domingo, 25 de julio de 2010

Señor, señor, qué harto me tienen.-


Ya ni sé cómo decirlo. La misma tarde en que regresamos de vacaciones suena el teléfono. El número desde el que llaman es de esos raros, de una cantidad inusual de cifras. Acabamos de posar las maletas y estamos, como desesperados, abriendo las ventanas para que el calor exterior contrarreste el acumulado en el piso durante la semana de ausencia. Suena el teléfono y una voz mercenaria pregunta: ¿Es el señor Juan José? Usted tiene una cuenta de teléfono y conexión a Internet con Telefónica y paga tanto de factura (la voz mercenaria parece saberlo todo de mis intimidades telefonarias). Llamo de… y entonces te dice el nombre de una empresa de telefonía, la que sea. Y empieza a ofrecerte: un montón de megas de velocidad, portabilidad gratuita (tardé mucho en aprender qué coños era el “voquible” ese de la portabilidad, que ni en el diccionario de la RALE, ni en el María Moliner, ni en el Casares encontraba el palabro telefónico ese; ni siquiera a Lázaro Carreter le dio tiempo a fustigarlo en su El Dardo en la Palabra); y la voz mercenaria sigue machacándote con sus ofertas: tantos euritos por la línea, llamadas gratis a fijos, un descuento enorme por ser nuevo cliente… Es inútil decirle que acabas de llegar, ahora mismito, de vacaciones; que aún no has desecho las maletas, que estás cabreado por regresar a la megápolis, sudoroso y cansado del viaje. La voz mercenaria insiste y sólo le falta decirte que eres imbécil por pagar 70 euros a Telefónica cuando ellos te lo dejan casi regalado.
Lo que me recuerda que Telefónica ya no es Telefónica, dicen, sino Movistar. Estas semanas pasadas nos han bombardeado con una campaña publicitaria estúpida: “Telefónica ahora es Movistar, aunque Vd. puede seguir llamándola como quiera”. Lo que, traducido a román paladino, viene a decir: no sea usted necio, hombre, y empiece a llamar a nuestra empresa como le estamos diciendo. O sea, el papanatismo angliparla exige que ahora llames así (estrella móvil, o algo parecido, pero angliparlado) a una empresa que fue - junto con CAMPSA - uno de los florones del patrimonio estatal español, con la que los viejos del lugar nos sentíamos identificados desde aquel entonces en que José Luis López Vázquez anunciaba por la radio las “Matildes” (“Matilde, compra telefónicas, te-le-fó-ni-cas”); o sea, acciones de Telefónica cuando aquellos tiempos en que pretendían, y consiguieron, hacernos creer en lo que se llamó “capitalismo popular”: las emergentes clases medias españolas podían enriquecerse comprando acciones bursátiles de empresas con gran futuro. Un capitalismo optimista que prometía enriquecernos a todos. Recuerdo que mi tía Emilia compró, con las perras que tenía debajo del colchón, un puñado de “matildes” que al cabo de los años no valían ni el papel en que estaban impresas.
Volviendo al principio: no sé cómo decirlo para que me escuchen. Cómo decir que estoy harto de que invadan mi privacidad con continuas llamadas ofreciendo gangas que son mentira; que estoy harto de que me acosen sin sosiego, un día sí y otro también y a cualquier hora; que Telefónica me obligue a pagar una cuota mensual que en cualquier otro país europeo se vería reducida a la mitad; que la supuesta libre competencia entre las empresas de telefonía no es más que un acto de depredación, donde el usurario es la víctima a devorar. En fin, que hace ya mucho tiempo se me han hinchado las gónadas de soportar tanto atropello y desvergüenza. Y que, eso que llamamos “poderes públicos” (ejercido por ineptos políticos acogotados por el dios mercado) calla y otorga, y deja a los ciudadanos indefensos y con el culo al aire.
Todo este asunto siempre me recuerda a aquel célebre corto La Cabina, donde el pobre Pepe Luis López Vázquez, con sus pintas de empleadillo, quedaba encerrado, rodeado de gente que observaba curiosa, mientras él se iba aterrorizando dentro de aquella urna de cristal y aluminio. La sensación es parecida: rodeado de gente indiferente, encerrado en la jaula consumista, tu privacidad no es tal, sino una pecera donde los Jazztel, Orange, Ono, Movistar, Vodafón y demás ralea… meten su zarpa con el afán de atraparte en sus redes telefónicas para exprimirte unos euros mensuales.
De momento, he hecho una reclamación ante la oficina del consumidor de la Comunidad de Madrid contra Jazztel por invasión de mi privacidad y acoso reiterado. ¿Servirá de algo? La solución, vaya usted a saber.
País…, que diría el Blasillo, entrañable personaje de Forges.

2 comentarios:

  1. Me gusta este post.Me parece muy oportuno y me ha hecho recordar cosas de cuando pequeño .La dictadura,no sólo de Telefónica.Los teléfonos negros de baquelita de la Standard Electric.El secretismo con el que instalamos un supletorio,pues la "timoafónica" cobraba un caro suplemento etc. La liberalización ha tenido luces,pero como bien refieres,muchas opacidades y una presión comercial que altera al más calmado.-"No acepto llamadas comerciales" -"Un momento ...ping, ping, ping....le paso con nuestro departamento de pelmas a la hora de la siesta".Son algunas de las respuestas poco respetuosas que utilizo para quien tampoco me respeta a mí.
    Yo soy ,en muchos aspectos, un bicho raro,me dejo el móvil apagado y si estoy muy ocupado (mirando el techo o leyendo un libro) descuelgo el teléfono.Todos me recriminan luego por ello,propios y extraños.Y yo me pregunto si no viviríamos mejor sin él...
    Un saludo.

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  2. Perdone, no le interesaría cambiar a una nueva compañía que no tiene nada que ver con las anteriores? Nosotros le ofrecemos más. Si deja su telefono en un post le llamo sin compromiso. Muy amable y muchas gracias.

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