jueves, 5 de julio de 2012

El mundo es ansí.-

Ya lo sabe el improbable lector, el título está tomado del segundo de la trilogía Las Ciudades, del impío don Pío (como le denostaba el clero franquista).
Es que uno se pone a observarlo (el mundo, digo) y, de las bajas cabañas a los altos palacios, el mundo es un despropósito muy bien organizado que se mantiene en pie gracias al equilibrio de tensiones entre contrarios. Y, a veces, ni eso. Un gran despropósito se contrarresta con la acumulación informe de miles de absurdos, de manera que este mundo nuestro va dando tumbos como el dado trucado de un tahúr de taberna, pero siempre beneficiando a quien lo maneja.
En plena resaca del glorioso triunfo de “la Roja” (espero que no se haya olvidado tan patriótico acontecimiento cuando escribo esto), este jubilata se pasó el día y parte de la noche en urgencias del 12 de Octubre. El lugar, mal que me pese, forma parte de mi historia familiar porque allí ingresábamos a mi padre a cada pocos (un remiendo y a casa), en sus últimos años; allí le recosieron varias veces la salud, y allí murió, mi madre; y allí acaboo yendo cada vez que a otra persona allegada mía se le disparan las arritmias o el corazón se le desbarata con un fluter. Si el improbable lector ha pasado por ese trance, conocerá el paisaje desolador de las urgencias hospitalarias.
Uno en la guerra no ha estado, pero cada vez que entra en los servicios de urgencia del Doce, tiene la sospecha de que un hospital de campaña, en plena batalla, no debe ser muy diferente en cuanto a las condiciones de trabajo y al hacinamiento de los cuerpos doloridos. Quizás la gran diferencia sea que en la guerra la carne es joven, material de primera calidad para alimentar a la Parca, mientas que en urgencias el ganado humano es puro desecho.
Uno lo dice con respeto, aunque no lo parezca. Este jubilata no se piensa poner trágico para conmover al improbable lector, que la realidad ya es bastante dura como para recurrir a la casquería emocional.
Esta vez (hace ya varios meses que no venía por este zurcidero de humanos rotos) me ha sorprendido la gran cantidad de viejos que había por los pasillos. No ancianos, no tercera edad o seniors, ni simpáticos viejitos, ni disimulos de neolengua: son ruinas de viejo. Puras carcasas de cuerpos con un poco de vida dentro. Cuerpos desnudos mal tapados por una sábana, un rimero de huesos pegados al pellejo. Calaveras desgreñadas con ojos inexpresivos, bocas desdentadas, abiertas como un agujero oscuro. Algunos, desorientados, otros con la indiferencia de un animal a punto de extinguirse; alguna viejuca balbuciente y llorosa, como un anti-bebé a punto de nacer para la muerte. Y todo entre las prisas del personal sanitario, la falta de espacios y esa sensación opresiva de que la muerte es un asunto antiestético.
Y lo que es peor, con la sensación desoladora de que todos aquellos viejos sobran, que se agarran a la vida sin ninguna consideración a los costes económicos que ocasionan. Desechos sociales que estarían mejor en el crematorio, como aquellos judíos esqueléticos que gaseaban los nazis. Eso, al menos, es lo que uno piensa que deben pensar quienes recortan gastos en sanidad pública.
No me extraña que los líderes políticos y sus ideólogos neocon y paniaguados del sistema reduzcan los costes sanitarios, las ayudas a enfermos de larga duración, a viejos, discapacitados o a sus familiares por cuidarlos. Es ganadería de pésima calidad, no explotable laboralmente, no influenciable por las consignas consumistas, perfectamente inútil para lubricar el engranaje de producción-consumo, y que, encima, obligan a mantener más personal sanitario del necesario y disparan los costes sociales. Una ruina, estos viejos decrépitos, habiendo bankias que rescatar y primas de riesgo que pagar.
Pero el mundo es ansí, un perfecto despropósito donde los individuos cuentan poco, donde los humanos en fase terminal dan mucho trabajo y ningún provecho.
Por eso hay que reducir sueldos de empleados públicos –sanitarios o no- , porque el mundo es un entramado de intereses donde lo que importa es que el sistema salga del atolladero. Atolladero donde lo metieron los tahúres que se jugaron las riquezas nacionales en una partida de la que todos salimos con una mano delante y otra detrás, cubriéndonos las vergüenzas del Sistema que jugó a “la banca siempre gana” con los dados trucados.

1 comentario:

  1. Ellos siempre ganan hasta que nos hartemos.

    Albur!

    PD. Te quedó la letra muy chiquita!

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