miércoles, 11 de octubre de 2017

Catalonya, ni contigo ni sin tí.-


Cuando este jubilata se sienta ante el ordenador, dispuesto a escribir una entrada en su bitácora, siempre tiene un recuerdo para sus lectores improbables, ocasionales o habituales. Es una cuestión de empatía y de estrategia. Un servidor quiere sintonizar con sus lectores y está dispuesto a vender su alma al diablo por conseguirlo, siguiendo la doctrina marxista (facción Groucho) de que se deben cambiar los más sólidos principios en función de los gustos de la clientela. Y, según soplan los aires patrios de encontrado signo, los gustos del personal van por la profusión de banderas que tremolan al viento por las calles de nuestras ciudades y por las tripas de sus ciudadanos.

Mal que nos pese, vivimos tiempos revueltos en los que las aguas políticas y los sentimientos nacionalistas bajan turbios en el reino de Celtiberia Profunda y en la república del Catalanistán Exterior. No así, afortunadamente, en el shangri-la de Equidistán, donde sus felices moradores pasamos el día tocando el arpa y entonando cánticos de alabanza a nuestros dioses tutelares. Aburrido – dirá el improbable lector – lo de tanta loa y arpegio pacifista. Sí, pero al menos evitamos que nos arreen un banderazo si no opinamos a gusto de todos.

Algunos suponíamos que, tras la declaración de independencia (que al final ha sido sí, pero ya veremos; sin prisa pero sin pausa…), las banderas, banderías, banderizos y abanderados volverían a sus cuarteles de invierno y esto sería un mar en calma. Pero, a lo que se ve, al montañas nevadas, banderas al viento, que cantábamos en la escuela pública, todavía le queda un largo recorrido. Algunos creíamos que, por fin, podríamos sacar el pasaporte y el preceptivo visado para conocer Palafrugell, pongamos por caso, y nos sentimos decepcionados. Sobre todo, porque el Sr. Puigdemont ha roto el encanto de convertir su república del lejano Catalanistán en un destino exótico, tipo Turquía, Irán, Georgia o Armenia, países que he visitado estos últimos años.

Viñeta en L´Express de esta semana. Así nos ven.
De verdad, algunos con espíritu viajero y admiradores del folclore local tipo bou de foc, nos quedaremos con las ganas de visitar esa jovencísima república con la muchachada de la CUP controlando el tráfico aéreo catalán desde la torre de control del Prat, o montando corralitos con las cartillas de ahorros de los pensionistas. O, según genial anticipación de nuestro Tomás Serrano, imprimiendo el dinero en la impresora que Rufián llevó al Congreso de los Diputados en cierta ocasión. Pero no, según ve la cosa un servidor, todavía tendremos para rato con el marcial Mambrú se fue a la guerra de días pasados o el Santiago y cierra España que sonaban a ambos lados de la trinchera, mientras que algunos seguiremos viviendo en la aburrida Equidistán donde nunca pasa nada. Y sin poder usar el pasaporte en la divisoria del Ebro.

Menos mal que el folclore patrio sigue dándonos momentos de gran espectáculo, como cuando el Sr. Vergas Llosa, en plan agitprop, blanca melena al viento, lanzaba soflamas centrípetas y apocalípticas advertencias contra el centrifuguismo que nos corroe. Aunque siempre habrá desconfiados ciudadanos con el morro torcido por culpa de estos excesos de fervor patriótico que se les pone a los privilegiados cuando se dan baños de multitudes. Y eso - hay que reconocérselo - sin hacerle ascos a ese olor a sobaquina de manada que tiene el gentío.

Porque, cuando los ricos se ponen patrióticos y abandonan su palacete en la Moraleja, o vienen desde París en su deportivo, como Álvaro de Marichalar; cuando, en fin, los privilegiados del sistema sacan su patriotismo a pasear, es que el reparto de beneficios ha dejado de ser asimétrico a su favor, el chiringuito corre cierto peligro de redistribución con nuevos comensales pidiendo parte del pastel, y hay que apuntalarlo con el esfuerzo de todos. Incluidas, especialmente, las masas fervorosas a las que, previamente, se les han ordeñado las rentas sociales y derechos ciudadanos para sanear bancos putrefactos, se les ha metido doblada con lo del rescate de autopistas ruinosas, aparte algunas gürteles de propina y otras menudencias que resultan ya imposibles de recordar.

Ven a Equidistán, hermano. No necesitarás pasaporte, ni bandera, ni unidad de destino en lo universal, ni nadie te esquilmará las rentas del trabajo o te arengará desde su localismo patriótico, ni tendrás que defender las sedes (aquí o allá) de los bancos o del IBEX 35. Podrás ser feliz y desocupado, y no tendrás que tragarte anuncios en la tele entre interminables debate y logomaquias.

Parafraseando a aquel personaje de Marquina: Equidistán y yo somos así, señora.

6 comentarios:

  1. Casildiano Ramírez Yegual11 de octubre de 2017, 20:16

    En materia bancaria no le veo a usted en Equidistán. Parece que se traslada allí según el tema, como los tenistas que tienen su residencia en Andorra pero salen fuera a jugar. Los verdaderos andorranos no salen nunca. Los verdaderos pobladores de Equidistán, tampoco. Usted es tenista.

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  2. este papichulo la esta petando en la deep

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  3. Hombre,me ha gustado eso de que los andorranos no salen nunca, pero será que no salen nunca en domingo, que Dona Perpetua aprieta mucho y hay que cumplir; en Andorra no son tan exóticos y salen todo lo que les deja el negoci. Sobre Equidistán, el autor creo que nos advierte sobre la equidistancia que percibe entre su I su ME y su MINE. Para esos temas y no otros, consúltense la discografía de los Beatles o la Summa Theológica donde se dice claramente que cada hombre se ama más a sí mismo que a los demás, pues sólo tiene unidad sustancial consigo mismo. Yo creo que ahí es donde radica el problema catalán. Y si D. JuanJosé no lo dice es por pudor. Es el pudor de algunos(otros) el que se está mostrando pudós o sulfídrico.. ; me parece

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  4. Xoaquin Casuya Casulla (Pontevedra)14 de octubre de 2017, 20:26

    Siempre en domingo, Chus Macellarius, ya lo decía la Tele de los 70, la verdadera.

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  5. Acisklo Azpiliqueta.15 de octubre de 2017, 11:33

    Se ve que es un blog para iniciados, tan crípticos todos

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