltícolas y sin una rústica pastora cuya búsqueda despertara nuestro afanes, nos hacíamos ilusión de transitar por lugares similares a los que se describen en el Quijote, aunque bien sabíamos que las hoces del Durantón no constan en las crónicas quijotiles.

Pero el río -bien que menguado de caudal en estos principios de seco otoño- corría rumoroso a nuestro lado y nos regalaba su frescor y todo el verdor de sus arboledas.

Llegados al puente Villaseca, continuamos por la senda de la Molinilla, apenas kilómetro y medio, hasta llegar a una pequeña playa donde termina. Mas allá comienza la recula del pantano de Burgomillodo y, si se quiere seguir el curso del río, hay que trepar por senda de cabras hasta lo alto del llano. Pero eso no era lo previsto para este día, así que volvimos sobre nuestros pasos hasta el merendero que hay junto al puente.

Allí dimos cuenta del bocata y charlamos reposadamente, hasta que el bus vino a recogernos.
Cerca de este puente de Villaseca, excavada en la pared, hay una cueva llamada Siete Altares. Es una antigua iglesia rupestre visigótica, del S. VIII, en cuyo interior hay labradas otras tantas hornacinas, algunas flanqueadas por unos toscos arquillos de herradura, que debió ser un eremitorio en aquellos tiempos que la morisma enseñoreaba las tierras del Duero. Una verja de hierro impide el acceso al interior, no por temor a los adeptos de Alá, sino como prevención ante el incivismo de gentes desavisadas, quienes pudieran confundir el antiguo templo con un contenedor de residuos urbanitas. O lo que es peor: lo tomasen por discreto lugar donde desaguar necesidades corporales. Que de todo ve uno por esos montes en sus caminatas...

viernes, 23 de septiembre de 2011

A propósito de educar.-

Según es costumbre en este jubilata, llevaba un par de días pensando de qué hablaría esta vez en mi bitácora, cuando una buena amiga me envía el texto que transcribo a continuación. Se trata de la alocución que Federico García Lorca hizo en septiembre de 1931, cuando inauguró la biblioteca pública de Fuente Vaqueros. Comoquiera que la idea central allí expresada sigue teniendo vigencia, me limitaré a trasladar aquel texto:


"Cuando alquien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. "Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre", piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruín, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es la vida y la bondad y es serenidad y es pasión.

Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas, sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene los medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros!¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: "amor, amor", y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras.

Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: "¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!". Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: "Cultura". Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz"

sábado, 17 de septiembre de 2011

La Granja: una fábula genial.-



¿Quién no ha recibido en su correo electrónico -o no ha enviado- una presentación en Power Point? Este jubilata las recibe continuamente. Algunas, pocas, las miro a ver qué tal, pero la mayoría van a la papelera sin abrir. Uno está harto de ver mil veces el Taj Mahal, de paisajes paradisíacos, de chistes ramplones ilustrados y de montones de ocurrencias que corren sin control por la Red.

Pero esta vez ha sido distinto. Hace unos días he recibido una presentación titulada "La fábula de la gallina" en la que aparece una granja donde la gallinita hacendosa se encuentra unos granitos de trigo y pide ayuda a los demás animales de la granja para sembrarlos. Todos se niegan a trabajar, la vaca, el pato, el chancho, el cabrito...; uno, porque tiene asegurado el salario mínimo, el otro porque cobra el paro, el otro porque no quiere dar golpe (ese debe ser funcionario), o porque le pagan por estar de baja médica. Entonces, va la gallinita y siembra los granitos de trigo y nadie quiere ayudarle a recolectar la cosecha, ni a hacer ricos panes con la harina. Más tarde, el chancho, el pato, el cabrito, la vaca..., protestan porque la gallinita tiene más pan del que necesita para comer y exigen que lo comparta. Hacen huelgas, la llaman ladrona y la ponen de egoísta a caer de un guindo. Un fiscal (así lo dice la fábula) le exige repartir y, encima, se le obliga a la pobre gallinita a que soporte todas las cargas fiscales debido a su insultante riqueza. Riqueza que ella creó sin ayuda de los demás animales, no se olvide.

Precioso y certero ¿No? Lo firma, obsérvese la sutileza de la elección onomástica, un/a Ana Arkia.

