lunes, 27 de junio de 2016

Cuando el respetable pide caenas.-

Debió ser el 5 de mayo de 1814 cuando Fernando VII salió triunfante de Valencia hacia Madrid. La plebe enfervorizada, que veía partir al Deseado, desunció el tiro de caballos de la carroza regia para, como acémila colectiva, tirar de aquélla con entusiasmo. Camino real adelante, ¡Vivan las caenas!, dicen que decía el pueblo soberano.  

Debió ser un 23 de junio (transcurridos ya un par de siglos) cuando los rubios hijos de la pérfida Albión votaron aquello que se había dado en denominar Brexit, a lo que, según dicen, siguió su contrario, que por nombrarlo de algún modo, llamaron Bregret. Incluso, se comentaba en los mentideros periodísticos hispanos, la colonia gibraltareña lamentó, cuestión de apenas un cuarto de hora, estar bajo la enseña de la Union Jack.

Según parece, también aquel mes de junio de aquel mismo año, un día 26, un conglomerado de pueblos sumisos que vivía al norte del monte Calpe - al que los anglos conocían como the Rock - fue a las urnas para decidir que más valía lo malo conocido que lo bueno por conocer; que los experimentos políticos, con gaseosa; y que produce menos desazón un  trinque como los de toda la vida de dios que no un sorpasso de cuatro bolivarianos irredentos, o las ocurrencias de unos sociatas desnortados. Ese día, según cuentan, las gaviotas se pusieron moradas de revolotear por los azules peninsulares.

Este jubilata, claro está, habla de oídas y no por autoridad. Tales sucedidos debieron ocurrir en tiempos pretéritos y solo queda testimonio de ellos en viejos centones de polvorientas bibliotecas. Hoy en día, demócratas de toda la vida, los ciudadanos razonan sus actos políticos y no tiran, como animales de traílla, del carruaje de un individuo de corona en colodrillo, ni premian a quienes esquilman las arcas públicas en ejercicio de su derecho de pernada, consolidado por el hábito del mando a perpetuidad.

Y dirá el improbable lector que a qué coños viene emplear ese lenguaje tan afectado. Pues viene, con su licencia, a que un servidor anda estos días embebido en la lectura de La Fontana de Oro, de Galdós, (también conocido como don Benito el Garbacero), y se le salen por todas las costuras del teclado los modos literarios decimonónicos. Pero será por poco rato, que Galdós es muy escritor y mucho escritor, y otros no sabemos ni apreciar la belleza verdeante de un campo de alcachofas.

Por eso, lector improbable o habitual, no te tomes muy en serio lo que aquí se dice. Pero que lo sepas: este jubilata, aficionado a las viejas historias, echa de menos un Manifiesto de los Persas, redactado por serviles que lo justifiquen, previo a ese acarreo de millones de votos populares que tiran con entusiasmo del carromato de una política neoliberal por  los malos caminos de una Europa que se resquebraja.

Claro que, según se ha dicho más arriba, esto de los votos tirando de un carro traqueteante, en realidad se trata de algo que sucedió en tiempos pretéritos. A partir de ahora, aquí, en estos tiempos, ataremos los perros con longaniza o con largas ristras de chorizos, según se mire. Y por muchos años, que la soberanía popular así lo demanda.

jueves, 16 de junio de 2016

Días de campaña.-

Hay formas y formas de enfrentarse a la campaña electoral en curso, y una de ellas es olvidarse - a modo de higiene mental - de los dimes y diretes de los candidatos; cerrar los oídos a sus previsibles ¡Y tú más! aprovechando venezuelas y otros espantajos basados en lugares comunes que sirven para un roto y un descosido; no hacer caso del manual de tópicos para mentes con paladar de grano gordo, con sus marrullerías de serie y cutrez manifiesta; y, en fin, dedicar todo ese tiempo a hacer algo provechoso: por ejemplo, rascarse la barriga al sol o ponerse al día en algunas lecturas. Más ahora que tenemos tan reciente la feria de libro del Retiro y hace un calorcillo primaveral.

Este jubilata, a pesar de lo dicho más arriba, confiesa que sí ha dedicado un tiempo a ver qué decían los candidatos en el debate a 4 que retransmitieron por varias cadenas. Y lo que más ha gustado, con mucho, – y supongo que a la mayoría de telespectadores – ha sido descubrir que existe una España de ensueño y tul ilusión, donde las cosas van bien y podrán ir aún mejor con dos pequeñas condiciones: Que siga Rajoy atornillado a la poltrona presidencial (condición sine qua non) y que ahorremos en gastos sociales unos 10 mil milloncejos de nada.  Lo que no tenemos muy claro – un servidor al menos – es en qué lugar del cosmos insoldable está esa España de reino de Cucaña, donde los trabajadores se chutan en vena contratos fijos y embaúlan en sus cuentas corrientes pastizales de puerta giratoria, mientras por los azules cielos de la patria vuelan  gaviotas benefactoras.

