domingo, 4 de octubre de 2015

Mitos y zarandajas.-


Quizás al improbable lector le traiga al fresco, pero quien esto escribe anda un tanto preocupado por los mitos patrios y su devaluación. No hay más que fijarse: el común de los ciudadanos pasa de tan grave asunto y está más interesado en el follón que nos ha montado el ministro Soria con la subasta por horas de la energía eléctrica; o si no, no hay más que ver el asunto ese del chirimbolo que los honrados industriales germanos de Volkswagen han colocado en nuestros coches para falsear el control de la emisión de gases.

En estos días post-29 S., apaciguados (esperemos que por algún tiempo) los ardores nacionalistas a ambos lados del Ebro, a la gente de la calle - a pesar del mito de la Unidad - no parece preocuparle mucho si la C.U.P. quiere una presidencia catalana con alternancia en el mando, o bien una presidencia colegiada, o bien, coral; si hoy burguesa y neoliberal y mañana anticapitalista y autogestionaria, según el turno que establezcan los que van a repartirse el sillón de mandar en el palacio de Sant Jordi. Conste que a este jubilata setentón, tampoco le quitan el sueño; más tratándose de un asunto que le pilla del otro lado de la frontera. Son los mitos fundacionales sobre los que se asientan los sentimientos patrióticos los que realmente le traen en desazón.

Y uno de esos mitos tan caros al imaginario hispano es la célebre pelea a garrotazos de la Quinta del Sordo: dos fulanos malcarados, enterrados hasta las rodillas, dándose de garrotazos con un entusiasmo y dedicación que sólo la convicción en la bondad de las propias razones y en la depravación de las del contrario, puede empujar a tal apaleamiento sin contemplaciones. 

Ese inmovilismo en las posiciones, con las piernas clavadas en la tierra, esa saña en el zurrarse a quemarropa hasta que la muerte nos separe, alimentando el mito de las dos Españas (ahora un poco más complicado con eso de las dos Catalunyas: burguesa pro sistema la una y popular y contestataria la otra), siempre nos ha hecho recordar a Machado y su aquella España que muere mientras la otra bosteza. Entre el bostezo y la inanición, la conjunción de mitos funcionaba bien, hasta que nos enteramos que tenían truco, como los motores de la industria automovilística alemana.

El problema se suscita – más bien la decepción – cuando uno, que siempre ha observado con curiosidad y cierto temor la mitología que afecta a la idiosincrasia hispana y sus aledaños, se encuentra con que aquélla tiene los pies de barro. Y en el caso de esta pintura de los garroteros de Goya, de un barro postizo. Porque resulta que, cuando se arrancaron, en 1874, los frescos de las pinturas negras que don Francisco pintó en las paredes de su quinta, se hizo de forma tan chapucera que ésta del garrotazo y tentetieso quedó (según las técnicas restauradoras de la época) irremediablemente dañada en su parte inferior. Chapuza sobre chapuza, a Salvador Martínez Cubells, encargado de desmontarlas, no se le ocurrió otra que tapar las piernas de los dos fulanos furiosos echando tierra al asunto a fuerza de brocha.

Y, francamente, no es lo mismo, porque, al saberlo, queda muy descafeinada la visión trágica que de nosotros mismos tenemos. No es lo mismo dos bestias patrióticas con las piernas atoradas, dispuestas a matarse a golpes por un quítame allá esas pajas ideológicas, que dos bípedos ofuscados, con la racionalidad inhibida momentáneamente. los primeros no se moverán de su posición ni hartos de palos; los segundos, libres para poner los pies en polvorosa, dirimen su distinta concepción del mundo a palos hasta que el poder de convicción de uno de ellos obliga al oponente a soltar el garrote y reconocer la contundencia de los argumentos esgrimidos por el contrario. 

En este caso la sangre no llega al río y la cosa queda en unos cuantos leñazos de una pelea de taberna a causa del mal vino que se les ha puesto discutiendo de fútbol, pongámoslo así. Siendo tal la cosa, un poco de mercromina y un apósito resuelven la cuestión, pero el mito de las dos Españas a porrazos queda desbaratado sin remedio, y uno de los pilares de nuestro fatum histórico, patituerto.

Total, que pasamos del mito a la zarandaja. De la visión trágica de nuestro ser en el mundo como país a un apaño de ocasión para tapar una chapuza tan bien de chez nous, como dicen los franceses, gente con modales refinados donde la haya.

Parece mentira, algunos creíamos en el "me duele España" unamuniano, en el "miré los muros de la patria mía" quevedesco, en "estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora" de Rodrigo Caro y en el "oigo patria tu aflicción" de don Bernardo López García, jienense y poeta él, y resulta que la pelea a garrotazos goyesca está trucada. Un caso de efectos especiales avant la lettre.

La gente tiene razón, vale más preocuparse por los abusos de las compañías eléctricas y la connivencia del gobierno. No hay mito fundacional que resista el impulso de una puerta giratoria. 

2 comentarios:

  1. Basilia Azcárraga Salmerón5 de octubre de 2015, 23:22

    Hola, señor. Siempre con la lupa semantica en la mano, me gustaría hacer hincapié en un error (o errata) que he encontrado en su magnífico texto de hoy: los naturales de Jaen son "jiennenses" no "jienenses". Espero que corrija oportunamente. No es importante (y menos para don Bernardo García López), pero quizá algún amigo de la "Bella aceitunera" si pueda sentirse molesto. Muchas gracias y reciba mi reverencia.

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  2. Quisiera tranquilizar a Dª Basilia pues el DRAE da como buenas ambas formas, jiennense y jienense. Imagino, señora, que vd. sabe latín y recordó que en esa bella lengua se dice Giennium a la ciudad y Giennensis a los naturales de ella. Beso su mano,

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