domingo, 13 de diciembre de 2009

De cocina doméstica.-

Nadie piense que voy a dejar aquí un recetario de cocina con los platos que preparamos en casa. No se trata de eso. Es que este domingo he estado haciendo la comida y me he acordado de que, hace apenas un par de años, yo era un inútil entre los pucheros. En aquellos momentos Teresa andaba con una mano en cabestrillo y, como comer hay que comer todos los días, me ofrecí a iniciarme en la alquimia culinaria el tiempo que ella estuviese de baja laboral doméstica. Fue un ofrecimiento temporal, sin mayores pretensiones que las de la mera supervivencia.
Pero le cogí gusto a eso de los fogones. Porque resulta que, tras un modesto plato de acelgas, o el más elaborado de un bacalao al ajo arriero, hay toda una “filosofía”, como se dice actualmente, abusando de tan noble término.
El arte de los fogones viene a ser como el hermano menor de la alquimia medieval. Ésta pretendía transmutar los metales en oro y había tras ella todo un proceso iniciático al que no accedían más que algunos privilegiados. Los conocimientos se transmitían de maestros a discípulos con un hermetismo que dejaba al margen de retortas y matraces al resto de los humanos.
Pero la alquimia del puchero no, no tiene más secretos que la habilidad que pueda desarrollar cada quisque. De hecho, las librerías están llenas de recetarios de cocina: Si entras en Internet, encuentras trece docenas de formas de hacer un marmitako, o tropecientas veintisiete formas de preparar unos espaguetis. La cosa ha perdido mucho la emoción que proporcionaba lo esotérico, la búsqueda de la piedra filosofal; una vez que sabes hacer una tortilla francesa o cocer unas lentejas con chorizo puedes hacerle un corte de mangas a Ferrán Adrià.
Pero no por eso deja de ser un campo inexplorado para muchos hombres de mi edad, jubilatas a los que la santa les lleva poniendo el plato debajo de las narices desde hace decenios. Por eso precisamente, aprender a guisar fue como el descubrimiento de un mundo ignoto. La comida resultó ser algo más que lo que te zampabas mirando al televisor; era el resultado de elaborar vegetales, pescados, carnes y otros alimentos, cada uno con sus cualidades, textura y sabor, y trasformarlos en algo distinto que resultase no solo comestible, sino placentero.
Pero no se vaya a pensar, de acuerdo con la ideología igualitaria entre sexos, que esto resuelve una de las facetas de la equitativa distribución de tareas entre hombre y mujer. Compartes tareas, pero invades competencias tradicionalmente femeninas, y eso tiene un coste en la convivencia. Antes, cuando no sabías cocinar, eras un inútil; hora, en cuanto te pones la mandarra y empiezas a manipular peroles, la santa no te quita el ojo de encima a ver cómo lo haces. Y en cuanto cometes un error, allí está ella llamándote al orden, poniendo en evidencia tu torpeza y demostrando su veteranía. Porque, en el fondo, estás invadiendo un coto tradicionalmente cerrado al hombre y, si encima lo haces bien, enseguida aparecen los celos profesionales.
Total, que hemos pasado de “ayudar en casa” a “compartir tareas”, de acuerdo con las directrices ideológicas imperantes. Que es de lo que se trata, en el fondo: imponer una determinada visión de la sociedad hombre/mujer, sustituyendo una actitud machista decadente por otra feminista adornada con todas las virtudes de la progresía. Lo que me hace recordar que tengo que releer “El varón domado” de Esther Vilar, editado por Grijalbo en 1973. La autora defendió a los hombres de las asechanzas femeninas y por poco le costó verse lapidada por el feminismo radical. Para una valedora que teníamos, nos la pusieron como unos zorros porque los hombres teníamos la obligación de adaptarnos, pero no el derecho de ser defendidos. Væ victis!
Pero dejémoslo así, que esa es otra historia y el terreno resbaladizo. Lo que de mí puedo decir es que, a estas alturas de la vida y con tanta adaptación al medio, lo mismo frío una corbata que plancho un huevo.

2 comentarios:

  1. Gustavo Sofrito Marínez13 de diciembre de 2009, 12:44

    Qué buena pinta tienen esas rodajas de berenjena fritas. Pero, hombre, don Juan José, falta la botella de aceite de oliva en primer plano para hacer publicidad. O la marca de la espumadera.

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  2. Ya me he enterado de que te dejaron de rodríguez un par de días. No te hagas ilusiones de quitarle el puesto a quien sabe más...

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