sábado, 3 de diciembre de 2016

Andanzas por Fuerteventura.-


Fuerteventura es una isla de origen volcánico, árida, ventosa, llena de cabras en el interior y de turistas alemanes en la costa. Todo lo cual, exceptuando la baraúnda de guiris en torno al ambigú con barra libre de la piscina del hotel, la hace muy digna de una visita reposada. Y no debe olvidarse, además, que tuvo un vecino ilustre, aunque forzado: don Miguel de Unamuno, al que el dictador Primo de Rivera desterró  a aquella isla, en 1924, porque don Miguel (el de Bilbao, no el del Directorio) no se callaba ni debajo del agua, y ya se sabe que los dictadores tienen poco aguante para con las críticas de los intelectuales.

En Puerto de Cabras, actualmente Puerto del Rosario, vivió varios meses en una pensión que hoy es su casa-museo. Este jubilata, que dedicó muchas horas de su juventud a la lectura de sus obras, no podía por menos que acudir como peregrino añorante por ver si aquella casa aún estaba impregnada del espíritu atormentado de Unamuno, experto en desentrañar las complejidades del fatum hispano y en la ciencia de la cocotología. El lugar (un dormitorio, un despacho, un pasillo en ángulo, un cuarto de baño, una cocina…) tenía ese aire un poco rancio de los espacios que se han enquistado en el tiempo a la espera del regreso de sus viejos inquilinos. Por las paredes, fotos de época y textos con esa característica dureza como de pedernal que ponía don Miguel en sus reflexiones poéticas: ¡Dime qué dices, mar, qué dices, dime!

Lo primero que observa el viajero curioso que recorre aquellos parajes isleños es el contraste entre la costa, abundante en hoteles y urbanizaciones, y el interior, semidesértico, abrupto, montuoso, con pequeños núcleos de población y hábitat disperso. No puede por menos que detenerse en Betancuria, la primera capital canaria fundada por los castellanos a principios del S. XVI. Es un pueblo de casas construidas en buena piedra volcánica y encaladas, con esas balconadas en madera  labrada que suelen verse en otras islas del archipiélago y cuyo modelo saltó la mar océana para aparecer en las viejas ciudades coloniales de Perú. Sorprende al visitante la escasa visión estratégica y comercial de sus fundadores, ya que está tierra adentro y lejos de los puertos de mar, aunque parece estar enclavada en uno de los lugares más fértiles de la isla.

Si viajar es una forma de conocer, el viajero ha de atravesar el istmo de Jandía, de Costa Calma hacia el pueblo de La Pared, de la costa de sotavento a la de barlovento. Observará que aquellos parajes están cubiertos de unas arenas volcánicas que por allí llaman jable y que dan nombre a la punta más al sur de la isla, Morro Jable. Si viaja en sentido norte, de La Pared hacia Pájara por la FV 605, podrá pararse en el Mirador de Sicasumbre, enclavado en un paraje que es reserva de la biosfera – un hábitat mínimamente modificado por el hombre – donde hay un observatorio astronómico natural con una representación esquemática del sistema solar y un reloj de sol analemático (última aportación  al elenco de este jubilata) con su escala horaria, solsticios y equinoccios, y fechas inscritas en elipses. Es lugar de observación astronómica para los aficionados y, para el viajero que ha subido hasta allí, muy apropiado para sentir la pequeñez del individuo ante una naturaleza inhóspita, bronca e indiferente, donde los vientos recios justifican el nombre de la isla: Fuerte-ventura, tierra de fuertes vientos.

Ya, – se preguntará el improbable lector – ¿pero es que este tipo no ha pisado una playa en ocho días? Pues, hombre, sí; arena sí hemos pisado un par de veces. Si uno baja hacia Morro Jable puede caminar por la playa del Matorral, inconfundible por su faro/falo que crece enhiesto en medio de la planicie. 


