domingo, 5 de febrero de 2012

Ladrones de tiempo.-

No me refiero a la TDT. Lo que allí se ve, en general, nos hace perder el tiempo, pero no nos lo roba. Basta darle al off del mando a distancia para que no nos moleste y podamos dedicar nuestro tiempo a cualquier otra actividad. Últimamente es lo que hago: por las noches, un rato de tele entre 10 y 11,30 para que me sirva de adormidera y para sentirme hombre-masa, no sea que pierda el sentido de la realidad de tanto aislarme de las pequeñas miserias sociales; el resto del tiempo lo ocupan actividades que suponen, de forma modesta, un enriquecimiento cultural en minúsculas.

Lo de ladrones del tiempo va por otros derroteros que luego diré. Si uno sustituye los ratos de tele por lectura, es lo que pasa, que uno deja de recibir información superflua, embarullada y a granel. En su lugar, la lectura proporciona información necesitada de una asimilación pausada para digerirla. A medida que uno lee (es un ejercicio que se hace, necesariamente, con cierta lentitud para comprender lo leído) se van depositando algo así como estratos de información libre de polvo y paja. Éstos van formando un depósito de conocimientos que resultan muy útiles para, antes que nada, ser consciente de que el saber produce inquietud.

Un amigo mío dice que el conocimiento es libertad; yo digo que produce inquietud y hasta infelicidad. Y si no, no hay más que echar un vistazo alrededor para darse cuenta de que los más felices son quienes practican la moral del esclavo: no tienen más obligación que creer, mirar para otro lado y callar. Lo demás se lo dan todo hecho, porque quien manda es quien tiene la responsabilidad y quien se equivoca.

Por eso, leyendo un artículo de don Maurizio Lazzarato (de quien no tengo el gusto), La deuda o el robo del tiempo, me han venido a las mientes antiguas lecturas de textos -él tembién los menciona- del medievalista francés Le Goff sobre la usura y el tiempo. Resumo: según la lógica medieval, el prestamista no te vende sólo el dinero prestado, sino el tiempo que necesitas para pagárselo con intereses. Y el hombre medieval se pregunta: ¿Con qué derecho el prestamista se hace dueño del tiempo que el deudor necesita para devolver la deuda? Si el tiempo es patrimonio de Dios, el prestamista se apodera de algo divino. El prestamista no sólo roba al deudor, roba a Dios.

Hoy, con nuestra mentalidad racionalista y laica, sabemos que el tiempo de una vida pertenece a cada cual y debe disponer de él libremente; también, en cierto modo, a la colectividad en la medida que somos seres sociales. Pero la pregunta subsiste: ¿Con qué derecho el banquero, el financiero, el sistema neoliberal se apoderan de nuestro tiempo? Porque -un ejemplo corriente-, si tenemos que endeudarnos durante 30 años para pagar un piso, nuestro tiempo le pertenece a quien nos prestó el dinero. Nuestra vida se ve abocada a esa gran preocupación: devolver dinero e intereses en los palzos fijados, durante una vida hipotecada. ¿Quién le dio derecho al banquero para apoderarse de nuestro tiempo, el que necesitamos para pagarle la deuda contraída?

Ya ni la vida ni el tiempo nos pertenecen. Como indiviuos y como colectividad nos han hipotecado nuestro tiempo al empobrecernos individual y socialmente. La deuda de los Estados nos roba el derecho a la democracia porque nuestros políticos están al servicio de quieres controlan los flujos económcios y amputan los derechos sociales conquistados por generaciones anteriores. Pero, sobre todo, nos roban el porvenir, el tiempo futuro como portador de expectativas, de posibilidades de mejora y perfeccionamiento. Nosotros (y al menos la próxima generación, como poco) y nuestro tiempo pertenecemos a quienes nos empobrecieron, primero, para luego prestarnos los dineros que necesitamos para sobrevivir como sociedad y como individuos supuestamente libres. Tenemos hipotecado el presente y el futuro. Nuestro tiempo se ha convertido en una herramienta útil para producir beneficios a los prestamistas (especuladores, bancos, financieros...). Nuestro tiempo, nuestra vida, nuestro futuro, ya no tienen un sentido sagrado, como en el medioevo, sino utilitario en manos de nuestros acreedores. Es un útil que produce intereses.

Como la tele no me va a resolver las preguntas que la lectura me sugiere, prefiero asomarme a la ventana de la cocina y observar a los pajaritos que vienen a comer. En estos días tan crudos de invierno les pongo en un cuenco migas de pan y restos de comida.

Puede decirse que los gorriones son estómagos agradecidos; comen cualquier cosa con tal de sobrevivir: trocitos de espaguetis, lentejas y patata cocida, crema de calabacín, arroz requemado, cortezas de queso... Vienen a tropel y pugnan a ver quién picotea más deprisa y come más. Se roban unos a otros la comida de la boca y siempre hay algún abusón que espanta, a picotazos en la cabeza, a los otros y quiere él sólo comerse lo que he puesto para todos. No tienen sentido de la solidaridad.

Les observo y sospecho que tienen comportamientos demasiado humanos: son egoístas, acaparadores y violentos. Parecen, diría un hombre medieval, hijos de Adán. A mí me parecen, a veces, unos hijos de puta fogueados en Walt Street.

4 comentarios:

  1. Este me ha gustado mucho. Comparto, gracias.

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  2. Grata lectura. Comparto la reflexion con mis redes de contactos.
    Cordial saludo

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  3. No es la foto de los pájaros, es la del coche rojo. Magnífica parábola sobre la banca (el Ferrari de Botín) y los pobres (los desenfocados). Es usted grande, amigo mío. Un abrazo.

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  4. Aurelio, no se dice parábola: se dice metáfora. De nada. A ver si antes de decir lo primero que se te ocurra, meditas un poquito, cariño.

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