domingo, 3 de octubre de 2010

29 de septiembre, 2010

La otra semana leí un artículo muy interesante en Le Nouvel Observateur, núm. 2393: Les affranchis de Wall Street, donde se ponía en evidencia que los responsables de la última crisis financiera (la que estamos pagando nosotros, no se olvide nunca, por interposición de políticos mediocres y cobardes) están en libertad y más soberbios que nunca. Tras dos años de desatar la crisis, ningún responsable de la crisis de las subprime (créditos inmobiliarios de alto riesgo) ha ido a juicio. Dick Fuld, presidente de Lehman Brothers, cuya quiebra fue el desencadenante del pánico mundial, está libre. Lloyd Blankfein, el patrón de Goldman Sachs, que mezcló productos financieros con las famosas subprime para hacerlos más apetecibles a los inversores, está libre.
Aquellos responsables de las grandes empresas financieras que pasaron por los tribunales norteamericanos, en su mayoría, han quedado libres porque los jurados populares se sentían sobrepasados por la complejidad de los procesos. Pero no bastaba con eso, la impunidad les sienta bien. La culpa es de la “mala suerte” (Dick Fuld, ex patrón de L. Brothers, mantiene que la caída fue causada por las fuerzas incontroladas del mercado y la incorrecta percepción, alimentada por rumores, de que la institución no tenía fondos para hacer frente a sus obligaciones financieras), o es culpa del “gobierno”. Ya se sabe, Alan Greenspan, expresidente de la Reserva Federal, era partidario de los valores autocorrectores del mercado. Y así nos fue.
Lo anterior viene a propósito de la huelga general de este 29 de septiembre pasado. ¿Quién paga la crisis? Coño, pues la gente, qué cosas me dices… Descapitalizamos el Estado, o sea, a todos los ciudadanos, para inyectar dinero a los bancos, no sea que se nos hundan y a ver qué hacemos entonces de nuestras tristes vidas sin libreta de ahorros. Y luego, para que no se nos hunda el chiringuito estatal, bajamos sueldos, pensiones, subamos impuestos y, de paso, nos vamos cargando los derechos sociales que queden. Inyectas deporte en grandes dosis, me vas belenestebanizando al personal, y ya tienes un cóctel nutritivo para el funcionamiento neuronal del pueblo soberano.
A propósito de la convocatoria, han corrido muchos comentarios sobre la utilidad de los sindicatos, sobre sus connivencias con el Poder y su escasa efectividad. No olvidemos que viven de dineros públicos, ya que con los aportes de su afiliación no les llegaría ni para el taxi. Son, a juicio de muchos, una herramienta obsoleta y cara. Es como pedalear en una bicicleta de piñón fijo detrás del Ferrari del presidente de la patronal. Pero, aunque los trabajadores no tengan mejor herramienta, es la única de la que disponemos de momento, a menos que los ciudadanos seamos capaces de otras formas de movilización que sustituyan a sindicatos de pacotilla y políticos corruptos e ineptos. Que, de momento, no.
Ya imagino que habrá alguno de mis improbables lectores que tengan ganas de colgarme una notita diciendo: “Háblenos usted de sus lecturas, de sus caminatas montañeras y deje de meterse en camisas de once varas sociales, que no sabe de qué van”. Pues, hombre, no. Me tengo por ciudadano bastante bien informado, y lo que atañe a la sociedad en la que vivo me afecta. Y no es sólo una cuestión social, sino también humana: no se puede mirar para otro lado e instalarse en un limbo de indiferencia y aceptar el enriquecimiento desmedido a costa del empobrecimiento de las clases medias en este apéndice que llamamos Europa y en el que vivimos, y la miseria neta de un tercio de la humanidad en el resto del mundo.
A nadie le gusta ver disminuido su sueldo a causa de un paro y prefiere que la huelga la hagan otros. Es, como poco, cortedad de miras: no es buen negocio, por no perder el pan de hoy, alimentar la injusticia de mañana. Por si acaso, lo dejo dicho: ya cumplí con mi cuota de huelgas generales mientras estaba en activo. Por lo menos, quedó claro que no contaban con mi silencio ni con mi beneplácito.
Si alguno de los improbables lectores no está de acuerdo con lo que digo, que perdone la perorata y siga mi consejo, si le apetece: enchúfese al telecinco que más le plazca y olvide todo lo dicho aquí. Ésta - de momento, y siguiera en su aspecto formal - es una sociedad libre

1 comentario:

  1. Bueno, bueno, don Juanjosé, pero si usted, esta vez, no ha dejado nada claro. Salvo que a falta de pan, buenas son tortas. Y, por cierto, ¿no ha ido de montaña este fin de semana?

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