martes, 4 de marzo de 2014

Convalecencia, eternidad.-

Cuando un pie escayolado se convierte en el centro de tu universo, la convalecencia es una eternidad con fecha de caducidad, o por lo menos un remedo de ésta. Porque eterno parece el tiempo a transcurrir entre la mala pata de aquella rotura y el día en que las dos piernas habrán de recuperar su funcionalidad. Este lapso de tiempo en suspensión, que bien puede llevar tres meses o más, para un convaleciente atado a sus muletas es la experiencia que más se puede aproximar a eso que llamamos eternidad.

Es una exageración, claro está, una hipérbole traída por los pelos para tratar de explicar lo enormemente tedioso que resulta ese lapso de tiempo en que uno aparca sus actividades habituales y se somete -a la fuerza ahorcan- al lento transcurrir de las horas, los días, las semanas, los meses… Una eternidad en la que el tiempo parece haberse parado; tan igual a sí mismo, tan plano que parece no existir. Y, si uno no recuerda mal viejas enseñanzas, la suspensión del tiempo es lo que caracteriza ese concepto abstracto que llamamos "lo eterno" .

“Metafísico estás”, dirá el improbable lector, como le decía Babieca a Rocinante en aquel mal soneto de Cervantes. Pero este jubilata averiado no se pone metafísico a fuerza de pasar hambre, como se quejaba el rocín de don Quijote, sino a fuerza de pasar una infinidad de tiempo (plano, monótono) a la pata quebrada.

Ya puestos a hablar de infinitos, de eternidades, aunque sea una ligereza de jubilata ocioso, sin saber bien como, llega a mis manos un ejemplar del Fedón que dormía el sueño del olvido en mi biblioteca casera y empiezo a ojearlo. Ciertamente, una cojera a plazo fijo –por muy tediosa que sea– no tiene por qué producir los mismos efectos anímicos que una pena de muerte, como a la que los atenienses condenaron a Sócrates. Solo que el bueno de Sócrates se tomó la condena con una entereza que para sí quisiera el pernituerto quejoso de su invalidez provisional.


El filósofo esperaba con alegría la muerte porque liberaría su alma de las ataduras del cuerpo. Para que sus amigos lo entiendan, dedica todo su esfuerzo en los diálogos del Fedón a demostrarles la inmortalidad de ésta, haciéndoles ver que lo que llamamos conocimientos no son más que reminiscencias, recuerdos que el alma conserva de una existencia anterior y a esa existencia regresará una vez libre de las limitaciones que impone el cuerpo. Su atadura al cuerpo es un episodio más bien molesto. Soma sema, creo que eran los pitagóricos quienes lo decían: el cuerpo es una tumba.

Si uno lee despacio los diálogos, casi llega al convencimiento de que la muerte de Sócrates a la puesta del sol no es una tragedia; parece más bien que estemos ante un rato de conversación entre amigos para ir pasando unas horas de espera. Tanto es así que incluso el condenado se permite alguna ironía: “…y si después de la muerte no existe nada, habré tenido la pequeña ventaja de no haberos molestado con mis lamentaciones durante el tiempo que me queda de estar entre vosotros”.

Con un par… ¡Y un servidor dando la vara por un hueso roto! Quizás éste sea el momento de sacrificar un gallo a Esculapio.

2 comentarios:

  1. ¡Muy bien! Matas( acabas) como nadie. JJ,¡qué bueno eres, concho!

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  2. Julio Castell Urbieta7 de marzo de 2014, 15:58

    Don José Juan, es una buena oportunidad para dedicarla al noble deporte del sillón-bol. Apúntese al fútbol, hombre, que sé que le gusta. Tiene partidos a casi todas horas todos los días, de todas las ligas. Me agradecerá este consejo. Un abrazo.

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