martes, 23 de noviembre de 2010

La lógica del absurdo como juego.-


Estas últimas semanas ando metido en un taller de escritura por aquello de ponerme al día en cuanto a técnicas literarias y despabilar la imaginación. Es cosa sabida que, a según qué edades, se van muriendo neuronas con más rapidez que se regeneran; por eso, un poco de gimnasia mental siempre ayuda a que las supervivientes no estén anémicas.
Pues el caso es que en el taller este pretenden exprimir el idioma, hacer juegos de manos con él y obligarle a decir lo que habitualmente no dice por falta de habilidad del hablante. Para eso, inventar neologismos inútiles o definir absurdos improbables es un ejercicio muy valorado; así como escribir un texto coherente suprimiendo alguna vocal, o tomar una hoja impresa y, mediante el tachado de palabras o sílabas, lograr que diga algo totalmente diferente. Vamos, lo que llaman un lipograma: le quitas la grasa sobrante al texto y dependiendo de tu habilidad, lograrás un churro o algo ingenioso.
A veces, moverse por las fronteras mentales del idioma obliga a chapotear directamente en lo absurdo. Lo absurdo, como todo el mundo sabe, es una esfera mental con sus propias reglas que, habitualmente, contradicen la lógica y la recta razón.
Ahí va un ejemplo ilustrativo: tengo una cuenta en el banco - millones de personas las tienen - con cierta cantidad de dinero, por la que me dan 0,0 intereses anuales. El banco negocia con mi dinero - y el tuyo, y el tuyo, y... -, no me da explicaciones de en qué lo invierte, ni cuánto gana con él, y encima me cobra 9 euros semestrales por el mantenimiento de la cuenta. Me quejo y me contestan que mantener la cuenta abierta comporta gastos que he de asumir yo, pues es mío el dinero. Al manipular esa enorme masa dineraria - la que, entre todos, hemos dado a los bancos -, corre el riesgo (dice) de sufrir pérdidas y debemos compartir los riesgos. El banco es una institución muy seria que está para ganar dinero, no para perderlo, y hacemos mal en reclamarle algo que nos corresponde.
Le doy a la máquina de la lógica corriente y me pregunto ¿Cómo es posible que mi dinero – y el de millones de personas – le produzca tantos quebraderos de cabeza al banco? ¿Entonces, para qué nos lo pide? ¿Es que el dinero que gana con nuestras perras no compensa sobradamente aquellos supuestos riesgos…?
Hombre – dice el banquero – si le pago intereses, no le cobro gastos y usted se empeña en saber qué hago con su dinero y cuánto gano con él ¿cómo voy a acumular riquezas? ¿Es que usted no ha oído hablar del neoliberalismo?
¿Se da cuenta el improbable lector? Lo que un ciudadano de a pie considera absurdo – aparte de un abuso manifiesto –, en realidad tiene su lógica interna: acumular riquezas a costa de los simples mortales, que no saben qué hacer con su dinero, ni donde guardarlo. Según piensan ellos, nos hacen un favor y aún nos quejamos.
Item más: entre todos los europeos acabamos de comprarnos una isla en ruinas que se llama Irlanda. Las desregulación bancaria, el neoliberalismo duro y la ineptitud de sus políticos han hecho que ese país esté en bancarrota. Nos van a costar unos miles de millones de euros y el gobierno aquel dice que apretará las tuercas a sus conciudadanos pero no tocará las tasas bancarias para que el capital especulativo no huya del país. ¡Hombre, hunden el país y son los únicos beneficiados! Se ve que este absurdo aparente tiene alguna lógica que se nos escapa a los que vamos a pagar los añicos del país ese.
Por eso, no estaría mal llevar el absurdo algo más lejos. Imaginemos – el taller de escritura permite y fomenta inventar situaciones absurdas –, como ha propuesto el ex futbolista francés Éric Cantona, que un millón de personas por aquí, otro millón de personas por allá, va, cada cual a su banco el mismo día, y retira íntegramente sus ahorros. ¿Seguiría prevaleciendo la lógica bancaria, o se daría un batacazo? Yo me paro a pensarlo y me parece orgásmico.
Pues, eso. Llevemos el juego del absurdo a sus últimas consecuencias, y a ver qué pasa. Uno, que conoció desde la lejanía de su mediocre juventud franquista, el Mayo del 68, sigue creyendo en las utopías, literarias o no: Seamos realistas, pidamos lo imposible. A lo mejor, logramos escribir una historia distinta, donde el absurdo aparente tenga sentido y nos vaya algo mejor.
A todo esto, yo quería haber hablado de Jacques Carelman y su catálogo de objetos imposibles, que parecen tener más sentido que el capitalismo especulador. Por eso, dejo la imagen de esa cafetera para masoquistas que permite, con gran comodidad, escaldar la mano que la maneja.

1 comentario:

  1. Muy Sr. mío: no tengo el placer de conocerlo, pero me atrevo a aventurar que usted tiene mala idea. Muy mala, permítame decirlo. ¿Por qué no, en lugar de imaginar que todos retiramos de los bancos el mismo día nuestro dinero, no imagina que nadie saca de los bancos un día nada de su dinero? Seamos positivos. Un saludo,
    Atanasio Botín Martínez.

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