lunes, 10 de julio de 2017

Crónicas veraniegas e intrascendentes, 1.- Entre el aislamiento y la noticia.


Estas vacaciones serranas, en la  primera quincena de julio, recuerdan a este jubilata tiempos pasados, cuando en los pueblos de veraneo no había más que lugareños dedicados a sus quehaceres del agro, y algunos veraneantes que ponían la nota exótica de gente de ciudad con pocas habilidades para adaptarse al medio rural. Unos y otros formaban dos comunidades bien diferenciadas que compartían, por pocas semanas, el mismo medio y se desenvolvían en él de acuerdo con sus respectivas capacidades sociales, de forma que el espécimen de asfalto se comportaba con un cierto aire de superioridad por ser elemento de ciudad, mientras que el de pueblo hacía su agosto a costa de los veraneantes, subiendo los precios de las tiendas y bares. Eso sin contar las patatas, sandías y tomates que la señá Andrea (o la Antonia, o…) les vendía en la puerta de su casa, pesadas en romana y menguadas de peso.

Lo cual se dice aquí no porque Rascafría (donde veraneamos desde hace varios años) sea pueblo estancado en tiempos de ganaderos y agricultores, que ni mucho menos; es pueblo de maneras capitalinas que vive más del turismo y la hostelería que de pasadas explotaciones ganaderas o madereras, de cuando la serrería de los Belgas. Se dice, más bien,  porque estamos en días de tormentas veraniegas que nos diluvian calles, carreteras y caminos, de forma que el turista-masa se toma un respiro antes de atreverse a abrir el chalé adosado, desparramarse por las Presillas o invadir con sus coches y residuos los aledaños de la  carretera que atraviesa este parque natural de Guadarrama.

Decía, pues, que este jubilata, valiéndose de la climatología adversa, se había forjado unas ficticias vacaciones rurales, desconectadas de los agobios asfalteños, dedicadas a las paseatas por caminos del valle y a las lecturas atrasadas: esas que uno se había hecho promesa de hincarles el diente nada más tener el libro a mano, pero que las múltiples ocupaciones que padecemos los instalados en las clases pasivas nos han impedido acometer. Pero a pesar del aislamiento tan deseado, resulta imposible sustraernos a las influencias del mundanal ruïdo, y eso precisamente por culpa de las lecturas, que son la ventana por donde el vocerío del mundo entra en nuestro confortable aislamiento.

Y, a modo de ejemplo, este botón puede servir de muestra, aunque el improbable lector lo vea como una banalidad indigna de persona seria y añosa, como se le supone ser al autor de esta crónica. Pero sepa que el asunto está sacado de las páginas de economía de L´Express, semanario francés que se tiene por muy respetable. Pues el caso es que en Le cahier économie, bajo el epígrafe Innovations, se pone en conocimiento de los lectores que la firma Spartan, start-up financiada de forma participativa, acaba de lanzar unos calzoncillos que bloquean las ondas electromagnéticas a fin de preservar la fertilidad masculina. Una lástima que llegue con tanto retraso – pensé al leer lo del invento este –, porque a algunos ya en edad provecta no nos va a resultar de mucha utilidad, ya con nuestros espermatozoides macilentos, así que seguiremos usando el slip abanderado de toda la vida.

Y no debe ser cosa de marketing lo de la protección del gonadario masculino ante los ataques electromagnéticos ya que  su eficacia ha sido certificada por el laboratorio MET de los USA, quien garantiza que el hilo de plata con que están tejidos protege de las ondas en un 99%, aparte que es antibacteriano y confortable por estar entretejido con el tradicional algodón. Unos gayumbos high-tech que hacen juego con el Smartphone, a la vez que te preservan de las perniciosas ondas que éste emite cuando lo llevas en el bolsillo del pantalón.

Claro que otros asuntos de más calado cultural entran en nuestro discreto vivir de veraneantes, y nos elevan varios peldaños sobre nuestra mediocre existencia. Y es que, como cada verano, la Comunidad de Madrid organiza Clásicos en Verano (va por la XXX edición), y acerca a los pueblos serranos la música clásica y pone ante nuestra vista y oídos a jóvenes intérpretes.

Aquí, los de casa hemos asistido a alguno de los conciertos que han tenido lugar en el monasterio de El Paular. En su antiguo refectorio, bajo el gran lienzo de La Última Cena, copia de otra de Tiziano para el Escorial, por Eugenio Orozco en el S. XVII, un jovencísimo chelista, Alfredo Ferre. Este maestro en ciernes tuvo a bien maravillarnos con la interpretación de la Suite para violonchelo solo nº 6, de Nuestro Padre el divino Bach, así como sorprender nuestra ignorancia con los Preludes para violonchelo solo op. 100, de un desconocido – de ahí nuestra sorprendida ignorancia – Mieczyslaw Weinberg, músico polaco de origen judío, quien sufrió todas las miserias que los nazis infringieron a los de su generación.  Y en la iglesia parroquial de Rascafría,  el dúo Ashan Pillai – Juan Carlos Garvayo, nos ofrecieron una interpretación de viola y piano con sonatas de Glinka, Mendelssohn y Brahms con las que nos relamimos de gusto estético.

Así, debidamente culturizados en esta segunda semana de julio, regresamos a nuestros quehaceres y aficiones veraniegas. Que no son pocas, aunque eso sí, más bien intranscendentes. Como es, por ejemplo, pasear por la finca de los Batanes, bajo el bosque de Finlandia, viendo cómo novias de publicidad, con sus arreos de vestido blanco y velos de tul ilusión, van hasta el estanque a hacerse las fotos para las revistas de moda, acompañadas de su corte de fotógrafos que les sugieren tal o cual pose. Faltos de imaginación, los publicistas siempre eligen el mismo rincón verano tras verano, olvidando que por estos parajes hay lugares tanto o más bellos que aquél.

Sin ir mucho más lejos, allí al lado, este jubilata se suele acercar a una acequia donde descubrió el otro día el cazadero – o a lo mejor, el pescadero – de una culebra de agua, donde nadan bastantes alevines que deben servirle de alimento. Un par de veces la he importunado con la punta del bastón para ver cómo se revuelve allá en el fondo del agua, y ahora, en cuanto me siente llegar, se esconde bajo las piedras. La cosa no tiene nada que ver con las novias de publicidad que se retratan allí cerca, con músicas celestiales o con lecturas insólitas, pero se cuenta aquí para que el improbable lector vea que jubilata y todo, un servidor sigue teniendo reminiscencias de crío de pueblo.


La culebra, eso sí, debe estar bastante mosqueada…

2 comentarios:

  1. No tiene desperdicio!! Un paseo por esa sierra tan maravillosa, información curiosa sobre éste mundo al revés y música en entornos increíbles.
    Dan ganas de pasear con Juan José por esos parajes, refrescar esa sandía de la señá Andrea en el río e incordiar a esa culebra glotona que no deja crecer a los pezqueñines...

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  2. Muy buena crónica , Juan José, cierto es que nos introduces en los veranos pasados de nuestra infancia y nos deja un halo inevitable de nostalgia. Pero al mismo tiempo nos acercas a esta sierra plena de actividades culturales en el verano. ¿ Quien puede decir que cualquier tiempo pasado fue mejor ?

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