Yo había leído, como casi todo el mundo, "Rebelión en la Granja", de Orwell, y nunca imaginé que se pudiera hacer la crítica de un sistema político (el comunismo estalinista) con tanta cruel ironía e ingenio hasta que he recibido esta historieta ilustrada. Orwell criticó la deriva inhumana y autoritaria del comunismo, Ana Arkia critica el modelo "Socialismo del Siglo XXI" (es el título del archivo recibido). Hay que ver qué claridad de ideas, qué argumentación demoledora, qué poder de convicción se traslucen de la visión/lectura de la fábula de la gallinita hacendosa.

Por si hay algún torpe en la sala (dicho sea sin señalar), la traducción directa de esta fábula gallinácea a la realidad cotidiana, sería esta: la gallinita hacendosa es el empresario capitalista con inventiva y ganas de trabajar; el pato, la vaca, el cabrito, el chancho... son la masa ociosa que vive de subvenciones y se niega a producir riquezas porque tiene la subsistencia asegurada; el fiscal es el Estado, quien dicta leyes injustas para que todos vivan a costa de la riqueza que produce la gallinita con su esfuerzo. Una fábula moral, como las de Samaniego, que da motivos de profunda reflexión y de muy jugosa lectura.

En este animalario de granja, haciendo un ejercicio de empatía, he tratado de identificarme con alguno de los bichos que allí aparecen, y no he salido nada favorecido. Lo digo a fuer de sincero. Durante 35 años he sido funcionario y, actualmente, y pidiendo mil perdones por todo ello, soy jubilata con pensión. O sea, un improductivo, se me mire por donde se me mire. Aun reconociéndome como tal, amén de exlotador de la riqueza producida por la gallinita hacendosa, no acabo de decidirme por cuál de los animales sea yo: el cabrito, la vaca, el pato, el chanchito...

Pero teniendo en cuenta mis antecedentes funcionariales, lo propio sería que me identificase con el cerdo, que gruñe, come a boca llena y sestea en su lodazal, mientras la gallinita hornea sus ricos panes, de los que el Estado me va dando una parte.

"Que nadie se de por aludido", se dice al final del cuento ejemplarizante. ¡Hombre! Darse por aludido no es darse por ofendido. Un servidor se siente aludido (incluso acepta el poco airoso papel de chanchito voraz), pero no se ofende. Como ya dije hace semanas, comentando la opinión que la Merkel ("grasiento culo infollable", como la ha definido Berlusconi) tiene de nosotros, los países P.I.G.S. (ahora P.I.I.G.S, y seguirán sumando iniciales...), yo acepto mi condición de cerdo de la piara de Epicuro.

Por eso, aquí conviene recordar las palabras del maestro Juan de Mairena: la verdad es siempre la verdad, dígala Agamenón o su porquero. O Ana Arkia.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Leer.-




Leer es uno de esos pequeños/grandes placeres que nos permitimos los jubilatas. Por lo menos, aquellos que hemos hecho de la lectura una actividad habitual, arraigada desde que éramos niños de escuela pública alimentados por la leche en polvo de la ayuda americana, de cuando la instalación de las bases yanquis que hicieron de nuestro país la última frontera frente a la horda marxista.


Digo que es un pequeño placer porque la lectura es una actividad que está al alcance de cualquier bolsillo, al margen de los ingresos económicos, y nos permite ocupar las muchas horas de que disponemos sin caer en manías por culpa de la ociosidad. Grande, porque un buen libro entre las manos es una puerta abierta al conocimiento o a la imaginación: dos vías por las que viajamos hacia mundos que están más allá de nuestras modestas vidas y ensanchan nuestros horizontes.


Y es que los lectores provectos fuimos niños de posguerra, de cuando "Por el Imperio hacia Dios", que parecía -según la propaganda política de aquel entonces- que éramos un país predestinado a grandes fazañas y estábamos a punto de reconquisitar América, pero carecíamos de bibliotecas. A falta de éstas, aquellos niños de eterna posguerra alimentábamos nuestros conocimientos con los saberes de la Enciclopedia Álvarez (una especie de compendio del saber universal), y nuestra imaginación con los tebeos que comprábamos en el quiosco donde, también, vendían pipas de girasol, peladillas, canicas y todo lo necesario para alimentar nuestras necesidades de futuros consumidores.


