domingo, 25 de enero de 2015

Donde más duele.-



Anda la gripe de este año dando más cornás que una vaquilla resabiada, y como a quien esto suscribe ya le ha arreado varios puntazos en lo que va de invierno, no ha tenido el cuerpo para ocuparse de asuntos de más trascendencia. La verdad, entre toses, moqueos, fiebres y otras alegrías gripales no había dedicado mucha atención a la cosa esa de la supervivencia que llamamos pensión por jubilación.

Echando un vistazo retrospectivo a la prensa adicta al “qué suerte que Mariano sea nuestro líder” (leído en ABC, vamos), resulta que la revalorización de las pensiones ya no se vincula al IPC anual, sino a un invento distinto que llaman Índice de Revalorización, donde, entre otros indicadores, se pondera el efecto de sustitución. Lo cual, para un jubilata ignorante de la macroeconomía y, encima, griposo, es de difícil entendimiento; aunque, tras varios paracetamoles y varias sesiones de estornudos, algo logra uno desentrañar del asunto: se trata de la diferencia entre las pensiones que causan baja y las nuevas que entran en el sistema. Lo que, en magnitudes microeconómicas y en palabras del cómico José Mota, significa: las gallinas que entran, por las que salen. Jubilatas y gallinas, todo son estadísticas.

Dicho, para entendernos, en términos de economía en chancletas, la pensión se revaloriza o no en función de los pensionistas que finiquiten a lo largo del año y los nuevos que se den de alta en el sistema. Para no rompernos las entendederas - nunca se insistirá bastante - con abstrusos conceptos que escapan a nuestros conocimientos, significa que si mueren muchos pensionistas ese año y entran menos, la pasta a repartir aumenta; si es al revés, disminuye. Con lo que no es necesario hacer muchos cálculos para comprender que a cualquier jubilado lo que le conviene es que casque un número considerable de viejos improductivos. Puro maltusianismo, lucha por la vida y competición por los recursos escasos. ¡Hay que joderse con la sociedad de mercado, que ni siquiera en estas edades puede uno bajar la guardia!

Lo cual deprime bastante, más cuando el termómetro te dice que tienes 38,5º, toses como si fueras a escupir trocitos de pulmón y andas del sofá a la cama, y de ésta a aquél,  con más languideces de tísica que la Traviata: Follie!... Povera donna, sola, abbandonata in questo popoloso deserto…, El populoso desierto de la jubilación donde los pensionistas nos hemos convertido en competidores por la supervivencia, donde el jubilado con el que te cruzas en el mercado es un parásito que mete su cuchara en tus garbanzos. Aparte de maldita la gracia que te hace saberte en zona de riesgo, que puedes cascarla por culpa de una vulgar gripe y que, encima, tu pensión, la que te has ganado con cuarenta años de cotizante, vaya al bolsillo de un jubilado recién estrenado en el Índice de Revalorización.

Todo lo anterior va dicho en términos generales porque, cuando bajas al terrero del “qué hay de lo mío” y te enteras de que las pensiones se han revalorizado este año un 0,25% y a ti te tocan dos euros al mes, entonces sí que te deprimes. Pero no puedes decir eso de “para poca salud, más vale morirse”, porque entonces tu pensión cambia de beneficiario y aquí no ha pasado nada. 

Pero no puedes evitar ponerte nostálgico. Nostálgico de cuando había esa hucha tan gorda de las pensiones, esa Tierra Prometida que te han arrebatado con malas artes, y lloras, afligido, junto a los ríos de la Babilonia del rescate bancario y el equilibrio presupuestario. Esclavo de una magra pensión, no puedes menos que “Va, pensiero – lamentarte – sull´ali dorate; va, ti posa sul clivi, sul colli…”. Y gracias que la fiebre te ha dado verdiana (lo digo por dom Giuseppe) y no has llegado al total desvarío, lo cual sería síntoma cierto de estar a punto de salir del sistema de pensiones por el expeditivo camino de la Parca.

En fin, no querría cansar más al improbable lector, pero, entre la gripe y el Índice de Revalorización, uno está en un vivo sin vivir en mí. 

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