Quien estuvo un poco plasta, con esa insistencia como de melopea, fue el candidato socialista porque – decía -, en las anteriores elecciones, el señor de azul y el chaval de morado se pusieron de acuerdo para que no prosperara su investidura. Extraños compañeros de cama que hace el oportunismo político, aunque fuese en un fornicio interesado, ocasional, de aquí te pillo y aquí te mato, donde el placer, si lo hubo, consistió joder a un tercero. No fue extraño, a tanto oírselo repetir, que el chico de la coleta pusiese cara compungida y filosófico ademán de “No es eso, no es eso” orteguiano. Aliados naturales, o algo parecido, socialistas y podemitas no estaban, a juicio de Pablo Iglesias, para navajeos rencorosos, sino para un juego de floretes con  punta roma y fintas de exhibición. Pero el pobre Pedro estaba muy dolido por la pasada infidelidad del chaval de la coleta con el señor mayor de azul, y todos lo echamos de ver.

El chico Albert fue, al parecer de este jubilata, un verso libre muy dado al estribillo venezolano y ripio iraní. Si al menos hubiese declamado sus gorgoritos de esencias hispanas en octavas reales, los endecasílabos en rima consonante hubieran maquillado esa obsesión por el chándal bolivariano de Maduro que resulta ya tan monótona como el tetrástrofo monorrimo del mester de clerecía. Monorrima que en Gonzalo de Berceo queda muy propio, pero en un joven cool como Rivera suena a monserga, flojera intelectual y falta de imaginación. Lástima, porque a algunos nos gustaría para España una derecha progresista (si se puede ser conservador y su contrario), culta y comprometida con el fair play; alejada de ese sabor a sobaquina y resabios de arribaspañacoño de la derechona de toda la vida. Se ve que nos queda mucho camino por recorrer y pocas ganas de enmienda.

No es que un servidor quiera dar lecciones a los políticos, que este jubilata está ya solo para opinar sin que se le exijan responsabilidades, pero a lo mejor hubieran necesitado leerse el tratado de urbanidad que Erasmo de Rotterdam escribió para Enrique de Borgoña: De ciuilitate morum puerilium. Lo que recomienda para ser un niño bien criado podría servir para los políticos en campaña: Sint exporrecta supercilia, non aducta, quod est toruitatis… Frons ítem hilaris et explanata… Estén las cejas distendidas, no contraídas, que es cosa de torvedad; la frente, asimismo, alegre y despejada, mostrando en sí un alma bien avenida con su conciencia… Las mejillas tíñalas el pudor natural y biennacido, no afeite ni color postizo.

Vamos, que a nadie desagradaría ver a los aspirantes a monclovita in puris naturalibus, pero no mostrando las vergüenzas que Naturaleza ocultó pudorosamente, sino el aspecto afable que nace de una buena educación y respecto por el oponente. Oponente que, a la postre, ideologice como ideologice, en cuanto le pasen los trastos de gobernar va a tener que apuntarse a eso del pragmatismo y el cómo me las maravillaría yo, si quiere sobrevivir cuatro años amarrado al machito.

sábado, 4 de junio de 2016

Un paseo por los Campos Ardientes.-


Un amigo al que hace unos días le envié por wasap una foto de una cantera griega de la antigua ciudad de Cuma, diciéndole que estaba visitando a la Sibila, me trasladó una pregunta para la adivina: “Ya que estás ahí, pregunta a quién votamos”; y me anticipó: “Yo creo que ni la Sibila lo sabe”. Cumplí con el mandado, esperé con paciencia en el húmedo túnel de sección trapezoidal donde acuden los demandantes en busca de oráculo, y al cabo de una larga e inquieta espera en aquella espelunca donde llegan los olores acres de las solfataras próximas, un fámulo del templo me trajo la respuesta, que, más o menos, entendí así: Suffragii exitum, uotum mittas aut non, anceps erit tibi. Puede imaginar el ocasional lector las vueltas que le di a la frasecita de marras.