Quizás el improbable lector piense que desvarío si digo que el TBO, Hazañas Bélicas, el Guerrero del Antifaz o el Capitán Trueno fueron el primer escalón por el que comenzamos a ascender la empinada escalinata que nos llevó a la comprensión (más o menos, que tampoco conviene exagerar) del hilemorfismo aristotélico, o las formas "a priori" espacio-temporales según la teoría kantiana del conocimiento. O a entender la diferencia entre el cubismo analítico y el sintético..., o cualquier otra forma de saberes. Y pongo estos ejemplos porque un servidor es de letras y de conocimientos científicos anda un mucho escaso.


Pues sí, permítaseme que insista. Como esta bitácora es mía, insisto, afirmo y me ratifico en lo dicho: de la familia Ulises, Carpanta, Zipi y Zape, y Tribulete (el reportero del Chafardero Indomable), hasta la licenciatura en Filosofía y Letras, y luego en Historia, y todos los conocimientos que he podido adquirir a lo largo de la vida y que he olvidado, no hay más que una sucesión de escalores. Escalores hechos de lecturas; lecturas de entretenimiento, primero, de formación después y, actualmente de pura curiosidad intelectual o de ocio. Uno empieza leyendo por diversión y termina devorando libros por pasión.


Vamos, que si, siendo niño de primeras letras, no hubiese caído en mis manos un TBO con las aventuras del enamoradizo Cucufate Pí, actualmente no estaría leyendo las Historiae de Tácito o La sensualidad pervertida, de mi admirado e impío don Pío (Baroja). Porque, a fuerza de darle al manubrio de las lecturas, uno acaba distinguiendo entre las nociones de ver y conocer. Ver, vemos tele, mucha tele (que entretiene, amaestra y no da que pensar); vemos deportes, espectáculos, concursos y cualquier entretenimiento que nos entra por los ojos y rebota en las entendederas sin dejar huella apreciable. Pero conocer, conocemos a través de ese raro proceso mental que convierte la letra impresa (pasada por el filtro de los ojos) en nutriente de nuestra capacidad cognitiva y enriquece nuestra comprensión del mundo.


Dicho sea lo anterior sin intención de ponerse trascendente, que uno es jubilata de escueta pensión y no ha pasado de funcionario durante su vida activa. Y, dicho al paso, se alegra de ser lo primero y ya no lo segundo porque el funcionario, por lo que dicen por ahí los enmerdadores sociales, es el responsable del endeudamiento del Estado y un ejemplo deplorable y a erradicar, según los empresarios españoles, quienes ven con malos ojos que pueda haber trabajadores en este país (aunque sean del Estado) con una profesión estable.


En fin, por muchos sobresaltos que nos de el IBEX 35, siempre tendremos un libro que echarnos a los ojos. Eso, si la lideresa, doña Espe, no nos deja sin maestros que enseñen las primeras letras.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Los tejos de Los Poyales




Ya en una entrada anterior hablé de la marcha que hicimos, con la Agrupación Aire Libre del Ateneo de Madrid, por la "Senda del Ingeniero", entre San Rafael y El Espinar, donde tuvimos ocasión de ver algunos ejemplares de tejo en el entorno de Los Poyales. Este sábado, Guillermo García, Juan Romero y este jubilata ("el trío de los tejos", como nos gusta llamarnos), hemos vuelto con el fin de comprobar si había más tejos en aquella zona, por los barrancos de Los Poyales y la Boca del Infierno, topónimos que pudieran indicar la existencia de ejemplares de esta especie.
Y el hallazgo no nos defraudó, antes bien colmó sobradamente nuestras expectativas, ya que encontramos más de cincuenta, tal vez cerca de un centenar de tejos. Nuestros medios no nos permitieron inventariarlos todos, pero no es exagerado suponer que sí hay una buena centena de ellos. Toda una tejeda -con ejemplares dispersos por la umbría del pinar- de la que parece nadie había dado noticias hasta ahora.
Son todos tejos bastante jóvenes, de menos de cien años. En general, constan de cuatro a cinco tallos, de unos 8 m de altura y otros tantos de envergadura, los mayores. Los diámetros, a un metro de la base, oscilan entre los 8 y 20 cm. No vimos ningún "árbol viejo". Posiblemente, cuando se repobló el pinar, fueron descastados los antiguos ejemplares en años posteriores a la guerra civil. Y, caso extraño, tampoco vimos acebos, que suelen ser indicadores de la presencia de tejos por estas sierras del Guadarrama.


