domingo, 10 de marzo de 2013

Coros angelicales.-


La verdad es que este jubilata está hasta la coronilla de tanto turiferario ratzinguerista como ha florecido, estas últimas semanas,  en las tertulias radiofónicas y demás prensa adicta a la cosa de poder divino. Resultan monotemáticos, laudatorios hasta el empalago y tan faltos de crítica que uno ha terminado por hastiarse y está deseando que, de una puñetera vez, se enclaustren los cardenales en la capilla Sixtina y nombren, previa  fumata blanca, otro jefe del estado Vaticano. A ver si la barca de san Pedro tiene nuevo timonel, las aguas del Tiberíades mediático vuelven a su cauce y las fuerzas vivas del tertulianismo radiofónico dejen de quemar incienso, que nos tienen atufados con tanta Su Santidad.

A estas alturas del telediario, uno  prefiere las tropelías del asunto Bárcenas a las babitas místicas que segrega la cofradía de untuosos forjadores de opinión. Al menos, aquél resulta más jugoso porque no hay día que no salga a la luz un nuevo atropello, una explicación disparatada de algún político, o una batería de denuncias judiciales para salvaguardar el buen nombre de quienes lo perdieron hace tiempo. Lo de los angelicales coros laudatorios del papa Benedicto es campo trillado y más monótono que una eternidad tocando la lira en la gloria celestial.

Pues un servidor, no mediatizado por las inacabables tertuliadas, aún recuerda que el cardenal Ratzinger fue nombrado por Juan Pablo II prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, o Inquisidor General y, como tal, ejerció con eficacia durante años, hasta el punto que le llamaban el Parzerkardinal. Y, como si fuera la brigada acorazada Brunete espachurrando rojos, con eficacia teutónica, laminó la teología de la liberación hasta no dejar casi vestigios del Concilio Vaticano II ni del compromiso de la Iglesia con los desheredados de la tierra. Lo cual no hay que buscarlo en el séptimo infierno del Dante, sino en los papeles que conservan la memoria histórica del único intento conocido de la Iglesia por tomar partido, en cuanto institución, con los desahuciados de la sociedad.

Como inquisidor general llegó a la conclusión de que la teología de la liberación interpretaba el mundo bajo el esquema de la lucha de clases, lo que era un peligro fundamental para la fe de la Iglesia. Con esta visión, no es extraño que al teólogo Leonardo Boff, en 1985, le montara un proceso digno del seguido contra Galileo y le prohibiera ejercer la enseñanza. Y gracias, que ya no estaban los tiempos para convertirlo en chicharrones en la hoguera. No es de extrañar que el obispo de Recife, Hélder Cámera, se lamentase unos años antes: si doy de comer a los pobres, me llaman santo; si pregunto por qué son pobres, me llaman comunista.

La verdad es que aquel trabajo lo hizo con eficacia germánica y la Iglesia, bajo su predecesor, se convirtió en un berenjenal de congregaciones místicas tipo Opus Dei, Legionarios de Cristo, Neocatecumenalistas que predican no ser su reino de este mundo, pero se alían con los poderosos y ocupan, subrepticiamente, parcelas de poder terrenal. Lo que no le impidió al cardenal Ratzinger, desde el Vaticano y con toda discreción – como suelen hacer estas cosas – interceder por el dictador Pinochet cuando estaba arrestado en Inglaterra por crímenes contra la humanidad.

En fin, el improbable lector perdonará que me meta en este tremedal teológico, pero un servidor veía con mucha simpatía a aquellos eclesiásticos comprometidos con los problemas sociales, que incluso dieron testimonio con sus vidas, como monseñor Romero o el padre Ellacuría y sus compañeros. Además, no es difícil entender que, de la misma forma que acabó con lo mejor que tenía la iglesia católica, ha sido incapaz de poner orden en la misma, con esos turbios asuntos eclesiásticos que se cuecen entre las bambalinas del Vaticano. Consciente de ese fracaso,  derrotado, anciano y enfermo, se va. Tampoco tiene nada de especial.

Aunque, quizás, sí. Sí tiene de especial que algún papa se apee de la silla gestatoria o del papamóvil y dimita, mientras que aquí no dimite ni político inepto, ni corrupto acreditado, ni dios que los crió. Se ve que están muy imbuidos de su sagrada misión. ¡Señor, Señor, qué cruz! 

2 comentarios:

  1. Cardinale Claudio Pelotti10 de marzo de 2013, 11:44

    Excomulgatus es!

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  2. Qué buena frase la del obispo Helder Camera. La tengo entre mis favoritas. Lástima que el nuevo Papa sea este Bergoglio, coterráneo mío a mi pesar. Nada va a cambiar en la Iglesia, amigo, si está Bergoglio.

    Albur!

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