domingo, 14 de diciembre de 2014

A imagen y semejanza.-

Pensando cómo iniciar esta croniquilla semanal, he recurrido al humorismo del arcipreste Juan Ruiz, de quien sé de antemano me habría dado la licencia: Probar todas las cosas el Apóstol manda; / quise probar la sierra, hice loca demanda…, Solo que este jubilata no se ha puesto a  cruzar la sierra el día marceño de San Meder, sino que ha ido a visitar una exposición de pintura cargada de adoctrinamiento religioso la tarde de un sábado decembrino y lluvioso a más no poder.

Desde los lejanos tiempos en que estudiaba Historia del Arte durante la carrera, mi relación con la pintura religiosa ha sido la de mantener una actitud que me permitiera entender su valor estético y cultural, dejando a una distancia prudente su significado doctrinal. De la misma forma que uno puede admirar La familia de Felipe V, de Van Loo, sin por ello sentirse partidario de la monarquía absoluta, igualmente uno puede sentirse subyugado por una Anunciación del Greco sin por ello creerse el mito de un Mesías nacido de una virgen sin concurso de varón, menos aún por la sorprendente intermediación del Paráclito bajo forma de paloma.

El caso es que, venciendo unas prevenciones más que justificadas, me acerco al Centro Cultural de la Villa Fernán Gómez a ver la exposición a Su imagen. Arte, cultura y religión. Ya de antemano sabía lo de El Confidencial; eso que decía en su titular de que “Botella monta una lección de catequesis de dos millones de euros por encargo de Rouco”

Y sí, creo que los de El Confidencial no han exagerado. La exposición es una lección de catequesis con todo lujo de grandes pintores al servicio de la ideología religiosa: el poderoso Rubens con un Sansón y el león, donde el profano no ve al melenudo juez de Israel, sino a Hércules y el león de Nemea, e incluso un episodio similar de la epopeya del Gilgamesh sumerio; o la grácil imagen del  Arcángel san Gabriel, de Gregorio Fernández, que parece flotar en el aire, donde el espectador correoso y más inclinado a la cultura clásica, ve al mensajero de los dioses, Mercurio, solo que sin el caduceo y el petaso alado; pero uno y otro son clavaditos a los mitos que pretenden suplantar.
Y como los artistas citados, aunque con otros asuntos, hay otros primeros espadas de la pintura, como Rivera con su Susana y los viejos, o La virgen del pajarito, de Luis Morales, Velázquez, Lucas Cranach, Tintoretto…

Uno ya va a estos eventos curado de espantos. Interesado en su valor estético y cultural, y conocido el sustrato ideológico sobre el que se basan, el espectador puede, perfectamente, disfrutar de estas obras de arte sin temor a que los paneles que lee y la audio guía que escucha, le lleven al huerto del adoctrinamiento. Ya en junio pasado tuvimos una experiencia parecida, cuando la santa y yo fuimos a Aranda de Duero a visitar Las Edades del Hombre y nos encontramos con que la imaginería que allí se mostraba era la excusa para evidenciar la influencia que la religión católica ha ejercido sobre nuestra cultura. En esta bitácora hablé de ello en su momento.

Pero forzoso es reconocer la debilidad que este jubilata siente por la escatología que la Iglesia católica ha utilizado durante siglos con profusión y efectividad: la caducidad de los bienes terrenales, la presencia de la muerte y el pulvis eris; sobre todo porque es un asunto muy querido por los barrocos y una forma eficaz de aterrorizar a los adeptos, tanto o más que aquella película de Pesadilla en Helm Street en la que Freddy Kruegger hacía escabechinas con total fruición. A mí In ictu oculi, de Valdés Leal, o El sueño del caballero, de Pereda, me ponen mucho. Sobre todo porque los veo como una venganza en diferido.

Imaginar a los poderosos de la tierra aferrándose a sus riquezas en los estertores de la muerte me da un subidón. Imaginar, por un acaso, a un príncipe de la Iglesia, modelo episcopado español, aferrándose con manos sarmentosas a la mitra bordada en hilos de oro, los ojos vidriosos en las últimas ansias agónicas, mientras un confesor sádico le susurra al oído: omnia vanitas, pulvis, cinis... nihil!, es un puntazoNi siquiera el Freddy Kruegger ese descuartizando jovencitas con su motosierra podría proporcionar estremecimientos de tan intenso terror plancentero.

Claro que a nuestra casta sacerdotal autóctona  la veo más cerca de Gutiérrez Solana con su procesión de la muerte y de una España ténebre, clerical de teja y manteo, y doctrinaria hasta el fanatismo. Sin embargo, para que no se le remuevan a uno las bilis con estas funebridades y sosegar los espíritus convulsos, nada mejor que contemplar esos humildes cardos que pintaba el cartujo Sánchez Cotán.

El improbable lector sabrá perdonar esta incapacidad que un servidor tiene para discernir entre la iconografía religiosa y las heterodoxias que le bullen en la cabeza. Si no fuese porque la madre de Amenofis III hubiese quedado embarazada por el dios Amón, o que Rómulo y Remo nacieran de la coyunda forzada de Marte con la vestal Rea Silvia, o que de la fecundación de Danae por Zeus naciera Perseo, uno podría disfrutar estéticamente, por ejemplo, de esas Anunciaciones que tanto abundan en la imaginería católica, sin tener que preocuparse de complicadas justificaciones teológicas.

Es un fastidio ir a una exposición a ver pintura religiosa y pasarse el rato deslindado entre el valor estético de la obra y la carga ideológica que conlleva. Pero, bueno, ya sabemos que el arte no es imparcial… y el espectador es, a veces, beligerante.  

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