jueves, 14 de diciembre de 2017

Alternativas a la Navidad.-

Nuestra sociedad actual, para olvidar sus problemas, ofrece dos opciones contrapuestas: O bien eres constitucionalista o, por el contrario, eres independentista. O rindes pleitesía al 155 o te buscas un exilio mediático en Bruselas..., o, puestos a lo peor, te las arreglas con las estrecheces de Estremera.
 
Aunque, ahora que caigo…. No es eso. No es eso… Hoy el propósito de la bitácora no iba de ese frenesí bipolar que secuestra nuestra percepción de la realidad. Íbamos a hablar de la navidad. Recapacitemos…. ¡Ah! Sí…, ya recuerdo. Da capo, retomemos desde “Nuestra sociedad”:

Nuestra sociedad actual ofrece dos opciones contrapuestas: O te gusta la navidad o la odias. O te das un baño de espumillones y abetos plastificados, de consumo y papásnoel en los grandes almacenes, o te escondes por los rincones hasta que escampe tanta alegría. 

Yo soy de los segundos. Llevo tanto tiempo en la disidencia que he llegado a desarrollar estrategias de supervivencia tales que, si bien no son cómodos exilios bruselenses, tampoco son rejas estremeras: hago como si la navidad no existiese y miro para otro lado. Echándole un poco de empeño, suele funcionar.

Este jubilata, que lleva muchos turrones comidos a lo largo de su vida, lo tiene claro. Quizás el improbable lector no ha caído en ello, pero las fiestas de navidad tienen un aire de déjà vu, una especie de eterno retorno. Todos los años igual, hasta el empalago. 

Ya desde su invención, cuando los tiempos del emperador Augusto y aquel episodio de una pareja de okupas en un establo, donde la coima fue a parir un chavalillo que, según su carta astral, iba para rey de Judea pero se quedó en mesías justiciable. Y luego vino eso de los pastores y los villancicos de “Hacia Belén va una burra, rin-rin, yo me remendaba…”. Sin olvidar, tampoco, al avieso rey Herodes, quien llevaba muy a mal la competencia desleal en las cosas del trono, y mandó a sus sicarios que desbrozaran de competidores el camino. Organizó una degollina aparatosa pero ineficaz. Como consecuencia, los pobres perroflautas del pesebre belenesco tuvieron que huir – no en patera, que aún no se habían inventado, sino a lomos de burro, que aún no existían los Animalistas – a Egipto.  Pues esa historia, una vez conocida desde niño, repetida hasta la saciedad, es todos los años el mismo Belén. Sólo cambian los anuncios comerciales.

Después de darle vueltas al asunto, por si alguien quisiera desconectar de tan entrañables y machaconas fechas, brindo al curioso lector algunas alternativas perfectamente innecesarias pero que servirán para hacernos olvidar las navidades durante estos días. Pero si el lector es de los que viven la preceptiva alegría navideña como si fuera de obligado cumplimiento, que deje aquí la lectura. Lo que sigue es sólo para descarriados.

Antes que nada, se impone un pacto de silencio. Simplemente, no hablemos de estas fiestas. Hagamos como si no existieran y dejarán de existir. La cosa viene a ser como la damnatio memoriae de los romanos: se las condena al olvido. Solo que aplicarla requiere algunos pequeños detalles, como es borrar cualquier alusión que haga referencia a ella: por ejemplo, quitar las luminarias de las calles, suprimir el turrón, desterrar el cava de nuestras mesas, los regalos de papá Noel y los Reyes Magos, los anuncios de la lotería nacional y otras pequeñeces. 

También sería conveniente suprimir la paga extra de navidad, lo cual, con ayuda de la ministra Báñez, supondrá poco esfuerzo. De hecho, a los jubilados se nos acaba la célebre hucha de las pensiones y, no pasado mucho tiempo, desaparecerá la extra, y con ella la opción a comprar mazapanes y sidra el Gaitero. Será un trabajo menos que habremos de tomarnos para olvidar la navidad.

Otra posibilidad, muy socorrida en estos tiempos, aunque bastante manoseada y con efectos secundarios, sería que Cartagena se declarase cantón independiente de España. O Al-Andalus taifa soberana, tanto da. No es original, pero los resultados están a la vista con lo de Cataluña: llevamos meses dando vueltas a esa noria. No hay día que no se hable de ello. Los fervores patrióticos, los kilómetros de banderas de frontera a frontera, harían olvidar las fiestas entrañables de estas fechas. Un presidente cartaginés, o andalusí - para el caso es igual - exiliado en Rabat y abriendo, día sí y día también,  los telediarios de Al Jazeera sería una baza inestimable para desbaratar la cena de noche buena.

Una solución barata y sin usar la tarjeta de crédito, avalada por la experiencia personal durante lustros – que a este jubilata le va bien – es hacer vida de barrio. No ir más allá de la M30, no llegar siquiera a Ventas – territorio comanche – y mucho menos asomar por Manuel Becerra, que ya es campo minado de asechanzas navideñas.  No poner la tele para huir de los anuncios publicitarios. Llevar una lista de la compra al súper y pasar ante las estanterías de mazapanes, polvorones, guirlaches y otras gollerías de la gula pecadora como un anacoreta junto a un puticlub, vista al frente y paso largo. Jode (dicho en román paladino), esa es la verdad, pero con años de práctica se consigue.

Ya le digo al improbable lector, remedios haylos, pero quede advertido que viene a ser como jurar que se pondrá a régimen después de Reyes: el propósito no falta, pero éstos que corren no son tiempos heroicos y la perseverancia no es un valor muy apreciado. El infierno está empedrado de buenos propósitos, que dijo Bernardo de Claraval.

En casa ya hemos iniciado el proceso de desconexión por los langostinos, arriando la bandera de Pescanova.

2 comentarios:

  1. Remedios Sants i Rovira14 de diciembre de 2017, 18:39

    Perdóneme, Sr. Jubilata, pero no confunda: una cosa es ser pobre y otra perroflauta. José y María eran pobres, pero en ningún texto se les atribuyen piojos. Es más, la basura perroflautera suele venir de buenas familias que, evidentemente, han degenerado hasta la excremencia. Cada uno en su sitio.

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    1. A ver, Srª Rovira, lo de "Perroflautas " se dice aquí por la percepción que nuestra sociedad tendría de una pareja de okupas que se metieran en un piso abandonado. Para los bienpensantes, no serían más que unos piojosos antisistema, y eso es lo que he tratado de expresar.

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