sábado, 16 de febrero de 2013

Obsolescencia



Seguro que el improbable lector, en más de una ocasión, se ha encontrado con un electrodoméstico que se avería, ha llamado al técnico para que se lo repare y éste, aparte cobrarle la visita por el diagnóstico, le dice que le saldrá más caro repararlo que comprar uno nuevo. Entonces, uno corre a la tienda y se compra otro nuevecito, flamante, de líneas y diseño ultramodernos, mientras que el viejo termina en la basura. Con suerte, se reciclarán sus componentes; cuando no, incrementará los millones de toneladas de deshechos que soporta el planeta.

No digo nada nuevo. A cualquiera le ha pasado en un determinado momento y no ha sucedido por casualidad. Es la obsolescencia programada: las cosas se hacen para que duren un determinado tiempo (no demasiado) y, luego, haya que cambiarlas. Quienes las producen mantienen su cadena de fabricación artificialmente, se enriquecen con el deterioro de sus productos y mantienen bien engrasado el sistema productivo del derroche-consumo.

Pues imagínese que esto le ha sucedido a este jubilata. El frigorífico, un mal día, dice que ya no chuta y uno va corriendo a la tienda a ver si un técnico se lo repara. El vendedor le dice que, con doce años que tiene el aparato, lo mejor que puede hacer es tirarlo y comprarse otro. El asunto no es baladí. La santa y un servidor vivimos de nuestras pensiones devaluadas y empezamos a echar cuentas: un frigo nuevo equivale casi a una de nuestras pensiones mensuales, hay que pagar un 21% de IVA y echar un montón de cuentas a ver cómo saldamos el mes sin que los números rojos nos cojan por las partes blandas y nos las retuerzan hasta exprimir el último eurito pensionario.

Este jubilata, que suele darle vueltas a las cosas, empieza pensando por qué no se aplica este criterio a otros ámbitos sociales. Por ejemplo, a los políticos. A ver – se pregunta uno – por qué razón no nos fabricamos unos políticos obsolescentes, cuya duración en el cargo no vaya más allá de unos pocos años y luego los mandamos a reciclar. Como todo el mundo sabe, en cuanto el político lleva unos cuantos años funcionando, empieza a dar problemas: un día concede licencias de obras a cambio de donaciones opacas para su campaña electoral; otro día, te hace aeropuertos sin aviones; otro, usa sus influencias para beneficiar a las grandes empresas y, de acuerdo con el sistema de puerta giratoria, pasa de la política a los puestos directivos de las telefónicas, petroleras o las eléctricas, y de éstas a la política, según el apaño que convenga en cada caso; otras, simplemente, sobre coge dineros negros que no hay bárcenas que nos los blanqueen. Y así ad nauseam

Imagínese el improbable lector que ese mismo criterio se lo aplicamos a los banqueros. Cuando llevan unos cuantos años acaparando dinero y, resultando oneroso por demás el coste social de su mantenimiento, un día decidimos cambiarlos por otros nuevos. Mandamos al banquero antiguo a la chatarra – reciclarlos sale caro y su coste queda por encima de nuestras posibilidades – y éste (el banquero-chatarra) termina desahuciado de un piso cuya hipoteca no ha podido pagar y en la puta calle. Uno más, ni se nota.

Sígame el juego el improbable lector. Imagine, de sobras lo sabe, que los miembros de la gran patronal mantienen gripados los engranajes de eso que llaman con inhumana expresión “mercado de trabajo”. Pues nada, les aplicamos la obsolescencia programada, y pelillos a la mar. Si nos fiamos del criterio precio-calidad, salta a la vista que nos salen más caros que los beneficios que proporcionan a la sociedad que los soporta. Por lo tanto, pongamos unos nuevos más eficaces y aquéllos los reciclamos en trabajadores con contrato-basura y plaza en las colas del INEM. Y que se busquen la vida en la economía sumergida, que habilidades no les faltarán para ello.

Pero, volviendo a lo que nos preocupaba en casa, decidimos llamar a un técnico. Éste nos cambió el termostato del aparato (108,90 €) y nos dijo que estos aparatos viejos (fabricados todavía sin criterios de obsolescencia inmediata) suelen tirar hasta los veintialgunos años.  Total, que le hacemos un corte de mangas al comprar-usar-tirar-comprar de los programadores de obsolescencias y, de paso, descubrimos la teoría de los políticos-banqueros-gran patronal achatarrables  que aquí brindamos al improbable lector para que la ponga en práctica.

Al menos, que sepa que tal teoría existe y es verificable, si nos ponemos a ello.

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