domingo, 11 de enero de 2015

Visita a una dama.-

A pesar de que se van cumpliendo años y van quedándose atrás viejas ilusiones que el tiempo ha reducido a recuerdos borrosos; a pesar de aquellos proyectos nunca realizados, pero sin los cuales un día ya lejano no concebíamos que nuestra vida tuviera sentido, aún, entre esas hojarascas de lo que no pudo ser, quedan unos pequeños brotes verdes que resisten a marchitarse tras decenios de vida condenada a la mediocridad bíblica del ganarás el pan y a la mediocridad existencial del vivirás de tu jubilación. Y gracias, que otros ni lo catarán.

Es sorprendente que, tras tantos y tantos años, todavía siga vivo el enamoramiento por una mujer que murió joven, apenas con veinte años, de nacimiento Giovanna degli Alvizzi, florentina ella, de la que este jubilata se quedó prendado allá en sus tiempos mozos, cuando era estudiante en la Complutense. Aquellas clases en las que el profesor de Arte pasaba las filminas y nos descubría, a algunos jóvenes como yo que sólo vivíamos la grisalla del franquismo social, toda la belleza que hay en la pintura renacentista. Nos hablaba de Paolo Ucello y sus caballeros de negra armadura en la batalla de San Romano, o Piero della Francesca con sus retratos enfrentados de los condes de Urbino, o de Mantegna con ese escorzo imposible del Cristo muerto…

Pero fue Ghirlandaio quien, definitivamente, marcó la fascinación por el Cuattrocento italiano. Su  jovencísima y serena Giovanna Tuornabuoni era a los ojos del estudiante enamorado de la belleza, que entonces fui, como  Beatrice para el Dante o Dulcinea para el loco egregio que fue el Caballero de la Triste Figura, un ideal inalcanzable. Una de esas obsesiones estéticas sin las cuales es imposible soportar la vulgaridad del tiempo presente. 

Con la ventaja, frente a ellos, de que uno puede serle infiel sans état d´âme, como aquella vez en Atenas, frente a los ojos almendrados y la sonrisa enigmática de una Kore, que arrebató a este turista sorprendido al borde del éxtasis estético. Claro que, puestos los pies en tierra, con estos antecedentes, el currículo profesional de un servidor no daba para alcanzar grandes metas sociales, andando, como andaba, con la cabeza a pájaros.


El caso es que, volviendo al asunto, jamás habíamos visitado la colección permanente del museo Thyssen, hasta ayer, que fuimos la santa y yo. Y, por lo que recuerdo, nunca había estado frente al retrato de Giovanna Tuornabuoni, teniéndola tan cerca, a penas a media hora de transporte público. Mil veces la había visto en reproducciones, pero nunca antes vi la tabla que pintó Ghirlandaio. Fue una lástima que los ojos que la pintaron no fueron los que la vieron viva -tomó su retrato de una medalla conmemorativa-, ya que la tabla hubiera sido el punto exacto de encuentro entre la mirada de este espectador fascinado y la del pintor que debería haberla conocido.

Aunque idealizada de acuerdo con los cánones renacentistas, debió ser harto hermosa y de buenas prendas personales y morales. Tanto que  el pintor puso una cartela con dos versos de un epigrama de Marcial: Ars utinam mores animumque effigere posses. Pulchrior in terris nulla tabella foret: “Ojalá el arte pudiera representar las costumbres y el alma. No habría en la tierra mejor pintura”.

Y dirá el improbable lector que a qué viene tanto rollo por una joven dama muerta en 1488, que es una pasada de exquisitez para un viejo funcionario anclado en viejas contemplaciones. Y no le faltará razón. Puestos a adorar antiguas bellezas –insistirá el lector- , ahí está Mona Lisa, a la que visitan en peregrinación miles de turistas. El refrendo multitudinario de la Gioconda deja en mantillas a la jovencísima Giovanna, a la que cuatro despistados echan un vistazo distraído.

Pero quien esto escribe sigue en sus trece, porque la masa turística, con sus selfies, no hace más que prostituir de vulgaridad a un personaje al que, para desacralizarlo, ya Marcel Duchamps pintó perilla y bigotito de señorito sexualmente ambidiestro, además de colgarle aquel infamante letrero de L. H. O. O. Q.: Elle a chaud au cul.

2 comentarios:

  1. Gervasio Trajano de Sánchez11 de enero de 2015, 18:29

    Permítame que le diga que a yo también soy jubilata y me gusta mucho la Mirus Cyrus o como se llame. La suya la veo un poco acartonada, demasiado rectangular, si me permite la expresión. Pero Myrus Cirus o como se llame, es otra cosa. Pero las opiniones son de cada uno, por supuesto.

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  2. Juan José, no haga usted caso al Sr. Trajano que respira rencor retroactivo, al no ser capaz de imaginar que esta mujer maravillosa pueda haber sido contemporánea suya aunque sea solo en mente y por eso se aferra a cualquier cosilla, con tal de que sea actual y a mano. D. Juan José siga ud. por este camino que es el que lleva directamente a la derrota, como diría un marino; es decir, al camino marcado que tiene uno en su vida, grabado a fuego en sus cartas natalicia y de navegación. Y que dios reparta suerte, leñe.

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