Todo este lugar es un parque natural que se llama el Saladar de Jandía, cubierto de vegetación halófila adaptada a la alta salinidad producida por las mareas vivas que la cubren en equinoccios y solsticios…, Y, vale, sí, había muchos turistas por allí, por la zona comercial junto a la carretera. En el paseo marítimo, un esqueleto de cachalote que varó allí, elevado sobre un pedestal. A modo de escultura de Gargallo, todo él hueso esquemático, hecho de costillas que peinan el viento con su forma geométrica.

Y también estuvimos una tarde paseando por la orillita del mar – los pies dentro del agua - por Bahía Calma, en uno de cuyos extremos se practica el nudismo. Francamente, ver a aquellos adoradores del sol luciendo flaccideces, carnes macilentas que no han soportado el paso del tiempo, era una invitación perentoria a girarse, darles la espalda y mirar hacia el mar, allí donde las nubes formaban sus celajes y tamizaban la luz a la caída de la tarde. 

Y para que el improbable lector acabe de creerse que sí anduvimos por lugares typical turísticos sin que nos diese corte ni nada, atravesamos las instalaciones de un gran hotel de apartamentos, por cuyos paseos se contoneaban unos gatos capones, cuyas adiposidades casi ocultaban su original condición de felinos. Con aires displicentes de eunuco en el serrallo, se prestaban a las caricias de las turistas, quienes les pasaban las manos por los lomos adiposos y los barbilleaban.

Bajando por la vía rápida – especie de autopista de la isla, a veces de dos carriles – del aeropuerto hacia Morro Jable, pueden visitarse las Salinas del Carmen, de fines del S. XVIII, actualmente museo y explotación salinera. Sus balsas agrupadas geométricamente, como en planta ortogonal, tienen el color rojizo de  su lecho como de tierra arcillosa. Por allí corretean unas ardillas terrestres, especie invasora procedente de Marruecos y sin predador conocido, que son muy del gusto de los turistas. Las fotografían y dan de comer, fomentando su reproducción, perniciosa para la vegetación escasa de la isla. De nada sirven los carteles que lo advierten; el turista es también una especie alóctona, depredadora, masificada y caprichosa, que engorda el producto interior bruto del país y eso es lo que importa. 

Por no cansar al improbable lector, en nuestras andanzas subimos hasta La Oliva, que fue sede de la comandancia militar de la isla del S. XVIII y parte del XIX. Allí la casa-palacio con torres almenadas en los extremos, llamada de los Coroneles. Fue propiedad de la familia Cabrera Bhetancourt que ejerció el poder militar y político (en plan rancio caciquismo Antiguo Régimen) en la isla durante siglo y medio. En el pueblo, una bonita iglesia bajo la advocación de Ntrª Srª de la Candelaria, con tres naves separadas por arcos de medio punto y soportados por columnas toscanas.


Un mercadillo artesanal, un museo privado, Casa Mané, y poco más. Los paisajes dignos de observación, con altos cerros cónicos y otros erosionados, que parece van a asaltar la planicie sobre la que se extiende el pueblo. En el bar de la casa de cultura sirven un pulpo frito y un queso majorero de chuparse los dedos, más si se acompaña con una copa de vino tinerfeño de Tacoronte.

Más lugares de interés visitamos, entre ellos el ecomuseo de la Alcogida y el molino de Tiscamanita, donde en tiempos se hacía buen gofio, pero esto ya se alarga demasiado y para información están las agencias de turismo. Vaya, vaya el improbable lector y vea la isla fortiventosa, pero si viaja en Iberia Express sepa que lo hará como piojo en costura.

1 comentario:

  1. Muy simpático viaje, me imagino que tendríais calor, pero no dices nada. Para mi son tierras incógnitas y me siento paleto por haber viajado tan poco ( pero no se puede tener todo). Classics at home reclama que la Navidad sea Pauperies Domi, o sea una Classical Christmas, como no es en la realidad, salvo casos de fuerza mayor. Pero elegirlo es cosa de gente elegida y me parece bien. Abrazos

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