Regresé a Varcaturo, lugar donde me he alojado estos días de estancia en tierras napolitanas, estrujándome las neuronas disponibles. No sabía cómo responder a mi amigo que, al parecer, quedaba impaciente en Madrid, esperando una respuesta que le sacase de dudas a la hora de votar el próximo día 26. Por si acaso, con mis rudimentos latinos, después de oídas aquellas palabras enigmáticas, acudí a Virgilio a ver qué dice en su libro VI de la Eneida a propósito de la Cumana y sus oráculos. Y encontré esto a la misma entrada del túnel, grabado en una placa de mármol: Excisum Euboicae latus ingens rupis in atrium quo ducunt aditus centum ostia centum unde ruunt totidem uoces responsa Sybillae. No querría cansar al lector, ya improbable, ya casional o quizás habitual de esta bitácora, pero Virgilio no me sacó de dudas: En la gran ladera de la roca eubóica está excavada una cueva a la que llegan cien accesos, cien puertas donde se escuchan las voces susurrantes, las respuestas de la Sibila.

Total, como tenía que darle una contestación a mi amigo para decirle que tanto si se votaba como si no, las cosas saldrían bien o mal, le escribí:  “Si votas, acertarás o no. Si no votas, acertarás o no”, una respuesta sibilina que me sirvió para salir del paso. Él no se lo pensó apenas un minuto, porque me respondí con rapidez: “Nos ha jodido la adivina. Déjalo y disfruta de tu viaje”. Y eso he hecho… más o menos.

Es difícil disfrutar, así, en plan turista de manada, cuando uno camina por los Campos Flégreos, entre antiguas ciudades sometidas a bradisismo, un poco como le sucedía a Castroforte del Baralla en la Saga/Fuga de J. B. Solo que aquí no es consecuencia de las imaginaciones de un novelista, sino que la tierra se hunde o eleva sobre el nivel del mar a causa del vulcanismo que afecta a toda esta zona. Para ver si percibía el fenómeno, me acodé cerca del Macellum de Pozzuoli, en cuyo centro hay un tholos, templo circular dedicado a Serapis, según los ilustrados dieciochescos. Allí, en la base de las columnas, se aprecian las huellas de moluscos de cuando la tierra queda por debajo del nivel del mar y se filtran las aguas. Pero me di cuenta de que necesitaría, al menos, un año para ver cómo la tierra oscila centímetro arriba, centímetro abajo.

Ya antes, tras la respuesta sibilina de marras, había tomado la vía sacra y subí a la acrópolis cumana, siguiendo la huella de los viejos templos. Vi la piscina sagrada, los vestigios del pequeño templo de Diana, a través de cuya ventana de la cella podía verse la luna llena en determinadas fechas, y los restos del que debió ser espléndido templo de Febo-Apolo. También aquí, nos cuenta Virgilio en su Eneida, libro VI, que Dédalo aterrizó, huido del laberinto cretense con sus alas hechas de cera y plumas de aves, y las dedicó al dios: Redditis his primus terris tibi Phoebi sacrabit remigium alarum posuitque inmania templa. Ofreció en el templo sus “remos alados”, dice poéticamente Virgilio. 


Y ya, como peregrino y admirador de las viejas culturas y sus religiones, terminé de subir la vía sacra hasta lo alto del cerro. Allí está el gran templo de Júpiter, del que solo quedan en pie dos sólidos arcos en ladrillo. Me dejé llevar por la soledad del lugar y sus bellas vistas sobre el mar, con la punta de Miseno al fondo. Recordé que allí tuvo la base naval una escuadra romana, de la que Plinio el Viejo era almirante, de donde salió para rescatar a los huidos de Pompeya, cuando la erupción del Vesubio el año 79 de nuestra era. No pude por menos que recordar lo que Plinio el Joven  le escribió al historiador Tácito, a propósito de cómo fue la muerte de su tío: Petis ut tibi auunculi mei exitum scribam, quo uerius tradere posteris possis (me pides que te escriba sobre la muerte de mi tío, para que así puedas contarselo a la posteridad con más conocimiento).

La droga de los mitos clásicos – en aquellas tierras uno no debe resistirse a ellos – me llevó a visitar el lago D´Averno. Dicen que los pájaros no volaban sobre él porque se asfixiaban a causa de las emanaciones sulfurosas de sus aguas. Es un pequeño lago de agua dulce que ocupa el cráter de un antiguo volcán y que puede pasearse todo alrededor, cuyas orillas están cubiertas de granados en flor, madroños, higueras, fresnos, robles, y viñedos que se mantienen desde época romana. Fue Virgilio, el inevitable Virgio, quien le dio fama de lugar tenebroso, como boca de acceso al infierno por donde entró Eneas para consultar el futuro: Procul, procul este profani, conclamat uates totoque absistite luco (lejos, lejos de aquí, profanos, clama la adivina, y retiraos del bosque sagrado).

Este jubilata, siguiendo las amables indicaciones de la Sibila, se alejó del lago y se acercó a una pizzería. Era casi la hora de la cena. Dudoso entre tanta suculencia, acabó inclinándose por una pizza capricciosa y una cerveza Moretti. Quedaban muchos días por delante…