Nuestros árboles están en cotas que van de los 1.490 a los 1.590 m de altitud, aunque también tenemos fichado uno por debajo de la carretera inmediata. El suelo y el hábitat, en conjunto, son muy similares a los de Valhondillo, en Rascafría, un auténtico Museo de Tejo. Se trata de vertientes orientadas al norte, muy umbrías, con abundancia de agua y tierra orgánica negra, y con difícil acceso. Piénsese que el tejo es una especie relicta en nuestras sierras y, por decirlo de alguna forma, su supervivencia depende de su capacidad para pasar desapercibido y de su relativa inaccesibilidad.


Toda la historia de nuestra búsqueda de tejos silvestres (Taxus Baccata L.) comienza con "La toponimia del tejo" estudiada por Guillermo García Pérez; es decir, con la posibilidad de encontrar en el campo los taxus baccata con ayuda de la toponimia y la inspección directa de los hábitats con condiciones ambientales favorables a esta especie.


Una veces acertamos, otras no, quizá porque se extinguieron, a pesar de que el topónimo da indicios de su existencia. Pero, cuando encontramos un ejemplar solitario -joven o milenario-, un rodal de ellos o toda una tejeda, sentimos una gran satisfacción. Son pequeñas joyas de conocimiento del medio natural cuyo descubrimiento nos produce tanta satisfacción como el hallazgo de un gran tesoro, no mensurable en términos económicos. Y, cuando no damos con nada en concreto al respecto, siempre nos queda la satisfacción que producen el ejercicio al aire libre, la vivencia y contemplación directa de la Naturaleza. Somo veteranos montañeros y eso es suficiente premio para nosotros.


En este caso particular, el amigo Guillermo -de quien aprovecho sus notas para escribir esta entrada-, pensó que, en la cara norte de la sierra de Guadarrama, en El Espinar, "Boca" y "Boquerón", es decir, garganta, hoz, etc., podrían tener posibilidad al respecto, y que "Boca del Infierno" era ya un supuesto que invitaba a investigar.
La primera tentativa, hace ya más de dos años, no dio resultados positivos. Ni siquiera había acebos, como nos habían asegurado al paso, otro día, ciertos agricultores octogenarios del pueblo. Pero no parecía imposible, dadas las características de la zona, que hubiesen existido tejos en ese entorno en épocas antiguas o Edad Media, cuando se formaron esos topónimos. Es cierto que no los encontramos en la "Boca del Infierno", pero sí en la vaguada anterior, yendo desde San Rafael, por el camino mencionado.


Una vez colmados nuestros afanes de naturalistas aficionados y caminantes inveterados, paramos a comer en la Roca de la Casa. Se trata de una roca caballera, cuyo espacio bajo ella se ha aprovechado cerrándolo con muros de piedra y convirtiéndolo en un refugio. Junto a una fuente manadera, al lado, adornada con un escudo de ingenieros de montes, fue el lugar donde comimos nuestros bocatas y tuvimos un rato de charla, tras tanta fatiga de trepar monte arriba y por vericuetos de difícil tránsito.


Y hablamos, porque venía al caso, de la alcaldada del alcalde de Getafe, quien ha mandado arrancar las matas de estramonio porque a un indocto se le ocurrió "colocarse" con sus frutos y se ha envenenado. Decía Guillermo que, si se aplicaba este bárbaro criterio alcaldil de arrancar las plantas venenosas que crecen por los campos, en pocos meses desaparecerín los tejos (recuérdese que sus componentes son venenosos), las adelfas de nuestros parques, los acónitos, cicutas, etc, etc. Y, ya puestos ¿por qué no cerrar las farmacias? Al fin y al cabo, muchos principios activos de las medicinas son venenosos.
Al parecer -terció Juan- este alcalde de Getafe no se ha enterado aún de lo que dijo Paracelso: Todo es veneno. Nada es sin veneno. Sólo la dosis hace el veneno. Vamos, que el veneno no está en la sustancia empleada, sino en el uso que se haga de ella. Y, ya puestos, aquí queda esta cita de dom Theophrastus, a quien conocemos como Paracelso, que también me pasa Juan: En una planta hay más virtudes y energía que en todos los gruesos libros que se leen en las universidades, a los que no ha sido concedida larga vida ( De las cosas naturales, 1526).


Pero, claro, un alcalde no tiene por qué haber leído a Paracelso; con alcaldear ya le vale... que no es oficio para el que se requieran habilidades librescas - pensé yo. Por eso, me limité a seguir con mi bocadillo y callar.