domingo, 23 de diciembre de 2012

Desmontando el belén.-


Ya sé que no es muy original lo que voy a decir y, encima, lo hago con retraso, pero lo cierto es que hasta hace unos días no me enteré de que el papa Ratzinger ha publicado un libro sobre la vida de Jesús de Nazaret. No lo he leído, para qué engañar al improbable lector, así que hablo de oídas y cualquiera puede corregirme si escuché campanadas sin saber bien dónde y tuve el atrevimiento de opinar a humo de pajas. Un servidor no está ya para esas teologías, ni por desconocimiento de la materia, ni por curiosidad sobre el particular.

Pero sí llamó mi atención la afirmación del inquilino vaticano cuando aseguraba que en el portal de Belén no había ni buey, ni mula. No es que sea muy importante - a la hora de las creencias de los adeptos - el hecho de que allí hubiese un par de animalitos ungulados o no. Lo que sí es cierto es que lo de los rumiantes en el pesebre nos lo llevan contando desde la fundación de la religión cristiana y jode bastante enterarse tan tarde de que no hay tal: veintiún siglos después.

En lo que a un servidor se refiere, como quien dice, le han roto uno de sus más caros mitos de infancia. En el imaginario popular está presente el portalito de corcho con su pesebre, su buey y su mula, y mi niñez rural se identificaba más con aquella cuadra donde convivían humanos y cuadrúpedos que con la deslumbrante basílica de San Pedro, por ejemplo. Sin ir más lejos, en casa del abuelo de Navarra, las cuadras estaban debajo de la vivienda, con dos parejas de bueyes, una vaca para leche y una yegua. Mula no había, pero la yegua hacía el avío.

Alguna vez, siendo muy crío, me tumbé en uno de los pesebres y, la verdad, daba gusto con su lecho mullido de heno y ese calorcito animal que desprende el ganado. Verlo rumiar y sacudirse, acompasadamente, las moscas con el rabo producía una gran sensación de sosiego. Es ésta una escena bucólica que me acompaña desde entonces. Ya sé que es cosas de críos, pero durante años asimilé la casa del abuelo con el portal de Belén porque ambos tenían en común animales y personas en pacífica convivencia. Y ahora resulta que no, que no había buey, que no había mula. Y va el prócer vaticano y nos lo suelta así, con toda la crudeza de la racionalidad teutónica.

Por si acaso se equivocara –que no es el caso, porque es infalible – he ido a ver qué dicen los evangelios y resulta que debe tener razón el señor Ratzinger. Ni Mateo, ni Marcos, ni Lucas, ni Juan dicen media palabra al respecto. Quizás la historieta esta de esos dos rumiantes empesebrados venga de los evangelios apócrifos, pero de eso no gastamos en casa; quiero decir, que no hay ningún ejemplar de ellos en la biblioteca doméstica, para contrastar.

El problema, a mi parecer, es el siguiente: ¿Qué hacemos ahora con toda la iconografía belenística, desde los capiteles románicos hasta los crismas horteras que circulan cada navidad? Fieles a la realidad histórica, deberíamos suprimirlos ex ovo. No estaría de más que L´Observatore Romano, siendo consecuente con las doctrinas de su jefe, iniciase una campaña iconoclasta para borrar todo vestigio de aquella creencia popular en los animalitos del pesebre.

Claro que la cosa se complicaría bastante si empezáramos a cuestionar la parafernalia que rodea al belén, comenzando por la estrella-GPS, siguiendo por los reyes magos (andaluces, por más señas) y la matanza de los inocentes, y terminando por la misma fecha del natalicio. Es cosa sabida que Dionisus Exiguus (forma latina de llamarle “Dionisio el Canijo”), fue quien fijó la fecha del nacimiento de Cristo, equivocándose entre 4 y 7 años al fechar el reinado de Herodes I el Grande, bajo el cual se supone que nació. Y dicen, además, que no tuvo la ocurrencia de poner un año Cero a nuestra Era, con lo que hay un nuevo desfase temporal. Claro que el Exiguo era del S. VI y por aquel entonces en la cristiandad se desconocía este guarismo. En cuanto al natalicio el 24 de diciembre, por esas fechas los romanos celebraban las Saturnales y el comienzo del nuevo ciclo solar tras el solsticio de invierno. Ya es casual la coincidencia entre el sol naciente y el niño del pesebre.

Si uno ve la cosa con desapasionamiento, llega a la conclusión de que todo lo que rodea al portal es bastante azaroso y con pocos visos históricos, empezando por una virgen que pare un niño sin concurso de varón, y eso no habiéndose inventado aún la fertilización in vitro. Debe ser el signo de los tiempos: se empieza desmontando los derechos sociales y se termina deconstruyendo el mito del portal. A este paso, la gloria eterna va a ser cosa de cuatro privilegiados y el común de los creyentes no se va a comer un rosco.

En casa, siguiendo las enseñanzas de quien de esto sabe, este año hemos hecho une ERE en nuestro portal de Belén, así que el buey y la mula se comerán el turrón en las colas del INEM. Así, de paso, ayudaremos a la austeridad que tanto gusta a don Mariano. Es una putada de tamaño natural – lo reconozco –, pero si no lo hacemos, los amos de don Mariano se le ponen como basiliscos.

1 comentario:

  1. Cómo que no había un burro??? Acabás de arruinarme la Nochebuena....

    Feliz Navidad!!

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