sábado, 10 de junio de 2017

Manspreading o despatarramiento machirulo.-

Una de las mejores cosas que tiene eso de acumular a granel tantos años de vida es que, quienes ejercemos de septuagenario con neuronas en estado operativo, acostumbramos a pasar buenos ratos observando, con cierto despego, la evolución de las modas sociales. Modas que, en el mismo momento de su presentación en sociedad y puesta de largo, han de ser asumidas por quienes se tengan por progresistas y ametrallar con ellas las redes sociales con la fe de un yihadista en los goces del paraíso.  Y lo que es a un servidor, maguer su edad provecta, no hay individuo de su quinta que le gane a progre, ni moda social a la que no busque su intríngulis.

Aparte que esas modas sociales suelen venir acompañadas de novedosas terminologías – si provenientes de la angliparla, mejor que mejor – que enriquecen un montón el acervo lingüístico y cultural del usuario. Y últimamente este jubilata, que dedica grandes esfuerzos a la puesta a punto de su estar en el mundo, ha atesorado varios términos a los que piensa dedicar sus mejores años.  De momento, está dudoso en su preferencia entre el manspreading de jerga brexiteliana y la charge mentale francogálica, aunque también le tiene querencia al machirulo, ese hallazgo tan despectivo que ha inventado el feminismo patrio, o al no menos despectivo carnaca del veganismo ultra ortodoxo.

Como en casa no estamos muy allá en eso del spanglish, he corrido a consultar el Oxford Pocket y éste me asegura que spread es tanto como “extender”, “desplegar algo”, con lo que el manspreadyng viene a ser algo así como “hombre desparramado”. 

Lo que no entiendo bien es a qué viene llamarlo en inglés cuando es costumbre muy carpetovetónica eso del despatarre viril. Ya desde niño recuerdo yo ese gesto tan macho de abrirse de piernas como para dejar la virilidad libre de toda opresión pernil; algo muy de hombre de bragueta prieta y testosterona hasta en la sobaquera, que siempre hemos vivido con normalidad hasta que empezamos a ponernos estrechos de pura postmodernidad. Algo tan racial – y tan nuestro - como cuando veíamos a Javier Barden rascarse con chulería el escroto en Jamón, jamón.

Pero, quizás, lo que ha pasado inadvertido a la respetable progresía urbanita, siempre tan querenciosa de su angliparlancia, es que nuestros vecinos franceses están empezando a hablar de la charge mentale (la carga mental) que soportan las mujeres que viven en pareja con hombres. La acotación de “con hombres” no es baladí, pues el emparejamiento actual es variopinto y no necesariamente heterosexual.

Y para entenderlo, convendría hacer un poco de historia: Es cosa sabida que los hombres de la generación anterior a la nuestra, lo que hacían era estorbar en casa. Por eso, cuando no estaban currando estaban en el bar. Luego llegamos nosotros, que en nuestra juventud empezamos a echar una mano, tal como “Fulano, baja y tráeme el pan”. A partir de esos rudimentos participativos, empezamos a cooperar y luego a asumir tareas equitativamente - con todas las excepciones a que la experiencia dé lugar -. Pero, cuando creíamos que habíamos llegado al cogollo de la corresponsabilidad doméstica, resulta que no, que quien realmente lleva la responsabilidad de la casa es la mujer. 

No es que no trabajemos y le pongamos empeño; es que, cuando hemos terminado la tarea, preguntamos: “Fulanita, cariño, y ahora qué hago…” Ahí, ahí está la carga mental, ese estrujarse de neuronas a que se ve sometida la mujer, a quien se supone (suponemos los hombres) le corresponde la responsabilidad de la organización familiar. Una cosa es compartir tareas y una muy otra, responsabilizarse de las decisiones dentro de la sociedad doméstica.

Se preguntan las feministas francesas: ¿Y por qué la responsabilidad de la organización de tareas ha de recaer exclusivamente sobre la mujer? Fallait demander, dicen ellas que dicen los maridos franceses cuando ven que la mujer no llega a todas las tareas y se siente desbordada: Pues haberlo dicho, mujer, se podría traducir. El hombre está dispuesto a la tarea, “a ayudar”, pero parte del supuesto de que las decisiones, la organización en el hogar las toma la santa. Si hay que bañar a los niños, si hay que hacer la cena, tú me lo dices, chati, y yo hago lo que tú quieras. Y por ahí van los tiros: no es lo mismo la carga mental que el reparto de tareas; no es lo mismo planificar, organizar, que ejecutar tareas. No es lo mismo la responsabilidad de dirigir una casa que trabajar de currito benevolente.

Ya ves improbable lector/lectora (ya que estamos en ello, distingamos géneros, que luego pasa lo que pasa), cuando los hombres creíamos haber hecho nuestro camino de Damasco igualitario, resulta que aún nos queda otra caía del caballo: compartir la carga mental de las decisiones domésticas. No es una queja, es una constatación. Pero, quizás, esto tarde aún en llegar a nuestra progresía, porque como no viene expresado en inglés…

Dicho lo anterior, sobre el particular se puede leer en un artículo de L´Express, número 3438: Penser à tout? Elles en ont ras le bol: hasta los ovarios de pensar en todo, por decirlo así. Y hay una bloguera, Emma, que habla de ello en https//emmaclit.com. Y un comic, “Fallait demander”, sobre este asunto en Facebook, con 162.000 seguidores. Todo ello según el dicho L´Express. 

Ya ves, y aquí nos preocupamos por el despatarre del macho ibérico en los transportes públicos… y creemos que hemos llegado al colmo de la progresía al fustigar tamaña vulgaridad, pero no alcanzamos la sutileza de nuestros vecinos franceses ni de coña.

El caso es que – hablando de nuevas expresiones, como decíamos al comienzo –, cuando recorro las calles de Lavapiés, camino de la UNED Senior, acostumbro a leer letreros, pintadas y cosas así. Y hace semanas que me encontré con un: Ningún machirulo con dientes, o el muy desagradable: Tu mirada me viola, y otros de parecido tenor, que he olvidado, aunque apunté en mi diario. No sé si estos mensajes del feminismo extremo van dirigidos a todos los hombres, incluidos los setentones, por estar estigmatizados con el doble cromosoma XY, o sólo a los que ejercen el machismo en dedicación exclusiva.

También me encontré con un: Fuera carnacas de nuestro barrio, que me tuvo intrigado varios días. Hasta que hice averiguaciones y descubrí que carnaca es término despectivo, empleado por el veganismo, referido a los devoradores de carne. Con lo cual, se nos invitaba de malos modos a largarnos del barrio a todos los omnívoros.

Este jubilata, en su acreditada credulidad, creía que Lavapiés era un barrio abierto, un microcosmos multirracial, ruidoso, multicultural y plurilingüe, pero resulta que no; que es territorio comanche donde puedes tener un mal encuentro con un comando del Frente Popular de Judea o con una cáfila de talibanes del Frente Judaico Popular, o con un fanatismo de diseño que nos expulsa del barrio por comer filetes.

3 comentarios:

  1. Jesús,Jesús.Y ya no cabe estar más al día

    ResponderEliminar
  2. Fisina Carranza Saez20 de junio de 2017, 19:28

    Acabo de aterrizar en su blog, señor, y veo mucha política en sus posts, señor. Sería interesante que también hablara de viajes, señor, y de arte, por ejemplo. Gracias, y aquí tiene a una nueva y atenta lectora.

    ResponderEliminar