El Gobierno lamenta haberse visto obligado a
ejercer enérgicamente lo que considera que es su deber y su derecho, proteger a
la población por todos los medios de que dispone en esta crisis por la que
estamos pasando, cuando parece comprobarse algo semejante a un brote epidémico
de ceguera… y desearía contar con el civismo y la colaboración de todos los
ciudadanos para limitar la propagación del contagio, en el supuesto que se
trate de un contagio y no de una serie de coincidencias por ahora
inexplicables.
El texto que antecede bien podría haber sido
emitido por el gobierno actual (con las variaciones pertinentes) el día del
apagón general, cuando España se quedó a ciegas durante varias horas. Pero no.
Es el comunicado de un gobierno imaginario cuando la población se vio (es un dictum
idiomático que hay que entender en su justo sentido) contagiada por la
ceguera “blanca”, según nos cuenta José Saramago en su Ensayo sobre la
ceguera.
Por esas asociaciones de ideas que nos vienen a los jubilatas ociosos, al verme ciego – oxímoron muy a propósito – de luz iluminadora; ciego de placas eléctricas para hacer la comida e incapacitado de hacer fuego frotando dos palitos, como nuestros antecesores cavernarios; ciego de conexión a la tele, cuya pantalla es un consuelo embrutecedor pero placentero; ciego de conexiones a Internet y telefonía, y por ende a la civilización en la que vivo inmerso y de la que vivo; al vernos apenas la santa y yo, viendo pasar las horas a dos velas (las que había en casa) una vez ocultado el sol, que seguía su curso indiferente a las angustias de los humanos enceguecidos…
En fin, que este jubilata asoció inmediatamente el apagón general
de toda actividad económica, de los transportes, de las comunicación entre familiares a
los que la red eléctrica - en muerte súbita, aunque temporal - había
aislado en grandes masas desconcertadas sin nada en común más que el propio desconcierto multitudinario,
asoció, digo, este fenómeno con aquella novela de Saramago leída en el siglo
pasado.
Un mundo distópico, pero de andar por casa, en el
que la gente empieza a enceguecer con una ceguera luminosa, lechosa, sin
saberse las causas, y las autoridades, para proteger a la población, van
encerrando a los ciegos súbitos en un manicomio fuera de uso. Y la vida de ciego
en el manicomio transcurre entre hacinamiento, ausencia de higiene, letrinas
atascadas, maldad de un grupo de ciegos crueles que se apodera de los alimentos
e impone al resto condiciones degradantes para alcanzar un mínimo de supervivencia,
insolidaridad entre las propias víctimas de la vesania de los malvados… Y sólo hay una
leve esperanza, la de los ojos de una mujer que sigue vidente y logra
conducirlos fuera de aquella cárcel de miseria moral, hasta que se hace la luz en
los ojos de todos los ciudadanos y se acaba la parábola de Saramago.
Una parábola que bien podría haber servido de faro
guía para los que sufrimos esa avería, ciberataque, atentado, sabotaje o simple
fundido de plomos a lo bestia – o lo que coños haya sido – y nos obligase a pensar,
siquiera cinco minutos, qué clase de civilización tecnológica estamos
fabricando para dejar en herencia a las siguientes generaciones.
Pero tampoco es para ponerse trágico, que más se perdió en Cuba y volvieron cantando, dice el dicho popular. Ahora ya sabemos que hay que tener en casa un kit de supervivencia, y el que venga detrás que arree; que cuando seas padre comerás huevo, y ahora que eres hijo come cuerno, nos decían siendo niños, y sin embargo, sobrevivimos a una infancia de carencias. Pues estos que nos siguen, llegado el caso de las carencias, a lo mejor son hasta más felices sin móvil y sin I.A.
Y no sé si vendrá a cuento, ya que hablamos de
ceguera y lucidez, aunque creo que sí, si asimilamos “ceguera” a la pura
brutalidad gratuita debida a la obstrucción de las fuentes del intelecto, y
dejamos “lucidez” por lo que vale. Y es que he leído nosédónde que en el
monumento al pensador Eugenio d’Ors que está frente al museo del Prado, algún vándalo
arrancó una de las dos estatuas de la fuente que representa a la Bestia
apaciguada por la Sabiduría, que está enfrente. Es toda una enseñanza,
comprobar cómo un tipo mala bestia arranca su propia imagen por puro capricho, y
así evita dejarse apaciguar en su ignorancia y mala fe por los consejos prudentes
de la Sabiduría.
Hay símbolos que valen más que un torrente de
palabras.